Sociedad

El tigre de Tarzán (IV): La gorra de Sherlock Holmes

Sherlock (2010-). Fotografía: BBC.

(Viene de la tercera parte)

Superhéroes, semidioses y clones triunfales

Nadie le negaría a Batman el estatuto de superhéroe, y sin embargo no tiene superpoderes propiamente dichos. Es muy fuerte, muy ágil, muy diestro en el manejo de todo tipo de batinstrumentos, pero no posee ninguna facultad sobrehumana. Y lo mismo se puede decir de Flecha Verde, Doc Savage y otros superhéroes que, si lo son, es debido a la consabida conversión de la cantidad en calidad: poseen tantas y tan grandes habilidades —como la increíble pericia de Flecha Verde con el arco— que están a otro nivel, se convierten en algo cualitativamente distinto de los héroes normales (si es que cabe hablar de normalidad al referirse a un héroe).

En su acepción primigenia, el término «héroe» es sinónimo de semidiós y, por tanto, intrínsecamente superlativo, por lo que «superhéroe» sería un pleonasmo de no ser por la trivialización del concepto a nivel coloquial, que da lugar a expresiones tan impropias como «héroes del deporte». Los semidioses clásicos, como Hércules o Aquiles, tenía poderes sobrehumanos de origen divino, como la descomunal fuerza del primero o la invulnerabilidad del segundo, por lo que, en este sentido, los superhéroes del cómic y el cine representan un retorno a los orígenes. Pues a pesar de los burdos intentos de racionalización (como la picadura de una araña radiactiva en el caso de Spider-Man), los superpoderes de los superhéroes no solo son sobrehumanos, sino literalmente sobrenaturales, en la medida en que violan las leyes de la naturaleza.

En principio, los superhéroes cuantitativos no parecen traspasar los límites de lo posible; pero un somero análisis de las aventuras de, por ejemplo, Flecha Verde, muestra que muchas de las proezas que lleva a cabo con el arco no son compatibles, no ya con las limitaciones humanas, sino ni siquiera con las leyes de la física. En general, e independientemente de su origen y supuesta explicación, los superhéroes son tan divinos —o semidivinos— como los de la antigua Grecia: se cierra así el círculo milenario del discurso mítico-heroico, y no es sorprendente que los viejos dioses, como Thor, vengan en ayuda de los nuevos héroes.

El divino Holmes

Nadie le negaría a Batman el estatuto de superhéroe, pero pocos se lo concederían a Sherlock Holmes. Y, sin embargo, el atrabiliario detective victoriano es tan divino —o semidivino— como cualquier miembro de la Liga de la Justicia.

Los superpoderes mentales son menos ostensibles que los físicos, pero igualmente sobrehumanos. Incluso ciñéndonos al canon holmesiano —las cuatro novelas y los cincuenta y seis relatos escritos por Conan Doyle— podemos encontrar proezas deductivas inverosímiles, además de una declaración indirecta de divinidad: cuando, en El signo de los cuatro, Holmes dice que una vez descartadas todas las explicaciones imposibles, la que queda, por improbable que parezca, tiene que ser la verdadera, está dando a entender que, en sus análisis, contempla todas las posibilidades concurrentes en un caso para acabar descartándolas todas menos una. Pero las posibles explicaciones de un crimen misterioso son, si no infinitas, innumerables, y abarcarlas todas supone un conocimiento de la realidad y un poderío mental cuasidivinos. Y si no nos limitamos al canon y contemplamos las numerosas versiones cinematográficas y televisivas homologadas, la semidivinidad de Holmes resulta aún más evidente; basta verlo pelear en las películas protagonizadas por Robert Downey o visitar su «palacio mental» en la serie Sherlock.

Pero, como en el caso de Superman, el más increíble superpoder de Holmes es el de sugestión. Al Hombre de Acero le basta con ponerse unas gafas, que ni siquiera están graduadas, para que nadie reconozca su rostro ni note la voluminosa capa que oculta bajo la camisa. Y a Sherlock Holmes le basta con ponerse una extravagante gorra cervadora para que nos olvidemos de que es una copia descarada del Auguste Dupin de Edgar Allan Poe. Se ha dicho que Conan Doyle le robó El perro de Baskerville, su novela más famosa, a su amigo Fletcher Robinson; pero se suele pasar de puntillas sobre el otro plagio, el evidente y fundamental, diciendo, a lo sumo, que Holmes se inspira en Dupin o le rinde homenaje, cuando lo cierto es que lo copia en todos sus detalles significativos, y basta con leer La carta robada para darse cuenta de que los procesos deductivos del primero —a menudo traídos por los pelos— son un remedo de los sutilísimos y consistentes razonamientos del segundo. Y esa es otra prueba de la semidivinidad de Holmes: sus devotos, como los de todos los cultos, se niegan a ver lo evidente, pues en eso consiste la devoción. No en vano a los novicios de los jesuitas se les advertía: «Si tu superior afirma que es de noche, tienes que creerlo, aunque veas brillar el sol». Decirle a un holmesiano —y se cuentan por millones— que Sherlock Holmes es una mala copia de Auguste Dupin (o incluso una buena) es tan inútil —o peligroso— como decirle a un musulmán que el islam es una adaptación coyuntural del judeocristianismo.

Hay un caso similar —otro clon triunfal— en el ámbito de la mal llamada literatura infantil: el popular Guillermo Brown de Richmal Crompton es una copia descarada del Penrod de Booth Tarkington (el protagonista de la novela De la piel del diablo); pero casi nadie parece darse cuenta o concederle importancia. En ambos casos, los imitados son grandes escritores y los imitadores no, y en ambos casos las mediocres imitaciones han alcanzado una popularidad muy superior a la de sus excelentes modelos. De hecho, Sherlock Holmes es, con mucho, el personaje de ficción más veces llevado al cine y la televisión, y ha dado lugar a innumerables parodias, homenajes y adaptaciones, lo que ha convertido sus aventuras en el mayor hiperrelato multimediático de la cultura de masas. Y su gorra con dos viseras en un ambiguo fetiche.

(Continua aquí)

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6 Comentarios

  1. Que al Hombre de Acero le bastase ponerse unas gafas para no ser reconocido cuando era Clark Kent fue algo que nunca entendí. Pero no me importaba. Creía que era otro de sus superpoderes. Entretenida lectura. Muchas gracias.

  2. Quiero la continuación!!!!
    Me encantó…

  3. ¿Y por qué las copias mediocres tienen más éxito que los excelentes modelos?

    • No siempre es así, y no siempre por la misma razón. Creo que en muchos casos se debe a que la «copia triunfal» es más accesible y/o más aceptable que el modelo; un ejemplo claro son las versiones Disney de cuentos tradicionales como Blancanieves o clásicos de la literatura infantil como Pinocho. El caso de Sherlock Holmes creo que es más complejo; pero una de las razones es que leer a Conan Doyle exige un esfuerzo mental menor que leer a Poe (aunque la recompensa también es menor).

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