Cine y TV

Cazafantasmas, el homenaje perfecto

Imagen: Columbia Pictures.
Imagen: Columbia Pictures.

(La presente reseña no contiene SPOILERS porque no hay spoilers posibles para este tipo de película: ganan los buenos —las buenas— y pierden los malos).

El ser humano recuerda de forma más vívida los acontecimientos negativos pero tiende a recordar menos los hechos nocivos que los agradables. Así, nuestra memoria suele ser una amalgama más o menos apacible de recuerdos felices, aunque no tengan el mismo grado de detalle que los desgraciados. Es un engranaje psicológico que nos permite continuar con nuestra existencia de manera eficaz evitando posibles amenazas: aun salpicándolo de potenciales peligros, decidimos suavizar el pasado. Este mecanismo es aún más agudo en las etapas del crecimiento personal y grupal; es decir, en la infancia y la adolescencia. Lo cual explicaría los revivals periódicos que aparecen en todas las manifestaciones de la cultura popular: la moda, la música y, por supuesto, el cine.

Super 8, Guardianes de la Galaxia o la muy reciente serie de televisión Stranger Things capitalizan sin rubor alguno la nostalgia de los ochenta. No en vano, sus autores —Abrams, Gunn y los hermanos Duffer— vivieron esa década precisamente entre la infancia y la adolescencia. No es el caso de Paul Feig, director y coguionista de esta nueva Cazafantasmas, pues cuando Ivan Reitman estrenó la original en 1984 tenía ya veintidós añazos como veintidós soles. Quizá por eso su filme es el homenaje perfecto a la película que le da nombre.

Es sencillo; en los casos anteriores la nostalgia se invocaba desde un reflejo directo (el protagonista de Guardianes es un niño de los ochenta) o desde una imitación temática y estética (los protagonistas de Super 8 y Stranger Things son niños de los ochenta que viven una aventura sobrenatural en los ochenta con ropa y bicis de los ochenta y que están rodados e iluminados como rodaba e iluminaba Spielberg en los ochenta). De alguna manera, todo aparece difuminado por la inconfundible pátina de Amblin Entertainment. Este filtro activador del recuerdo es especialmente relevante porque fue justamente en la primera mitad de la década cuando el cine comercial puso su foco en el público adolescente. A partir de Star Wars, Hollywood se dio cuenta de que el dinero estaba en los jóvenes y no en los mayores de treinta, así que sus grandes productos irían destinados a los primeros. Es lógico, pues, que sean —seamos— esos mismos niños y adolescentes, que ahora tenemos entre treinta y cuarenta y cinco años, los destinatarios del revival. Además, el efecto nostálgico es incluso más potente para los espectadores europeos porque nuestra realidad era muy distinta a la que aparecía en esas películas; nosotros no teníamos esas casas ni esas bicicletas ni esos televisores con mando a distancia ni taquillas en el colegio. Nosotros vivimos esa realidad exclusivamente a través de la pantalla y es la pantalla la que nos la devuelve.

Ahora bien, la nostalgia audiovisual hace que muchas veces perdamos la perspectiva de la calidad. E.T.,  Gremlins y Regreso al futuro son cintas formidables pero hay otros iconos cinematográficos ochenteros que apenas pasan de ser divertimentos sin más, y es el difuminado de la memoria lo que los eleva a categoría de mito. Piensen en Los Goonies y, sobre todo, en Los Cazafantasmas. En el caso del filme de Reitman, no se trata solo de que su calidad sea más o menos discutible, es que nunca se planteó como una película adolescente: sus protagonistas eran adultos interpretados por actores adultos que hacían chistes esencialmente inocuos pero adultos. Y esto es exactamente lo mismo que hace Feig junto a la coguionista Katie Dippold en la presente Cazafantasmas.

Imagen: Columbia Pictures.
Imagen: Columbia Pictures.

Al igual que Bill Murray y Dan Aykroyd eran afamados cómicos de Saturday Night Live, también lo son Kristen Wiig, Melissa McCarthy, Kate McKinnon y Leslie Jones; sus personajes son paródicos como lo eran los originales, la trama es muy similar y la ambición general del filme es tan modesta como la de la peli de los ochenta: pasar un rato entretenido. Y desde luego que lo consigue. Es el filme comercial más divertido del verano y, vistas objetivamente, supera notablemente a sus predecesoras. Algo perfectamente comprensible porque Paul Feig es bastante mejor guionista y director que Ivan Reitman.

Curtido en mastodontes televisivos como Mad Men, Weeds, Freaks and Geeks o Arrested Development, Feig vuelve a llenar la pantalla de diálogos pirotécnicos tal y como hizo en 2011 en La boda de mi mejor amiga, nominada a dos Óscar y, para muchos, su mejor película. Para Cazafantasmas cuenta de nuevo con sus fetiches Wiig y McCarthy y, junto al resto del reparto, las pone a disparar chistes entre ellas y hacia ellas. Como el mejor humor, siempre hacia arriba y en horizontal; nunca hacia abajo. En la propia lógica de la comedia, sus interpretaciones no son comedidas sino impecablemente exageradas. Mención especial para la enloquecida doctora Holtzmann a la que da vida McKinnon y para el recepcionista Kevin, un panfilísimo Chris Hemsworth descubriéndonos que debajo de «las gafas y la belleza» tiene una estupenda vis cómica.

Pero Cazafantasmas tampoco es una película concebida para ganar premios y tiene algunas carencias evidentes, sobre todo en las escenas de acción. Y es que si Feig se maneja con pericia en el slapstick verbal, su puesta en escena es más bien pedestre cuando narra los enfrentamientos entre las protagonistas y los pérfidos espectros. Se nota que no es su verdadero campo porque el corazón de la cinta es la comedia; la trama clásica de malvado que quiere conquistar el mundo y llenarlo de criaturas sobrenaturales no es más que un envoltorio. Envoltorio y desarrollo que ni es original ni lo pretende y, por cierto, ni falta que le hace. Es más, el filme apela al original precisamente al quitarle otro envoltorio: el de la memoria. Sí, el metraje está salpicado de cameos de la peli de los ochenta, pero no como gatillos emocionales sino como objetos palpables. Han pasado treinta años y Murray, Aykroyd y Sigourney Weaver los llevan encima con toda la dignidad que se puede. De hecho, aparece incluso el fallecido Harold Ramis en un instante de los de no pestañear. Sin embargo, la cinta es completamente autónoma porque los intérpretes son contemporáneos, la ambientación es contemporánea y los chistes, por suerte, también lo son. Por eso es el mejor homenaje posible a la película original, porque nos quita la ensoñación adolescente y nos muestra cómo es un filme divertido y sin pretensiones. Y adulto. Que ser adulto no significa estar siempre leyendo a Proust ni sufrir perpetuamente por los grandes problemas de la civilización occidental, ni mucho menos poner a Superman con cara de estreñimiento no-ocasional durante dos películas (y las que te rondaré, morena).

En cuanto a la polémica sobre el sexo de las protagonistas, que ha rodeado a la cinta desde antes de que se filmase la primera escena, comparto plenamente lo que ya hemos escrito al respecto en esta revista. Eso sí, es muy relevante que las Cazafantasmas sean mujeres porque, sencillamente, refleja un estado de normalidad. En el mundo hay muchas mujeres científicas y en el mundo hay muchas mujeres graciosas; es completamente normal que interpreten a unas científicas y protagonicen una comedia de acción.

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Imagen: Columbia Pictures.

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2 Comentarios

  1. Pingback: Cazafantasmas.El homenaje perfecto

  2. Este comentario políticamente correcto esta auspiciado por… Parece que desde ciertas latitudes todo es color de rosa pastel, que allí no hay machismos ni dilemas fascistoides y bananeros como en América toda. Muy simpático. No es ni sera como la uno y punto, debieron anunciarlo a coros -a pesar que casi ni se intente relacionarla con la primera entrega mediante cameos y siembra de huevos de pascua. Ha de ser uno de esos «homenajes cinematográficos» que nos van a reflejar que un motivo de nostalgia infantil puede tranquilamente intentar mutarse en uno de consumo masivo, ya sea por morbo u odio -que, ojo, haylos. Vaya por delante que el machismo y la tozudez son mareantes e indigestos, como también la estupidez inducida o la «corrección política». No pues ya, no la veré y tampoco la criticaré por esto mismo. Suerte con aquellito para los que la quieran «consumir» y tener motivo de platica en las reuniones informales, yo revistaré la uno; que no tendrá un gran guionista «adulto», como se regodea la nota, pero que tampoco me defraudara si lo que busco es revolcarme en nostalgia infantil.

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