Ciencias

La percepción y el diablo

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Vánitas, de Jacques Linard, 1640 – 1645. Imagen: DP.

La  percepción es el proceso que tiene nuestro cerebro para entender el mundo externo. Nuestro sistema nervioso organiza la información que llega a través de los sentidos, la identifica y la relaciona para conseguir una interpretación razonada de nuestro medio ambiente. La percepción puede parecer un proceso pasivo pero en realidad está modulada por el aprendizaje, la memoria, las expectativas y la atención. La mayor parte de la percepción sucede fuera de la consciencia y solo en ocasiones nuestra corteza cerebral toma el control, se centra en un objeto de interés y nos damos cuenta de lo que estamos percibiendo.

En el tricentenario de la muerte de Johannes Kepler, Albert Einstein dijo «Parece que la mente humana primero tiene que construir formas de manera independiente antes de que pueda encontrarlas en las cosas». Einstein se refería a la asombrosa deducción por parte de Kepler de que las órbitas de los planetas alrededor del Sol eran elípticas y no circulares como se había creído hasta entonces, pero en cierta manera fue una premonición de lo que sabemos en la actualidad sobre la percepción y el cerebro. Aún hoy comprendemos poco sobre cómo la materia cerebral, esos mil cuatrocientos gramos de materia gelatinosa dentro de nuestro cráneo, consigue integrar la información sensorial y construir pensamientos, imágenes mentales, sueños, emociones, acciones, recuerdos y todo la panoplia de fabricaciones mentales con las que el sistema nervioso responde a la percepción del exterior.

La clave del proceso perceptivo parece ser la predicción. Como se deduce de las palabras de Einstein nuestros cerebros construyen formas, imágenes, patrones, escenas y luego las encuentran, más o menos parecidas, en la información sensorial. Esa cantidad ingente de información, ese caos de ondas luminosas que impactan en nuestra retina, moléculas que entran en nuestra nariz y en nuestra boca, vibraciones que agitan nuestra cóclea, presiones sobre nuestra piel y un largo etcétera son ordenadas mediante la creación de modelos, de pronósticos, sobre qué es y cómo es lo que genera esas señales sensoriales que llegan hasta nosotros.

En la actualidad tenemos un modelo claro y unívoco de la percepción. Los órganos de los sentidos reciben la información exterior y la envían al cerebro donde es procesada e interpretada y comparada con esos modelos endógenos, construyendo una estimación del mundo a nuestro alrededor. Pero antes de la ciencia, el proceso perceptivo era más abierto o más difuso, no se pensaba en las evidencias sino que se construía un modo de explicar el mundo en el cual lo percibido y el perceptor se transmitían información de forma biunívoca, en ambos sentidos. Más aún, los objetos podían tener por su composición, por su fabricación o por su historia cualidades morales o espirituales de las cuales las personas obtenían beneficios o perjuicios. La hostia elevada durante la consagración en la misa beneficiaba a todas las personas que la veían, poseer una reliquia era bueno para la salud del cuerpo y la salvación del alma y, del mismo modo, las posesiones de un hereje, un acólito del demonio, podían dañar a quienes las tocasen, estaban contaminadas y, entrando por los sentidos, podían transmitir su negro influjo a la salud física o espiritual de las personas.

Mi ejemplo favorito de objeto maligno que afecta al futuro de su perceptor es el llamado sillón del diablo que se conserva en la actualidad en el Museo de Valladolid. Esta silla de cedro, de respaldo y reposo de cuero marrón y brazos desmontables fue, según la leyenda, propiedad de Andrés de Proaza, de veintidós años de edad. Este joven de origen portugués había ido a estudiar Medicina a Valladolid, atraído por la fundación de la primera cátedra de Anatomía Humana en España, encargada al cirujano Alfonso Rodríguez de Guevara y beneficiada además de un privilegio real que permitía, por primera vez, hacer disecciones de los cadáveres no reclamados en el Hospital de Corte y el Hospital de la Resurrección.

La leyenda cuenta que pocos meses después desapareció un niño de nueve años mientras que los vecinos de Proaza, una casa cerca del río Esgueva, oían gemidos, llantos y ruidos que parecían surgir de su sótano. La evidencia final fue el desagüe de la casa al Esgueva, que «llevaba teñidas sus aguas de rojo, como de sangre que en él se hubiera vertido y se hubiera coagulado en largos filamentos, que flotaban y se perdían en la corriente». Como si fueran hilitos de plastilina, pero de sangre.

Los vecinos avisaron a las autoridades y  el registro por la guardia de la casa del portugués encontró un escenario truculento: el cuerpo descuartizado del niño en una mesa y varios cadáveres de perros y gatos en la misma disposición. Proaza confirmó, probablemente tras la tortura, que había hecho la disección en vivo del niño y que tenía un pacto con el diablo a través de ese sillón, donde se sentaba a escribir historias inspiradas por él, notas de las autopsias y recetas de magia negra. Sentado en aquella silla frailuna, el diablo le ofrecía no posesiones ni poder, sino conocimiento, toda la sabiduría médica del mundo.

Proaza fue castigado por la Inquisición y ejecutado, sus bienes fueron confiscados y acabaron, según comentaron porque nadie los quiso comprar por la fama de nigromante del propietario, en manos de la Universidad de Valladolid. La leyenda es aún más elaborada y se dice que el portugués realizó una maldición explicando que sentándose en esa silla se recibían «luces sobrenaturales para la curación de enfermedades», pero quien se sentara en él y no fuera médico moriría, así como quien destruyese el sillón. Al parecer un bedel se lo llevó para descansar durante la larga espera entre clase y clase y allí sentado lo encontraron muerto, corriendo la misma suerte el bedel que lo sustituyó. Se recordaron entonces las palabras de Proaza y se acordó colgar la silla del techo de la capilla de la universidad, con las patas para arriba para que fuese aún más difícil sentarse. Así estuvo durante siglos. Las universidades, que siempre se han preocupado de la salud laboral de su personal.

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Auto de fe de la Inquisición, de Francisco de Goya, 1812-1819. Imagen: DP.

La historia me encanta aunque tiene un sabor agridulce. Recuerda el mito prometeico, aquel que se aleja de los dioses seducido por el conocimiento, el ansia de saber, por despojar a la naturaleza y a la salud de sus secretos, por ayudar a los hombres y hacerlos menos dependientes del favor o el capricho de la divinidad, una perversión que al parecer merece el más duro de los castigos. De hecho, fuimos expulsados del paraíso por comer el fruto del árbol del conocimiento. Si no te entregas a Dios, te entregas al diablo, y el estudio y la experimentación pueden ser un camino hacia lo diabólico, la herejía y la muerte. Una disciplina tan peligrosa como la anatomía, con las disecciones vedadas por la Iglesia durante siglos, una época de libros prohibidos, de autos de fe, de quema de herejes, donde junto a la Universidad de Salamanca estaba la Cueva de Salamanca, la cripta donde daba clase el mismo Diablo, también sentado en su sillón, un mensaje admonitorio hacia el hombre de la silla, el chairman, el catedrático. Una época en la que Felipe II prohibió que los universitarios españoles estudiaran fuera de las universidades del reino por miedo a que se contagiaran de las ideas reformistas. Una época, la misma del sillón, en la que el doctor Agustín de Cazalla era condenado en solemne auto de fe en Valladolid, aunque al abjurar de sus errores se le concedió la gracia de ser estrangulado antes de quemarle, donde sus hermanos Francisco, Beatriz y Pedro también fueron procesados y condenados a la pira y para otros dos hermanos, Constanza y Juan, la condena fue tan «solo» de sambenito y cárcel perpetua. La casa de los Cazalla fue derribada y el cadáver de su madre fue desenterrado y arrojado a la hoguera. No debía quedar rastro.

La percepción y ese flujo de beneficios y perjuicios morales y espirituales procedentes de lo percibido tenía una influencia en la vida de las personas que ahora nos resulta imposible imaginar. Los fieles se agrupaban junto a los altares y sepulturas el altar suele tener una pequeña cavidad donde se coloca alguna reliquia que lo «impregna» de santidad; peregrinos, romeros y palmeros viajaban durante meses a Santiago, Roma o Jerusalén, para estar cerca de los lugares donde había estado Jesucristo o santos principales y contagiarse de ese influjo. Aún hoy juramos tocando un libro sagrado para garantizar la verdad de lo que se está diciendo, el vere-dicto.

Tenemos muy claras estas mitologías de nuestra cultura occidental sobre la percepción y la comunicación mediada por objetos, pero somos menos conscientes de que algo similar sucede en otras culturas. Mukendi, un predicador de lo que hoy es la República Democrática del Congo, contaba en sus memorias tituladas Arrebatado de las garras de Satán que fue destetado por una sirena y consagrado al diablo por su padre, un brujo. Mukendi relata sus visitas al lugar donde viven los hechiceros y videntes, un sitio maligno situado bajo el agua. Allí hay instituciones fundadas por estos seres del mal como universidades, instituciones científicas y un aeropuerto internacional que se extiende por debajo de Kinsasa, la capital del país. Según él, todas las ciudades y pueblos del mundo tienen lugares subacuáticos parecidos donde se desarrollan actividades ocultas y allí es donde las personas que en vida fueron controlados por los demonios se juntan y se comunican con los brujos y magos, allí se alimentan de carne humana y se disfrazan, a menudo de hombres blancos, para participar incluso en instituciones diabólicas internacionales. No sé si alguno de nuestros partidos políticos incluido. No solo eso, también allí, bajo el suelo, fabrican objetos demoníacos incluyendo «coches, ropas, perfumes, dinero, radios y televisores que venden luego arriba» y con los que «distorsionan o destruyen las vidas de los que compran esos objetos». De nuevo, objetos capaces de dañar, una fuente del mal para los que los poseen, la percepción como ruta para la posesión del mal.

Como en ese mundo organizado en zonas superpuestas, las subterráneas, las subacuáticas y las de superficie, el cerebro actúa como una estructura jerarquizada verticalmente donde las predicciones fluyen desde las áreas corticales superiores a regiones cada vez más inferiores y las señales de error vuelven desde las zonas más profundas hacia arriba, corrigiendo la predicción. Existiría también un flujo horizontal en cada capa, completando la información con distintas entradas sensoriales y aportando información del pasado (memorias) y del futuro (predicciones). Los errores pueden tener mayor o menor credibilidad según el contexto y al final nuestro cerebro intenta minimizar la incertidumbre, conseguir que nuestro mundo cerebral sea una imagen razonable y fiable del mundo real, y afianza las predicciones que mejor encajan con las entradas sensoriales.

Pero va más allá, el cerebro también puede generar datos similares a los sensoriales por su cuenta, independientemente de la verdadera información de los sentidos. Con esa capacidad de crear mundos, nuestro encéfalo imagina, sueña y viaja tanto despierto como dormido en el tiempo y el espacio. Y esos mundos creados, que no dejan de ser modelos predictivos también, nos permiten vivir nuevas experiencias, enfrentarnos a nuestros miedos o a nuestras esperanzas en situaciones sin riesgo, tener una vida interior más rica y diversa que si fuéramos meros intérpretes de la realidad exterior.

Las percepciones pueden tener también un lado oscuro. Pueden ser aberrantes, peligrosas, injustas, pueden llevar a delirios y alucinaciones, a los ecos terribles de la esquizofrenia. Ahí, percepciones y predicciones están desenfocadas, la información creada por el cerebro está desajustada y se confunde con la real, hay «voces» internas en las que algunos encuentran la obra del mal, una presencia maligna que te pide en ocasiones hacerte daño o hacérselo a los demás. En un artículo publicado en la revista Journal of Religion and Health en 2014, M. K. Irmak planteaba la sorprendente teoría de «considerar la posibilidad de un mundo demoníaco» para explicar la esquizofrenia. Los demonios, según él, «son criaturas inteligentes e invisibles que ocupan un mundo paralelo al de la humanidad». Tienen la «habilidad para poseer y controlar las mentes y cuerpos de las humanos», en cuyo caso «la posesión demoníaca puede manifestarse en una serie de comportamientos extraños que pueden ser interpretados como un número de diferentes trastornos psicóticos». En un párrafo del artículo dice:

[…] hay similitudes entre los síntomas clínicos de la esquizofrenia y la posesión demoníaca. Síntomas comunes como las alucinaciones y los delirios pueden ser el resultado de que los demonios en la vecindad del cerebro generen los síntomas de la esquizofrenia. Delirios de la esquizofrenia como «mis sentimientos y movimientos están controlados por otros en cierta manera» y «ponen pensamientos en mi cabeza que no son míos» pueden ser pensamientos que nacen de los efectos de los demonios en el cerebro […]. Las alucinaciones auditivas expresadas como voces discutiendo una con otra y hablando al paciente en tercera persona pueden ser el resultado de la presencia de más de un demonio en el cuerpo.

Resulta sorprendente que algo así se pueda publicar en el siglo XXI en una revista internacional con revisión por pares, pero es que nuestro mundo es mucho menos racional y científico de lo que creemos. La famosa frase del poeta Paul Eluard «Hay otros mundos pero están en este, hay otras vidas pero están en ti» puede definir muy bien nuestra actividad cerebral, combinando percepciones y predicciones, mundos soñados y mundos presentes, la cruda realidad y construcciones imaginarias que existen porque tú las has creado en tu mente. Y todo eso sin necesidad de meter a los demonios por medio.

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El sillón del Diablo, conservado en el Museo de Valladolid. Fotografía: Rastrojo (CC).

Para leer más:

  • Ellis S., ter Haar G. (2004) Worlds of Power: Religious Thought and Political Practice in Africa. Hurst & Co., Londres.
  • Irmak M. K. (2014) «Schizophrenia or possession?». J Religion Health 53: 773–777.
  • Roache R. (2014) «What if schizophrenics really are possessed by demons, after all?». Practical Ethics. University of Oxford. Enlace.
  • Woolgar C. (2016) «The medieval senses were transmitters as much as receivers».  Aeon. Enlace.

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3 Comentarios

  1. Pingback: La percepción y el diablo

  2. Interesante artículo.
    Evidentemente, no hay nada mas diabólico que el conocimiento. Lo que menos le interesa a la Iglesia ( y a las clases dominantes ) es que el conocimiento, la cultura, llegue a todo el mundo, que la gente piense.
    Muy divertido eso de «instituciones diabólicas, partidos políticos incluidos».

  3. Interesante. La postura es similar a la que tenía, y las historias me enriquecieron. Gracias.

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