Política y Economía

Dando la nota

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Foto: Jeswin Thomas (CC0)

En época de exámenes los profesores tenemos siempre el mismo problema: evaluar. Para resolverlo he decidido que este año voy a poner la máxima nota a todos los alumnos. Sí, eso es, a partir de ahora todos mis alumnos obtendrán un 10. En principio parece netamente positivo, ya que llenará a un grupo de valiosos y entregados estudiantes una gran felicidad y satisfacción. Solo hay un par de pequeños problemillas relacionados.

El primero, ¿cuántos alumnos podemos esperar que estudien, se esfuercen o simplemente vengan a clase, si saben que van a obtener un 10 hagan lo que hagan? Tarde o temprano pocos, si es que alguno. A fin de cuentas, pueden usar ese tiempo para otros menesteres más productivos. Su comportamiento no determina cómo obtendrán su nota final, que no va a cambiar. Pero esto no parece importante ya que de este modo conseguimos que los alumnos no tengan estrés, estén felices, vivan en un entorno seguro y de este modo todo irá genial. No queremos alumnos con baja autoestima por obtener malas notas, ¿no? El segundo problema es el del agravio comparativo. Los alumnos de otros grupos, en otras clases, probablemente se sentirán menospreciados. Ellos se han esforzado y una gran mayoría ha obtenido una nota menor. La solución a este problema es sencilla: basta con modificar sus calificaciones y proporcionarles también la máxima distinción. Aunque eso pueda suponer que se nos vaya el tema de las manos… ¡Todos los alumnos y antiguos alumnos de la universidad merecerían un 10! Lo contrario sería injusto. Igual que regalar un máster a unos sí, pero a otros no. Es posible que los primeros que obtuvieron la máxima nota se quejen, seguro que tienen buenos argumentos que demuestran que ellos lo merecen pero los nuevos no, pero tarde o temprano tendrían que ceder ante tamaña injusticia, ¿no?

Bien, supongamos que está hecho. Todos los estudiantes universitarios en España viven llenos de felicidad. La duda que nos asalta ahora es, ¿cuánto vale el 10 que todos ellos atesoran con orgullo? Nada. La calificación, con todos sus condicionantes y limitaciones, es una herramienta para representar el nivel de conocimientos y competencias alcanzados por un estudiante. Sin embargo, en este contexto que hemos definido, la calificación ya no sirve para eso. Tarde o temprano se descubrirá, o simplemente se comprobará de manera práctica, que todas esas personas con la máxima nota posible en realidad no saben nada de nada de nada. No han ido a clase, no han desarrollado competencias, no han aprendido herramientas ni discutido sobre alternativas. Pero sobre todo, no han resuelto problemas ni se han esforzado. La calificación les ha venido regalada.

E incluso si se pudiera mantener este castillo de naipes en un país entero durante un cierto tiempo, no duraría mucho a nivel internacional. Diferentes sistemas educativos tienen sistemas distintos de calificación. En Alemania la máxima nota es un 1, y el aprobado raspado está en un 4; mientras, en Estados Unidos, la nota máxima es un 4 mientras que el suficiente está en el 1. La convalidación entre sistemas diferentes hace necesario llegar a acuerdos cuando nos trasladamos de un sistema educativo a otro. Afortunadamente no fluctúan demasiado dichas correlaciones, por lo que podemos convertir las notas alemanes en españolas y viceversa con un sistema de equivalencias sencillo y estable. Sin embargo la pérdida de confianza que se produciría en nuestro sistema será notable. Incluso si eliminamos la calificación numérica y nos centramos en competencias únicamente, tendríamos que reconstruir el sistema de convalidación comparativa contando con la visión de este en otros países. Sobre todo, para cuando estudiantes que han pasado por nuestro sistema educativo quisieran ir trabajar al extranjero. O cuando estudiantes de nuestro país y de otro compitan por un puesto en cualquier lugar del mundo. Los otros países se quejarán y a la larga quedará demostrado que sus alumnos aportan más valor y saben más con menor calificación que los nuestros, por lo que el valor de nuestra nota caerá irremediablemente.

Entendido este sencillo ejemplo, parece quedar claro que regalar la máxima calificación a todo el mundo no es una buena idea. El resultado final no aportaría valor a los alumnos, ni al sistema en su conjunto. La «inflación» en las calificaciones funcionaría a corto plazo (unos pocos alumnos con altas notas tendrían ventaja al principio del proceso), pero a largo plazo ese activo, esa métrica, dejaría de representar el conocimiento y competencias de quienes la poseen, y destruiría la confianza en el sistema de evaluación y en nuestros estudiantes.

Podemos poner algunos peros a este sencillo ejercicio hipotético, como a cualquier ejemplo sencillo que se circunscribe a un contexto específico, pero en lo básico no cambiaría mucho ni el desarrollo ni el resultado final. Así que supongamos ahora que damos ciento veinte mil euros a todos el mundo al alcanzar los veiticinco años . En primer lugar, sería injusto. ¿Por qué a ellos y no a todos? En segundo lugar, ¿qué valor tendría todo ese nuevo dinero que es necesario imprimir? La cantidad de dinero en la economía debería representar, más o menos, la situación de la actividad económica de esa economía. Cuando imprimimos dinero de más, deja de hacerlo, y el valor de ese dinero se reduce. Incluso teniendo un país A su propia divisa, comprará cosas en otros países, para lo cual deberá cambiar su divisa por la de ellos. Si la divisa de A no tiene valor para los demás países, porque lo que producen en A no tiene valor o interés para esos otros, da igual cuanta podamos producir, ya que es solo un medio en el que confiamos para representar el valor de lo producido.

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Foto: CC0.

Imaginemos por cierto que los jóvenes de veinticinco años que reciben este impuesto deciden gastarlo en hacer un máster en nuestro país, dónde solo por pagar les regalábamos el título con la máxima calificación. O mejor todavía, en vez de darles cento veinte mil euros les damos un título de máster de la universidad que prefieran, sin hacer nada para merecerlo. ¿Tendría sentido?

Ampliemos el ejemplo un poco más. Imaginemos que tenemos un sistema de evaluación basado en campana de Gauss, como ocurre en muchas escuelas de negocios del mundo. En este sistema un porcentaje de los alumnos, pongamos el 5%, siempre suspende (u obtiene la peor calificación). Es decir, podemos alcanzar un sobresaliente 9 sobre 10, pero si el resto de la clase ha obtenido más calificación numérica terminar con la peor nota final de todo el grupo, una C. Por lo tanto, la «falta de notas» en el mercado hace que cada nota cuesta más. Más tiempo de estudio, tiempo que es nuestro principal recurso escaso. Es posible incluso que encontremos una clase donde varios alumnos sepan más que el profesor, tal vez son capaces de desarrollar nuevas teorías, revolucionar el mundo académico en esa disciplina. Pues a pesar de ello no todos terminarán con la mejor nota, básicamente porque no hay notas máximas suficientes para todos ellos, sólo un número limitado por la campana. Esto es algo que ya ocurre con las matrículas de honor, por ejemplo, que solo se pueden dar aun porcentaje de alumnos por clase. En esta tesitura el coste en tiempo, recurso escaso, de una matrícula de honor o de un 10 sobre 10, se vuelve mayor. Y ese tiempo no lo podemos usar para otras asignaturas. En conclusión, la cantidad de notas disponibles puede influir en motivar ineficiencias o desmotivar alumnos. Igual que la cantidad de dinero en una economía puede motivar o desmotivar comportamientos.

¿Cómo saber la cantidad apropiada de notas o de dinero en un sistema? Es complicado. Como hemos explicado por definición deberían representar lo más fielmente el valor del subyacente. Si hay muchos sobresalientes pero no están correlacionados con el conocimiento o el esfuerzo, las notas pierden valor y con el tiempo se pierde la confianza en el sistema. Un estudio sobre las calificaciones en las universidades de EE. UU. realizado desde 1940 hasta 2009 asustaba con sus conclusiones. Actualmente las calificaciones en las universidades contemporáneas de la mayor economía del mundo presentan una media del 43% de alumnos con la máxima calificación, la A. Esto contrasta con los años de inicio del estudio, cuando la misma rondaba el 12%, aunque ya en a finales de los 80 el 31% eran agraciados con una calificación superior. ¿Nos dice este incremento que la nueva generación es extremadamente más inteligente? Parece poco probable que casi la mitad de una generación sea excelente. ¿Tiene algo que ver la deuda universitario y el alto coste de los estudios de grado? Las escuelas privadas proporcionaban mayores calificaciones de media que las públicas.

Hay una parte en el planteamiento de Piketty que resulta interesante. Como sociedad civilizada y moderna que consideramos ser, deberíamos ser capaces de proporcionar a todos nuestros integrantes la oportunidad de una vida apropiada y digna. Es un noble objetivo, tanto como la complejidad operativa para poder realizarlo de manera práctica. En primer lugar, con recursos escasos este planteamiento nos lleva a economías dirigidas, algo que ya sabemos que no funciona. No, no, esta vez no aceptamos lo de que «esta vez será diferente». No salió mal las otras veces por casualidad. No era por un líder inepto y corrupto. Más bien porque contradice la naturaleza humana y promueve a líderes corruptos. Paul Collier lo explica maravillosamente bien en El club de la miseria. ¿Por qué economías dirigidas? Si cualquiera que nace tiene derecho a unos recursos de partida, ¿podemos permitirnos que nazca gente sin control? Ya hay quienes abogan por tener menos hijos o ninguno «por salvar el planeta», en vez de por salvar al a raza humana curiosamente. El planeta estaba aquí mucho antes que nosotros y seguirá probablemente mucho después. El siguiente paso es determinar cuánta gente puede nacer, es decir, tener derecho a una porción de los escasos recursos que atesoramos, y que además queremos que sean consumidos cada vez en menor medida. Así que esto nos lleva al control de natalidad. Y de nuevo debemos recordar que ya hemos conocido experiencias de control de natalidad con problemáticos resultados a medio y largo plazo en varios países del mundo.

La idea de poner un impuesto para dar ciento veinte mil euros únicamente a los que lleguen a los veinticinco años implica una redistribución complicada de implementar. Comparativamente sería algo así como pedir a los de los últimos años de universidad que les hagan los trabajos a los de los primeros. Se basaría en la confianza de que el sistema se mantiene en el tiempo, porque antes les había tocado a ellos. Algo parecido lo conocemos de sobra, es el sistema de pensiones de jubilación, relativamente moderno. En Qué será de mi pensión podemos dar un repaso a la situación y opciones para resolver otro problema parecido de desigualdad intergeneracional. Sobre este tema hay múltiples visiones, máxime ahora que diversos colectivos quieren negar el voto a los mayores de sesenta y cinco años. Nunca subestimen el poder de la gente mayor con dinero. Tienen experiencia, conocimiento y poco que perder, además de poder adquisitivo. Y además, algún día quienes promulgan estos cambios cumplirán sesenta y cinco años y se verán en una tesitura parecida. En Wild in the Streets el grito de guerra «Fourteen of Fight!» (catorce o lucha) consigue reducir le edad legal para votar hasta los quince, llevando a un grupo de jóvenes artistas revolucionarios y promotor del cambio a la Casa Blanca. El siguiente paso es el retiro obligatorio de los mayores de treinta, una policía de la edad y los campos de reeducación a quién se niegue. ¡Juventud, divino tesoro! La película termina con los niños de diez años diciendo que los mayores de veinticuatro no deberían mandar sobre ellos mientras planean seguir su ejemplo para reducir más la edad de voto. La película, de 1968, se basa en una historia corta publicada en Esquire dos años antes. Así que, aunque la probabilidad de que ocurra algo similar es pequeña, a alguien ya se le ocurrió y no solo hace ya tiempo sino en un momento particularmente singular. ¿Casualidad? No.

Llegados a este punto, terminará sobre la mesa que la única solución pasa por imprimir dinero. Ya hemos escuchado a varios políticos clamar por recuperar la soberanía monetaria nacional y volver a la peseta, por no hablar de la necesidad de seguir con el déficit. No es buena idea. Primero, desde 1985 solo hemos tenido superavit tres años, y en medio de la burbuja inmobiliaria. Es más, llevamos ya doce años seguidos con déficit. ¡Menuda fiesta! Devolver todo lo que nos han prestado con la deuda que tenemos parece imposible. Así que saldrá a la palestra lo segundo, recuperar la política monetaria. Hay muchos países con control sobre su política monetaria, y no les va mejor por eso. Básicamente si la cantidad de dinero (o de altas calificaciones) crece hasta exceder notablemente el valor de lo que produce el país, la inflación hace que se genere incertidumbre y se pierda la confianza. Por otra parte, nuestras deudas seguirán en euros o dólares, así que tendremos que comprar esas monedas para comprar con ellas cosas que necesitamos y que se fabrican en zona euro o dólar. Cosas tales como energía, alimentos, licencias, tecnología, etc. Y para que nos den esos euros les tiene que interesar lo que ofertamos, ya que si no poco van a querer nuestra nueva moneda. ¿Encerrarnos y salir del circuito internacional, para vivir solo de lo que podemos producir con lo que tenemos? Hay ejemplos de sobra de países haciendo lo mismo. Bienvenidos al club de la miseria. El mundo actual, con todas sus imperfecciones, ha permitido a cientos de millones de personas convertirse en clase media y muchos más salir de la pobreza, gracias precisamente a lo contrario. Hans Rosling dixit. Así que la solución debería venir por otro sitio.

En resumen, interesante y documentada propuesta la de Piketty, pero más por la parte de capital que por la de ideología. Es de agradecer que se sigan buscando alternativas para reducir la desigualdad, pero los titulares que han elegido en la prensa desvirtúan un tanto su trabajo global. Y en cualquier caso, si en España se decidiera salir del euro y recuperar una divisa propia, no tendría sentido volver a la peseta. Deberíamos contar con una nueva moneda que ilusione, que genere confianza y que no permita incertidumbre, incluso ante un crecimiento masivo de la misma. Yo apostaría por el belenestebanio. Éxito seguro. Eso y barra libre de matrículas de honor, qué demonios. No vamos a ser menos que los americanos.

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4 Comentarios

  1. Siempre me digo de no leerlo porque tendré que hacerlo más de una vez para entenderlo, es una avalancha de información, pero no desisto. En definitiva, y como decía nuestro Perón en lenguaje llano y refiriéndose a la economía, «hay que producir por lo menos lo que se consume». Es diáfana esa afirmación, y estoy de acuerdo, como también respetar las directivas de la UE (teutónicas sobre todo, siempre tacañas) por parte de los países que antes de entrar en el club, a ejercicio económico terminado, alegremente pasaban la inevitable deuda a los gobernantes por venir, llevando el déficit a sanarlo en las calendas griegas, de alguna manera hipotecando el futuro de nuestros hijos. Y entonces? Pareciera ser un círculo vicioso sin salida. Que me dice si los gobiernos invirtieran en tecnologías innovativas y en el arte? Son sectores olvidados o mal vistos. Tal vez por ahí, con nuestro gusto por la vida y la subsiguiente inventiva latina se podría crear un mercado redituable. Espero haber entendido algo. PD: Qué significa «belenestebanio»?

  2. Guillermo de Haro Rodriguez

    Mi estimado Eduardo, se te echaba de menos por los artículos
    En España tenemos una princesa del pueblo, Belén Esteban. Es una referencia entre la gente de cualquier clase, pero sobre todo entre las clases populares. Se casó con un torero, se divorció y durante años ha aparecido en revistas del corazón (prensa rosa), programas de televisión de «cotilleos» (o vida social) y concursos tipo reality. En uno de estos concursos se mostró con un pijama morado…se acabaron las existencias del mismo en muy poco tiempo. De ahí el término «belenestebanio».
    Cierto, es necesario invertir. De hecho las sociedades modernas nacen porque tenemos ahorro. La productividad o la especialización permitieron guardar un poco para que otros hicieran otras tareas, aprendieran, exploraran. Buscar el punto medio es siempre complicado y siempre necesario. En este ejercicio utópico he usado un ejemplo que todos conocemos, la evaluación en escuela o universidad, ya que en general hemos pasado por algún estudio (podemos leer); pero llevado a un extremo. Ya sabes, a veces para entender como funcionan las cosas primero es bueno entender los puntos singulares, entre ellos los extremos.
    Gracias una vez más por la confianza y por pasarte por aquí, a pesar de mi desaforada tendencia a la extensión. También por la cita de Perón, que no conocía. De tierras argentinas tengo grato recuerdo del malogrado Tomás Bulat. Me regaló en Buenos Aires un par de libros suyos un buen amigo.
    Sobre gobiernos invirtiendo, a veces es mejor que los gobiernos dejen hacer en lugar de que hagan. Pero es cierto que para competir hoy a nivel mundial con gobiernos que invierten muchísimo en tecnologías innovadoras no queda más remedio que invertir al menos algo. Pero de eso hablaremos otro día, gran parte del mundo startup moderno nace por la tecnología, pero otra parte por el dinero barato que existe en el mercado y está fomentando que cada vez se endeude más la gente. Y esto, tarde o temprano, se acabará

  3. Aunque no comente, paso siempre por sus pagos, estimado Haro Rodríguez, ¡faltaba más! Supongo que soy un maso-maniaco- compulsivo por los temas embarullados, y acepto de buen grado los posteriores problemas gastro cerebrales, y no lo tome como una crítica negativa. Es un buen ejercicio intelectual espolonear las neuronas. Lo recomiendo, y en especial modo a los hinchas de fútbol que, si son fieles al cien por cien, no tendrían que tomar a la ligera los consejos que dio una psicóloga adjunta a un equipo español que creo fue entrevistada por JD. Para una mayor plenitud, y no solo deportiva, aconsejaba cambiar esta rutina intrínseca que nos acompaña desde siempre, por ejemplo, tratar de escribir con la mano que no usamos, pensar lo que pensamos, etc. etc. y en especial modo tratar de entender temas literarios aparentemente difíciles. “Avanti cosí”, es una noble misión educar al “soberano” decía un padre constitucionalista de mi país antimonárquico a raja tabla.

  4. Pingback: Javier G. Recuenco y Guillermo de Haro: "Rafa Nadal es un ejemplo de estoico moderno" - Revista Mercurio

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