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¿Qué pintura ha retratado mejor el mar?

Naufragios, olas embravecidas, pescadores faenando, batallas navales, aguas en calma reflejando la luna o el sol poniente, barcos amarrados o varados, espectadores mirando el horizonte a quienes nosotros a su vez observamos e imaginamos sobrecogidos ante tan hermoso paisaje… Los temas que ofrece la pintura de marinas son muy variados, aunque hayan sido tan frecuentados que forman prácticamente subgéneros. Al fin y al cabo siempre hay una nueva tonalidad por explorar, como en el poema de Juan Ramón Jiménez titulado precisamente «Mar de pintor», en el que enumeraba diferentes colores con que representarlo: desde el mar azul prusia, al mar morado, pasando por el mar ocre o el mar de hierro. A veces, los artistas más audaces incluso han añadido algún tiburón para darle suspense a la escena. Los ejemplos de marinas son inabarcables, así que si lo desean pueden añadir a esta breve selección sus favoritos.

(La caja de voto se encuentra al final del artículo)

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La novena ola, de Ivan Aivazovsky

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No hay corriente que haya mostrado mayor entusiasmo por el mar que el Romanticismo, ni pintor que le haya dedicado más atención que Ivan Aivazovsky. De su ingente obra de en torno a seis mil cuadros más de la mitad abordan este tema y llegó a ser, de hecho, profesor de pinturas marinas en la Academia Imperial de las Artes. Su destreza puede admirarse en Mar tormentoso nocturno, Paso de los judíos a través del Mar Rojo o la que vemos sobre estas líneas con un grupo de náufragos, fechada en 1850 y que ha llegado a ser la más apreciada de toda su obra. El título hace alusión a una antigua creencia de los marinos sobre que las olas se sucedían en ciclos de nueve, siendo la última la más fuerte, la que puede hundirte.

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Monje a la orilla del mar, de Caspar David Friedrich

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Este cuadro causó sensación desde que fue exhibido en 1810 en Berlín y posteriormente comprado por Federico Guillermo III. Su autor, Caspar David Friedrich, es probablemente el pintor más característico del Romanticismo y desde luego este cuadro no podía estar más alineado con esa sensibilidad. Ahí vemos a un minúsculo y solitario ser humano abrumado ante la inmensidad de la naturaleza.  

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Mar esmeralda, de Albert Bierstadt

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Alemán de nacimiento, Bierstadt llegó a ser uno de los paisajistas norteamericanos más reconocidos del siglo XIX. Dedicó algunos lienzos al mar, como Focas sobre la roca o este que vemos, en el que la protagonista parece ser la ola rompiendo con su cresta de espuma, aunque un mástil que asoma sin llamar mucho la atención nos indica que ahí ha habido un naufragio.

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Chica pescando, de John Singer Sargent

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Este es el caso inverso, de alguien de orígenes estadounidenses aunque creció y vivió en varios países europeos. Uno de ellos fue el nuestro, donde conoció el arte de Velázquez. Salta a la vista su influencia en Las hijas de Edward Darley Boit. Uno de los mayores retos de las pinturas marinas está en el reflejo de la luz sobre el agua, que en el caso que vemos sobre estas líneas resulta especialmente logrado.

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Tormenta de nieve, de J. M. W. Turner

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Como podemos apreciar a diferencia de las restantes esta no pretende ser figurativa, aunque también podía serlo cuando quería, como en esta obra que realizó con solo veintiún años. Lo que buscaba es representar la percepción subjetiva, de hecho dejó inscrito en el cuadro que estuvo a bordo del Ariel en esos momentos. Incluso llegó a jactarse —con poca credibilidad— de haber sido atado al mástil durante cuatro horas para experimentar la tormenta con toda su intensidad.

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La batalla del Kearsarge y el Alabama, de Édouard Manet

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La pintura ha tenido a lo largo de la historia un importante rol propagandístico, primero religioso y luego nacionalista. Las batallas navales han sido un tema muy frecuentado por la espectacularidad y la acción que transmiten y también, muy especialmente, por su componente patriótico, inmortalizando grandes batallas para elaborar así una narrativa nacional. En este caso se muestra el combate que tuvo lugar cerca de la localidad francesa de Cherbourg en 1864, entre un barco estadounidense y otro confederado.

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Brisa fresca de la costa noruega, de Hans Gude

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Claro que la construcción nacional no se ha nutrido únicamente de batallas que determinasen el curso de la historia. Los paisajes característicos también sirvieron, en este caso al nacionalismo romántico noruego. Hans Gude, nacido en 1825, logró un nivel de realismo y detalle sencillamente extraordinarios. Otros ejemplos los tenemos en Regreso al atardecer de los pescadores y Costa noruega.

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Pescando con arpón, de Hans Gude y Adolph Tidemand

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Así como el cine o la música han contado a menudo con la colaboración de grandes talentos en una misma obra, algo semejante en la pintura ha sido sorprendentemente raro. Un precedente lo sentaron Jan Brueghel el Viejo y Rubens en sus alegorías de Los cinco sentidos (que pueden verse en el Museo del Prado). Otro lo tenemos en el trabajo conjunto entre el autor previamente mencionado, Hans Gude, con Adolph Tidemand. Entre ambos lograron esta fascinante imagen de unos pescadores a la luz de la luna, así como la  Procesión nupcial en Hardanger.

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Paisaje marino por la mañana, de Simon de Vlieger  

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Los Países Bajos han sido muy fructíferos para esta temática pictórica especialmente durante su Siglo de Oro, así que no podíamos dejar de incluir algún ejemplo, como el de este barco varado en la costa a la luz del amanecer.

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Puerto de Boston, de Fitz Henry Lane

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Con apenas unos meses de edad Fitz Henry Lane sufrió una intoxicación que dejó sus piernas paralizadas. Ante la imposibilidad de compartir juegos con otros niños desarrolló su interés por la pintura y la representación de su entorno, que habiendo nacido en una ciudad portuaria a comienzos del siglo XIX incluía los barcos. Ellos centrarían prácticamente toda su obra artística, ya estuvieran amarrados con el agua en calma o sufriendo los embates de las olas en alguna tormenta.

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Watson y el tiburón, de John Singleton Copley

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Brook Watson era un joven inglés huérfano que se enroló en un barco comercial de su tío. Cuando tenía catorce años estaba nadando en el puerto de La Habana y allí fue atacado por un tiburón, que le arrancó el pie derecho de un mordisco, momento en el que fue rescatado por sus compañeros. Años después lograría ser un célebre político y comerciante, llegando a ser nombrado director del Banco de Inglaterra. El pintor John Singleton Copley lo conoció personalmente y le dedicó en 1778 este cuadro. El escualo parece salido de una película de monstruos de serie B que le da un aspecto bastante simpático, aunque la escena en conjunto resulta muy vibrante y cargada de tensión.

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Noche mediterránea, de Claude-Joseph Vernet

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El Museo del Prado pueden verse varias obras de este paisajista francés del siglo XVIII en las que se intuye una sensibilidad que posteriormente explotaría el Romanticismo. En esta escena un grupo de pescadores se reúnen en torno al fuego con la silueta de una torre iluminada por la luna.

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La isla de los muertos III, de Arnold Böcklin

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Este pintos simbolista realizó hasta cinco versiones del mismo cuadro entre 1880 y 1886, con leves cambios de uno a otro en la iluminación y la forma de las rocas. La figura de la barca evoca a Caronte, que en la mitología griega trasladaba las almas en el Hades, por ello se le puso este título a la obra, dado que el autor la dejó sin nombrar. La versión que podemos ver —a juicio de muchos la mejor— fue comprada por Hitler en 1933. Aquí aparece posando junto a ella.

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Las tres velas, de Joaquín Sorolla  

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Esta pintura costumbrista nos muestra a tres pescadoras en la playa de la Malvarrosa en el año 1903. Su primer propietario fue un banquero judío, por lo que a punto estuvo de ser confiscada por el Tercer Reich, quién sabe si entonces hubiera protagonizado una fotografía como la anterior. Más adelante quedó en manos de la RDA, quedó abandonada durante más de medio siglo en el sótano de una galería de Dresde, finalmente fue reencontrada en 2002 y a continuación vendida por cuatro millones y medio de dólares en Nueva York.

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Anochecer en el Támesis, de John Atkinson Grimshaw

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Nacido en la ciudad inglesa de Leeds en 1836, este artista de influencia prerrafaelista destacó por sus paisajes urbanos. En primer plano vemos el río de aguas tranquilas y los barcos anclados en él, al fondo se perfila la cúpula de la catedral de San Pablo y sobre todos ellos una brillante luna que da un extraño color verdoso al conjunto.  

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La terraza de Sainte Adresse, de Claude Monet

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Monet bautizó la corriente artística de la que es su máximo exponente precisamente con una pintura del mar, concretamente del puerto de El Havre al amanecer, titulada Impresión, sol naciente. Es un tema que plasmó en el lienzo en otras ocasiones, como en Stormy Sea in Étretat, pero de todas ellas merece la pena destacar por su luminosidad esta en la que el autor representó a su familia en el balneario de Sainte-Adresse.   

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15 Comentarios

  1. Campoamor

    Cualquiera de Sorolla. Fin.

    • Sin duda Sorolla fué un portento, pero veo tanta genialidad en esta selección que el fin este tan categorico me parece de una estrechez de miras apabullante.

      Gran encuesta, no sé cual elegir.

  2. maria luisa rubio cervera

    El mar dibujado por Tino Grandio y fotografiaso por Vari Camares. Los 2 gallegos

  3. La gran ola de Kanagawa de Hokusai.

  4. Brenda Gómez

    Me decidí por Mar Esmeralda de Albert Bierstadt, transmite lo temerario que es el mar, aunque la Chica Pescando de John Singer Sargent es precioso, el movimiento del agua al llegar a la orilla es sencillamente impresionante. El nicaragüense Armando Morales también supo retratarlo de una manera muy particular.

  5. «Le Radeau de la Méduse» (La balsa de la medusa) de Théodore Géricault y «Der Wanderer über dem Nebelmeer» (El caminante sobre el mar de nubes) de Friedrich.

  6. Me encanta ver ‘La isla de los muertos’ de Böcklin entre las opciones (de hecho, la tengo de fondo de pantalla en el ordenador).

    Pero si hablamos de mares, tengo que votar irremediablemente por «Peder Balke» (o en este caso, la opción «Otra»).

    Una lástima que ni se le mencione…

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  9. Toscanology

    Gran selección, algunos no los conocía. Para mí, «Summer clouds» de Emil Nolde es el cuadro definitivo del mar. Es un viaje directo a mi infancia.

  10. Pingback: Retratos – El Mar Insondable

  11. Y Gustave Courbert?

  12. OHHH, he llegado tarde a la votación, pero creo que me ha gustado más «La Chica pensando».
    Habría que ver los artistas emergentes de ahora. Por ejemplo, https://maralrios.es tiene unos mares impresionantes y seguro que hay muchísimos otros artistas que tienen su visión sobre la mar.

    Un saludo!

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