Ciencias

Condones ‘El Caimán’, una dulzura sin par

condones el caimán
De Mémoires, écrits par lui-même, de Giacomo Casanova, ilustrado por J. Rozez, 1872 (detalle). Imagen: DP.

En 2008, la revisión de los fondos de la Biblioteca Histórica de la Universidad de Salamanca, una de las más bonitas y ricas del mundo, deparó una sorpresa: dos preservativos, sin usar, envueltos en una hoja de un periódico de 1857, metida a su vez en el interior de un manual médico del siglo XVI. Los distintos medios que hablaron del hallazgo estimaron que fueron ocultados allí por algún estudiante novecentista. Es curioso que nadie haya pensado que pudieran ser propiedad de un profesor o del personal de administración y servicios, que también tiene sus necesidades y también trata con libros, pero cuando ocurre algo raro en las universidades siempre pensamos en los estudiantes, aunque muchas veces no sean ellos los culpables.

Los condones salmantinos están fabricados con tripa de cerdo, hábilmente cosidos en uno de sus extremos y con una cinta de color azul en el otro, lo que permitía ajustarlo al miembro viril. Se trata de un material lógico en esta provincia legítimamente orgullosa de los productos de Guijuelo y una nueva confirmación de aquel viejo adagio que dice que del cerdo se aprovechan hasta los andares. No es el único ejemplo histórico que relaciona Salamanca con los condones. En 2011, BBC Mundo informaba del hallazgo por parte de los trabajadores del Archivo Histórico Nacional de Toledo de otros dos condones. Los preservativos, también fabricados con intestino de cerdo, estaban dentro de los legajos que conservan la correspondencia del Ducado de Béjar, otra zona salmantina, entre 1814 y 1830. El reportero de la cadena británica los describía como «fuertes, gruesos y reutilizables».

A lo largo de la historia del condón la materia prima para fabricarlos ha sido enormemente diversa: de los intestinos de cerdo a los de oveja, cabra o ternera, del papel de seda aceitado, usado por los chinos, al Kabutogata de los japoneses, que consistía en una vaina de cuero fabricada a partir de un caparazón de tortuga. Y siempre se ha visto la ambivalencia entre la disminución del placer y la protección contra los riesgos. En el siglo XVII, madame de Sévigné escribe a su hija, la condesa de Grignan, hablándole de una funda hecha de piel como «una armadura contra el goce y una tela de araña contra el peligro», una descripción entre lo poético y lo práctico. La ventaja de los preservativos de tripa era la buena transmisión de sensaciones táctiles y térmicas. Sus desventajas: las costuras, con el riesgo que implican de rotura o traspaso, y el precio, pues conseguir un producto con garantías necesitaba costureras especializadas en la delicada tarea del cierre del profiláctico, que cobraban sus buenos dineros.

Los condones debieron ser, por tanto, un artículo de las clases pudientes. Durante los siglos XVI al XIX se traían de contrabando desde Inglaterra o Francia, pues estaban prohibidos por la Inquisición, que los perseguía y los calificaba de «escándalo de la naturaleza». También podían llevar decoración. En 1992 la casa Christie’s subastó uno de principios del siglo XIX, de origen francés, que medía veinte centímetros de longitud —pequeño, dirían mis amigos— y tenía dibujados a una monja semidesnuda eligiendo a su amante entre tres eclesiásticos con sus miembros en posición de presenten armas. No sabemos qué habrían opinado los inquisidores de esta ilustración.

A mediados del siglo XIX, más o menos en la época de la fabricación de los preservativos de la biblioteca de Salamanca, apareció un nuevo proceso, la vulcanización de la goma. Eso permitió fabricar condones de una pieza y abaratar su precio, algo que mejoró aún más después de los felices años veinte con la expansión del látex y con la introducción durante la Segunda Guerra Mundial y la posguerra de nuevos polímeros sintéticos, como el poliuretano. Sin embargo, a pesar de esos avances tecnológicos, en zonas de prostíbulos como el barrio chino de Barcelona aún se producían de forma artesanal. Un anuncio recogido por Jean Louis Guereña, según menciona Juanjo Robledo, decía así: «El Caimán está fabricado con cauchú y seda sin soldadura de ninguna clase, y afelpado después por un nuevo procedimiento; este preservativo es del más gracioso efecto; y de una fineza extremada y una dulzura sin par al usarlo, no produciendo irritación alguna». Una maravilla de producción nacional si cumplía lo que prometía.

En la actualidad se siguen fabricando condones naturales y, aunque se les denomina de piel de cordero, en realidad suelen ser de intestino de oveja. Los principales clientes son sibaritas en busca de nuevas sensaciones y personas con alergia al látex —cerca del 1 % de la población—. La actriz de comedia Phyllis Diller decía: «Hay una nueva crisis médica. Los doctores están informando de que hay muchos hombres que tienen reacciones alérgicas a los condones de látex. Dicen que causa una hinchazón grave. Entonces, ¿cuál es el problema?». Los condones naturales se venden a un precio superior al de los condones habituales. Curiosamente, al buscar el precio en Amazon —23,99 dólares para diez preservativos de cordero lubricados— vi que, al parecer, siguiendo la misma política comercial que con los libros, los puedes comprar nuevos o usados. Internet nunca dejará de sorprenderme.

Otra opción, tampoco barata, es el látex natural, pues muchas alergias no son contra el látex en sí sino contra algunos de los otros componentes químicos usados en el proceso de fabricación. El mayor problema de los preservativos de tripa es que no constituyen una barrera tan hermética, y aunque protegen de embarazos indeseados, el virus del sida, por poner un ejemplo, es capaz de atravesarlos.

Los principales tratados sobre preservativos comienzan contando la leyenda del rey Minos. Este monarca, primer rey de Creta e hijo de Zeus y Europa, tenía, según cuentan, alacranes y serpientes en su semen tras haberse acostado con una prostituta. Para no introducir en su esposa estos desagradables animales usaba un condón fabricado, según algunos, con una vejiga de cabra o, según otros, con los pulmones de un pez. Existen peces pulmonados pero son raros, así que es más posible que la historia se refiriera a la vejiga natatoria de un pez grande, como un atún del Mediterráneo. Siguiendo las explicaciones que nos han llegado, es posible que los alacranes y serpientes a los que se refieren fuesen los picores y dolores de una enfermedad de transmisión sexual, de la que el rey, con buen criterio, intentase proteger a su esposa. Esta esposa, Pasifae, tenía una sexualidad bastante inventiva, pues al parecer había sido maldita por Poseidón con tendencias zoofílicas y había encargado a Dédalo —diseñador del laberinto de Creta y padre de Ícaro— que le construyera una estatua de madera de una vaca donde se introducía para ser montada por un buey, dando lugar tras esos escarceos al monstruo que conocemos como el Minotauro.

Otras noticias al comienzo de la civilización hacen referencia al uso por los antiguos egipcios de protectores del pene como barrera contra las enfermedades y a una mención en una obra de un romano, Antonino Liberal, un escritor en lengua griega de quien solo se conserva su Metamorfosis, en donde habla de una «barrera» hecha con la vejiga de una cabra.

La primera descripción científica del condón, sin embargo, corresponde a Gabriele Fallopio, un anatomista italiano del siglo XVI, que descubrió los tubos que conectan el ovario con el útero —las trompas de Falopio— y que defendió que una funda hecha de tripa de animal y lino era la mejor defensa contra una enfermedad que hacía estragos en la Italia de su época, el morbo gálico, la enfermedad de los franceses, la sífilis. Por tanto, la teoría de que el preservativo fue inventado por un tal Dr. Condom o Conton —un médico del rey inglés Carlos II el Insaciable a quien este habría urgido para que hallase algún sistema para no seguir sembrando la corte de hijos bastardos— no tiene mucho sentido o al menos no sería un descubrimiento original.

En este mundo machista en el que llevamos viviendo desde hace milenios el principal objetivo de los condones no ha sido el de actuar como método anticonceptivo y regular los embarazos, sino el de evitar que los hombres se contagiaran de enfermedades venéreas, en particular, en los últimos cinco siglos, de esa sífilis de la que hemos hablado. A comienzos del siglo XX se calcula que afligía a un 10 % de los londinenses, un 15 % de los parisinos y un 20 % de los reclutas estadounidenses. A pesar de que la penicilina se mostró realmente eficaz y eliminó en gran medida esta enfermedad de la vida cotidiana, a finales del siglo XX unos doce millones de personas enfermaban cada año, la mayor parte de ellos (más del 90 %) en los países en desarrollo. Desde el año 2001, el número de personas infectadas de sífilis ha aumentado en los países desarrollados, especialmente entre hombres homosexuales en Europa, Norteamérica y Australia, y entre hombres heterosexuales en China y Rusia. Por poner un ejemplo, los niveles de sífilis en China pasaron de 0,2 casos por cada 100 000 habitantes en 1993 a 5,7 por 100 000 en 2005, un aumento del 2800 %. En Shanghái se cree que es incluso diez veces mayor. Las causas identificadas han sido un incremento de la promiscuidad y la prostitución y un descenso en el uso de preservativos, los humildes protagonistas de esta historia.

Lo que es curioso, tal como señala Daniel Turner, fundador de la dermatología británica, es que las grandes naciones europeas rechazan aceptar el honor de ser asociadas a dicho crucial invento. Así, los franceses llaman al preservativo la capote anglaise, la capota inglesa, mientras que los ingleses lo llaman the french letter, la carta francesa. Otros nombres históricos han sido la «máquina profiláctica», la «coraza», la camisinha y la «gabardina». Esa variedad terminológica es algo que comparte con quien fue su principal objetivo durante siglos, la sífilis. Así, los italianos la llamaban el male francese y también la «sarna española»; los franceses, el «mal napolitano»; los alemanes, las französische Pocken (viruelas francesas) o directamente Franzosen (francesas); los holandeses la llamaban spanse Pocken (o viruelas españolas), los magrebíes el mal espagnol y los portugueses, el mal castillán. En cambio, los habitantes de las Indias Orientales y los japoneses la conocían como el mal des Portugais, los habitantes de Tahití como la «enfermedad británica», y los turcos y pueblos del Mediterráneo como el «mal cristiano», aunque era, en cambio, el «demonio turco» para los persas y la «enfermedad polaca» para los moscovitas. Un ejemplo de esa notable habilidad que tenemos para echarle al vecino la culpa de nuestros problemas.


Para leer más:

Maatouk, I., Moutran, R. (2014), «History of Syphilis: Between Poetry and Medicine». J Sex Med 11(1): 307-310.

Martos, A. (2010), Breve historia del condón y de los métodos anticonceptivos. Ed. Nowtilus, Madrid.

Robledo, J. (2011), «Hallan condones de hace dos siglos». BBC Mundo 24 de junio.

Rubio Lotvin, B. (1994), «Historia del condón o preservativo, también llamado profiláctico». Anales Médicos 39(4): 166-167.

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