Humor Ocio y Vicio

La verdad está escrita sobre las puertas de los baños

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Diseño de relajaelcoco (detalle).

¿Qué es la historia sino una fábula en la que todos estamos de acuerdo?

(Atribuido a Napoleón Bonaparte)

Cada vez que la puerta de un baño público se colma de grafitis, mensajes groseros y garabatos obscenos se le da una nueva capa de pintura, y eso es una lástima. Las puertas de los baños deberían desmontarse de sus goznes y almacenarse ordenadamente para la posteridad. La logística sería sencilla. Por su forma las puertas se apilarían fácilmente en capas y no precisarían conservación, ya que sus imágenes se graban normalmente con muescas, tintas sintéticas y otras técnicas indelebles. El mismo subsuelo serviría y los siglos harían el resto.

Y por su ordinariez no se preocupe, de esto también se encarga el tiempo. Las catedrales y las pirámides son un bonito legado, pero cuando se trata de utilidad nada aventaja a la basura, como podrán confirmarle en Atapuerca. Ningún regalo mejor pudieron hacernos sus moradores que la cronología de su inmundicia delicadamente estratificada. Los libros mienten, para eso se inventaron. La escoria no, por eso se elimina. Y por eso la basura se revaloriza con los siglos, y con los milenios lo hace hasta la auténtica mierda.

Sin duda, las puertas pintarrajeadas constituyen nuestra mejor mierda. Serían la mejor herencia que podríamos dejar, nosotros que tanto vamos a defraudar a las generaciones venideras. Un registro cierto del mundo, un permafrost perfecto con nuestras peores miserias. La clase de confesión que se hace solo en el testamento, cuando ya no se va a pasar vergüenza. Lo mismo da que procediesen de las letrinas públicas de una estación de autobuses, de un centro comercial o de una facultad universitaria. El subconsciente de las naciones está escrito en ellas. Lamentablemente no las almacenamos precisamente por eso y en su lugar las pintamos y repintamos para borrar una y otra vez su contenido como si fuesen discos duros llenos de pornografía. El subconsciente es feo y a nadie le gusta quedar mal delante de la posteridad.

Pero conjeturemos por un momento que algunas llegasen al futuro lejanísimo, aunque fuese solo una, y el valor inimaginable que tendría entonces esa puerta. Imaginémosla envuelta cuidadosamente en linos y amortiguación y expuesta después con solemnidad en algún museo, si es que en el futuro todavía les quedasen ganas de tenerlos. Y el ajetreo entonces de arqueólogos, paleolingüistas y filólogos de formación clásica —entonces el clasicismo sería nuestra época— ante aquella memorable constelación de pintarrajos. Los dibujos de penes con gotitas en la punta, hoy groseros y de mal gusto, tendrían tanto valor artístico como lo tienen en nuestro tiempo las venus rechonchas del Paleolítico, y los bosquejos de esvásticas y aguiluchos entrañarían grandes arcanos antropológicos, comparables con el tiempo a los que guardan los bisontes de la Gran Sala de la Cueva de Altamira.

El problema sería el texto. ¿Se entenderá plenamente lo que dicen las puertas? ¿Se comprenderá su cualidad de mentidero, de aliviadero del teatro del mundo y de refugio espiritual contra los rigores insoportables del ordenamiento civilizado? Cuesta imaginarlo. Se necesitó una piedra de Rosetta para interpretar los paneles egipcios y hará falta más que eso para descifrar este dialecto inaudito de las puertas de los baños, solo propio de nuestra era, que mezcla imágenes grotescas, verbalidad brutal y símbolos de muerte y ferocidad. Y que se pone exclusivamente por escrito y a puerta cerrada en el cubículo de una letrina pública, porque no tiene una variante hablada. Latrinalia, han llamado algunos ya a esta jerigonza extravagante. Más que un discurso, la puerta de un baño es un Pollock; más que un Pollock, son los arañazos de una fiera por dentro de una jaula; y más que eso, es una página escrita en la única lengua universal. Caos, violencia y genitalidad, el argot del mismo Dionisos. Si a algo se parece la puerta de un baño es al Jardín de las delicias y a nada más.

Por eso queremos dedicar estas letras al alivio de esta tarea tan dificultosa, la comprensión de nuestras puertas, confiando en la posibilidad remotísima de que estas palabras sobrevivan a los fuegos de las bibliotecas y el aporreo de los servidores y lleguen de alguna forma al futuro, donde puedan asistir al contrariado especialista en quien recaiga la faena. Los soldados de Napoleón encontraron la piedra de Rosetta entre la mampostería de un fuerte otomano de época medieval, a fin de cuentas. Cosas más raras se han visto.

Debe considerar el especialista que en las puertas de los baños del siglo XXI se cultivan principalmente cuatro géneros literarios. El primero es la declaración cafre con función conativa, pues se dirige al interpelado en segunda persona del singular con la esperanza instintiva de que pase algún día por allí y lo lea. Ejemplo canónico: «Manolo cabrón». Un subgénero particularmente pintoresco son los agravios de lesa majestad dirigidos a figuras políticas. Ejemplo canónico: «ZP cabrón», «Rajoy traidor». Seguido del vocativo también suele invitarse a los sujetos a desempeñar afanosas tareas sexuales, entre las que destacan asumir el rol pasivo en la sodomía («tomar por culo») o el rol activo en la satisfacción oral («mamarla»).

En esta categoría caen también las blasfemias políticas: proclamas ilegales o acaso tan severas que su autor solo se presta a enunciarlas amparado por la amnistía de una letrina pública. El esquema habitual incluye una fórmula desiderativa en primer lugar —con más frecuencia «Arriba», «Gora», «Puta», «Visca» o «Muerte a»— y el sujeto en segundo lugar —con más frecuencia, «España», «Cataluña», «ETA», «el rey» y «el Betis»—. El repertorio de combinaciones posibles es casi ilimitado pero incluye, en la práctica, dos excepciones: seguramente no encontrará escrito ni «Visca el rey» ni «Gora Betis». Casi seguro.

Cuando el nombre de alguna de estas nociones incorpore la letra «O» y esta aparezca cruzada por dos trazos perpendiculares, se trata entonces del esbozo de una mirilla y significa que el sujeto u objeto está —alce en este punto los dedos índice y corazón, flexione con vigor y dibuje en el aire unas comillas— «en el punto de mira» —cierre comillas—. Con frecuencia son adiciones añadidas a posteriori por alguno de los grandes talentos de la semiótica que frecuentan nuestras letrinas. Otro anagrama frecuente es la «A» encerrada en una «O», emblema formal de la anarquía que se dibuja incansablemente en las puertas de los baños con la esperanza, atávica en esas latitudes de la izquierda, de que a alguien le importe absolutamente un carajo. Son habituales también las cruces gamadas o esvásticas, de las que existe un surtido catálogo dominado por las versiones al revés y los intentos chuchurríos. Es un hecho universalmente reconocido que no es fácil ser nazi.

El segundo gran tema de las puertas es el haiku escatológico, declamado este en primera persona y que versa habitualmente sobre el hecho excretor en sí mismo, simplemente confesado, afirmado con decisión o directamente celebrado con rimas y tonadillas, dependiendo ya del grado de festejo con el que cada cual viva sus propias deposiciones. «Aquí cagué yo» constituye el ejemplo canónico, a la postre el más frecuente, aunque no es raro encontrar incluso breves coplas de métrica formal y rimas esmeradas, normalmente a una altura media de la puerta. Es corriente acompañar estos elogios con el dibujo de una mierda, por si acaso no se entendían, y a la mierda con moscas y flujos humeantes encima, por si no se entendía que era una mierda. Si la mierda no tiene ojos, su puerta se remonta a la era predigital. Enhorabuena.

El tercer género literario de las puertas de los baños es escribir la palabra «farlopa».

El cuarto y último tópico, el sexual, es quizá el más completo no por sí mismo, sino por la amplitud de maniobras expresivas que se despliegan en las puertas cuando se trata del querer o del follar —considere que en nuestra era todavía se diferencia entre ambas cosas—. Sobre esto se escriben palabras, se hacen pictogramas e incluso se da rienda suelta a la creatividad, ora con bosquejos apresurados de parejas durante el coito, ora con bustos femeninos ejecutados con más pasión que auténtica maña, ora con vaginas de una imprecisión anatómica que ni las esvásticas. Los falos son los protagonistas de esta forma de expresión y es habitual encontrarlos también con la forma alada a la que los romanos reservaron el nombre elocuente tintinabulum, además de astados o con atributos antropomorfos. Quitando las pollas motorizadas, nada que no se pueda encontrar en los petroglifos preincaicos de América y en los bajorrelieves de los frisos de la antigua Sumeria.

También mediante el sexo las puertas de los baños acogen la última función del lenguaje que les quedaba por acometer, la fática o de contacto, principalmente en las letrinas de los baños masculinos. Es usual encontrar la declaración autógrafa de algunos sujetos abnegados prestos a satisfacer oralmente a sus conciudadanos, al efecto de lo cual se anuncian con retórica sugerente y un número de teléfono. Es frecuente, sin embargo, que aquel número no se corresponda con el del auténtico autor del mensaje y que el voluntarioso interesado se encuentre de repente hablando con la exnovia de un psicópata o mismamente con el Ayuntamiento de Palencia. Para combatir esta lacra, en la era digital se ha normalizado el aporte de una dirección de correo electrónico que connote indudablemente la voluntad de consumar el encuentro, como «lacomoenlaestació[email protected]».

Habría que retirar, fechar y almacenar las puertas de los baños, insistimos, aunque lo más probable es que los años venideros deparen su abolición o peor, su sustitución por ejemplares de usar y tirar que hasta serán biodegradables, para colmo de males. Salvo oportuna erupción como la de Pompeya o que un corrimiento de tierra fosilice alguna como el fémur de un brontosaurio, la posteridad no conocerá los aliviaderos literarios del siglo XXI y su resultado, la latrinalia, aquel género con el que los ciudadanos rasos plasmaban sus inquietudes inconfesables y estas resultaban ser chabacanas, cerriles, ordinarias y muy, muy poco edificantes.

De nosotros y de nuestro tiempo quedará solo la gloria, claro, y la visión triunfal que deje el optimismo oficialista, siempre más épico y resultón. La memoria de que acometimos la revolución digital que parió el futuro y de que fuimos nosotros quienes investimos al primer presidente negro. Pero de nuestra condición de patanes nada se dirá ni quedará constancia, que para eso se pinta y repinta el único soporte que registra regularmente nuestra simpleza como si fuera una película fotográfica. Haga caso a Napoleón, que de esto sabía; así es como se escribe la historia.

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2 Comentarios

  1. El humor negro, escatológico, pornográfico y sociopolítico manifiesto en «letrinalia» es original y espontáneo como todo lo que se deposita en esos sitios, pero mientras las excreciones físicas son insalubres y repugnantes, las mentales que plasman los peregrinos con imágenes y textos en puertas y paredes (a veces hasta en el techo) son de lo mas divertido, son todo un género literario que permanece ignorado por la industria cultural.
    Los baños públicos bien podrían ser sitios turísticos, pero debido a su actividad intensa, las puertas deberían desmontarse cuando se llenen, llevarlas a galerías especializadas para este tipo de arte, para sustituirlas con unidades nuevas como lienzos en blanco para la creatividad artística de los usuarios.

  2. Pepa López-Francos

    Pero cómo es posible que no hables del puro y sencillo AMOR!!
    Como lectora incansable de los mensajes de los baños (de mujeres. No suelo meterme en los de hombres), puedo asegurarte que «Fulanito te amo» o «Mengánez te quiero», son declaraciones que se repiten hasta el hartazgo.

    Y sí, en estos tiempos de redes sociales y vida apresurada, hay quien todavía se molesta en dibujar corazones, como aquellos que solían (suelen?) decorar algunas cortezas de árbol o bancos públicos. Sí es cierto que abundan los «Carmen te follaba», pero todavía quedan espacios puros en los que las declaraciones de amor son eso precisamente, puras, simples, auténticas.

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