Ciencias

¿A quién vas a llamar si has visto a un fantasma?

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Los Cazafantasmas, 1984. Imagen: Columbia Pictures.

«Who you gonna call?». Evidentemente, no a los Cazafantasmas (y tampoco a las Cazafantasmas). De hecho, no puedes extraer ninguna lección útil de ninguna película de la historia del cine ante la cuestión «¿a quién voy a llamar si veo un fantasma?». Ni una sola. Si, acaso, Luces rojas, y con muchas comillas. Es triste, ¿verdad?

Todos los personajes de ficción reaccionan de un modo parecido ante las apariciones de espíritus: busquemos a un especialista a lo Iker Jiménez y, en caso de acudir a un científico, despachémoslo cual ignorante por su ortodoxia y su cortedad de miras. ¿Por qué Demi Moore no se suicida en Ghost cuando descubre que su novio se ha ido a vivir al otro mundo? Peor que esto es: ¿por qué casi nadie se pregunta este tipo de cosas? En este caso, pues, la respuesta no está en el cine. Y me temo que ni siquiera está en nosotros.

¿En qué debo creer?

Hay una película que, sin pretenderlo, sí ofrece una respuesta contundente frente al modo en que debemos proceder frente a un fantasma. Doce hombres sin piedad, de Sidney Lumet, habla de un jurado obcecado en la culpabilidad de un chico, a pesar de que las pruebas no son concluyentes. Pero también habla de otra cosa. De que la gente se forma opiniones de muchas formas, y no siempre esas opiniones se ajustan a la verdad de los hechos. Es decir, que los testigos oculares no son tan fiables como creemos.

De Doce hombres sin piedad, pues, podemos extraer la mejor lección del cine acerca de la epistemología de lo sobrenatural. Doce hombres sin piedad, en el fondo, aborda las diferencias entre la fe racional y la fe irracional. O entre conocimiento temporal y fe, a secas.

Por ejemplo, si profesas un fe irracional, creerás en cosas avaladas por pocas fuentes (generalmente de autoridad), que tienen cientos o miles de años de antigüedad y que son incuestionables (de hecho, cuestionarlas denota irrespetuosidad).

La fe racional, a diferencia de la irracional, es una fe saludable y necesaria, sobre todo por puro pragmatismo. Por ejemplo, creer en la existencia de Japón es un ejemplo de fe racional si nunca has visitado Japón y solo infieres su existencia por fuentes indirectas. Los datos que refrendan la existencia de Japón son amplios, contrastados, no proceden de ninguna autoridad, no son indiscutibles (puedes viajar a Japón para comprobar que no existe y publicar el hallazgo en una revista científica, por ejemplo).

Pero esto es una parodia. En realidad, la fe racional funciona de un modo mucho más sutil. Y, en ocasiones, tampoco queda meridianamente claro si estamos ante un caso de fe racional o irracional, o si bascula de un lado a otro continuamente. Un caso más complejo es el la existencia del átomo. Todos nosotros creemos en él, a pesar de que no los hemos visto más que en dibujos esquemáticos. De hecho, en general, los científicos, tampoco los han visto. ¿Estamos ante un caso de fe irracional?

De hecho, esta pregunta se la han formulado en numerosas ocasiones al físico Leon Lederman, y a ella se ha acostumbrado a responder tal y como escribe en La partícula divina:

Cuando quiero responder a esa espinosa pregunta empiezo siempre por intentar una generalización de la palabra «ver». ¿«Ve» esta página si usa gafas? ¿Y si mira una copia en microfilm? ¿Y si lo que mira es una fotocopia (robándome, pues, mis derechos de autor)? ¿Y si lee el texto en una pantalla de ordenador? Finalmente, desesperado, pregunto: «¿Ha visto usted alguna vez al papa?». «Sí, claro» es la respuesta usual. «Lo he visto por televisión.» ¡Ah!, ¿de verdad? Lo que ha visto es un haz de electrones que da en el fósforo pintado en el interior de la pantalla de cristal. Mis pruebas del átomo, o del quark, son igual de buenas. ¿Qué pruebas son esas? Las trazas de las partículas en una cámara de burbujas. En el acelerador Fermilab, un detector de tres pisos de altura que ha costado sesenta millones de dólares capta electrónicamente los «restos» de la colisión entre un protón y un antiprotón. Aquí la «prueba», el «ver», consiste en que decenas de miles de sensores generen un impulso eléctrico cuando pasa una partícula.

No te fíes ni de tu madre

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Réplica de un avión hecha con ramas. Imagen cortesía de Trilo Byte.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército estadounidense estableció bases militares en islas del Pacífico Sur. En tales islas residían nativos que nunca habían tenido contacto con la civilización. A efectos prácticos vivían tal y como lo hacían las sociedades prehistóricas.

Cuando estos nativos descubrieron a los occidentales descargando toda clase de tesoros tecnológicos desde sus aviones, no se limitaron a rascarse la cabeza, admitir que no tenían ni idea de lo que estaban viendo, y que ya era hora de ponerse a investigar sistemáticamente cómo funcionaba todo aquello. Lo que hicieron fue lo que nuestro instinto nos dicta: rellenar sus lagunas de ignorancia con mitos. Forjaron los llamados cultos cargo, creyeron que los estadounidenses eran dioses y, cuando acabó la guerra y las bases se desmantelaron, los nativos elaboraron toda clase de ritos para hacer que regresaran: movían los brazos como los controladores aéreos para que los aviones aterrizaran, concebían precarias pistas de aterrizaje, levantaban estatuas…

A día de hoy, si visitas lugares como Vanuatu, aún quedan grupos que rinden culto a esta clase de dioses. Ninguno de esos nativos ha logrado saber absolutamente nada real sobre ese militar, sobre los regalos que traía con él, sobre las leyes de la aerodinámica que hacían suspender los enormes pájaros de hierro en el cielo. Los nativos, sencillamente, no quieren admitir su desconocimiento, y como la incertidumbre resulta inquietante, se cuentan historias bonitas para apaciguarla. Probablemente, si preguntamos a uno de esos nativos si es posible conocer a sus dioses, te negarán con la cabeza.

Otro fenómeno de culto cargo sucedió con la tribu de los Yaohanen, en Papúa-Nueva Guinea, que recibió la visita en 1974 del príncipe Felipe de Edimburgo, que les colmó de regalos. Desde entonces, los nativos considerar al príncipe una deidad, y también creen que su espíritu se les aparece en mitad de la jungla para aconsejarles o mitigar sus zozobras. Aquí el grado de ridículo es todavía mayor. Pero ¿acaso no tropezamos nosotros en el mismo error cuando tratamos de interpretar fenómenos desconocidos?

Esa es la forma en la que el cine ha abordado siempre la relación del ser humano con lo sobrenatural. Y es la forma en la que nosotros abordamos muchas de las cosas que desconocemos, desde una puerta crujiendo en una noche de tormenta hasta una luz en el cielo, pasando por el origen del universo. Si no sabemos algo, lo suponemos. Si queremos saber algo, lo miramos y creemos que lo que vemos es la verdad, tanto porque consideramos que sabemos interpretarlo como porque consideramos fiables nuestros sentidos.

En realidad, las cosas funcionan exactamente al revés. Cuando aduzco mi escepticismo sobre cualquier cuestión sobrenatural, la gente suele espetarme que, claro, yo solo creo en lo que veo. Lo irónico es que son justamente ellos los que creen en lo que ven, cuando lo ven, y yo no creo ni siquiera en lo que veo.

Ser consciente de cuán imperfecto es nuestro aparato sensorial y cuántas veces la pifia es como preguntarle a un pez sobre la sensación de estar mojado. Casi todos somos víctimas de alucinaciones, pero casi nadie es consciente de ello. Es relativamente fácil que oigamos un ruido que no se ha producido. O que contemplemos un espectro en una casa encantada sencillamente porque las ondas sonoras de muy baja frecuencia han hecho vibrar anormalmente nuestro globo ocular. Richard Wiseman habla de ello en su libro Rarología al mencionar los estudios del investigador Vic Tandy:

Al escribir sobre sus experiencias en las páginas del Journal of the Society for Psychical Research, Vic especuló sobre que ciertos edificios pueden contener infrasonidos (quizás provocados por fuertes vientos al soplar a través de una ventaba abierta, o el ruido sordo del tráfico cercano) y que el extraño efecto de estas ondas de baja frecuencia puede hacer que algunas personas crean que el lugar está encantado.

Culto cargo a Felipe de Edimburgo. Imagen cortesía de Tribal Life.
Culto cargo a Felipe de Edimburgo. Imagen cortesía de Tribal Life.

Según una investigación de la Universidad de Durham, Reino Unido, las personas que ingieren mucha cafeína (el equivalente a siete tazas de café) son más propensas a tener alucinaciones, tales como escuchar voces o ver cosas que no existen. Y cuando eso le sucede a mucha gente a la vez, entonces podemos estar ante un caso de alimentación de creencias compartidas o histeria colectiva.

Tampoco hemos de olvidar, finalmente, que un gran porcentaje de los seres humanos tiene problemas mentales. Se estima que en España un 19,5% de la población ha tenido algún tipo de trastorno mental. Por consiguiente, resulta inquietante pensar en el número de creencias que han nacido de mentes enfermas, tal y como ha explicado el neurólogo David Eagleman en un libro de Michio Kaku titulado El futuro de nuestra mente:

Parece que una buena parte de los profetas, mártires y líderes de la historia padecieron epilepsia del lóbulo temporal. Pensemos en Juana de Arco, una muchacha de dieciséis años que cambió el rumbo de la Guerra de los Cien Años porque creía (y convenció de ello a los soldados franceses) que oía voces del arcángel san Miguel, santa Catalina de Alejandría, santa Margarita y san Gabriel.

De modo que hemos construido gran parte de lo que consideramos cierto, desde la existencia de fantasmas o de dioses hasta la conveniencia de comer espinacas porque tienen mucho hierro, en algo así como los tres tipos de personajes que aparecen en El rey Lear: un demente de verdad (Lear), un tipo disfrazado de loco (Edgar), un ciego (Gloucester) y un loco (Bufón).

El escéptico, o el científico, se sale del libreto shakesperiano. Porque no basa sus creencias en lo que ve y puede tocar, como diría santo Tomás, sino en lo tiene muchas fuentes confiables detrás, dichas fuentes explican la concatenación que origina el fenómeno, y, además, todo ello es replicable. Y si alguien descubre el engaño, le conceden el Nobel, amén de que inicia una revolución científica nunca vista antes en la historia.

El buen escéptico y el buen científico incluso desconfía de los científicos, porque también son falibles y pueden errar en sus percepciones, o pueden también dejarse llevar por sus miedos o ilusiones. Ver y tocar no define a la gente de ciencia, sino precisamente a los magufos: los que se creen a pies juntillas los fenómenos a los que asisten, o los fenómenos que les cuentan otros. La ciencia, afortunadamente, basa su progreso en la explicación del funcionamiento del fenómeno, y ese método funciona hasta cierto punto fuera de la mente de los científicos. Como un control automático.

Cabe aquí puntualizar que el método científico también puede verse entorpecido por factores externos. Gazapos o deshonestidades de los propios científicos, errores en los filtros a la hora de publicar trabajos académicos, intereses comerciales de los que financian determinadas investigaciones. Sin embargo, cuando un magufo usa estos argumentos para confiar en la realidad como lo hacían los adoradores de los cultos cargo, no puedo más que echarme las manos a la cabeza: no debemos añadir a la ecuación cualquier idea que pase por la cabeza del primer illuminati que pique a las puertas del edificio de la ciencia, sino que debemos enmendar la aluminosis de dicho edificio pasa precisamente por poner un portero más exigente.

El mesías del espacio exterior

Juan Carlos Campos, Tristanbraker, Nube de María, la profesora Rossana, Iker Jiménez… son muchos los que, consciente o inconscientemente, se aprovechan de las debilidades de nuestra circuitería neuronal, a saber: tendencia a construir patrones donde no los hay e invención de teorías para rebajar el grado de incertidumbre. Esta inclinación incluso se ha documentado en palomas, que incluían ritos supersticiosos para alimentarse cuando se incoporaban inputs aleatorios en su vidas. Como cultos cargo colombófilos.

Lo más inquietante es que, incluso si nuestras creencias acaban siendo pulverizadas, tenderemos a defenderlas hasta tropezar en la llamada disonancia cognitiva (albergar dos ideas contradictorias al mismo tiempo, por ejemplo una creencia y su refutación). Esta disonancia no solo tiene lugar en las personas menos formadas, sino también en las más cultas e inteligentes. E, irónicamente, cuanto más evidenciemos tal disonancia en alguien, más se enrocara en ella, sobre todo si usamos la burla o el desprecio como fórmula. No es un fenómeno que ocurra en temas sobrenaturales o políticos: los fanáticos del Mac también son conocidos por tratar a los usuarios de PC como víctimas de un engaño masivo. Y los de Samsung, tanto de lo mismo respecto a los de iPhone.

Porque, sobre todo, somos unos hachas es defendiendo lo que creemos, aunque medio segundo antes ni siquiera lo creyéramos, como describe Kathryn Schulz en su libro En defensa del error:

Por lo tanto, una manera muy buena de entusiasmarse con una teoría que acabas de expresar por pasar el rato es hacer que alguien te lleve la contraria, por ejemplo tu madre. Yo misma he pasado en cuestión de milisegundos de no definirme a mostrar gran celo utilizando esta técnica. De manera similar, un conocido me confesó en cierta ocasión que, cuando su cónyuge contradice una teoría que él acaba de maquinar, empieza a generar espontáneamente «hechos» para apoyarla, incluso cuando se da cuenta de que ella tiene razón y él no.

Yo mismo podría ser víctima de lo anteriormente expuesto. O ser un iluminado que ha padecido epilepsia del lóbulo temporal. Este artículo al completo podría formar parte de una gran conspiración para mantener a la población en la ignorancia, bien arrejuntada en Matrix. No te fíes. Como tampoco deberás fiarte de que esa luminosa figura espectral que habla lento y dice naderías sea verdaderamente un fantasma.

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23 Comentarios

  1. Perro Muchacho

    Yo me limito a aceptar que no sé lo que es y que, posiblemente, nunca lo sepa. Tal vez la ciencia en unas décadas pueda dar con una explicación que hoy en día no tiene ni en mente explorar.

    No es que me hayan sucedido muchas cosas, pero sí ha habido una que me marcó. Me marcó a mí y marcó a buena parte de mi entorno.

    Estábamos de fiesta en el pueblo de mi abuela, hicimos noche allí, de acampada, porque hace décadas que no tenemos casa en el lugar. A eso de las 12 fuimos a desayunar a la terraza del único bar, una docena de personas del pueblo de mi abuelo (donde veraneo) y varios del pueblo de mi abuela que son amigos míos. Obviamente se corrió la voz y pude saludar a varios hermanos de mi abuela, aunque yo prácticamente no les conocía, mi relación con ellos siempre fue escasa. Finalmente se me acercó una señora mayor y me preguntó si yo era el nieto de mi abuela, le dije que sí, me levanté, hice un gesto a mi hermana para que viniera y caminamos unos metros para hablar con ella.

    Supuse que sería otra hermana o familiar, más especialmente al ver un rasgo físico común de la familia. Y así fue, le dimos dos besos, nos dijo que era su hermana «mengana» y que le dijéramos a nuestra abuela, por entonces con 94 años, que la quería mucho y que no se preocupase por ella, que estaba muy bien. No le dimos más importancia, nos despedimos, se fue y volvimos a desayunar.

    Más tarde hablé por teléfono con mi madre, le comenté que esta mujer, Mengana, mandaba saludos a mi abuela y mi madre, extrañada, me dijo «no hay ninguna hermana Mengana». Además coincidía que ese día mi abuela cumplía años y que mi madre iba a verla, así que, sin más, le dije que la mujer había dicho eso (mi hermana lo confirmó) y que le dijera eso. No le dimos más vueltas.

    A los pocos días, ya todos en familia (mi abuela no fue al pueblo, por la edad no quería viajar) y comiendo, salió el tema. Le pregunté a mi madre si le había dicho lo de Mengana y mi madre, que sí, pero que mi abuela le había confirmado de mala manera que no existía ninguna hermana Mengana y zanjaron el tema. En esas que mi tío, diez años mayor que mi madre, dejó de comer y dijo «sí que existía, fue mi madrina, pero murió cuando yo tenía dos años». Y se hizo el silencio porque aquello no tenía sentido. Nunca nadie le había hablado a mi madre de esa mujer y mi propio tío lo sabía a través de una hermana de mi abuela, no por mi abuela. Pero tampoco sabían nada más.

    A partir de ahí, a la vista de que ni mi madre ni mi tío sabían, realmente, nada, de que mi abuela no quería, obviamente, decir nada y de que aquello era muy raro, decidí comentarlo con mis amigos del pueblo de mi abuela para que preguntasen a su gente mayor, a ver si sacábamos algo en claro sobre la tal Mengana.

    Dos años pasé pidiendo a esos amigos que volvieran a preguntar a padres, abuelos, etc, etc. Hasta que tuve más o menos clara la historia. Mengana, hermana menor de mi abuela, criada prácticamente por mi abuela hasta que se casó y a la que trataba como una hija, se echó un novio. Un novio con el que mi abuela estaba muy en desacuerdo al punto de que llegó a llevarse del pueblo a Mengana para llevarla al pueblo de mi abuelo. Incluso durante una feria en la que el tipo fue al pueblo de mi abuelo, mi abuela, lo echó literalmente a pedradas. Interceptaba sus cartas. Pero pese a todo, de algún modo, siguieron tratándose. Mi abuela le dijo a su hermana que si seguía con él podía olvidarse de ella, como si no fuesen hermanas, así que Mengana, se fue. Y siguió viéndole. Y se quedó embarazada. Y el tipo se llamó andanas y no quiso saber nada.

    Mengana entró en angustia, soltera y embarazada en plenos años 40… Y trató de abortar con ayuda de una especie de criada que tenían en la casa y que se ve que era curandera. Aquello fue un absoluto desastre y Mengana murió desangrada, apareció al lado del cementerio. No sabemos si trató de abortar allí con idea de enterrar lo que saliera o si la llevó la curandera con ayuda de alguien. Mi hermana incluso consiguió la partida de defunción.

    Con todo esto, más o menos, hablamos con mi abuela mi hermana y yo, al principio negaba su existencia, luego le dio curiosidad y nos preguntó detalles físicos. Yo recordaba cosas muy básicas, pero mi hermana fue capaz incluso de detallar su vestido, porque le llamó la atención la mujer por ir muy bien maquillada. Cuando detalló el vestido mi abuela se puso a llorar y simplemente dijo «es el vestido con el que la enterraron, se lo había hecho yo». Shock total.

    Mi abuela nos fue contando la historia entre lágrimas, cómo se enteró del embarazo cuando ya había muerto, cómo su hermana no se atrevió a pedirle ayuda porque ella le dijo que si seguía con ese tipo se olvidase de ella, que de haberlo sabido se la hubiera llevado con ella y ya hubieran salido adelante como fuera y que no hubiera tenido que padecer todo aquello. Se acostó y al día siguiente nos habló, nos dijo que era la vez que mejor había dormido en muchísimos años porque cada noche se acordaba de ella y rezaba, creía que estaba en el infierno y se sentía culpable ella de todo, pero que esa noche se había dormido feliz porque nos había dicho Mengana que la quería y que estaba bien. Cuando ella pensaba que su hermana murió con rencor y que estaría en el infierno. Nos pidió que le contásemos de nuevo todo y así lo hicimos, se puso a llorar, pero casi que de felicidad.

    Nos contó algunos detalles más de su hermana, cosas menores, sobre su forma de ser, sobre su gusto por maquillarse, etc, etc. Lo único que le extrañaba era que vimos a una mujer de unos 80 años cuando Mengana murió con 19. Lo único razonable que encontramos para explicar eso fue que si alguien de 19 años hubiera dicho que era hermana de nuestra abuela de 95 hubieramos pensado que estaba loca, pero que al ver una mujer mayor y siendo como eran 10 hermanos, a los que casi no conocemos (de hecho a la mitad no les he visto nunca) pues no le dimos mayor importancia.

    Hemos buscado todas las posibles respuestas. Desde que se diese la casualidad de que nos saludase una vieja con el mismo nombre que Mengana y creyésemos que había dicho que era hermana sin serlo, coincidiendo que había esta historia tapada, pero es que no hay ninguna mujer con ese nombre en el pueblo (es un pueblo de 70 habitantes) y tanto mi hermana como yo escuchamos lo mismo y ella incidió en ello. ¿Una broma de una vieja destapando viejos trapos? Pues podría ser, claro, aunque aparecimos por allí casi por sorpresa y aunque vamos todos los años varias veces, no la hemos vuelto a ver, ni nadie allí dice que le suene nadie como ella. Aparte del rasgo físico que compartían todos los hermanos y que es muy evidente. Lo descartamos. Incluso preguntamos a gente que había estado con nosotros desayunando si recordaban algo y sí, tres recordaban que mi hermana y yo nos levantamos de la mesa y nos fuimos hacia un murete a unos diez metros, pero los tres coincidían en que allí no había nadie, que pensaron que estábamos hablando entre nosotros de cualquier cosa.

    Mi hermana se lo tomó de una forma un tanto más religiosa, incluso buscó partidas de defunción y trató de encontrar al tipo que la embarazó y lo logró, pero llevaba muerto varios días. ¡Días! Después de 60 años llegó tarde por días. Fue al cementerio nada más que a pisotear su tumba e insultarle. Después dejó un ramo de flores en la casa en ruinas de mi abuela a nombre de Mengana, para ella fue como hacer un duelo.

    Yo me quedé perplejo, por supuesto, porque soy completamente incapaz de encontrarle una explicación que no se componga de demasiadas casualidades. La simple casualidad me parece excesivamente improbable y creedme, entre mis amigos de ese pueblo y yo, así como otros que conocieron la historia (normal, nos pasamos dos años sacando el tema de vez en cuando y ellos mismos fueron asistiendo a cada conocimiento) le hemos buscado todas las explicaciones posibles, incluso puramente psicológicas, como que mi hermana y yo sufriésemos una especie de delirio colectivo con respecto a una mujer que ni sabíamos que existía, un drama que ignorábamos y un nombre que ni mi propia madre sabía y al que no dimos la menor importancia. Pero no cuadra con ningún tipo de delirio conocido, ni en forma ni en fondo, de hecho hablándolo con el marido de mi hermana y varios amigos suyos, psicólogos, solamente llegan a la conclusión de que tuvo que ser casualidad. Que entendimos mal su nombre, que entendimos más su parentesco, que sus rasgos no tenían nada de particular, etc, etc, etc.

    O sea, que me quedo como estaba, creyendo que es imposible tanta casualidad y que mi hermana y yo la viviésemos a la vez. Total, que yo apuesto por creer que vi algo extraordinario, que seguramente tenga alguna explicación científica que algún día se alcance a entender, que probablemente lo que vivimos se parezca a lo que suele entenderse como un «fantasma» aunque nunca he creído en ello, ni ahora, no al menos en los fantasmas que suelen aparecer en los programas de Iker Jiménez y compañía. Que aquello fue positivo para mi abuela ya que terminó con décadas de padecimiento, así que, aunque no entienda qué pasó, tengo un recuerdo positivo de ello del que me preocupa poco tener una explicación, de hecho no creo que nadie la tenga sin que sea una milonga, unos fantasearán en base a sus creencias religiosas, místicas y demás, sostenidas en absolutamente nada que no sean invenciones, otros buscarán explicaciones racionales y como realmente cuesta encontrarlas, incluso desde la psicología o la psiquiatría, se reducirán a la casualidad o los equívocos, que ya digo, me parecen tan improbables…

    Moriré sin tener ni idea de qué pasó, al menos casi con toda seguridad. ¿A quién vas a llamar si has visto a un fantasma? Por mi experiencia, única aunque intensa, a nadie. Pero si alguna vez alguien lo explica, será la ciencia. Y de rebote, buscando alguna otra cosa.

    • JOSE ANTONIO MARTINEZMARTINEZ

      Admirado estoy de un suceso tan impactante como bien relatado. Completamente de acuerdo con las conclusiones.Un amigo de mi hermano nos contó una aparición de ese tipo. Yo también creo que algún día estos sucesos serán tan aceptados y explicados como lo es hoy la televisión, la radio o la telefonía móvil . ¿Qué opinarían los de la Edad Media de tales inventos?. Pues eso. A lo mejor no lo vemos, pero no es lógico que fenómenos tantas veces descritos no tengan una explicación física.

      • Perro Muchacho

        Gracias. Sí, yo es por lo que he optado. No soy capaz de darle una explicación racional y tampoco quiero inventarme posibles explicaciones sin mayor prueba. Simplemente viví esto, no le encuentro explicación y quizá algún día la ciencia encuentre explicaciones a este tipo de asuntos. Puede que sean explicaciones psicológicas, genéticas, neuronales, físicas… qué sé yo. Me agradaría tener una explicación tangible a lo que vi, pero es más por curiosidad científica que por otras cuestiones. Saludos.

    • Buenos días y por aclare lo siguiente: «Y así fue, le dimos dos besos, nos dijo que era su hermana».
      Gracias.

      • Perro Muchacho

        Pues eso, la saludamos con dos besos como a una persona cercana cualquiera y nos explicó quién era, su hermana, hermana de mi abuela. Ya le digo que mi relación con los hermanos de mi abuela fue muy ocasional porque vivíamos a 400 Km del pueblo y veraneábamos en el pueblo de mi abuelo y no en el de ella, que no está lejos, a unos 10 km, pero apenas íbamos, solamente a uno de sus hermanos le veía más o menos a menudo porque emigraron al mismo sitio que mi abuela, a otro par los veía alguna vez cada varios años y a otros nunca los vi, así que es común que cuando te topas con un familiar te expliquen su relación contigo. En fin, que la saludamos y nos explicó quién era como si fuese una persona más, no le dimos mayor importancia.

    • bender rodriguez

      Bonita historia, gracias por compartirla!. ¿ Quizás algún mecanismo (y sería tan inquietante, sofisticado o hermoso como la propia posibilidad de un fantasma) os hizo desarrollar toda esta trama para tranquilizar a vuestra abuela, a partir de datos sueltos que fuisteis recopilando inconscientemente sobre esta historia??

    • Me ha encantado lo que cuentas. Yo no soy católico ni me asocio a ninguna religión, pero si es cierto que creo que hay algo que no podemos explicar todavía con la ciencia de hoy en día.
      En un futuro no muy lejano, seguro que todos estos fenómenos tan extraños pueden ser descifrados e incluso podremos saber que hay después de la muerte.

      Un saludo

  2. Gracias Perro muchacho, tu historia me ha hecho llorar y al mismo creer que lo que ya creo en lo más profundo de mi corazón es verdad.
    Yo también he visto un fantasma pero desconozco qué era lo que quería al dejarse ver.
    Ni siquiera la persona que lo vio conmigo cree que fuera un fantasma a pesar de que coincide en que no hay otra explicación.
    Pienso que hay una especie de muro, un velo en los ojos, algo que quizá sea parte de nuestra naturaleza humana, como un instinto o algo así que no nos permite ver o entender las presencias fantasmales.
    No siempre porque esas presencias, aunque en otro plano, pueden venir, «aparecer» en el nuestro.
    Y aún así, cuando eso sucede somos incapaces de verlas, lo único que hacemos es negarlas.
    Y si creemos en ellas nos tachan de locos, nadie nos cree.
    Por eso, mil gracias.
    Sé que vi un fantasma. Sentí que lo veía cuando apareció.
    Su existencia, como la de Mengana da una nueva dimensión a nuestras vidas. Nos dice : No hay muerte, no la hay. Hay muerte del cuerpo pero permanecemos, no desaparecemos nunca, no del todo.
    Por eso hagamos siempre todo con amor, hagamoslo.
    Sólo así nos salvaremos.

    • Perro Muchacho

      Gracias. Yo, realmente, después de dos años persiguiendo la historia, porque todo era rarísimo y quería saber qué estaba pasando, pues sí, llego a la conclusión de que lo que vimos tenía que ser lo que se entiende como un fantasma. A partir de ahí, tomándomelo como algo que sucedió, que tuvo unas consecuencias y que no puedo darle una explicación concreta, prefiero no pensar en cómo ha podido pasar, porque enseguida me topo con que no puedo explicarlo sin «inventarme» algo. Solamente acepto lo que sucedió y también que me ha marcado, porque es difícil que se mantengan las opiniones que uno tenía sobre la vida, la muerte y demás. Pero en fin, no profundizo. Por cierto, aunque la llamo «Mengana», obviamente, no es el nombre de aquella mujer, lo uso por darle anonimato al asunto. Realmente rara vez suelo contar esta historia, pero no por lo que la gente pueda pensar o dejar de pensar, simplemente no siento la necesidad y solamente si surge el tema me animo, como en este caso. Pero el nombre de «Mengana», el del pueblo, etc, queda para mí en este caso. Saludos y gracias.

  3. Por matizar el concepto: no es posible ir a Japón para comprobar que no existe. Eso es irracional. Se puede viajar a Japón y comprobar que existe. De no encontrarlo, no puedo afirmar su inexistencia.

    • Si no está donde todas las fuentes dicen que está, entonces sí que puede. Porque «Japón» el país de las fuentes (aunque luego existiese otro sito llamado «Japón», sería casualidad y no conocimiento) no existe.

  4. Felicidades por el artículo, un gran trabajo. Seguid así!

  5. Pingback: La hipótesis innecesaria de Dios, según Laplace | CONSEJOS DE SALUD

  6. Concerned Citizen

    En realidad, los materialistas-racionalistas radicales -científicos o no- tienen una creencia base, muy respetable, que sustenta su marco de referencia: que la realidad consiste únicamente en materia y energía que pueden ser medidas y descritas usando la física, la química, las matemáticas y la lógica proposicional. Que lo que no puede explicar mi ego racional, formulando ‘leyes’ y ‘teorías’ científicas, o son ‘ilusiones’ o podrá un día ser formulado en esos términos. Pienso que todo eso es muy útil, por eso soy aficionado a la divulgación científica, pero que creer que la realidad se reduce a eso es otra ilusión que se debe a que nuestra mente racional, moderna, quiere controlarlo todo pues de lo contrario nos sentimos inseguros, de tan ‘racionales’ que nos hemos vuelto.

  7. Ana María

    Lamento que no crea. Usted se lo pierde

  8. De profetas:

    «…En todo hombre dormita un profeta, y cuando se despierta hay un poco más de mal en el mundo… La locura de predicar está tan anclada en nosotros que emerge de profundidades desconocidas al instinto de conservación. Cada uno espera su momento para proponer algo: no importa el qué. Tiene una voz: eso basta. Pagamos caro no ser sordos ni mudos…»

    Tirano o mártir:

    «… El fanático es incorruptible: si mata por una idea, puede igualmente hacerse matar por ella; en los dos casos, tirano o mártir, es un monstruo. No hay seres más peligrosos que los que han sufrido por una creencia: los grandes perseguidores se reclutan entre los mártires a los que no se ha cortado la cabeza…»

    Emile Cioran, Breviario de Podredumbre (1949)

  9. Pingback: La hipótesis innecesaria de Dios, según Laplace – BBTnews

  10. Hortensia

    Estoy de acuerdo con Concerned Citizen. Algo muy habitual en las teorías conspirativas, por ejemplo, es que el que las cree admite como prueba todo lo que avala su teoría de base, pero rechaza todas las evidencias en contra. Tu artículo, Sergio, es muy bueno, muy racional, pero cada vez creo más que, en el fondo, todos, incluidos los racionalistas escépticos hacemos lo mismo. Admitimos aquello que encaja con nuestra teoría base previa y rechazamos lo demás. Yo no admito ni niego nada. No he tenido una experiencia como la de Muchacho Perro (gracias por compartirla), sino «experiencias» menos concretas y mucho más subjetivas, que no «probarían» nada fuera de mis ganas de creer en algo. Puede haber otras leyes que las físicas, por ejemplo, leyes universales que establezcan que un comportamiento determinado o una forma de vida concreta llevará necesariamente a un resultado determinado. O muchas otras dimensiones no captables por los sentidos de esta. En cualquier caso, creo que el racionalismo negador es tan dogmático como cualquier otra creencia ortodoxa. Y algo que yo encuentro que se repite una y otra vez es que la mejor forma de saber que ando está equivocado es creer que es la única verdad. Y eso es aplicable también al ateísmo, el racionalismo o como se quiera llamar.

  11. Está genial este artículo, cada vez ando más enganchado a esta web!

    Felicidades por el gran trabajo :)

  12. Forocoches Community Manager

    La historia de Mengana está demasiado bien narrada para ser un comentario de un lector. No resulta nada espontánea.

    • Sheriff Carbonell

      ¡JAJAJAJA…! Mire, voy a contestarle como si de verdad fuera usted el Community Manager De Forocoches: El nivel de Jot Down no es comparable al de ese sumidero. Seguramente, ahí esté la explicación a su «perplejidad».

  13. El miundo racional limita con el irracional. .Pero éste último no es algo irreal sino que existe en la imaginación, en el arte, en la religión, en las mitologías, en el amor…Es decir,pertenece a la realidad del mundo de la imaginación, la libre configuración que armamos por diversión o,porque queremos expresar algo que dicho a secas no «suena» tan bien como en el mundo loco que podemos crear Si alguien quiere incluir una mitología que nos explique el mundo o algún hecho particular extraordinario y suene «bien»o «divertido» o «proyectado» a otra realidad que sería divertido o trascendente que existiera. Y que, por lo tanto, existe. Como un anhelo..

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