Arte y Letras

El vampirismo pop

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Entrevista con el vampiro (1994). Imagen: Geffen Pictures.

El primer contacto con el vampirismo deja marca. Ahora en serio, la figura del no muerto chupasangres que se quema con la luz solar y que gusta de la belleza, la muerte y, por encima de todo, el néctar magenta de la vida, ha ido dando tumbos desde hace algunos años. No es para menos, pues su figura se remonta a los tiempos del antiguo Egipto y Sumeria. Si tratáramos de rastrear su tradición escrita, tentativa que sin duda terminará en inexactitudes o medias verdades ocultas por el peso de los siglos, llegaríamos hasta los cuentos recogidos en Las mil y una noches (atribuido a Abu Abd-Aliah Muhammad el-Gahshigar, probablemente siglo IX), donde se hace mención en diferentes narraciones a la figura del gul, demonio necrófago del folclore árabe.

Aunque separar al vampiro de la historia y movernos únicamente en el terreno de la cultura y la ficción implicará dar un salto en el tiempo y dejar atrás los enterramientos con piedras en la boca o los cuerpos enterrados boca abajo, siguiendo la creencia de que si el muerto despertaba cavaría en dirección contraria y acabaría de vuelta al infierno. En la cultura la figura del vampiro ha gozado de una tradición llena de altibajos, terminando como poco menos que un superhéroe de la moda juvenil gracias a la autora Stephenie Meyer (saga Crepúsculo) o como una máquina sexual imparable gracias a la saga de novelas de Sookie Stackhouse (Charlaine Harris) y su exitosa adaptación a serie de televisión por parte de HBO, True Blood. El fenómeno del vampirismo en la cultura del siglo XX y XXI sin duda viene motivado por la occidentalización del vampiro y el abandono de sus raíces, de sus influencias y de su tradición. En pocas palabras: se ha desbaratado y parodiado al vampiro hasta dar como resultado una panda de adolescentes que brillan cuando les toca la luz solar.

En algún momento, el vampirismo se nos volvió pop.

Un puñado de obras de culto, sin embargo, han sabido modernizar al estereotipado conde que, en la reciente edición de Los poderes de la oscuridad (edición hasta ahora perdida de Drácula de Bram Stoker, editada en España por Penguin Random House) se revelaba como más erótico y oscuro de lo que la novela original nos dejaba entrever. Un ataque al convencionalismo moral de la época, una dentellada a los valores de la alta sociedad británica. Richard Matheson firmaría en los cincuenta la novela que se bate en duelo por el primer puesto en las obras de referencia sobre el tema: jugando con el apocalipsis, la minimalista y perversa Soy leyenda (1954), que convierte a todo el mundo en vampiros y cambia las tornas en la lucha contra esos poderes de la oscuridad. Una revolución social sangrienta que da como resultado un nuevo orden mundial donde el Homo sapiens sapiens no tiene cabida. De esta interpretación, podríamos decir, punk del mito del vampiro sabe mucho la célebre cinta The Lost Boys (1987, Joel Schumacher), quizás junto con From Dusk Till Dawn (1996, Robert Rodríguez) una de las mejores aproximaciones a la figura clásica en clave moderna que dio la década de los ochenta y noventa. Más cercana al rock, si el lector gusta.

Sin embargo, si de vampiros hablamos, la saga escrita por Anne Rice, comenzada a finales de los setenta con la sorprendente novela Entrevista con el vampiro (1976), que tuvo a bien introducir en el imaginario colectivo a otro gran no muerto, Lestat de Lincourt, retomando la tradición victoriana del no muerto y el erotismo de la obra original de Stoker, tiene el honor de criar a toda una generación de amantes del vampirismo. Y no podemos pasar por alto la aportación de George R. R. Martin, absorbido públicamente por su popular saga Canción de hielo y fuego (o Juego de Tronos, para los televisivos), que firmaba en 1982 una de sus mejores novelas y una gran aportación al género vampírico, Sueño del Fevre.

Pero con el nuevo milenio las cosas se desmadraron.

Hubo una época en que estuvo tan de moda tanto leer y venerar Crepúsculo como odiarlo y parodiarlo. A veces, al mismo tiempo. El vampiro llevaba unos años atrapado en un bucle, no lo vamos a negar, y los intentos de modernizarlo daban tumbos con la ciencia ficción y la fantasía, un camino condenado al ostracismo. Y es que la mejor aportación al mundo del vampirismo en la década de los noventa llegó de la mano de White Wolf Publishing y su juego de rol narrativo Vampiro: La Mascarada —que sigue gozando hoy día de buena salud donde se presentaba una realidad oscura, soterrada y retorcida de nuestro propio mundo, habitada por criaturas de la noche de diversa índole y dominada por los vampiros. Estos, como punto de modernización, se ramificaban en clanes, cada uno con sus características físicas y psíquicas, así como poderes o disciplinas propias. Sin embargo, el vampiro guardó un silencio interrumpido por algunos gritos en la noche hasta la llegada de la saga de la autora americana, que tiene el dudoso honor de haber puesto de moda al vampiro de nuevo. Si es que alguna vez nos olvidamos realmente de él.

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Déjame entrar (2008). Imagen: Karma Films.

En lo que a novela se refiere, frente a la fiebre de los vampiros que brillaban al sol cabe destacar la aportación sueca Déjame entrar (John Ajvide Lindqvist, 2004), que aunque apareció un año antes de la citada saga no gozó en primera instancia de una misma aceptación internacional (ni lo hace hoy día, no nos engañemos), pero gracias a su adaptación fílmica el vampiro menor de edad que protagoniza esta oscura y malvada historia escapó de las fronteras del norte de Europa. Esta novela, tratada desde la confrontación de la inocencia de la infancia y la oscuridad del chupasangres, retomaba además en su título una de las condiciones vampíricas más imaginativas y ancladas en el folclore: la creencia de que el vampiro no puede entrar en el hogar si no es invitado. La adaptación al cine, dirigida por Tomas Alfredson en su versión sueca y por Matt Reeves en la americana, mantenía uno de los pilares de la novela: la contraposición entre el frío sueco y la calidez de la sangre humana. Hay algo profundamente tenebroso en esta obra al convertir al vampiro en un niño. Una especie de sacrilegio final de las criaturas de la noche; una burla al costumbrismo de principios del siglo XXI que sitúa la infancia como la más vulnerable y susceptible etapa del ser humano.

Al mismo tiempo que Crepúsculo arrasaba a nivel mundial, el vampiro «tradicional» y digno de su condición seguía firmando algunas de sus mejores y más arriesgadas obras modernas, tristemente solapadas por el fenómeno juvenil. Y quizás la más mainstream de ellas sea a la vez la más osada. El cómic 30 días de oscuridad, editado en 2002 y firmado por Steve Niles y Ben Templesmith, que más tarde tuvo una olvidable adaptación fílmica, hacía uso del frío y la nieve para construir al vampiro, como dos años más tarde haría John Ajvide Lindqvist con su creación. En Barrow, una localidad de Alaska, la población se prepara para los treinta días de absoluta oscuridad que se avecinan, un fenómeno metereológico que ya es tradición entre los locales. El mes, sin embargo, lo aprovecha una panda de vampiros que parecen versiones adultas de Kiefer Sutherland y los suyos para sembrar el caos y la muerte.

Lo que tienen en común estas dos obras citadas es la cara menos amable del chupasangres. El romanticismo de Anne Rice y la ingenuidad de Stephenie Meyer tentaron a la audiencia con la idea de que el vampiro es un ser atormentado por la soledad y la pérdida; fascinado con la belleza y en constante búsqueda de la redención. Es decir, se nos mostraron a los vampiros más humanizados. Pero la historia del vampiro nunca fue la historia de un humano que ha perdido su condición, su humanidad, y que llora sangre por las esquinas.

El vampiro es el depredador nocturno y sobrenatural por excelencia.

A la oleada de vampirismo que se dio a inicios de los 2000 le sigue una etapa de sobriedad y vuelta a los orígenes. Y es que el vampiro siempre ha tenido una raíz punk, por mucho que ya nadie se considere punk. La película iraní A girl walks home alone at night (Ana Lily Amirpour, 2014) daba cuenta de ello. En esta elegante cinta, producida por Elijah Wood, el vampiro vuelve a esconderse, como pasara con Déjame entrar, tras la fachada de la inocencia y la debilidad. Una muchacha iraní acecha en las sombras a la población de Bad City. De nuevo, el descubrimiento de lo que une al vampiro con el humano, esa suerte de romance entre lo extraño y lo brutal, como el contacto entre el reino animal y el social, coloca la figura del no muerto en la periferia de lo terrenal. Un ente extraño, alejado, pero no vacío. Aquí, el vampirismo mira de reojo al glam.

La fealdad de la muerte es lo que el vampiro moderno parecía haber olvidado. Por suerte, Dontnod Entertainment ha rescatado recientemente este concepto, recogiendo el guante de devolverle parte de su dignidad perdida. Con el videojuego Vampyr (2018), una obra oscura, ambientada en el Londres victoriano, se nos narra la historia de un médico recién llegado de la Gran Guerra y que lucha contra la epidemia de gripe española que acecha la ciudad, cuando cae en las garras de un señor no muerto y pierde la vida para renacer convertido en un neófito chupasangres. La oscuridad es el tema central de la obra, ya sea esta figurada o literal, pues la moralidad del doctor lucha contra su naturaleza vampírica. La muerte se ha de llevar a cabo mediante engaños, usando la hipnosis, arrastrando a la víctima a callejones oscuros, al amparo de la epidemia que infecta los barrios más pobres de una ciudad enferma. Sin embargo matar nunca está exento de consecuencias: una curiosa mecánica del juego establece relaciones entre los personajes, por lo que matar a uno repercutirá en otros muchos, e incluso en el estatus y seguridad del barrio. Además, al liquidar a una víctima estaremos obligados a escuchar, como una psicofonía, sus últimas palabras.

Vampyr bebe de muchas y sangrientas fuentes, pero tiene una relación directa con la novela Vampiro de Hans Heinz Ewers (Düsseldorf, 1871), autor esquivo y de macabras tendencias literarias que trabajó como espía alemán durante la Primera Guerra Mundial y fue afiliado y simpatizante del partido nazi. Su célebre personaje Frank Braun se vio a sí mismo transformado en vampiro en esta tercera novela sobre sus aventuras, con el marco de la guerra y los trastornos que esta causa como telón de fondo. Del mismo modo que sucede en el videojuego Vampyr, donde el personaje del doctor se enfrenta, además de a su nueva condición sobrenatural, a las heridas psicológicas que ha dejado el conflicto bélico a su paso. Pero también podemos encontrar una clara referencia a Nosferatu (1922), la mítica cinta en que su director, F. W. Murnau, decidió reflejar la oscuridad en el alma del vampiro con la fealdad externa. De este modo, en el citado videojuego, los vampiros se dividen en estirpes, siendo la más baja de estos los deformes, feos y trastornados, que viven en las cloacas y son poco más que animales rabiosos. Se abre ante el jugador la perspectiva de la blasfemia, la deformidad y la violencia en el vampiro, alejándose de la imagen romántica y casi mitificada que se venía dando en las últimas décadas. Curiosamente, en la cinta inspirada por la novela de Anne Rice, culpable en gran medida de esta tendencia, se refleja esta parodia con un sencillo pero efectivo diálogo; el personaje de Louis, interpretado por Brad Pitt, sufre un acceso de ira cuando el personaje del periodista, Christian Slater, le pide que lo transforme y pasen la eternidad juntos. Entonces, Louis le agarra por el cuello, lo levanta en el aire, mostrando de forma feroz los colmillos, las venas marcadas en la cara, los ojos ambarinos y antinaturales, y grita:

¿Te gusta esto? ¿Te gusta ser alimento de inmortales?

La fascinación por el vampiro nos ha llevado a intentar que evolucione, que se adapte a los tiempos que corren, que de una vuelta más de tuerca sobre sí mismo y nos aporte algo nuevo. Pero la tendencia artística se ha alejado tanto del origen que muchas propuestas con vampiros casi se han olvidado de la verdadera naturaleza de este: un corazón que no late, la necesidad de segar otras vidas para dar sentido a la propia. Y no, no vamos a lloriquear ahora porque los vampiros se vuelvan adolescentes, se llenen el pelo de gomina y conduzcan coches caros, jueguen al béisbol o se enamoren de humanos. Sería como tratar de ponerle puertas al campo. Pero la tradición histórica del vampiro es muy rica, sorprendente y atractiva como para verse condenado a una parodia de sí mismo. Si algo funciona, no lo toques. Tal vez la evolución del chupasangres pase, precisamente, por recordar de dónde viene. O corremos el peligro de volver a escuchar aquello de «El chico que me gustaba desde que me mudé aquí, resultó ser un vampiro» (Buffy the Vampire Slayer, Joss Whedon, 1997).

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Buffy, cazavampiros (1996–2003). Imagen: Mutant Enemy / Kuzui Enterprises / Sandollar Television / 20th Century Fox Television.

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11 Comentarios

  1. Nacho Macho

    Y no olvidemos «Only Lovers Left Alive»: una de las últimas aportaciones al subgénero. Vampiros pop prácticamente en sentido literal.

  2. Tampoco olvidemos Penny Dreadful, una serie de cultísimo que rescata el espíritu del vampirismo de Stroker clásico, con su erotismo. El final más triste de todas las series ever

  3. de ventre

    tres cosas tres:

    genial artículo

    no obstante: niego la mayor «soy leyenda» es entretenidísimo, pero no puedo creerme el final: ¿no podían los vampiros «no caníbales» dejarle un letrero al pobre Neville en plan «no nos mates. somos vampiros no caníbales y con celeblo. nos vemos mañana por la noche y te lo contamos que por teléfono es muy complicao. Trae sangría».

    por último para parodia sensacional, esta astracanada desde nuestras antípodas: https://www.youtube.com/watch?v=WE_3PsKGrrI

    j

  4. Maria Roldan

    «What we do in the shadows» de Taika Waititi y Jemaine Clement (2014) es una genialidad.

  5. Danny Coughin

    Me falta la culta Trilogía de Blade

  6. Manolo García

    «The Addiction» (1995) de Abel Ferrara. Otra forma de mirar el mito del vampiro.

  7. Joaquim Parera

    falta mi preferida VAMPYR, de Carl Theodor Dreyer

  8. Sir Arthur

    Vampiros de John Carpenter.

  9. Genial artículo

    Aprovecho para recomendar la novela ‘El tapiz del vampiro’ de Suzy McKee Charnas

  10. Lord Ruthven, el primer punky

    «Y es que el vampiro siempre ha tenido una raíz punk, por mucho que ya nadie se considere punk.»
    Hasta luego, Mari Carmen ✋

  11. Nikkisaku

    A mi me falta mención a «El Ansia», con Susan Sarandon, Catherine Deneuve y David Bowie… Eso si que era un vampiro pop! :D

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