Cine y TV

Nada de nada o algo de todo

Seinfeld Imagen Sony Pictures Television
Seinfeld. Imagen: Sony Pictures Television.

Los físicos teóricos saben poco, como cualquier especialista. Pero si algo saben los físicos teóricos, eso es que el vacío no equivale a la nada. Escribir algo como lo anterior no resulta difícil. Explicarlo, en cambio, puede ser un desafío inconmensurable. Tal vez el mejor método inicial esté en recurrir al penúltimo oráculo moderno (apenas anterior a internet): la televisión. 

Este no es un camino original. Sin ir más lejos, Tomás Abraham, el filósofo que nació en Rumanía, estudió en Francia y vivió en Japón (detalles nimios que no contradicen, sino que más bien reafirman, su ser argentino), lo recorrió sin pudor en varios de sus trabajos. Especialmente en La aldea global (editado en Buenos Aires, por Eudeba, en un lejanísimo 1997) y en artículos de la revista El amante / Cine. Con mucha menos pompa, otro filósofo, más contemporáneo y menos sudamericano, supo decir que la respuesta a los problemas de la vida no está en el fondo de un vaso, sino en el televisor. Fue Homer Jay Simpson, tan (poco) ficticio como su colega Sócrates, el que nada sabía, quien —hijo de picapedrero al fin— moldeó durezas y entendió el pensar como un acto corporal.

En Oriente el nueve (y no el diez) expresa lo magnánimo. Es el dígito mayor, el final de una serie sin repeticiones, el resultado de multiplicar por sí mismo al tres —el número más apreciado, el que se representa con tres líneas para dar cuenta del cielo, de la tierra y de los hombres— y el que refiere a la cantidad de temporadas que permaneció en la pantalla de la National Broadcasting Company, o NBC, la comedia Seinfeld. Según las palabras de sus inventores, los norteamericanos Lawrence Gene «Larry» David y Jerome Allen «Jerry» Seinfeld (redundancia que vale), de cada uno de los miles de críticos que escribieron sobre su suceso y hasta de los guionistas, que recrearon la creación de la serie en uno de sus episodios (el tercero de su cuarto año, «The Pitch», que se pudo ver por primera vez el 16 de septiembre de 1992), Seinfeld fue un show sobre nada.

Así es como, una vez más, la televisión nos educa (y entretiene). Entre 1989 y 1998, a lo largo de ciento ochenta iteraciones, cuatro personajes principales y cientos de secundarios exhibieron una concepción de la sociedad que nunca antes había tenido estatus de historia visual. El programa trató de nada, pero no estuvo, en absoluto, vacío. En él se habló de fascismo, de ropa y de emprendimiento (cuando aún se llamaba, con menos soberbia, «olfato comercial»); de amores, de sexo y de masturbación; de viajes, de lugares para estacionar y de la muerte; de comida china, de pollo a la brasa y de sopa. En síntesis, de nada, en general, y de todo, en particular. Su última emisión (doble) fue seguida por casi ochenta millones de personas el 14 de mayo de su año final, y varias veces esa cifra en las repeticiones inagotables que la sucedieron y continúan saliendo. Seinfeld (o su dueño principal, Seinfeld) se pavonea de la marca —certificada por esa corporación de autoridad incomprensible conocida como Guinness World Records— de la mayor cantidad de dinero rechazada para continuar con una saga televisiva: NBC ofreció cinco millones de dólares por episodio, y al segundo Jerry más famoso de la comedia no pareció movérsele un cabello (aunque más tarde perdió casi todos, pero no puede asegurarse que los dos sucesos estén relacionados).

En lo que hace a marcas, Stephen William Hawking ostenta, al menos, dos. Fue el físico más famoso después de Einstein y aquel cuyo nombre ha sido escrito con más variantes incorrectas en la historia de la humanidad. Stephen (sin ‘v’) William (sin ‘s’) Hawking (también sin ‘s’, pero con ‘g’; sin ‘p’ intermedia, ni ‘c’ antes de la ‘k’), como Seinfeld, se metió con la nada y con la sopa, que decía adorar y usaba en parábolas cada vez que podía. Entre todos los temas que investigó, el que más se ha asociado a su nombre es el de los agujeros negros. Sin entrar en tecnicismos (más por piedad que por conveniencia), Hawking conjeturó que aun un agujero negro, que por un lapso se asoció a la ausencia de toda materia, no podría estar vacío. Más allá de la incomprensibilidad de su tema, la historia breve de los agujeros negros está plagada de curiosidades. Para comenzar, las primeras conjeturas hawkingnianas al respecto tienen un coprotagonista menos notorio, Roger Penrose, un investigador poseinsteniano e inventor brillante de acertijos matemáticos. En segundo lugar, el término «agujero negro» no fue acuñado por esta dupla, sino por un colega suyo, John Archibald Wheeler, que prefirió rebautizar a las «estrellas en colapso gravitatorio completo» con una expresión más vendible. Después de todo, Hawking y Penrose eran todo lo británicos que alguien puede ser, mientras que Wheeler venía de Jacksonville, en la Florida, e hizo su carrera en la Universidad Johns Hopkins de Maryland.

Todo era más sencillo en la era del éter. El éter fue una metáfora de una metáfora. Los griegos primitivos llamaban así al fluido que respiraban los dioses, para quienes el aire que daba vida a los mortales era demasiado basto. Aristóteles lo usó para describir la materia que, en su física sofisticada e inconsecuente, ocupaba el mundo supralunar. Los físicos modernos tomaron la palabra (y, quizás, el concepto) para explicar lo inexplicado: una sustancia hipotética, elástica y muy poco densa, que posibilitaba la propagación veloz de la luz en el desconocido espacio azul, que no podía estar vacío. Como corresponde a una explicación descabellada pero poética, la idea que surgió «de la nada» (out of the blue sería menos preciso, pero más justo; la traducción es un rompecabezas sin modelo) subsistió más de un siglo, hasta que la teoría de la relatividad especial venció las resistencias del poder académico. El éter, finalmente, cayó en desuso entre los científicos, en un giro delicioso que nos recuerda que el olvido es el atajo más breve hacia la nada.

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Un comentario

  1. Con respecto al nula, la nada, es difícil no caer en el encanto de los ejemplos o metáforas mediadas siempre por la palabra. En uno de los tantos cortos televisivos divulgativos de SWH se ve a un operario escarbar un pozo para dar entender que el vacío del pozo no puede existir sin el material extraído. Seria un ejemplo práctico de la simple fórmula 0 = -1+1 que nos dice que es posible la existencia del cero, de la nada. Y son extrañas sus consecuencias si trasponemos los términos: nos dice que -1 es igual a -1, o que +1 es igual a + 1. Tautologías, realidad y fantasía componen lo ¿existente? Son extrañas estas elucubraciones, pero fascinantes. Me quedo con la sospecha de que nuestro maravilloso cerebro con su, digamos prosaicamente, trinidad matemática-biológica, se compone de su evidente positividad (+1) que, para evitar la nada (0) y la esquizofrenia en nosotros necesitó de la fantasía (-1) y la consiguiente creación de los mitos y narraciones con sus consecuencias: el arte, la poesía, prosa, teatro, televisión y cine; las filosofías, las religiones, las ideas para hacer más llevadera esta existencia rodeada de cosas reales e increíbles que las damos por descontadas, o sea una esquizofrenia pasiva. Junto a la existencia de las cosas creo que somos una realidad fantástica.
    “Que las aves vuelen no sería un problema, porque, después de todo, sería fantástico volar, así de libres y ligeros, escasos de carne y con poco esfuerzo no llegar a ninguna parte, lejos de esta tierra y de su gravedad: el problema es que existan las aves.
    Muy buenas reflexiones y divulgación.

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