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«Sex&Drugs&Rock&Roll»: serie de doctrina rockera, pero para toda la familia

Imagen: FX.
Imagen: FX.

Recientemente he asistido a varias discusiones por redes sociales sobre la legitimidad de los grupos de tributo, no confundir con los grupos de versiones. Hay quien considera que son un robo a la creatividad ajena y un soterramiento de la creatividad de los grupos de rock actuales. La agresividad en las disputas era sorprendente. A la gente le iba la vida en ello.

No es para menos. El rock forma parte de la identidad de mucha gente como si fuese su nacionalidad. Hay quienes se sienten realmente ofendidos si H&M vende camisetas de los Ramones y se las compran personas que no los han escuchado en su vida. Es gente que ha establecido cierto relato lineal de la música popular del siglo XX y se lo transmite a sus hijos con modales religiosos. Más de un bebé hay en Facebook con su camiseta de los Ramones, aunque el niño tampoco los haya escuchado voluntariamente en su corta vida. Para esta gente si es lícito o no que existan grupos de tributo es una discusión litúrgica. Incluso más, un debate teológico escolástico.

Y ese es el punto, precisamente, de partida de la serie Sex&Drugs&Rock&Roll, que el jueves 30 de junio estrenó el primer capítulo de su segunda temporada en FX. Una estrella de rock underground, de nombre Johnny Rock (interpretado por Denis Leary, creador de la serie), veinticinco años después de su mayor y efímero éxito, va a ver a su agente para que le consiga un grupo con el que tocar en directo.

La única oferta que le ponen sobre la mesa es porque un falso Richie Sambora ha expulsado de su grupo de tributo a su falso Bon Jovi. El protagonista de la serie también monta en cólera al escuchar la vacante, pero se queda a cuadros al comprobar lo que cobran este tipo de grupos. Como tres veces más que los normales. Y esa es la cruda realidad. A día de hoy es bastante más rentable un grupo de imitadores de AC/DC, por poner un ejemplo, que el de unos chavales que se junten a componer sus propias canciones.

Inicialmente, eso es lo que nos plantea la serie. Los conflictos que desencadena que un roquero de la vieja escuela, completamente pasado de moda, intente sobrevivir en el mundo actual haciendo lo único que sabe, que es drogarse, follar y tocar rock and roll dentro de los sagrados cánones de la autenticidad, si es que acaso esa palabra tiene algún significado coherente.

El protagonista es, como lo describió su creador, Denis Leary, el típico roquero que no es famoso pero que ha vivido como si lo fuera, lo que se traduce en beber y drogarse como si todos los días fuesen fiesta. Vida de estrellas pero sin haber llegado a serlo. La inspiración está tomada de Iggy Pop, por supuesto, de todo lo que le pasó antes de que empezara a reconducir su vida y de grupos como los New York Dolls, que fueron de los más influyentes del mundo, una de las semillas más fértiles del punk rock, pero que más que separarse acabaron en desbandada y no vieron un duro. Ambos prototipos de los roqueros malditos hasta a los que la historia, los críticos, o los fans especializados terminan poniendo en su lugar.

Conozco un montón de grupos que salieron de Boston. A los Cars, que obviamente llegaron a ser enormes. Conozco a Steven Tyler y la gente de Aerosmith antes de que fueran famosos. Vi a muchos tíos que no eran estrellas convertirse en estrellas. Pero pienso que lo más interesante eran los grupos que se suponía que eran grandes, como los Del Fuegos, que rompieron por los mismos problemas que tienen todos los grupos: el guitarrista y el cantante. Pensé lo interesante que sería un tío cuyo grupo ha sido grande, pero no que podría volver a trabajar con su mejor amigo porque ambos querían ser la estrella del grupo. (Denis Leary en Entertainment Weekly)

Otro de los grupos que ha recordado que le inspiraron fueron los Replacements. Durante la promoción del lanzamiento de la serie dijo que los había visto en directo antes de que fueran famosos y que no olvidaba cómo, después de dos canciones, ya se estaban dando de hostias. Así de accidentada fue la vida del protagonista de Sex&Drugs&Rock&Roll, pero ahora, a los cincuenta, en plena decadencia, cuando está tocando fondo, Johnny Rock se encuentra con una hija que no sabía que tenía y su vida dará un giro.

Obviando el detalle de que cuando se la encuentra, antes de saber que es su padre, lo que pretende es follársela, su encuentro sirve para que monte un grupo bajo las normas que impondrá la hija. Ahí se inicia la serie. El hombre tiene que obedecer por una sencilla razón que rige este mundo en el que vivimos: ella pone la pasta y él no tiene un duro.

Alquilan un local de ensayo decente y reúnen a su viejo grupo. Combo separado una y otra vez por los excesos de su cantante, la típica historia sobre la que hemos leído mil veces en los anales del rock and roll. El bajista y el batería acuden sin problemas, lo más complicado es convencer al guitarrista, Flash, quien, como dictan los tópicos roqueros, no puede ni ver a Johnny, aunque con el formó una dupla espectacular en el pasado.

El guitarrista ahora está tocando para Lady Gaga y al menos gana un buen dinero; volver con su viejo amigo fracasado una y otra vez, más ahora con lo viejo que está, le cuesta. El actor detrás de él es John Corbett, nuestro querido Chris Stevens de Doctor en Alaska, que en los últimos capítulos de la primera temporada coincidirá con el doctor Joel Fleischman, el actor Rob Morrow, que en esta ocasión es JP, el productor del grupo.

La intención de la hija es reunirlos como sea para ponerse ella al frente y cantar. A su padre solo lo necesita para que componga las canciones. En el primer capítulo empiezan fuerte a explotar las contradicciones roqueras. A la hora de componer Johnny necesita una extensa sesión de cocaína y alcohol. Ellos no quieren que se muera, pero el problema es que si no consume se les va de madre y compone pasteladas. Leary contó en varias entrevistas cuando presentó la primera temporada que no debemos ser hipócritas, la mayor parte de las canciones que nos gustan de la historia del rock se han compuesto yendo de algo.

Imagen: FX.
Imagen: FX.

El problema es que tras este primer gag ahí se queda la emoción de la serie para siempre. Desgraciadamente, en sus diez capítulos no dio mucho más de sí salvo al final. Las temáticas con aristas de los primeros compases se evaporaron y Sex&Drugs&Rock&Roll pasó a ser más una amable comedia familiar sobre las relaciones entre hija desconocida aparecida y su padre.

Denis Leary dijo sobre este aspecto que coincidió en una gala benéfica con Steven Tyler, cantante de Aerosmith, y su hija y comprobó que estaba tan desconcertado con ella como él mismo con sus hijos y pensó que daba igual, que así también lo estaría Sting. De modo que en lo único que se diferencia esta relación entre padres e hijos es en que aquí hay más drogas y más sexo, pero tampoco mucho.

La cosa no remontó el vuelo hasta el final, cuando al viejo Johnny Rock le tienen que explicar las tendencias actuales que dominan el mercado, el rollo hipster y demás. No entiende cómo la gente se puede subir al escenario vestida como si fuera a hacer la compra al supermercado. Le tienen que decir ahora una frase que todos hemos pensado: «parecer idiota es el nuevo no ser idiota».

En esta trama, entre los hipsters precisamente triunfan el batería y el bajista, que dejan el grupo en un momento dado tras la típica lucha de egos en la que el guitarrista y el cantante les recuerdan que sus instrumentos son necesarios, pero quien los toque prescindible. Ellos entonces se lo montan por su cuenta y dan rienda suelta a su creatividad.

Después de asistir a un concierto de noise pop, buscan en Google qué estilos hay disponibles para inventar, ven toda la lista de etiquetas y deciden crear lo que llaman bestia-core, sonidos diversos mezclados con, en lugar de cantante, gruñidos de animales. De toda la vida, las etiquetas de estilos musicales más o menos elaboradas han sido la declaración de impotencia del crítico musical que no es capaz de descubrir un sonido, pero ahora nos encontramos en una situación que frisa con el delirio. El batería de la serie, cuando tiene la lista ante sus ojos, exclama: «No me puedo creer que exista el viking rock».

Estos escarceos creativos suponen el éxito del personaje del bajista, Rehab (John Ales), cuyo presunto talento nadie reconoce y está dolido porque en su grupo no se le valora una pieza de varias horas que ha compuesto sobre la gran hambruna irlandesa del siglo XIX titulada «Potato Famine».

Este argumento también tiene un antecedente en la vida de Denis Leary. En los setenta compartía habitación con su hermano hasta que cumplieron dieciocho años. Ambos escuchaban a los Rolling Stones, los Who y a los Kinks hasta que al hermano le dio por Yes de repente y se compró el doble álbum en directo de Rick Wakeman. Se pasó al rock sinfónico y progresivo a mitad de la década, en su momento de auge comercial.

Como estaban juntos en la habitación tenían que escuchar la misma música y para Denis fue una experiencia traumática tragarse los solos de diecisiete minutos del rubio teclista. Luego se enganchó a los Ramones y escapó de todo aquello, pero siempre recordó todas aquellas creaciones megalómanas con animadversión.

En realidad, muchos chistes y gags de la serie no son tan agresivos e incorrectos como cabría de esperar de alguien que se presenta con esas credenciales de punkrocker. O dicho de otro modo, son malos y aburridos. No obstante, cuando el guion parodia la historia de la música rock o el estado de la música popular en la actualidad, siempre acierta. Ahí salen los giros más descarnados y divertidos. Habrá que pensar que, aunque en Estados Unidos el público entiende el rock como su propia cultura, si aspiras a una audiencia amplia incluso allí no puedes cargar el relato de referencias a los anales del rock porque al final no pilla los chistes ni dios, nada más que cuatro empollones del rock. Veremos qué tal esta segunda temporada.

Imagen: FX.
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2 Comentarios

  1. Lo clavas en el análisis. Quitando cuatro detalles y gracietas que pillaremos los que nos hemos criado escuchando ésta música, es una infumable comedia familiar disfrazada, ñoña y cansina donde las haya. La serie la jode el personaje femenino, no hay duda, ya que todo gira a su alrededor. Una pena, pero no es más que un reflejo de en lo que se ha convertido el Rock’n’Roll… Cualquier tiempo pasado fue mejor. Ya nadie tira pianos por las ventanas…

  2. Y mientras Vinyl cancelada…Es una lastima que una serie de la calidad de Vinyl no puedo pasar de la primera temporada y en cambio se fabriquen bodrios como esté que no aportan nada.

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