Cine y TV

Trate de no perderse «A Very English Scandal»

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A Very English Scandal (2018– ). Imagen: Blueprint Pictures / BBC.

La BBC ya nos tiene acostumbrados a las sorpresas; de vez en cuando producen una serie con ese je ne sas quoi que las hace diferentes al resto. No necesariamente mejores, no necesariamente más redondas, pero dotadas de una personalidad especial. La última es esta delicia de tres episodios titulada, con mucho tino, «un escándalo muy inglés». No imagino a los estadounidenses ni a los españoles —no sin Berlanga y Azcona— pariendo algo como esto. Los americanos hubiesen convertido esta historia de escándalo político en diez episodios de dramón y suspense; en España la hubiésemos transformado en una homilía con mensaje. Los ingleses, haciendo honor al título, la han contado muy a su manera: con sorna. Y eso que, hablando con propiedad, no es una comedia. Pero me he reído más con ella que algunas otras comedias recientes.

Empecemos por el principio. La serie narra un escándalo que estalló en el Reino Unido durante los setenta, cuando Jeremy Thorpe, líder del partido liberal, planeó el asesinato de un antiguo amante para evitar que la opinión pública conociese su homosexualidad. Dicho así suena todo a thriller en plan House of Cards pero basado en hechos reales, y no, la cosa no va por ahí. Si tuviese que comparar esta serie con otra —algo bastante difícil, porque en realidad no se parece a ninguna reciente de la que yo tenga noticia—, diría que es como la versión británica de la primera temporada de Fargo. No sé si así consigo que se hagan una idea; no es que ambas series tengan muchas cosas en común. Es que A Very British Scandal cuenta una conspiración criminal tan estrambótica, tan repleta de personajes estrafalarios, y lo hace con tanto sarcasmo, que por momentos produce la impresión de que el universo de los hermanos Coen se hubiese trasladado a la Pérfida Albión. Tampoco se parece a Yo, Tonya, la estupenda película sobre la inefable patinadora estadounidense. Cambian las formas, cambia el tipo de humor furtivo y desde luego cambia el tono, pero tiene un punto en común: mostrar cómo una historia real puede parecer tan psicodélica que de verdad parece una invención.

El póquer de ases que ha sido responsable de esta pequeña joya consta de un guionista, un director y dos actores, todos ellos en franco estado de gracia. Russell T. Davies, autor del guion, ha conseguido que me vaya a mantener vigilante sobre cualquier cosa que escriba en un futuro. ¿Sus méritos? Diálogos circenses, pero no del circo de los malabaristas, sino del circo romano. Un constante crescendo del humor, que es sutilísimo en el primer episodio, travieso en el segundo y alegremente desvergonzado en el tercero, acompañando así la naturaleza cada vez más absurda de una trama que, recordemos, sucedió en esta cosa maravillosa a la que llamamos vida real. Una virtuosa definición de los personajes (que no tienen desperdicio) y sus circunstancias. Una ironía fina como un cuchillo y un desdén, elegante aunque no demasiado inadvertido, por lo políticamente correcto.

El segundo responsable de estos tres magníficos episodios es el director, Stephen Frears, que está aquí en el cénit de sus capacidades. Desde la coreografía y planificación de las escenas hasta la dirección de actores, Frears ha cogido el material de base y lo ha tocado con una varita mágica, añadiendo al guion una capa extra de gamberra elegancia. Ha entendido a la perfección el enfoque de Davies, que consiste en calentar a fuego lento la hilaridad y asombro del espectador, estructurando cada episodio como un paso lógico en esa escalada de despropósitos que fue aquel escándalo. Al principio vemos un drama, salpicado aquí y allá de detalles irónicos, pero donde parece predominar la seriedad. Y, sin que nos demos cuenta, Frears va introduciendo un grado más de sorna, de manera fluida, consiguiendo que nunca una escena desentone con la siguiente, pero siguiendo al guion en su narración de una creciente sucesión de despropósitos.

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A Very English Scandal (2018– ). Imagen: Blueprint Pictures / BBC.

Hablemos de los actores, que son la guinda del pastel. Ben Whishaw es un tipo que me sorprende cada vez que lo veo actuar en algo. Aquí interpreta al amante de Jeremy Thorpe, un personaje que, sobre el papel, parece muy similar al que ya encarnó en aquella serie, mucho más adusta, llamada London Spy. Es decir: un tipo hipersensible de vida desordenada que deambula por el mundo sin rumbo ni motivaciones claras, un homosexual de idealista romanticismo cuyo equilibrio emocional parece pender siempre de un hilo. Sin embargo, pese al parecido conceptual entre ambos, Whishaw cambia por completo de piel; en las primeras secuencias, me acordaba de aquel otro personaje y creía que Whishaw estaba repitiéndose con el prototipo de bohemio inadaptado. Pero no. Pronto me di cuenta de que en sus gestos y en cada una de las modulaciones de su manera de hablar y comportarse ante la cámara estaba construyendo una personalidad completamente nueva. Algo muy meritorio, porque para un actor no es nada fácil construir una aureola tan diferente entre dos personajes con tantas cosas en común. Mientras en London Spy parecía un individuo frágil y huidizo, aquí despliega memorables arrebatos de volátil autoafirmación.

El cuarto implicado en los logros de esta serie es el que interpreta a Jeremy Thorpe y el que —por lo menos para mí, quizá en mi ignorancia sobre alguna parte de su carrera— ha constituido una revelación mayúscula: Hugh Grant. Me explico. Nunca he sido un gran seguidor de Hugh Grant. Soy (o era) de esos que lo tenía asociado a las comedias románticas y papeles en los que siempre hacía lo mismo. Nunca me había hecho la menor gracia como actor, aunque en las entrevistas, para mi sorpresa, siempre me pareció un tipo dotado de una afilada ironía. Me pasaba con él lo mismo que me pasa con Timothy Oliphant, el actor protagonista de Deadwood y Justified. En las series siempre me ha parecido un tipo falto de gracia, nada carismático en Deadwood (aunque algo más en Justified) y bastante soso en general. Un día descubrí, no sin sorpresa, que el tipo es enormemente carismático en las entrevistas; de hecho es quizá uno de los invitados más hilarantes que pululan hoy por los programas de talk show (entre los actores, el más hilarante sin duda), donde tiene un sentido innato del ritmo para la comedia, algo que, por motivos que no entiendo, jamás le he visto desplegar ni en pequeños indicios cuando interpreta un papel en la pantalla. No intenta ser gracioso, no se esfuerza lo más mínimo por ser gracioso, simplemente lo es de manera increíblemente natural. Uno se pregunta por qué esa habilidad para lo que los americanos llaman comic timing no se traduce en su trabajo. Pues bien, Hugh Grant no es tan gracioso, pero siempre me produjo una impresión parecida: en las entrevistas siempre despliega una contagiosa ironía que no se traducía en sus películas. Pues bien, en A Very English Scandal, de repente, Hugh Grant ofrece un verdadero recital de cómo interpretar un personaje en serio al mismo tiempo que se burla de él. Hay secuencias en las que un simple gesto o mirada de Grant sustituye a una frase sarcástica que ni siquiera está escrita en el guion, pero que él transmite de manera no verbal. La combinación entre la dirección de Frears y el súbito despliegue de sutilezas de Grant crean un lenguaje satírico propio. Cuando termina el tercer episodio uno se queda con ganas de seguir viendo a Grant en acción, porque su Jeremy Thorpe es un verdadero espectáculo.

Entre Grant y Whishaw la pantalla está siempre repleta de grandes momentos de interpretación, pero el pelotón de secundarios está al mismo nivel que los protagonistas, por lo que la constelación de personajes exóticos redondea a la perfección esta historia real transformada con mucha habilidad en un delirante sainete. Todo esto, insisto, en una serie que realmente no es una comedia. Por así decir, es el drama más gracioso que pueden ver ahora mismo en televisión. Los británicos no siempre comparten el defecto estadounidense de alargar las cosas más de la cuenta; algunas de sus series son las más largas conocidas por el hombre, sí, pero en general suelen terminarlas antes de que degeneren. Aquí, la terminan en tres capítulos y dejan al espectador con muchas ganas de más. Está claro que la historia sucedió como sucedió y que no tenía sentido alargarlo, pero A Very English Scandal finaliza justo cuando el crescendo de dislates alcanza su punto álgido. Ni siquiera da tiempo a que uno se fije en sus defectos. La crítica, cosa muy comprensible, ha recibido este programa con entusiasmo. La competencia va a tener que alcanzar un nivel muy alto para disputarle la etiqueta de miniserie del año. Y qué demonios, ha conseguido que yo flipe con Hugh Grant; si me lo dicen hace un año, no me lo hubiera creído.

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6 Comentarios

  1. Atanasio Camuflay

    ¡Pues vaya! ¡Si se ha notado siempre a la legua que Hugh Grant y Timothy Oliphant tenían retranca por arrobas. A este último solo había que verle la cara y oírle hablar en Justified para darse cuenta de ello. Incluso ya se observaba esta peculiaridad en Deadwood, pero claro, hay que saber…

  2. ¡Bravo! Feliz por coincidir. Qué bien lo explicas, además.

  3. Antes de «4 bodas y un funeral» el bueno de Hugh Grant ya tenía una carrera interesante. Y no siempre en el ámbito de la comedia.

  4. Se te escapó un «British» por «English».

    Por lo demás, es la segunda buena crítica que leo. La otra fue en The Bastard Machine.

    Habrá que verla.

  5. Pingback: ¿Cuál ha sido la mejor serie del año? – El Sol Revista de Prensa

  6. Me vi los tres capítulos en el curso de un vuelo transatlántico en una aeronave de British Airways y me resultó divertidísima, con mucha sorna inglesa y unas interpretaciones magistrales. Muy recomendable.

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