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La espada en la piedra

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Fotografía: Adrian Michael (CC).

Espadas legendarias, espadas mágicas, espadas de héroes y reyes, espadas. Relacionadas con lo vertical y lo horizontal, con la vida y la muerte y con la trascendencia por la dureza de su acero. En la Edad Media simbolizarán el espíritu o la palabra de Dios y como cualquier ser vivo recibirán un nombre: Tizona, Zulfiqar, Joyeuse… Y de entre esas espadas famosas, hay quizá una que sobresale por encima de todas ellas, la espada del rey Arturo. O espadas, mejor dicho, porque en las leyendas artúricas se entremezclan Excalibur y Caledwlch. La primera es la espada casi mágica forjada por Merlín o por la Dama del Lago (según versiones) que será entregada a Arturo; la segunda, Caledwlch, la espada que el padre de Arturo, Uther Pendragon, clavará en una roca antes de su muerte y que gracias a Merlín y a un encantamiento quedará ligada al destino de Arturo, de tal forma que, cuando consiga sacarla de la piedra ante la admiración de los presentes, demostrará su regio linaje.

Creo que todos tenemos nuestro propio rey Arturo. Es casi imposible no tenerlo teniendo en cuenta la cantidad de poemas, libros y películas sobre su figura. Mi primer recuerdo del rey Arturo es de una película, pero no de Los caballeros del rey Arturo de Thorpe, ni del Lancelot de Bresson, ni siquiera del Excalibur de Boorman. Mi primer recuerdo de Arturo es de La espada en la piedra de Disney y mi rey Arturo es apenas un adolescente desgarbado y patoso, vestido con un sayo marrón, que es capaz de sacar una espada casi tan grande como él de una roca. A este recuerdo contribuyó el libro, también de Disney y también de dibujos. Aquellos libros de cómics que en las infancias sin VHS eran la única forma de ver las películas una y otra vez, aunque fuera a cámara lenta.

No me consta que Arturo fuera italiano. Tampoco tengo ningún dato que me lleve a pensar que Merlín fuera calabrés o Morgana de Turín. ¿Pero qué pensarían si les digo que Caledwlch, la famosa espada de la piedra, era y es italiana? La espada que Arturo sacó de la roca está en la Toscana y realmente Arturo no la sacó nunca, porque sigue clavada en una piedra cercana a la localidad de Chiusdino desde hace casi novecientos años. Chiusdino está en esa Toscana que no aparece en los folletos de los turoperadores ni de las agencias de viajes. Es la Toscana meridional, esa que queda debajo de Siena y en la que pocos turistas, al menos españoles, se aventuran; la Toscana de las colinas Metalíferas, repleta de bosques, valles, montañas de mármol y playas de arena blanca infinita, también conocida como «Toscana de la fe» por las muchas abadías, eremitorios e iglesias medievales que esconde. Y justo con la fe tiene que ver nuestra espada. Les he dicho que era de Arturo y, bueno, quizá les he engañado un poco. La espada de Chiusdino realmente perteneció a Galgano Guidotti, quien sería conocido más tarde como san Galgano.

¿Pero quién era Galgano Guidotti? Su vida se mezcla con la leyenda. De él sabemos que debió nacer entre 1148/1152 en el mismo Chiusdino. Hijo de Guidotto y Dionisia, pertenecientes a una familia noble de la región. Se cuenta que fue un hijo muy deseado y que su concepción y nacimiento se debieron a la intervención del mismísimo arcángel san Miguel, el guerrero del Señor, del cual su madre era muy devota. En 1115, con la muerte de Matilde de Canosa, su potente estado feudal comenzaría a hacerse trizas y la Toscana estaba inmersa, como otras regiones italianas, en las luchas de varias familias poderosas por hacerse con los suculentos despojos. En tales circunstancias y con san Miguel como protector no es de extrañar que un noble como Galgano deviniera caballero. Un caballero soberbio y altivo que se dedicó a la guerra, los placeres de la carne y todo tipo de excesos con fruición, nocturnidad y alevosía. Galgano, por lo que cuentan los hagiógrafos, debió de ser una buena pieza. ¿Que cómo llegó una niñato consentido de la época a santo? No es tan raro. Echen un vistazo a la vida de san Agustín de Hipona antes de su conversión o a la del celebrado san Francisco de Asís. El asunto era, por lo visto, bastante común.

En el caso de Galgano su conversión comienza cuando a sus veinte años se le aparece en sueños su protector, san Miguel: «Galgano, te estás echando a perder», suponemos que le diría entre otras cosas. En uno de esos sueños cuenta la leyenda que san Miguel le llevó a un lugar que el joven reconoció como Montesiepi, cercano a Chiusdino, donde, en una choza circular en cuyo techo se aparecía el mismísimo Señor, se reunían los doce apóstoles. Tras este viaje onírico Galgano se transforma. Todo su empeño consiste en acudir a Montesiepi y construir un oratorio. Para ello pide ayuda a su madre, la devota de san Miguel, pero Dionisia no está por la labor. Una cosa es ser devota de poner velas en la iglesia y otra retirarse a una colina a orar, hacer penitencia y comer berros del río. La negativa y oposición de su madre no serán un obstáculo para él. Se marchará solo a la colina de Montesiepi donde construirá una especie de cabaña que convertirá en su eremitorio. Allí, en una roca, una mañana de Navidad de 1180 clavará su espada en una piedra, a modo de cruz, para dejar bien claro que abandona su anterior vida de lujuria y pendencias. Este es el único milagro que san Galgano obró en vida, clavar en una roca su espada como si de mantequilla se tratara. Y ahí sigue la espada, en el mismo lugar, en la misma piedra. Galgano murió en 1181 ya con aura santidad y en 1182 comenzó a construirse un oratorio sobre su cabaña, la misma que le había servido como enterramiento. Cuatro años más tarde sería canonizado.

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Fotografía: Fabrizio Sciami (CC).

Hoy, ese lugar conocido como Rotonda o Eremo de Montesiepi es el que aloja la espada santa. Se trata de un templo románico, circular, como el lugar que se le apareció a san Galgano en sueños, y que destaca por el colorido contraste entre el mármol de travertino y el ladrillo rojo. Esa bicromía queda aún más patente en el interior. Una cúpula semiesférica formada por anillos concéntricos de ambos colores otorga al lugar un poder casi hipnótico. Esa cúpula es la que ha protegido la espada por novecientos años, hasta 1992, año en el que un turista, queriendo emular al rey Arturo, partió el arma al intentar sacarla. Se reparó y desde entonces está tapada por una cubierta transparente. En la rotonda también es posible visitar una capilla del siglo XIV decorada con frescos de Lorenzetti, el fantástico pintor que decoró el Palacio Comunal de Siena. Aunque muy deteriorados, todavía asoma una anunciación y algunas escenas de la vida de san Galgano.

Cuando la comunidad de religiosos que se hacía cargo del culto al santo en el eremitorio creció, comenzó a construirse en el llano colindante, en 1218, la que sería la primera abadía cisterciense de Italia y uno de los mejores ejemplos del gótico italiano. Claramente influenciada por Citeaux, la iglesia abacial, consagrada en 1288, presenta planta de cruz latina con tres naves rematadas por un ábside recto con rosetón. Del resto del complejo monástico queda en pie la sala capitular, el scriptorium, los dormitorios y parte del claustro. Y es que la abadía de san Galgano es hoy una ruina de la que apenas se conservan los muros. Una ruina bellísima que comenzó a gestarse con su decadencia en el siglo XIV debido a la peste y que se completó en 1781 con el desmontaje y venta de la cubierta de la iglesia. En 1789 fue finalmente desconsagrada y abandonada. Sin embargo, en esos muros desnudos todavía se atisba el poder y la influencia de esta abadía que gozó de grandes privilegios y concesiones, lo que la convirtió en la más importante del Císter en la Toscana en el siglo XIII. En este auge influyó notablemente la fama del santo caballero. Fama que llegó hasta el Mont Saint Michel, donde los caballeros italianos comenzaron a rendirle culto. Y es que eso fue san Galgano, un santo con el que se identificaron los caballeros europeos, tan numerosos y tan ajetreados en aquella convulsa época de guerras y cruzadas.

¿Y por qué no pensar que esa espada en esa piedra es la que se insertó en los mitos artúricos como en la roca que la contiene? Eso es justo es lo que yo pensé mientras tomaba un vino este verano en el Salendo, el bar que está al lado del eremitorio. Para mi decepción no había sido la primera en pensarlo, no suelo ser demasiado original. Repasando un poco la literatura artúrica, ni en los poemas galeses conocidos como Mabinogion entre los que se encuentra el que se reconoce como primera referencia escrita a Arturo, el Gododdin, ni en la Historia de los reyes de Britania de Geoffrey de Monmouth, de 1136, aparece ninguna roca con espada clavada. Curiosamente, cuando empieza a aparecer la maravillosa espada en la piedra es en textos posteriores a la «conversión» y el milagro de san Galgano. ¿Quizá los cruzados que iban y volvían de Tierra Santa visitaron Montesiepi y se llevaron en el recuerdo aquella imagen? Pues no lo sé, pero me gusta pensar que un trocito de esta Toscana pudo acabar formando parte del ciclo artúrico, tan celta, tan bretón, tan importante en la cultura y la narrativa europeas.

Sea o no la espada de Montesiepi «artúrica» la visita es obligada. Y no solo Montesiepi, claro. Ya les he dicho que hay toda una Toscana «invisible» que descubrir. Visiten Pienza, paren en Montalcino a comprar vino Brunello. Recorran Montepulciano antes de comer en La Grotta, justo enfrente del santuario de la Madonna di San Biagio, obra de Sangallo el Viejo; prueben el vino nobile y, por favor, compren pecorino en el caseificio de Silvana Cugusi, famoso entre los amantes del queso de toda Italia. De camino a la costa de la Maremma y sus playas de arena blanca hay que hacer un alto en Massa Marittima, pequeña localidad en absoluto marítima pero coronada por una catedral románica del siglo XIII que es una auténtica joya. Más al sur y en la costa se encuentra Castiglione della Pescaia, este sí pueblo marinero, y más mar, más playas y las pequeñas islas toscanas. Y hacia el interior, Saturnia y sus aguas sulfurosas, y la bella Pitigliano, la Pequeña Jesuralén, famosa por su barrio judío, su vino blanco y la piedra toba donde se asienta la ciudad. La abadía de Sant’ Antimo, la abadía de San Salvatore, las ruinas del monasterio de Santa María all’ Alberese… ya les dije que estamos en la Toscana de la fe y son muchos los lugares y los kilómetros. Recórranlos, disfruten del vino, del queso, de los pici, de la ribollita, de la sopa de ceci y los embutidos. Y cuando visiten San Galgano y vean la espada en la piedra, acuérdense de Arturo, de su propio rey Arturo, mientras toman un vino en el Salendo.

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5 Comentarios

  1. Pingback: La espada en la piedra – Jot Down Cultural Magazine | METAMORFASE

  2. Que digo yo que...

    …. esa espada que un cafre rompió haciendo el idem y pegaron con cianocrilato…

  3. Creo recordar que la película de Disney se llamó en España «Merlín, el encantador». La vi de niño y también leí el libro de dibujos que cita el autor, de la colección «Películas». Disfruté un montón en una infancia sin VHS ni videojuegos, sólo una TV en blanco y negro.

  4. Pingback: Guía de lugares legendarios para turistas utópicos – El Sol Revista de Prensa

  5. ¡Gracias!

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