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El deportista a seguir: cinco nombres para 2017

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Julian Weigl celebrando un gol ante ante el Sporting Clube de Portugal, 2016. Foto Cordon.

A Pulp le daba algo parecido al vértigo llegar al año 2000 y Prince soñaba con fiestas que fueran una eterna Nochevieja de 1999, así que de lo viejos que nos sentimos en 2017 mejor ni hablamos. Pasan los números y se repiten las tradiciones: el repaso de lo que fue y las promesas que apuntan alto. Al principio, esas promesas eran justo mayores que nosotros, un camino a seguir; después, empezaron a ser de nuestra edad, señal de estancamiento… y a partir de ahí un lento declinar que le lleva a uno a escribir sobre chicos que podrían ser, sin exageraciones, sus hijos.

Con todo, hay siempre en esa juventud una forma de esperanza. La ilusión de que algo cambie y aparezca alguien dispuesto a revolucionar el statu quo deportivo, que lleva años un poco estancado —Messi, Cristiano Ronaldo, LeBron James, Michael Phelps, Chris Froome, los mismos cuatro de siempre en el circuito ATP…— y que necesita urgentemente un relevo generacional. La generación de la década de los noventa va dejando pasar temporadas y llegará un momento en el que no le quede más que la nostalgia. Aquí les presentamos cinco nombres que pueden romper la atonía en sus disciplinas este año:

Giannis Antetokounmpo, el secreto mejor guardado de la NBA

A los dieciocho años, Antetokounmpo, el hombre de grafía imposible, firmó por el CAI de Zaragoza. Era un buen jugador, algo alto para su posición de base-escolta y uno de los mejores proyectos europeos. El griego llegó a posar con la camiseta de su nuevo club y se despidió de su modestísimo equipo local, el Filathilikos. Ahora bien, su agente tuvo la pericia de incluir la cláusula habitual para proyectos de este tipo: una cantidad cercana al millón si quería irse a la NBA o a un equipo puntero de la Euroliga.

El sueño parecía un poco exagerado, incluso para una liga que absorbe talento extranjero en cantidades industriales, pero de repente todo cambió en la vida y el físico de Antetokounmpo. En poco más de un año creció diez centímetros y se plantó en 2,05 sin perder su dominio habitual del balón ni su visión de juego. Empezó a aparecer en las convocatorias de la selección griega, como jugador marginal, y los Milwaukee Bucks se interesaron en él hasta el punto de elegirlo en primera ronda del Draft.

Para cuando Antetokounmpo llegó a Wisconsin ya medía 2,11 y tenía una envergadura de brazos superior a los 2,30.

Desde entonces, la progresión del griego ha sido espectacular. Si hay un jugador del futuro, ese jugador es él. En una liga que vive el esplendor de los Westbrook, Harden, Davis, James, Durant o Curry, pocos se fijan en esta joya que cada año se supera. Con solo veintidós años lidera a su equipo en puntos, rebotes, asistencias, tapones y robos de balón, algo que solo ha hecho un jugador en toda la historia: LeBron, con los Cavaliers, en 2009.

Su juventud es insultante, casi tanto como su versatilidad y su capacidad de mejora. Atléticamente es insuperable: su salto recuerda al de un Larry Nance, sus brazos pueden cortar o entorpecer cualquier pase y su elasticidad sorprende dada su altura. Jason Kidd lleva varios meses intentando hacerle jugar de base, pero lo cierto es que aún no maneja bien esa posición. Por supuesto, puede irse al triple doble con cierta facilidad, pero su bote sigue siendo parsimonioso, más preocupado de defender el manejo que de atacar al rival y su lectura del juego estático sería maravillosa para un ala-pivot pero es deficiente para un base que debe organizar el juego.

A su entrenador parece no importarle, como no importa perder dinero los primeros meses en un negocio que sabes que tarde o temprano dará grandes beneficios. Puede que Antetokounmpo no sea ahora mismo el mejor jugador de la NBA, pero de entre los jóvenes talentos es el que más ilusiona, precisamente por lo que tiene aún de joya oculta. Veremos cómo se le dan los veranos con Grecia. En Europa no hemos visto nunca un jugador así.

Max Verstappen, la arrogancia de los campeones

De repente, uno se va a la Wikipedia, descubre que Max Verstappen acaba de cumplir diecinueve años y tiene que mirar la fecha dos veces porque no parece posible. Aún está caliente su enfrentamiento con Carlos Sainz Jr., cuando el hijo por excelencia del automovilismo español protestaba por un supuesto trato de favor a su compañero en Toro Rosso. Igual había motivos para ello: a los diecisiete años, el piloto más joven de la historia, el holandés consiguíó acabar séptimo en su segunda carrera como profesional. Desde entonces, todo ha ido en la dirección correcta.

Aquel año de Toro Rosso, en el que consiguió cuarenta y nueve puntos y dos cuartos puestos con un coche mediocre, le valió el salto «al primer equipo», es decir, a Red Bull Racing, la casa madre, aunque fuera con la temporada iniciada. En plena reconstrucción tras la marcha de Sebastian Vettel a Ferrari y el fiasco de Daniil Kviat, Verstappen entró como un vendaval en la escudería, imponiendo su carácter y su ambición desde el principio. Hijo también de una leyenda del automovilismo holandés, Jos Verstappen, Max traía fama de problemático y demasiado agresivo en su conducción. La combinación perfecta para un campeón de la velocidad.

De él se esperaba una segunda temporada tranquila, de formación al más alto nivel, de aprender de errores y ese largo etcétera condescendiente. Nada más lejos de la realidad: Verstappen ha sido el único que ha plantado cara de verdad —dentro de lo posible, claro— a la tiranía de Mercedes. La primera carrera que disputó con un coche decente la ganó. Tenía dieciocho años y asaltaba así un nuevo récord de precocidad.

Desde entonces, y sin grandes polémicas de por medio, Verstappen ha sumado otros seis podios y ha acabado el año en un engañoso quinto lugar. De haber disputado las cuatro primeras carreras, probablemente habría terminado tercero, por delante de su compañero Ricciardo y de un perdidísimo Vettel. Algunos rumores le han colocado en Mercedes para el año que viene como compañero de Hamilton, pero eso sería un suicidio para la competición: necesitamos un Verstappen que dé guerra a los coches alemanes.

Además, la convivencia con Hamilton sería demasiado parecida a la que vivieron el británico y Alonso allá por 2007 aunque esta vez con los roles cambiados. De hecho, hay mucho de Hamilton en Verstappen. Ese talento puro, esa conducción fina, esa arrogancia de niño con el que nadie cuenta pero que se va a comer el mundo. En la Fórmula 1, por supuesto, todo depende de qué coche te toque, pero a poco que Verstappen elija mejor que el asturiano, su carrera tiene una pinta estupenda.

Alexander Zverev, en el nombre de Mischa

En 1991, la familia Zverev se mudó de Moscú a Alemania aprovechando el derrumbamiento del régimen soviético y las nuevas oportunidades que se abrían en Europa central. Por entonces, Mischa tenía cuatro años y un padre que había coqueteado con el profesionalismo, a la sombra de Alexander Volkov y el jovencísimo Yevgeni Kafelnikov. La pasión del padre por el tenis caló en el hijo, como tantas veces sucede, a veces para mal y a veces para bien.

Mischa se hizo pronto un sitio en este tipo de galerías de jóvenes promesas y en 2009, con apenas veintiún años, llegó a colarse entre los cincuenta primeros del ranking ATP gracias a un servicio demoledor. Sin embargo, ahí quedó estancada su carrera: lesión tras lesión, Zverev se fue convirtiendo en un juguete roto que solo en el tramo final de la pasada temporada consiguió reencontrarse con el posadolescente que soñaba con plantar cara a los grandes del circuito.

Su ascenso en los rankings coincidió precisamente con la eclosión de su hermano Alexander, también conocido como «Sasha». Alexander nació en Alemania y siempre ha vivido ahí aunque el apellido recuerde sus orígenes a todo el mundo. Pelo largo al vuelo y cara de niño, se da un aire físicamente al joven Gustavo Kuerten y su trayectoria parece tan meteórica como la del brasileño.

Después de un 2015 donde despuntó en los torneos challengers con alguna incursión más o menos afortunada en el circuito ATP, Zverev, a sus diecinueve años, viene de completar una temporada espectacular para un adolescente. Empezó el número 83 del ranking, estuvo a punto de derrotar a Nadal en Indian Wells, cosechó un montón de derrotas agónicas, dolorosas, ante grandes rivales y ahí aprendió a competir sin atajos.

Pese a que su paso adelante en los torneos grandes aún está por dar, lo cierto es que Sasha ha acabado la temporada el número 23 del mundo cuando aún no ha cumplido los veinte años. Si sirve de referencia, los últimos en haber terminado una temporada entre los veinte primeros de la ATP como adolescentes (en la interpretación anglosajona del término teenager) fueron Murray y Djokovic en 2006.

En un deporte que es muy proclive a «amagar y no dar» y tras la tristísima experiencia de Grigor Dimitrov, es pronto para encumbrar ya a Zverev como número uno del futuro. Lo que está claro, en cualquier caso, es que esta temporada será muy importante en su devenir. ¿Se estancará o asaltará definitivamente el top ten? Probablemente, podamos hacer una primera valoración de sus aspiraciones inmediatas después de verle jugar este mes en Australia.

Fernando Gaviria y la generación del 92

Si el tenis se presta a pocas revoluciones, ¿qué decir del ciclismo, donde Froome sigue ganando tranquilamente el Tour a los treinta y dos años y Valverde, con treinta y seis, es capaz de competir en las tres grandes sin síntomas de fatiga? Al menos, Purito, camino de los treinta y ocho, decidió retirarse este invierno tras muchas tentaciones, pese a haber terminado séptimo en el Tour de Francia.

Con todo, el relevo se lleva cociendo a fuego lento desde hace unos años, gracias sobre todo a la generación del noventa, la de Nairo Quintana —ganador de Giro y Vuelta—, Romain Bardet —segundo en Francia el pasado año—, Fabio Aru —ganador de la Vuelta de 2015— y Thibaut Pinot, la eterna promesa francesa que se vino abajo en 2016 tras un excelente comienzo de temporada. Por encima de todos, aunque lejos de las clasificaciones generales porque aún no le ha dado por ahí, el más insigne del grupo: Peter Sagan, uno de esos fueras de serie que surgen cada quince años y que compensan con su presencia cualquier competición.

Lo bueno es que, detrás de esta generación de los noventa, hay más donde rascar: tres corredores nacidos en 1992, de condiciones y talentos muy distintos, y un cuarto, nacido en 1994, que ha impresionado en su segundo año como profesional. El más conocido de todos probablemente sea Adam Yates, cuarto clasificado en el pasado Tour y ganador de la Clásica de San Sebastián de 2015. Se trata del típico escalador ágil, explosivo pero aún carente de consistencia. De él se lleva hablando maravillas desde hace años, como de su hermano Simon, que ha aprovechado 2016 para tener sus primeros problemas con el dopaje cuando aún no ha cumplido ni veinticinco años.

Si Yates es la regularidad y la montaña, Julien Alaphilippe es una especie de Valverde con menos palmarés que el murciano a su edad. Los dos comparten una voracidad por ganar en cualquier terreno: no es el mejor sprinter, ni el mejor clasicómano ni se le puede considerar escalador… pero compite con los mejores en todos los terrenos. En su contra, hay que decir que sus lecturas de carrera son aún mejorables. Probablemente, sería campeón olímpico en este momento si no hubiera corrido tan mal en Río de Janeiro.

También de veinticuatro años, Alaphilippe acumula puestos de honor en todo tipo de pruebas: segundo en Lieja, dos veces segundo en la Flecha-Valona, cuarto en los citados Juegos de Río, sexto en el pasado Dauphiné y a la vez capaz de quedar entre los diez primeros en cuatro etapas del pasado Tour de Francia. Queda, por supuesto, el paso adelante, el que le lleva a uno del tercer o cuarto puesto al primero indiscutible. Su punta de velocidad es envidiable como lo es su capacidad para demarrar cuesta arriba. Un hombre muy a tener en cuenta en clásicas y vueltas de una semana.

El tercero del 92 que hemos seleccionado es Bob Jungels. Del luxemburgués sabíamos que era un buen contrarrelojista y un excelente rodador, con suficiente inteligencia y velocidad como para colarse entre los diez primeros de cualquier etapa competida. Lo que no esperábamos era su progresión como vueltómano de este año: en la Tirreno acabó tercero y en el Giro acabó sexto pese a la habitual ración de alta montaña. Hasta seis veces acabó una etapa entre los diez primeros de la clasificación.

Y ya que hemos mencionado a un escalador, a un todoterreno y a un contrarrelojista, queda hacer referencia al que todos consideran el sprinter del futuro: el colombiano Fernando Gaviria. De Gaviria impresiona, sobre todo, su edad: apenas veintidós años y un palmarés que no está nada mal: vencedor de la París-Tours en una exhibición de potencia, segundo en el Piamonte y ganador de etapa en la Tirreno y en San Luis, el colombiano parece otro de esos elegidos destinado a ganar todo lo que se proponga a poco que aprenda a colocarse mejor en las llegadas, cosa que puede suceder este mismo año.

Julian Weigl, el metrónomo del equipo imposible

De Julian Weigl se dice que es el nuevo Busquets. Puede que la comparación le quede grande porque hablamos de un hombre que ha ganado tres Champions, un Mundial y una Eurocopa, pero ambos tienen algo en común: una tranquilidad impropia de su edad y de su posición en el campo. Normalmente, incluso al más talentoso de los futbolistas le cuesta un tiempo adaptarse al juego y sus matices. Hay excepciones, por supuesto, y Weigl parece una de ellas.

A sus veintiún años, Weigl lleva ya dos temporadas dirigiendo el rumbo frenético del Borussia de Dortmund, probablemente el equipo más imprevisible del fútbol europeo y sin duda uno de los más ofensivos. Weigl ha sido, junto a Aubameyang, la pieza a la que se ha agarrado Thomas Tuchel para reformar el equipo tras la marcha de Jurgen Klopp. No es poca responsabilidad, desde luego, pero el chico ha respondido desde el principio: fijo en las exitosas selecciones inferiores de Alemania, llegó a ser convocado por Löw para la Eurocopa de 2016, aunque la presencia de Kroos, Khedira y Schweinsteiger le relegó a un segundísimo plano. Weigl no es un hombre de highlights ni de goles imposibles. De hecho, en ciento cinco partidos como profesional solo ha marcado uno, esta misma temporada, ante el Sporting de Lisboa.

De nuevo, el paralelismo con Busquets está servido.

En tiempos de Pogbas y Vidales, de idas y vueltas y de centrocampistas poderosos, Weigl representa la calma, el metrónomo, la necesidad de acelerar en ocasiones y frenar en otras, aun dentro de una orquesta con tendencia a la dispersión. No han tardado los medios en vincularle a los equipos más grandes del continente: el Madrid, el Barcelona, el City… No nos equivoquemos, de salir de Dortmund lo más normal es que coja el vuelo rumbo a Munich, como toda figura de la Bundesliga, quizá para juntarse con la otra gran promesa del fútbol alemán: Joshua Kimmich.

Con ese flequillo rebelde y esa cara de niño, parece un jugador mucho más frágil de lo que realmente es. En ocasiones, por ponerle una pega, se ausenta un poco de los partidos, como si la cosa no fuera con él. Es una característica muy del Borussia de Dortmund, por otro lado, capaz de irse 0-3 al descanso y acabar empatando mientras pide la hora o viceversa. En cuanto lo solucione, Alemania tendrá centrocampista para una década.

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5 Comentarios

  1. Pingback: El deportista a seguir: cinco nombres para 2017 – Jot Down Cultural Magazine | BRASIL S.A

  2. Antetokounmpo va a ser muy dominante, pero ojo con Embiid si le respetan las lesiones. Ambos tienen pintaza. Pero aquí pasa como con Anthony Davis, en la NBA puedes ser una megaestrella y perder 70 partidos al año, cosa que en cualquier otro deporte te convierte en mediocre.
    En tenis, veo más probable que sea el año de Thiem o Goffin que el de Zverev.

  3. Hombre yo solo sigo la nba y el ciclismo de estos deportes, y la verdad que no arriesgas nada con los deportistas que mencionas. Más que promesas, son ya grandes competidores a los que les falta el último pasito para ser realmente estrellas. Gaviria por ejemplo, era uno de los grandes favoritos en el mundial, aunque luego pasó lo que pasó.

  4. Rebaque HR100

    El apartado dedicado a Verstappen tiene más errores de apreciación que mi examen de Derecho Procesal I del siglo pasado.

    Red Bull no estaba en plena reconstrucción por la marcha de Vettel a Ferrari (vapuelado por Ricciardo en su último año) sino por la falta de competitividad del motor Renault frente al todopoderoso híbrido de Mercedes.
    Jos no es una «leyenda del automovilismo holandés». Es un piloto holandés que corrió en F1, que fue compañero de Schumacher y que vio como su coche se incendiaba en una para en boxes, lo que es una de las imágenes más espectaculares y famosas de la F1 de los 90.
    Traer «fama de problemático y demasiado agresivo en su conducción» no es una «combinación perfecta para un campeón de velocidad». Más bien es todo lo contrario. Los grandes ases del motor sólo son agresivos cuando deben serlo que es pocas veces. Para ser rápido, hay que ser preciso, no necesariamente fino pero sí preciso. La «agresividad» como característica primaria no te da títulos. Sí te da alguna batalla, y el amor de los fans, pero nunca títulos. Un ejemplo muy claro de esto es Gilles Villenueve.
    De Max no se esperaba una «temporada tranquila». Era un hype ya en Fórmula 3. Siempre ha levantado grandes expectativas.
    El Red Bull no es un «coche decente». Los que saben te dirán que es el mejor chasis de la parrilla. Y Max ganó en Montmeló porque los dos Mercedes chocaron entre ellos en la primera vuelta, entre otras cosas.
    No por escribirlo va a ser verdad. Max sí ha tenido unas cuantas polémicas de por medio. De hecho, ha sido el piloto de la parrilla más polémico de 2017, con varias maniobras al límite y con airadas declaraciones sobre él de Raikkonen y Vettel. Además, hasta ha habido un cambio de reglas «a la carta» por sus imaginativas estrategias defensivas.
    Para el asiento de Mercedes ha habido rumores para todos los gustos pero, precisamente, el de Verstappen no está ni en el top 5 de importancia. Él hizo un chiste sobre ello nada más conocerse la retirada de Rosberg, prueba inequívoca de que ese río no llevaba agua.
    La conclusión sí es inapelable. Tiene un gran futuro por delante pero, como ha dicho otro compañero ahí arriba, no es arriesgar mucho decir esto en 2017. Ni en 2016. Ni en 2015.
    Sería más interesante que hablaras de Ocon, de Giovinazzi, de Gassly, de Leclerc, incluso de Wehrlein. No quiero pecar de presuntuoso pero tengo toda la sensación de que no sabes quién es ninguno de ellos y eso que dos ya han llegado a la F1

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