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Satán es mi señor y el hormigón también

Monumento a los judíos de Europa asesinados, Berlín. Fotografía: Sebastian Deptula (CC).
Monumento a los judíos de Europa asesinados, Berlín. Fotografía: Sebastian Deptula (CC).

Está en todas partes. Los rodea a ustedes y me rodea a mí porque nos rodea a todos los seres vivos y también a los inertes. Hay quien lo cree una novedad, algo de nuestro tiempo, pero lleva existiendo desde que existe la civilización. Es el material que sostiene el mundo y, sin embargo, por mucho que giren la mirada en las ciudades, en las playas y en los campos, lo más probable es que permanezca oculto. Invisible a los ojos que no estén preparados. O a los que no quieran estar preparados.

No, no es Azazel ni Lucifer ni Belial; tampoco es Dios ni la Fuerza; ni siquiera es el aire que Pedro Marín nos cantaba entre gimnásticos espasmos allá por los ochenta. Es el hormigón.

Sin el hormigón no somos nada

Seguramente se han levantado esta mañana de la cama y han caminado hasta la cocina. Allí han preparado un café y/o unas tostadas y se han sentado a desayunar tranquilamente mientras leían el periódico o veían la televisión. Quizá han apurado el desayuno y han salido corriendo porque llegaban tarde y han tomado el autobús o el metro o han conducido entre el atasco de la hora punta hasta su lugar de trabajo. Después, en un momento de descanso, han abierto el navegador de internet en su dispositivo móvil o su ordenador y han entrado en esta página web. Y han abierto este artículo.

Repasemos algunos de los artefactos que se han encontrado en estas pocas horas: el colchón, el pavimento del suelo del pasillo y de la cocina, la cafetera, el café y el agua para el café, el pan de las tostadas y la tostadora, la silla y la mesa, el periódico, el televisor y el programa de televisión, las escaleras, el ascensor, la puerta, el autobús, el metro, el coche, los semáforos, la oficina o la fábrica o la universidad, el móvil, la tableta, el ordenador, internet. Cada una de esas cosas está compuesta por uno o varios materiales que las caracterizan. Plumas o viscolátex para el colchón, madera en el parqué, acero inoxidable en la cafetera, granos de café, vidrio, aluminio, pasta de papel, tinta, gasoil, caucho, coltán, cable de cobre o impulsos eléctricos. Pero aunque no lo vean, en todos esos objetos, en todo lo que les rodea, ha participado el hormigón. Y lo hecho de manera esencial.

Por supuesto, el propio forjado bajo el pavimento es de hormigón, como lo es la cimentación del chalé o el bloque de pisos que habitan o donde trabajan. También los edificios donde se han fabricado los colchones o los coches o los ordenadores se construyeron empleando una gran cantidad de hormigón, claro, pero la importancia de este material va mucho más allá de lo meramente edificatorio. Es un engranaje fundamental en la estructura que sostiene la civilización. Si la bombilla se enciende al pulsar un interruptor o la electricidad activa un frigorífico cuando introducimos la clavija en el enchufe es porque, en alguna parte, hay una presa de hormigón o un reactor nuclear de hormigón o una plataforma de hormigón que sostiene un campo de paneles fotovoltaicos. Si abren el grifo y sale agua, también deben agradecérselo a esa presa o a los canales subterráneos que conducen el agua, construidos con hormigón, claro. Si hoy van a cenar pescado es porque hay un malecón o un complejo sistema portuario que ha permitido a los barcos atracar y descargar su mercancía. Y unas carreteras o unas vías férreas. O las pistas de despegue o aterrizaje de un aeropuerto. O las calles de su ciudad o las aceras por donde caminan…creo que ya me siguen.

De alguna manera, esa mezcla de cemento, arena y grava se comporta como el bosón de Higgs: imperceptible e imprescindible. Es tan necesario para el funcionamiento del mundo y tan omnipresente como la rueda. Y casi tan antiguo como ella.

Sin el hormigón no habríamos sido nada

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Panteón de Agripa. Fotografía: Rachel Titiriga (CC).

Hay yacimientos arqueológicos datados alrededor del 6500 a.C que conservan restos de conglomerados; no obstante, fueron los comerciantes y beduinos nabateos quienes descubrieron las ventajas de la cal hidráulica aproximadamente en el 700 a.C. Tal fue así que forjaron un pequeño cártel del agua en el sur de Siria y norte de Jordania, aprovechando las propiedades de impermeabilidad y consistencia del material. Ocuparon los oasis de la zona y, mediante un sistema de hornos para extraer la cal, construyeron cisternas subterráneas donde almacenaban millones de litros de agua que empleaban tanto para abastecerse en periodos de carestía como para comerciar con ella.

Pero el hormigón no solo era rápido y, por tanto, ideal para las poblaciones nómadas. De época similar es el acueducto asirio de Jerwan y el Palacio Real de Tirinto, en Grecia; pese a las extraordinarias diferencias funcionales y representativas de los dos edificios, ambos se construyeron con ese material nuevo y polivalente. También lo usaría la civilización egipcia y, por supuesto, la romana.

A partir del siglo II a.C, los ingenieros romanos tomaron al hormigón como buque insignia de su arquitectura. Añadieron puzolana volcánica a la mezcla, aligerándolo y consiguiendo un comportamiento prácticamente hidrófugo; descubrieron que, agregando sangre de animal, superaba las heladas en mejores condiciones, y que si incorporaban crin de caballo, el hormigón aumentaba exponencialmente su resistencia a la tracción y a la flexión. El Imperio romano se construyó gracias a notables avances culturales y socioeconómicos, a una potente maquinaria militar y a un material perfecto. Tan perfecto que, dos mil años después, el opus caementium sigue sosteniendo algunos de los mejores ejemplos de la historia de la ingeniería y la arquitectura. La base de las calzadas, las canalizaciones subterráneas, arcos, puentes y acueductos; pero también el Coliseo, el Mercado de Trajano y el mejor edificio de la Antigüedad: el Panteón de Agripa. El hormigón conformaba una anatomía física de la civilización romana.

La larga Edad Media relegó a la oscuridad a los avances culturales, sociales y económicos; y con ellos, al hormigón. Al perderse las técnicas constructivas, el material apenas se empleó de manera intuitiva en algunas cimentaciones y en arquitectura popular, pero con resultados más bien pobres. No fue hasta la Revolución Industrial cuando el jardinero francés Joseph Monier, insatisfecho con las prestaciones de las macetas y las cubas de cemento de que disponía, decidió añadir una malla de hierro a la mezcla antes de cocerla. Era 1849 y acababa de nacer el hormigón armado.

Monier siguió investigando en el material y, durante más de dos décadas, patentó tuberías, fregaderos y abrevaderos; pero también paneles para fachadas y un sistema completo de construcción con hormigón reforzado. De hecho, en 1875 se encargó del diseño una pequeña pasarela sobre el canal del Château de Chazelet, en el centro de Francia. No era especialmente desafiante ni monumental, pero fue el primer puente de la historia construido con hormigón armado.

Destapar la realidad

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Le Corbusier y Pablo Picasso en la Unité d’Habitation de Marsella. Fotografía cortesía de Architects by Photographers.

Si el hierro había sustituido a la crin de caballo, el acero convirtió al hormigón en el material del siglo XX. Las vanguardias entendieron enseguida que se adscribía como un guante a la arquitectura del mundo moderno, múltiple y eficaz, que proponían; era barato, sencillo, resistente y polivalente. Era absolutamente imparable. Walter Gropius, Hanes Meyer, Le Corbusier, incluso Frank Lloyd Wright al otro lado del Atlántico, construyeron haciendo del hormigón una suerte de leitmotiv no solo estructural, sino también estético.

Porque, de igual manera, los arquitectos del siglo XX comprendieron que la polivalencia del hormigón residía en su propia naturaleza intrínseca. Que si podía estar en todas partes es porque podía tener todas las formas. Porque el hormigón es líquido. Pero es que además tomaron una decisión todavía más revolucionaria, casi marxista: si el hormigón permitía a la arquitectura adoptar cualquier forma, era profundamente injusto mantenerlo tapado tras capas de revestimientos supuestamente nobles. Así, el material, que había permanecido oculto durante milenios, se destapó al exterior. Le Corbusier lo llamó béton brut; hormigón visto. Como un campo de hierba no necesita de ningún filtro, la superficie del hormigón, a veces porosa, otras tersa, curva o recta, gris, blanca o coloreada merecía ser expuesta al mundo. Y es que se trataba de enseñar la belleza de la verdad constructiva, la belleza de la humildad estructural. La belleza de la verdad.

Sin esa concepción completa del hormigón no existiría la sinuosa Torre de Einstein de Erich Mendelsohn, ni la espiral infinita del Guggenheim de Nueva York o los pilares con forma de nenúfar de la Johnson Wax, ambos de Wright. Tampoco las flores que Sáenz de Oiza desplegó en Torres Blancas, o las cajas mirando al pacífico que Louis I. Kahn levantó en los Laboratorios Salk. La Iglesia de la Luz de Tadao Ando no tendría la misma luz sin que esta resbalase por sus paramentos grisáceos y lisos, el agua no se divertiría tanto como lo hace al correr por la cubierta alabeada del restaurante Los Manantiales de Félix Candela, y la Ópera de Sídney de Jørn Utzon no sería el símbolo de un continente. Sin hormigón, Pablo Picasso no habría viajado a Marsella una mañana de junio de 1948, ni se habría descamisado ni habría recorrido, con la mirada y con el espacio entre los dedos, las marcas del encofrado de los pilares que sostienen la Unité d’Habitation de Le Corbusier.

Hay quien cree que el hormigón visto es feo, que es innoble y que debería estar oculto. Me gustaría compadecerles, pero en realidad no es más que un complejo de inferioridad por sentirse incapaces de abrir los ojos y ver más allá de prejuicios. Quizá se sienten más cómodos dentro de sus confortables orejeras. Quizá, sencillamente, tengan miedo o no están preparados; porque tal vez nadie esté realmente preparado para comprender al hormigón en su totalidad.

En el ensayo The Ecological Thought, el filósofo estadounidense Timothy Morton acuñó el concepto de «hiperobjeto»: entidades físicas, procesos o sistemas tan masivamente distribuidos en el tiempo y en el espacio que trascienden la especificidad espaciotemporal. Al igual que un hipercubo no puede apreciarse completamente desde nuestra realidad tridimensional, un hiperobjeto es demasiado complejo para que el ser humano pueda realmente comprenderlo y aún menos controlarlo. Para Morton, los agujeros negros son hiperobjetos; también lo son el uranio y el plutonio, por sus procesos de decadencia tan profundamente dilatados en el tiempo; de igual manera lo sería el calentamiento global o el curso de extinción de una especie.

Visto desde este enfoque, el hormigón es un hiperobjeto perfecto. Se adhiere y transforma cualquier otro objeto que toca, tanto de manera concreta como conceptual, y se propaga en el territorio y en la historia de manera ubicua. Es tan grande y tan universal que no existen mecanismos capaces de definirlo por completo sin recurrir a otros hiperobjetos, como la narrativa. A lo máximo a lo que podemos aspirar es a interactuar con manifestaciones puntuales —un edificio, un puente, una carretera— o a la huella que imprime —la electricidad, el agua corriente—. Es una red de raíces entrelazadas que sostiene nuestra civilización en todos sus puntos y articulaciones. El hormigón es perpetuo y trascendente, y quizá por eso apenas nos damos cuenta de su existencia. Sí, más o menos lo mismo que pasa con Satán.

Restaurante Los Manantiales, de Félix Candela. Fotografía: Deutsches Museum.
Restaurante Los Manantiales, de Félix Candela. Fotografía: Deutsches Museum.

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33 Comentarios

  1. Muy buen artículo, la verdad es que no lo he leído pero engarzar las palabras de Satán y hormigón… Ummm

  2. Y ambas agudas…

  3. Y sin embargo aguda es llana, paradójico

  4. Buen intento pero me quedo con el «satán es mi señor » original : http://vicisitudysordidez.blogspot.com.es/2009/11/satan-es-mi-senor-parte-i-tu-vida-va.html Sí, el hormigón es fantástico.

    • Sí, la verdad es que no citar las contribuciones primitivas de José Ramón Lorenzo, o su blog satanismylord no parece un descuido.

  5. Me provocas con verosimilitud… Y sabes por qué!

  6. Larga vida al hormigón, una lástima que se encuentre amenazado por otro material más moderno y satánico: el acero corten. Brujería con velas y sangre, misas negras pa placer del brujo.

  7. Es Hannes Meyer, no «Hanes Meyer»

  8. No citar los artículos originales de José Ramón Lorenzo es como decir: «Estamos pensando en grabar un disco que se llame «Bohemian Rhapsody». Esperamos que Brian May no se moleste si no lo nombramos porque, en realidad, no tocamos la guitarra tan bien como él. Además es un disco de fandangos y bulerías y no se parece mucho a lo que hizo Queen en su momento. Nuestro próximo disco se llamará «A Kind of Magic» y contaremos con la participación de Juan Tamariz. Esperamos que el Señor May tampoco se lo tome a mal.»

    • Buenos días,

      El único párrafo dónde podría haberle(s) citado es donde escribo «Hay quien cree que el hormigón visto es feo, que es innoble y que debería estar oculto. Me gustaría compadecerles, pero en realidad no es más que un complejo de inferioridad por sentirse incapaces de abrir los ojos y ver más allá de prejuicios».

      Entiendo que su grupo y blog necesiten visitas, pero lo que yo hago es poner de manifiesto la importancia del hormigón para la civilización occidental, desmontando cierta colección de chascarrillos magufos y acomplejados de la que a algunos les gusta enorgullecerse. Fíjense si les importa poco el contenido, que si el título fuese otro, ni se habrían enterado de su existencia.

      En otro orden de cosas, en 1922, James Joyce publicó su novela «Ulises» y en 1982, Wener Nekes (le dejo un rato para que mire quién es…¿ya?, bien) estrenó su filme «Ulises». En ningún caso nombraron a Homero.

      Y ahora le recomiendo que se dé un poco menos de importancia y que lea un poco más.

      Un saludo :)

      • Qué mal rolliiiiitoo no?? Ay ay ay

        • Titular el artículo «Satán es mi señor y el hormigón también» suena más bien a tratar obtener visitas al artículo a costa de citar de pasada el nombre del susodicho blog. Es decir, es el blog el que da visitas al artículo, y no a la inversa.

      • polkillas

        Cierto es que hay que leer más. Así se piden encontrar ideas que fusilar y conseguir visitas a mi web en blanco y negro…

        Gran proyección la del autor de este artículo y gran suficiencia la suya.

        Enhorabuena, seguramente insultar a los creadores del título robado darán muchas visitas a Jotdown. De eso se trata, ¿no?

      • Es bastante vergonzoso que el autor de este artículo no mencione, ni siquiera de pasada, el artículo original publicado en el blog ‘Vicisitud y sordidez’ que acuñó el término ‘arquitectura satánica’ llamado ‘Satán es mi señor’, curiosamente como empieza el título de este artículo. ¿Coincidencia? Y por si quedara la duda de que fuera tan solo un lapsus, el autor del artículo de Jot Down se atreve a dar una respuesta prepotente, acusando al blog original de mendigar visitas cuando muchos (me incluyo) conocemos ‘Satán es mi señor’ con anterioridad y no habríamos pinchado aquí de no ser porque el concepto nos resultaba familiar. Menos humos, Pedro Torrijos.

      • Qué pena, con lo elegante que habría quedado atribuir el concepto de satanismo a los que lo inventaron (aunque fuera en un blog, menos popular que Jot Down). Con esa respuesta se muestra el complejo de superioridad del que escribe en un medio conocido.

        Una lástima también el ejemplo usado para rebatir, ya que no hay ninguna obra de Homero llamada ‘Ulises’.

      • María Núñez

        Pues a mi modo de ver, parece que quien necesita visionados y likes son ustedes y por eso mencionan en el título el nombre de uno de los blogs de arquitectura más leídos y visitados. Porque me imagino que si hubiera titulado el artículo «La importancia del hormigón en la historia de la arquitectura» no sonaría tan molón. Y me parece lamentable que hasta usted confirme que podría haber citado dicho blog o a sus autores pero que evitó hacerlo.
        Pues que sepa que si yo me he acercado a este artículo fue porque pensé que estaba escrito por algún administrador de mi blog favorito y me he sentido estafada al ver que se usaba su nombre para hablar de algo que no tiene nada que ver.
        Vamos, una vergüenza que una revista como Jot haga este tipo de cosas.

  9. José Sev

    «Me gustaría compadecerles, pero en realidad no es más que un complejo de inferioridad por sentirse incapaces de abrir los ojos y ver más allá de prejuicios. Quizá se sienten más cómodos dentro de sus confortables orejeras. Quizá, sencillamente, tengan miedo o no están preparados; porque tal vez nadie esté realmente preparado para comprender al hormigón en su totalidad».

    Nada me parece más necio que pretender hablar desde la verdad absoluta. Bueno, igual sí: hacer lo mismo pero revistiéndolo además con mala literatura.

    • Joaquim Navarro

      Al final es el tiempo quien da la razón a unos y a otros. ¿En qué han quedado la mayoría de obras del gran genio Le Corbusier y sus amigos? ¿Los barrios que idearon como han evolucionado en general?

      Ellos quisieron crear una arquitectura en base a sus ideas, no en base al uso y a la vida. Al final la mayoría de sus obras sólo han encontrado su propia muerte, porque eso es lo que el hormigón visto acaba siendo. No es un material noble, no aporta nada dejarlo visible, de hecho es hasta poco práctico que no tenga revestimientos de algún tipo porque ya solo la limpieza y mantenimiento son mierda.

      Me apuesto lo que quieras a que el autor del artículo ni ha trabajado ni ha vivido en nada parecido a los engendros de Le Corbu…

  10. Estupendo artículo.
    Su lectura me ha sido muy didáctica,también he leído las otras entradas que están enlazadas. La del Panteón de Agripa me ha conmovido y con las del laboratorio Salk y la iglesia de la luz me han sangrado los ojos.
    Este amor por el hormigón solo lo había encontrado en Satán es mi señor. Desde luego es un material digno de la civilización.
    Me parece lógico que si haces mención de otro artículo pongas un enlace para que los que no lo conocen sepan a que te refieres.
    He llegado a esta entrada gracias a que la han enlazado desde el Facebook de SEMS. Pese a que en un principio me hice fan de SEMS por ser una página de humor estoy aprendiendo mucho con los grandes artículos de arquitectura que allí se mencionan. Y además siempre hay carcajadas aseguradas cuando arquitectos e intelectuales se pican al no comprender que se puede hacer humor con todo y no hace falta ser un experto para tener una opinión.
    Lo único que hace falta es vivir y sufrir esas escalinatas innecesarias cuando llevas el cochecito del bebé y esas explanadas con bancos sin sombras que se te a chicharra el niño mientras le das los potitos, que si que si, que ahora sé que ese golpe de calor es gracias al regalo de la luz que nos hace el arquitecto, ahora sé de lo perpetuo y lo trascendente, y de que estoy viviendo en una obra de arte, pero… Santan es mi Señor.

  11. Francisco S

    No tengo nada en contra del hormigón ni de la arquitectura hecha a partir del Movimiento Moderno, pero por lo que he leído muchas veces a este autor, él es de los que se piensan que la buena arquitectura es la que queda muy bien en las fotografías. Es lo que tiene pensar además que puedes tratar mil y un temas todos con rigor… que al final tus artículos se convierten en un compendio de banalidades. Pero claro, según este señor, todos los que no estamos de acuerdo con lo que él dice (y repito que a mí hay muchos edificios de hormigón visto que me fascinan) somos auténticos cuñaos.

  12. Antonio Alcántara

    El artículo es buenisimo. Pero los comentarios son droga dura. Cada artículo/entrevista sobre arquitectura en JD se convierte en un ring entre haters y gente que ha leído el artículo.

    A Teresa Sapey la insultaron por dibujar en su iPad y a Torrijos por no enlazar el blog de nosequien.

    Seguro que hoy muchos han cerrado este artículo y han abierto el otro blog. Que es bueno leer no sé quien lo dirá, porque leyendo opiniones de ese tipo… Para eso no leas.

  13. Isabelio

    Por lo que veo, los alegres chavalotes de SEMS están muy enfadados. ¿Pero ellos no son los que dicen siempre que todo es criticable y que hay que tomárselo todo a cachondeo y tener mucho sentido del humor? ¿En qué quedamos, HOYGAN?

    • No, onvre, no

      Los alegres chavalotes de SEMS no están enfadados, sino molestos. Molestos con un articulista sobrado de suficiencia y pedantería, carente de humor y respeto, necesitado de publicidad y cortito de luces; de los que opinan que TODA(*) la arquitectura es para mostrarla en fotos y sentirla como un experiencia trascendental pero no se plantea que al usarla para vivir esa experiencia trascendental se convierte en un infierno.

      (*) siempre hay excepciones, claro. El ejemplo del Guggenheim es una de ellas porque es un edificio que se va a visitar, no a hacer vida en él. Más o menos como este artículo: se viene de visita a ver la última parida de un supuesto hartista, y luego se vuelve uno a SEMS a disfrutar de la harkiteztura del hormigón como se merece.

  14. Ja ja ja ja, muy divertido todo. Internet es un pozo de risas. O sea que Satán es también el Señor de Pedro Torrijos… Satán y el Hormigón, dos Señores, ja ja ja ¿Quién es el que confunde las lenguas ahora? O la lengua, puesto que se supone que todos hablamos en castellano. Yavhé no. Igual son las risas. ¿O será la inmediatez de Internet?
    Tiene razón Paco Fox que si no hubiera sido por el título, yo no me hubiera leído el artículo de Pedro. Bueno, leerlo tampoco es que me lo haya leído porque es un poco plasta; he ido saltando de párrafo en párrafo y como al final, lo importante es que daba cera a José Ramón Lorenzo a fuerza de no mencionarlo, me ha caído simpático el tal Pedro, me he leído una entrevista en que sale fotografiado con una camiseta a rayas y he visto por donde desbarra…: o sea, por el entusiasmo, vaya, que es por donde desbarramos casi todos. Se te ve enérgico, Pedro, saludable. Y eso está bien. El que anda mal es José Ramón, que lleva meses obsesionado con Albert Rivera y veo que no se le pasa. Cuídate de los entusiasmos, Pedro, que aunque parezcan mejores hacen tanto daño como los odios. Abrazos a todos por el buen rato.

  15. Melquiades Morales

    Jojojo, como era de esperar, muchas risas salvo cuando les retratan como lo que son: una panda de lloricas.
    «Seño, no han citao mi cutreblog!» «Seño, seño, me han llamao acomplejado» «Seño, seño, me roban el bollycao!»

    Pero cómo no os van a llamar acomplejados, pedazo de almas de cántaro.

    • María Núñez

      «No han citado mi cutre log» claro que lo citan. De hecho usan su nombre en el título del articulo como atractivo. Con la intención de atraer y de paso puntear un poco a sus fans, al no mencionar dicho blog en el texto del artículo. ¿Con qué intención? Pues con la de generar polémica y que un artículo insípido y aburrido consiga más likes y comentarios de los que merece por su contenido. Esto sí que es el cutrerío máximo. Y yo, como el resto de fans del blog que hemos picado en el puteo, me vuelvo otra vez para SEMS.

      Como ya he dicho en otro post. Lamentable estas cutre-estratagemas para ganar visibilidad, likes y comentarios.

  16. El hormigón, además, no es como erróneamente se cree «un elemento pétreo». De hecho se comporta como un gel: Si bien el Hº sin armar sólo resiste esfuerzos de compresión, con el agregado del acero es capaz de resistir flexotracción: un edificio de más de 50 pisos oscila en su parte superior absorbiendo las cargas de viento sin quebrarse.
    Con el hormigón se puede hacer arte como Mies VDR y también atrocidades como Calatrava, da para todos los gustos.

  17. Big male ant

    Me ha gustado el artículo. Pese a abundar demasiado en la parte arquitectónico-estética del hormigón, quizá la más prescindible para mi gusto, hace bien en recordarnos su omnipresencia imprescindible en muchos otros usos.

    Y gracias a él (mejor dicho, a los comentaristas) he descubierto el blog satanismylord. Fascinante, divertido, apocalíptico ejercicio de cuñadismo arquitectónico con fundamento.

  18. Hinterweltlern

    Excusarse diciendo que Joyce no mencionó a Homero es ridículo, para cuando publicó su libro, Ulises ya había pertenecido a la cultura popular durante siglos y era innecesario clarificar que el nombre era creación de Homero: habría sido una redundancia. Pero en este caso no se puede decir que todo el mundo conozca Satán es mi señor, y el artículo es una suerte de contestación al de Vicisitud y sordidez. Yo mismo pensé que los autores del original habían intervenido hasta que lo leí.

    Por favor señores, sean buenos periodistas y citen sus fuentes, estén de acuerdo con ellas o no. Los títulos también son una parte importante del proceso creativo, y un buen periodista debería respetar eso.

  19. La palabra pintada

    El hormigón es feo, su textura tiene pocos matices, pocos contrastes, crómaticamente apagado, pobre,plomizo, monótono hasta la náusea y es un material barato,nada suntuoso, por lo que siempre se ha ocultado, como se ocultan las cloacas. Los revestimientos y la ornamentación no son menos verdaderos. Decir, el hormigón es la verdad, y la verdad es bella, puede ser poético, pero es una tontería sin ninguna base, un mero recurso literario para justificar los gustos propios. Se podría decir que al igual que la mierda, o el esqueleto, pertenece al mundo de lo obsceno, lo que está fuera de escena, y no tiene ningún interés estético. Y con tanta farfolla para vendernos los trajes invisibles del rey, seguimos aún hoy en día, con una confusión conceptual enorme tanto en la arquitectura, como en la pintura como en la escultura.

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