Ciencias Ocio y Vicio

Un gritón de dólares

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Fry a por todas. Imagen:FOX.

En un episodio de Futurama, durante la subasta de la última lata de anchoas existente en todo el universo, un adinerado Fry decidía pujar bien alto para hacerse con los pececillos en conserva y lanzaba una oferta colosal: «¡UN GRITÓN DE DÓLARES!». Una cifra que asombraba a los presentes casi tanto como la respuesta del juez de la subasta: «Señor, ese número no existe».

Las unidades de medida creativas e imaginarias siempre han sido un juguete divertido para las ficciones y también para muchas realidades. Porque no hay mejor forma de cuantificar las cantidades disparatadas que con medidas disparatadas y siempre es divertido convertir las ocurrencias graciosas en coñas científicas. En algunas ocasiones esas trolas numéricas, en lugar de ejercer como chiste, lo han hecho como recursos de la historia, como herramientas para la trama o incluso como homenaje a figuras eminentes.

Money, money

En el universo Disney el Tío Gilito no solo es capaz de esquivar las leyes físicas al bucear y hacer largos entre las toneladas de dinero que atesora, algo que en la práctica no es nada sano, sino que también demuestra que sabe driblar con alegría los números conocidos. Durante la serie de cómics The Life and Times of Scrooge McDuck de Don Rosa se establece que la fortuna del pato con chistera está tasada en «Cinco multiplijillones, nueve imposibidillones, siete fantastrillones de dólares y dieciséis centavos», una cifra que evidentemente se escapa tanto a la comprensión humana como a las calculadoras terrestres. A pesar de ello existen seres bondadosos que han intentado traducir aquel número fantástico a una cantidad real. En un rincón de internet un usuario llamado Valorum agarró el tebeo número 341 de la serie Tío Gilito y se puso a echar cuentas. La trama de dicho ejemplar contenía un artefacto mágico que drenaba la fortuna del multimillonario a razón de mil millones por minuto, una sangría ante la cual el propio Gilito sollozaba « ¡Perdiendo mil millones por minutos estaré arruinado en seiscientos años!». Con aquellos datos a mano a Valorum no le resultó difícil calcular que el total de la pasta amasada por Gilito se aproximaba a los 315.569.400.000.000.000 dólares.

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Viñetas de The Life and Times of Scrooge McDuck y Tío Gilito 341.

El índice de nieve Jimmy Griffin

Al alcalde de Buffalo (Nueva York) entre los años 78 y 93, James Donald Griffin, sus amigos lo llamaban cariñosamente «Jimmy» mientras el resto del país se refería a él jocosamente como «Six Pack Jimmy». Un apodo que el hombre se ganó con sus declaraciones durante el periodo de alerta ante una peligrosa tormenta de nieve que golpeó a Estados Unidos a principios del año 85. Concretamente, el bueno de Jimmy recomendó a los residentes de Buffalo que se enfrentasen a la borrasca inminente «comprando un pack de seis latas de cerveza Genesee y metiéndose en casa a ver un buen partido de fútbol». La cadena de televisión del lugar, la WKBW-TV, aprovechó la guasa popular para establecer con ella el «Índice de nieve Jimmy Griffin», o el modo local para calcular el peligro potencial de una tormenta de nieve. Un índice que se mide en latas de cerveza: tomando como base que las seis latas recomendadas por Jimmy equivalían a sesenta centímetros de nieve, según el Índice Jimmy Griffin una tormenta tasada con una sola lata de cerveza supondría una nevada de diez centímetros de nieve, dos latas equivaldrían a veinte centímetros y así sucesivamente.

Muy, muy lejana

En La guerra de las galaxias Han Solo menciona los pársecs erróneamente como si fuesen una unidad de tiempo. En el mundo real el pársec es utilizado en astronomía para cuantificar distancias colosales en el terreno interestelar y equivale de manera más o menos aproximada a unos 3,26 años luz o a 3,086 x 1016 metros. Cuando George Lucas y compañía se dieron cuenta del gazapo, se justificaron asegurando que el error era intencionado para demostrar que Solo era bastante zopenco, añadiendo que si uno se fijaba bien vería como Obi-Wan ponía cara de póker ante la afirmación de que el Halcón Milenario se había ventilado la carrera Kessel en doce pársecs. Y poco después recularon para explicar que en realidad el contrabandista galáctico no estaba hablando de tiempos sino de distancias, excusándose con que el bueno de Solo lo que quería decir es que se había tomado un atajo por el hiperespacio. En los comentarios de la edición en Blu-ray el propio Lucas incidía en el asunto (que tiene bastante preocupados a los fans) al explicar que aquello no tenía nada de metedura de pata, que en sus galaxias las carreras se medían en pársecs de distancia porque las naves no podían saltar al hiperespacio en línea recta y tenían que apañárselas para encontrar la ruta más corta y no escoñarse contra la basura espacial.

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Han Solo te la coló primero. Imagen: Disney.

Muchos otros universos de la ciencia ficción han echado mano del pársec correctamente exponiendo gracias a él distancias enormes en sus historias. En ocasiones también se ha utilizado la propia unidad de manera humorística para darle la vuelta a lo colosal de su alcance: añadiéndole el prefijo «atto» (que indica un factor de 10−18) y utilizando los «attoparsecs» resultantes para señalar distancias mínimas. De este modo, un attoparsec equivaldría a (3,086 x 1016)x10-18 unos 3,086 centímetros, y sería la manera más rebuscada posible de medir longitudes cotidianas.

El «hopper» nació como una unidad de medida (valorada en treinta centímetros) en honor a la excelsa Grace Hopper, la madre del lenguaje de programación COBOL. Una mujer que solía pasearse por las conferencias que ofrecía portando un alambre de cobre de treinta centímetros de largo. Y no lo hacía por capricho, sino por motivos prácticos, porque Hopper cargaba con aquel cable durante las charlas para mostrar de manera visual la distancia que era capaz de recorrer la electricidad en un nanosegundo.

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Grace Hopper es la única de la foto que tiene pinta de saber lo que está haciendo. Imagen: dominio público.

El «smoot» es una de las unidades de distancia más entrañables posibles. Una que le debe su nombre a Oliver Reed Smoot, pero no por rendirle homenaje, sino por haberle utilizado como herramienta para medir un puente durante la época de novatadas universitarias. Ocurrió en 1958, cuando Smoot era un joven estudiante del Instituto Tecnológico de Massachusets, y fue invitado amablemente a medir el puente que conectaba la Back Bay de Boston con la urbe de Cambridge a base de tumbarse sobre su superficie consecutivamente, ejerciendo con su propio cuerpo de vara de medir. Smoot se lo tomó muy en serio y planchó la espalda sobre aquel Harvard Bridge más de trescientas veces, estableciendo que la distancia del puente era de 364,4 smoots (más una oreja). Teniendo en cuenta que el chico medía 1,70 metros aquel dato fijaba el largo del puente en unos 620 metros aproximadamente, si contábamos también con la oreja extra. Lo gracioso es que el smoot en lugar de quedarse en anécdota se convirtió en leyenda: los estudiantes del MIT continuaron repintando todas las marcas originales de la medición en las temporadas posteriores, en el instituto tuvo lugar un Smoot Celebration Day con motivo del cincuenta aniversario de la novatada, la calculadora de Google y Google Maps soportan el smoot como unidad de media y, durante los años ochenta, la policía de Cambridge solicitó al Ayuntamiento que restaurase las marcas eliminadas tras unas obras en el puente. Porque los policías se habían acostumbrado a utilizar los smoots anotados en el suelo como referencia para localizar incidentes situados sobre la estructura.

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La marca del smoot número cien en Harvard Bridge. Imagen: Dvortygirl (CC).

Entre otras convenciones métricas simpáticas se encuentran el «Altuve», nombrado en homenaje al jugador de béisbol José Altuve, uno de los más bajitos de la liga, y estimado en la altura del hombre: 1,65 metros. El «campo de fútbol» también es frecuentemente utilizado como escala para embellecer titulares al hablar de emplazamientos enormes y compararlos con algo que conoce el espectador más básico. Douglas Adams y John Lloyd idearon el «sheppey», que se define como «la distancia más corta en la que una oveja resulta pintoresca» y se valora en siete octavos de una milla (o 1,4 kilómetros). En El Señor de los Anillos, el reino de Númenor utiliza el «ranga» (equivalente a 96,52 centímetros) para medir las distancias. En Battlestar Galactica se menciona como medida el «metron» cuyo equivalente en el mundo real es, para sorpresa de nadie, un metro. En Star Trek los klingon calibran distancias en una unidad llamada «qell’qam» que se corresponde más o menos con un par de kilómetros clásicos. En Suabia (Alemania), además de parlotear un idioma denominado alemánico (o suabo), también tienen una palabra para designar a la unidad más pequeña conocida por el ser humano: «Muggeseggele», que literalmente significa «pene de mosca». Otra medición de dudoso gusto es el «RHC», que en algunos rincones de internet se definió como «la unidad más pequeña de longitud conocida por el hombre. Y la medida predilecta de los contratistas y de los carpinteros sureños de vieja escuela». Las siglas RHC hacían referencia a un «red hair cunt», un «pelo de coño pelirrojo».

Existe una unidad de distancia que nació inspirada por los años luz pero enfocándose en las distancias más ínfimas, y pilosas: el «barba-segundo» («beard-second» en el original). Un estándar cuyo valor supuestamente está definido por la longitud en la que crece una barba común en el lapso de un segundo. Pero, a pesar de lo específico de su definición, realmente no parece existir un acuerdo definitivo sobre la extensión del vello facial: Kemp Bennett Kolb acota en 10 nanómetros la distancia que crece una barba en un segundo, mientras la calculadora de Google o Josep Maria Maniat, en su libro Ciencia optimista, tasan el barba-segundo en 5 nanómetros. Entretanto, el Beard Liberation Front (El Frente de Liberación de la Barba) ha declarado que se trata de una unidad imposible de definir al no existir algo que pueda calificarse como «una barba común». Sea como fuere, el barba-segundo lleva una unidad de tiempo asociada: la «barba-pulgada», o el tiempo que tarda la barba en crecer una pulgada. 29,4 días si utilizamos el valor de Kolb y 58,8 días si usamos el estándar de Maniat.

The time of your life

Terry Pratchett estableció en la novela Lores y damas que la unidad de medida más pequeña de todo el multiverso era el «degundo de Nueva York». Un valor definido como la cantidad de tiempo transcurrido entre que el semáforo se pone en verde y el coche que tienes detrás comienza a tocar el claxon. El «friedman» equivale a un lapso de tiempo de seis meses y debe su nombre al columnista Thomas Friedman, un periodista con tres Pulitzer que siempre que se ponía a hablar sobre la Guerra de Irak sentenciaba «los próximos seis meses serán críticos para la resolución del conflicto». El matemático John von Neumann ideó el término microcenturia (una millonésima de siglo) para establecer «la duración máxima de una conferencia»: 52 minutos y 35,76 segundos. En My Little Pony los caballitos en ocasiones calculan el tiempo en «lunas» y en Doctor Who los daleks utilizan el «rel» que dura lo mismo que un segundo de los de toda la vida.

La parsimonia del ingeniero, matemático y físico Paul Dirac propició que sus colegas científicos sentenciasen que un «dirac» era equivalente a una palabra por hora. Todo lo contrario a lo que ocurría con el físico, informático e ingeniero electrónico Butler Lampson. Un hombre tan famoso por su verborrea endiablada como para que el profesor Forrest Baskett en cierta ocasión comentase durante una conferencia un «Vamos justos de tiempo, así que voy a subirme la velocidad a 700 mililampsons».

El «jiffy» es una unidad de tiempo que existe desde el siglo XVIII, probablemente nace de la expresión «I’ll be back in a jiffy» («volveré en periquete») y tiene valor variable según donde se use: el químico físico Gilbert Newton Lewis lo delimitó como el tiempo que tarda la luz en recorrer un centímetro en el vacío (33,3564 picosegundos), en electrónica equivale a un ciclo de alimentación de corriente alterna, en informática es el periodo de tiempo comprendido entre dos tics de la interrupción del temporizador del sistema y en la vida diaria se corresponde con un «rápido de cojones».

Gimme da power

En el blog paralelo al fabuloso webcómic xkcd, Randall Munroe se tomó la molestia de examinar escrupulosamente la secuencia de El Imperio contraataca donde Yoda extraía un X-Wing de la charca tirando de los poderes de la Fuerza. Tras recopilar datos como el peso de la nave o la gravedad del planeta, Munroe acabó concretando que la cantidad de energía que era capaz de generar un «yoda» era de 19,2 kilovatios.

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Imagen: xkcd.

Mark Watney, el protagonista de la novela El marciano, acababa hastiado de calcular en kilovatios por hora la energía que necesitaba para sobrevivir en el planeta rojo donde estaba varado. Y para darle un poco de vidilla al asunto decidía rebautizar aquella unidad con un nombre mucho más molón: los «piratas ninja». Andy Weir, autor del libro, suele comentar con orgullo que el equipo de la NASA que monitoreaba la Curiosity adoptó también los piratas ninjas como medida para hacer el curro más ameno.

El índice Big Mac

En 1986, la revista The Economist ideó el «índice Big Mac» como un baremo con el que cotejar el poder adquisitivo de los diferentes territorios del globo. Una ocurrencia que comenzó de broma y acabó volviéndose bastante seria, donde se tomaba como cimientos la teoría de la paridad del poder adquisitivo y, sobre todo, se aprovechaba que la franquicia McDonald’s estaba firmemente asentada sirviendo comida rápida y empozando arterias en más de un centenar de países distintos. Gracias a esto último The Economist se dedicó a comparar el precio de la hamburguesa Big Mac en diferentes regiones con la idea de concretar el nivel de vida del lugar y si la moneda local de cada región estaba infravalorada o sobrevalorada en relación a otras. El índice Big Mac se obtiene al dividir el precio de la Big Mac de un país (en su moneda correspondiente) entre el precio de la misma hamburguesa en otro país (en su moneda) y comparar el valor resultante con el tipo de cambio real. En caso de ser más bajo confirmaría que la primera moneda está infravalorada con respecto a la segunda, y en caso de ser más alto que está sobrevalorada.

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Número de hamburguesas que se podían comprar en 2012 con cincuenta dólares según el país.

Métrica fantástica

Futurama se inspiraría en el personaje de Fonzie de la serie Happy Days para instaurar el «megafonzie» como una unidad capaz de medir lo mucho que molaba algo o alguien. La legendaria belleza de Helena de Troya también fue útil para crear un baremo tirando de lo escrito en La Ilíada: teniendo en cuenta que la jeta de la chavala fue capaz de fletar un millar de barcos, se establece que una «milihelena» sería la cantidad de belleza necesaria para fletar un solo barco. En 4chan un usuario propuso definir un «hitler» como una unidad de medida (equivalente a seis millones de muertes) sobre la que poder comparar la recurrente afirmación de que alguien «es peor que Hitler». Y en South Park, el volumen de caca se mide en katie courics, siendo una Katie Couric algo cercano a un kilo y ciento treinta cuatro gramos de mierda.

El «warhol» se inspiró en la famosa frase de Andy Warhol («Todo el mundo tiene derecho a quince minutos de fama») para establecer una medición que combinaba tiempo con fama y que tenía múltiplos como el kilowarhol (equivalente a 10,42 días de fama) y el megawarhol (28,5 años de fama). Otra graduación bastante maja para calcular la fama es la que utiliza el «shortz» como medida. Una unidad que hereda su nombre del diseñador de crucigramas Will Shortz, y evalúa la popularidad de una persona según número de veces que su nombre ha aparecido entre las pistas o las respuestas del crucigrama de The New York Times. El propio Will Shortz posee solo un shortz de fama en la escala que lleva su nombre.

A Tom Weller se le ocurrió inventar la «escala Rictus» como un método con el que establecer la fuerza de un terremoto. Una alternativa a la famosa escala Ritcher basada en analizar la cobertura que los medios de comunicación realizaban del terremoto en cuestión. Un valor del 1 al 3 en dicha escala suponía pequeños artículos en la prensa local, la aparición del suceso en las noticias locales se tasaba entre el 3 y el 5, el rango del 5 al 6 estaba reservado para los terremotos que abrían telediarios y tenían a los gobernadores visitando el lugar de la tragedia, los valores entre el 6,5 y el 7,5 representaban terremotos con el presidente presentándose en la escena, enviados de prensa aterrizando en la zona y camisetas conmemorativas. Cualquier cifra por encima del 7,5 será aquella que supone portadas en revistas y libros sobre la catástrofe.

En 2004 un grupete de amigos de los debates interneteros solicitó al paleoclimatólogo William Hyde, de la prestigiosa Universidad Duke, su opinión sobre la película de catástrofes El día de mañana. Hyde se limitó a bromear contestando que no tenía intención de ver la cinta de Roland Emmerich a no ser que alguien le pagase cien pavos. Pero los usuarios de Usenet hicieron colecta para recaudar dicha cantidad y sentar al bueno de Hyde en el cine a sufrir. La crítica resultante de aquella sesión de cine forzada es un texto divertidísimo que incluye frases como «Esta película es a la climatología lo mismo que Frankenstein a la cirugía de transplantes de corazón», pero en ella también se inventa una nueva unidad para medir la felicidad: los «milipeeves». Que según Hyde estaban definidos por la base de que un Peeve es «el sentimiento que notas cuando en la cafetería se quedan sin tu leche favorita y tienes que usar la segunda opción».

La escala «F-count» es una ocurrencia ideada para cuantificar la pobreza de lenguaje. Su metodología se basa en contar cuantos «fuck» por minuto escupe una persona cuando habla y establece que a mayor número de palabrotas utilizadas, más iletrado resulta el interlocutor. Sus creadores también apuntaban que «Sorprendentemente en ciertos gimnasios se han registrado valores elevadísimos».

Carl Sagan

El famoso, y adorado gracias al programa Cosmos, divulgador científico Carl Sagan tiene el honor de ser la única persona cuyo propio nombre se ha convertido en unidad de medida en dos ocasiones diferentes. La culpa de la gestación de una de ellas la tuvo el programa televisivo The Tonight Show Starring Johnny Carson. Un espacio que el divulgador había visitado como invitado en numerosas ocasiones propiciando que Johnny Carson realizase parodias amables de Sagan. Durante aquellas imitaciones, Carson y su peluca convirtieron en muletilla famosa la expresión «mil millones y mil millones» («billions and billions» en el original, donde un billón estadounidense equivale a mil millones de los nuestros) a pesar de que Sagan nunca la había utilizado durante la serie Cosmos, porque en realidad lo que solía decir el hombre en su programa era «mil millones sobre mil millones» («billions upon billions»). Aun así la sentencia con el combo de millones acabó anidando en el subconsciente colectivo y provocando que algunas mentes lúcidas decidieran establecer el «sagan» como unidad de medida. O una cifra indeterminada que se utilizaría para señalar una cantidad la hostia de grande de algo, que técnicamente hablando sería cualquier cosa por encima de los dos mil millones.

Por otro lado también existe el  «número Sagan», una cuantía de carácter indeterminado y variable. El número Sagan es el equivalente al número de estrellas que existen en la parte visible del universo, una cifra que se va expandiendo con el paso del tiempo según la ciencia va ampliando el horizonte cosmológico conocido. El propio Sagan estimó que la cantidad de estrellas en 1980 era de diez sextillones en escala numérica corta (1022), pero pronto quedó en evidencia que el que andaba corto era él. Porque en 2003 se recalculó el asunto y se tasó la suma de estrellas en algo cercano a los setenta sextillones (7 × 1022). En 2010 se volvió a evaluar el recuento y se estimó que la cosa andaría por los trescientos sextillones (3 × 1023). A este paso llegamos al gritón de estrellas en un par de décadas más.

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Carl Sagan en Marte sin casco porque, coño, es Carl Sagan. Imagen: dominio público.

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6 Comentarios

  1. Fantástico! Mil gracias por alegrarme este lunes

  2. Bueno, aquí en España también inventamos nuestra medida, el Pellón, en honor a Jacinto Pellón, el todopoderoso comisario general de la expo 92, investido con plenos poderes por Felipe González para que la Expo se inaugurara a tiempo, costara lo que costara…. y vaya si costó

    El pellón tiene dos acepciones. En la primera, un pellón son 1000 millones de pesetas del 92, que no son 6 millones de euros ni mucho menos. La cosa viene por que parece ser que era la unidad mínima que manejaba este hombre «para esto, 5000 millones de pesetas, para esto otro, 2000 millones de pesetas»

    La otra acepción viene de lo que según las malas lenguas, pedía este hombre para adjudicar las obras como comisión a las empresas constructoras, cantidad indeterminada pero sin duda elevada «para que nos de la adjudicacion, tenemos que pagarle un pellón»

  3. Bueno, a mi se me ocurrió el «cani de vapor» como medida de destrucción de mobiliario urbano, que es la fuerza destructiva que puede ejercer un cani durante un minuto. Es decir, «Esta farola son 5 canis de vapor» significa que la puede destruir un solo cani en 5 minutos o 5 canis en 60 segundos. Aplicable también a toda clase de kinkis y personajes sacados de «Perros callejeros» o similar.

  4. El escritor colombiano Fernando Vallejo propuso medir los politicos en Uribes, en honor al expresidente Alvaro Uribe Velez. Un Uribe, segun Vallejo,es la unidad de la bellaquería política y de la demagogia tartufa. Entonces, los políticos colombianos miden fracciones de Uribes, y solo el expresidente llega a medir la unidad.

  5. Jua! Buenísimo! Esto me recuerda a un paisano de mis pagos, de esos gauchos con poca instrucción pero con una descomunal intuición y subsiguiente sentido práctico. Para medir longitudes grandes o muy pequeñas sacaba a relucir sus invariables escalas de medidas: «Largo como tren de carga, o esperanza e’ pobre» y su opuesto: «cortito como viraje’e laucha». Y la verdad que tenía razón. Esos pequeños roedores dan la vuelta en tan poco espacio que parece que desconocen la ley de la fisica sobre la inercia de los cuerpos. Muchísimas gracias por la diversión.

  6. Tergiversador de Enredos

    A mí me encanta una unidad de medida en tres niveles que tenemos en Andalucía: la mijita, la mijina y la mijinina. Difíciles de explicar, fáciles de comprender.

Responder a Sergio Cancel

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