Arte y Letras Historia

Eva, ¿qué viste en Adolf?

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Eva Braun ca. 1930. Fotografía: Cordon Press.

Quienquiera que haya pisado el aula de un colegio sabrá de la atracción que causan los malotes. Chicos agresivos por fuera pero delicados por dentro; chavales que protegen su sensibilidad con una coraza impenetrable. Víctimas de la sociedad en el barrio chungo que se ven obligados a traficar con medias chinas de hachís para sobrevivir en un entorno hostil y despiadado. Van en moto. Tienen movidas. Escupen por el colmillo. Chocan la mano en escorzo y le miran mal a usted, que está leyendo tranquilamente el Don Miki en un rincón del patio sin meterse con nadie. A estos tipos duros solo los dejará fuera de juego la pérdida de encanto a determinada edad. Con treinta y muchos se les va el brillo a los macarras. Pero, entre tanto, un elevado porcentaje de las masas querrá aparearse solo con malotes. Usted no tiene nada que hacer. Pajas y Don Miki, ese es su sino mientras merodeen malotes torturaditos a su alrededor.

Y eso ha sido siempre así. Mucho antes de la llegada del rap y las firmas ágrafas en los urinarios. Hasta el personaje más célebre de la historia está cortado por ese patrón. No sé si les sonará, su nombre es Adolf Hitler. Envió sus aviones a bombardear nuestro país, entre otras aventuras, pero es más conocido por poner de moda el logotipo ese que hoy se raya torpemente en los ascensores. Hitler, el Fürher, que, además de ser un malote buena parte de su vida, fue también un perdedor. Por eso durante muchos años los vencedores le han caricaturizado, mostrándonoslo como un espantajo, un individuo patético y ridículo. Pero la realidad no fue así. Lamentablemente.

Veamos las equivalencias intertemporales con aquella época y aquel lugar. Primero, su bigotillo era como cuando usted se deja mosca en el mentón. Después, la fusta de montar a caballo pues es como el anillo que usted me lleva en el dedo gordo de la mano. ¿Y la esvástica? el logotipo de un grupo molón. Lo que ocurrió es que Hitler adoptó este look para ir a los bares a criticar al Gobierno muy pronto. Fue el primero. Un trendsetter. Y el paso definitivo lo dio cuando junto a su amigo Heinrich Hoffmann revolucionó el arte de la política a través de la fotografía poniendo caritas frente al objetivo. Es decir, se montó desde que quiso ser famoso lo que ahora sería un Instagram que lo peta. Como si hoy hubiese sido el primero al que le da por poner morros de pato en un selfie. De esta manera, logró establecer un fenómeno fan de primera magnitud. También dijo que con él iba a bajar el paro y tal, pero no se engañen. Eso, como ahora, lo decían todos.

Hubo un periodista en aquella época, Nerin E. Gun, con luces y sombras. Era italoturco y estuvo trabajando en el Tercer Reich para un periódico suizo hasta que, por sus informaciones sobre el gueto de Varsovia, fue detenido por la Gestapo e internado en varias prisiones y campos de concentración, entre ellos Mauthausen y Dachau. Es decir, por motivos estrictamente periodísticos. Eso son méritos profesionales y lo demás rellenar Cuadernos Rubio. No obstante, al término de la guerra, pocos meses después de su liberación, trabajando ahora para un diario francés, el Paris Matin, fue acusado por el Vaticano de haberse inventado una entrevista al sumo pontífice que se publicó con gran escándalo; el titular decía que el papa estaba encantado con los juicios de Nuremberg y deseaba: «que los culpables sean castigados rápido y sin excepciones». Más adelante, su libro sobre el asesinato de Kennedy fue prohibido y tachado por J. Edgar Hoover de «basura comunista», aunque reseñas posteriores son aún más duras y dicen que el trabajo falla más que una escopeta de feria. Y de todo esto se hace eco Heike B. Görtemaker, autora del último libro sobre la novia del Führer, Eva Braun, una vida con Hitler, donde sentencia que Gun era «sospechoso de ser miembro del PC, involucrado en el espionaje y falsificación de documentos llevado a cabo en Europa». El problema, llegados a este punto, es que la más completa e interesante biografía de Eva Braun es obra de este periodista, Hitler y Eva Braun. Un amor maldito (Editorial Bruguera, 1974). Así que omitiremos revelaciones sospechosas y cogeremos otras con pinzas, pero nos centraremos en su obra, aun a riesgo de ser engañados por un espía comunista falsificador, para contestar a la pregunta que encabeza este artículo: ¿Por qué Eva Braun no se enamoró de un demócrata convencido amigo de la concordia y partidario del consenso?

Decíamos que Hitler vino a ser en los años treinta lo mismo que un actual monologuista de éxito que triunfa en la vida. Cuenta Gun que cuando se desató la «Hitlerpasión» las muchachas se tiraban al paso de los coches de la comitiva del Führer con la esperanza de ser heridas y que él las socorriera, que en actos públicos le arrojaban corsés, que había mozas que se tatuaban la esvástica en el monte de Venus. Se contaron por miles las cartas de amor que recibió, a veces junto a cojines y almohadones bordados con motivos patrióticos y nacionalsocialistas. Incluso no era extraño que a su apartamento acudieran jóvenes desnudas solo cubiertas con el chaquetón de algún uniforme con la intención de entregarle su virginidad.

Hitler, como buen malote de manual, antes de ser famoso era tímido con las mujeres. Se bloqueaba. Hubo una chavala que le enamoró de adolescente y nunca en su vida fue capaz de dirigirle una sola palabra. Y luego, en el colegio, fue pandillero y gamberro en un grupo de macarras donde no se le conoció interés por el sexo opuesto. Claro que después, cuando empezó a partir la pana, se puso las botas, pero, ojo al dato, nunca con mujeres de su edad. Las que le ponían eran las de diecisiete años. A las que les comía la oreja hasta el punto de que sus amantes se cuentan por suicidios o intentos de. Además, sobre el matrimonio, tal y como recogen varias citas, era más de aparta de mí ese cáliz que de otra cosa.

Según el periodista, Hitler fue un galán inconstante. Pero dejó claro que las german amateur le gustaban «jóvenes, hermosas, inocentes y llenitas». De ello tomó nota el aludido fotógrafo Heinrich Hoffmann y contrató a sus ayudantes siguiendo esos patrones. Ejerciendo de mamporrero, este señor pretendía atraer a los prebostes del Partido Nazi entre otras cosas porque su sede estaba a la vuelta de la esquina y se dejaban un dinero en fotos. De este modo, la joven Eva Anna Paula Braun fue una de las ayudantes contratadas.

A su vez, Eva se interesó por ese trabajo para obtener autonomía personal. Su familia era muy alemana y muy católica. Su padre le leía la correspondencia, no le daba un duro y le cortaba la electricidad a las diez de la noche. La pobre Eva tenía que leer con una pequeña lamparilla bajo las sábanas. También la habían enviado a un convento, práctica habitual en la Alemania católica, para que aprendiera modales y buenas costumbres con las monjas, y esa fue la gota que colmó el vaso. Por el tedio y porque cogió seis kilos de más con los postres de las religiosas, así que huyó de ahí en busca de un trabajo, su única escapatoria.

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Eva Braun. Fotografía: Cordon.

Cuando Hitler apareció en el estudio del fotógrafo con sus botas y su uniforme, aunque parezca de coña, hay que entender que era un tío rompedor. Ese atuendo en la Baviera de aquella época era como el de los Beatles en los sesenta. Además, se trataba de un hombre muy educado, en extremo cortés con las mujeres. Por otra parte, para su edad, pasados los cuarenta, estaba estupendamente. Lo normal es que los alemanes maduritos lucieran unos tripones cerveceros de mucho cuidado.

Un día Hitler le llevó una flor, cuyos pétalos todavía se conservaban en un álbum de fotos de ella que requisaron los estadounidenses. Desde entonces, cada vez que él acudía al estudio, según contó Herniette, la hija del fotógrafo, Eva se rellenaba los pechos con pañuelos, consciente de que al airado político le iban busty chubby. Estaban condenados a entenderse.

Sin embargo, antes tuvo que ocurrir un terrible suceso. La que hasta ese momento podría haber sido amante de Hitler, su sobrina, se suicidó. Según el más destacado biógrafo del Führer, Ian Kershaw, tanto si se la estaba tirando como si se conformaba con masturbarse oliendo su ropa interior de la colada, su relación con ella tenía «todos los rasgos de una fuerte, o al menos latente, dependencia sexual». El detalle que da Gun es que a menudo salían de compras y Hitler cargaba con las bolsas —si le hubiera visto el Fary—, pero a nosotros lo que nos importa es que a Eva se le quedó el camino libre. A partir de ese momento, en su álbum de fotos dejan de aparecer imágenes de su familia para ser todas de su Adolf.

El problema era que en casa de los Braun a Hitler no se le podía ni ver. Las hermanas de Eva recordaban muchos años después —tal vez era una memoria interesada tendente a desnazificar el apellido— que su padre consideraba a Adolf «un cualquiera que se cree el reformador del mundo» y que «cree haber mamado la sabiduría en un biberón». Pero Eva era testaruda y de ello da buena cuenta una anécdota que recogió Gun de sus familiares que agradará sumamente al lector aragonés; cito textualmente: «En una ocasión, su madre, para castigarla por su tozudez, le sumergió la cabeza en una palangana de agua fría. Tuvo que dejarla, fue inútil».

Otro momento clave en estos días de cortejo fue cuando Eva se disfrazó de Al Jolson, el actor que hacía de negro pintado en la película El cantante de jazz. Por lo visto, Hitler le pidió una fotografía de esta función. Ahí ya había claramente un componente sexual. Mientras que ella, aunque no le gustaba Wagner y la política le interesaba todavía menos, encontró muy atractivo el pedazo de Mercedes que el Ibex de la Alemania de Weimar había cedido a ese prometedor candidato.

Eva llevó la relación en secreto. Su padre podía meterla a monja si se enteraba de que alternaba con un hombre veintitrés años mayor que ella. Y, a pesar de todas las conjeturas que se han hecho sobre si Hitler era gay o impotente, Gun considera que tuvieron unas relaciones sexuales normales y corrientes. Documenta que, cuando Chamberlain se reunió con Hitler en el apartamento de este para regalarle parte de Checoslovaquia y arrancarle un acuerdo de paz del que todos conocemos su consistencia, al ver la reunión en el salón de la casa, Eva le dijo a su mejor amiga: «Si Chamberlain conociera la historia de ese sillón». Y nunca la pudo conocer porque se murió de cáncer al año siguiente. Ya me explicarán qué clase de fluidos corporales se habían derramado en la tapicería.

Pero, a lo que íbamos, ¿por qué se enamoró Eva de este sujeto? Ya hemos visto que era un tío molón, pero ¿solo por eso? El quid de la cuestión parece que estuvo en su hermana, con la que tenía tendencia a rivalizar. Ilse, que así se llamaba, estaba liada con un otorrinolaringólogo judío de izquierdas de apellido, además, Marx. También mayor que ella. Y su hermana, para desafiarla, hizo lo propio con un tío igual pero opuesto. La vida al final es así de ridícula.

Nada de esto quita que a Eva le costase horrores conquistar al Führer. Conforme aumentaban sus compromisos políticos cada vez la veía menos, ella no sabía nada de él, hay sospechas de que encima le hurtaban la correspondencia con él miembros del NSDAP y, siguiendo la retahíla de exnovias suicidas de Hitler, Eva se pegó un tiro en el corazón. Por suerte, la bala, de un calibre 6,35, se le alojó al lado de la arteria carótida y pudo ser extraída fácilmente. Su intención no era otra que llamar la atención de Hitler, quien, al ver, tantas veces humillado por las mujeres durante sus años de indigente en Viena, que ahora las titis solo se interesaban por él por su estatus, entendió que Eva le amaba sin ánimo de lucro. Y cedió. La hizo su novia formal.

Estado que tampoco era la panacea. Eva seguía igual y volvió a intentar suicidarse, ahora con pastillas. En su diario figuraba que no soportaba la soledad, que se pasaba meses sola mirando por la ventana, que encima él nunca cumplía sus promesas, —Chamberlain al menos puede decir que a él no se lo follaron en el sillón—. Pero fue la intentona buena, eso sí, porque Hitler captó el mensaje y le compró una casa con jardín, que era con lo que ella soñaba.

Ahí comenzó la felicidad de la señorita Braun. Incompleta, en cualquier caso, porque Hitler no quería casarse con ella. Hubo varios motivos posibles y que se contradicen entre sí. Uno, la guerra. Cuando se acabase, sí, traería hijos al mundo. Y dos, su árbol genealógico. Se conoce que Hitler provenía de una familia de campesinos que durante el siglo xix hizo del concubinato una forma de vida, sin privarse de la endogamia familiar, de modo que había varios miembros de la generación de Adolf con problemas mentales derivados al parecer del incesto. En consecuencia, le daba pánico tener un hijo, a ver qué salía de ahí. Habida cuenta encima de que él ya era algo especialito.

Sea como fuere, vivieron como una pareja desde entonces. En el reciente libro de Heike B. Görtemaker se revela que Hitler se apoltronó, que se levantaba a las doce todos los días y que pasaba meses sin despachar asuntos urgentes. Se volvió un procrastinador, como nuestro caudillo. En el de Nerin E. Gun, que Eva destacó sobre todas las parientas del resto de jerarcas nazis, generalmente arribistas de baja extracción social, con esposas de las que lo mejor que se podía decir es que daban el cante típico de los nuevos ricos. Eva se depilaba, cosa que no hacía casi nadie entonces, se duchaba dos veces al día, llegaba a cambiarse varias veces de vestido diariamente y su ropa interior y medias siempre eran de seda. A Hitler le tocó el corazoncito ver que su piba tenía clase. Más que las de sus colegas, al menos. Solo Emma Göring tenía algo de estilo, pero le prohibieron ver a Eva por las continuas humillaciones y desaires que le hacía. En cuanto a la bella Magda Goebbels, estaba enamorada de Hitler y no lo ocultaba, por lo que también mantuvo un desagradable pulso con ella hasta el día en que ambas se suicidaron en el búnker, previa boda de Eva, que ganó.

El caso es que así se convirtió Eva Braun en guardiana del guardián. Cuando se produjo el desembarco de Normandía y Hitler quiso salir disparado a consultar los mapas con los generales, le mandó volver a la habitación a cambiarse, pues el Führer dormía en camisón. Nunca logró que adoptase el pijama. Y ya en el búnker se permitió el lujo hasta de chotearse en la cara de su amado en el peor momento. Mientras Hitler planeaba desesperadas defensas de los barrio de Berlín que le quedaban, Eva dijo a los presentes que el hombre que quería conquistar el mundo estaba consultando el plano del metro. Finalmente, Görtemaker denuncia que Eva fue muy consciente de las decisiones políticas que tomó su novio y que si no se opuso a ellas era porque se trataba de una mujer banal. Vale. Pero no se crean ustedes que dentro de setenta años dirán algo mejor de nosotros cuando vean nuestras vallas de Melilla, refugiados a la intemperie y otras maravillas similares de este mundo a las que, como Eva, respondemos con una gran sonrisa y pinchando discos de moderna música americana, en su caso prohibidos por Goebbels.

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7 Comentarios

  1. Pingback: Eva, ¿qué viste en Adolf? – Jot Down Cultural Magazine | METAMORFASE

  2. Agustín Serrano

    Es una tontería, pero…¿¿por qué, -al menos a mí-, es más fácil imaginar el momento del suicidio de ambos, que echando un buen y lujurioso polvazo en la famosa bañera??

    Yo a este personaje siempre »lo he visto» algo…asexual. Me he tragado esa idea. Sin comparaciones de ningún tipo, uno ve las fotos de Lenin con Nadezhda y atisba algo de…empatía entre ellos, de emoción humana, como en casi cualquier pareja, hay cierta conexión. Sí me los imagino amándose, aunque…bueno, quién sabe, quizá se llevaban fatal y se querían menos que el führer y su chica.

    Quizá ella vio en él la seguridad que no tenía y supongo que lo tendría que querer mucho para arrojarse de su mano al abismo.

    Me ha parecido un artículo muy curioso y entretenido.

    Felicidades.

  3. qwerty_bcn

    -Eva, ¿qué viste en Adolf?
    -Una polla de 35 cm y que comía coños como los ángeles.

    Supongo que por poder ser, puede ser.
    No deja de ser un poco LOL como tendemos a obviar la faceta sexual de nuestros ancestros. Todo se convierte en «amor» y no hay espacio para las relaciones sexuales. Quizás por eso sigamos pensando que el sexo anal o las corridas en la cara son «algo muy nuevo».
    Así que quizás entre Eva y Adolf sólo había química sexual. Química jodida, en plan «Eva sabe que Hitler es un mierdas, pero aún así seguirá junto a él siempre». Quizás porqué el amor mola, pero mola mas tener orgasmos garantizados.

  4. Según Speer, Eva Braun, sería una gran decepción para los historiadores. Supongo que estaba realmente enamorada. ¿Por qué? Eso sólo lo podría explicar ella, aunque intuyo que serían razones parecidas a las que tenían los millones de alemanes ( y no alemanes) que también quedaron quedaron prendados de semejante personaje.

  5. Álvaro, como siempre una delicia leerte. Te sigo desde los tiempos del post sobre porteros de Madrid y «alborozo en el sofá». Nunca nos abandones

  6. Faithnomore

    Estoy con Pablo. Qué gustazo leerte. Y tocas uno de esos puntos que, por incómodos, no se pueden debatir en una cafetería con tus cuñados: Lo que llamamos maldad es vanal y común, está en el ADN. Y la reproducción, principal motivación de todo ser vivo, se fija en lo malvado, lo granuja, porque es garantía de supervivencia. El sensiblero no liga, por algo será

  7. Parlache

    ¡Gracias!

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