Cine y TV

El Doctor es mi pastor, nada me falta

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Tom Baker en Doctor Who, 1974. Fotografía: BBC.

El Doctor es un alienígena con dos corazones del planeta Gallifrey que viaja por el espacio y el tiempo en una TARDIS, que es una nave con forma de cabina telefónica que por dentro es más grande que por fuera. Su nombre significa «Time And Relative Dimensions In Space». 

El Doctor tiene dos mil años aproximadamente, aunque su edad es una cuestión controvertida (si se cuenta aquella vez que quedó encerrado en un disco de confesión, entonces tiene cuatro mil quinientos millones de años). Si no le pone usted cara (o si le pone demasiadas) es porque ha tenido muchas. Es que no se muere, sabe usted. O sea, sí. Pero luego se regenera con otro aspecto distinto. Van trece Doctores ya. Catorce si se cuenta al Doctor Guerrero (en eso tampoco hay consenso).  

Qué más, qué más. Ah, sí, su nombre. No se sabe. No se ha dicho ni una sola vez desde que la serie se estrenó en la BBC el 23 de noviembre de 1963, un día después del asesinato de Kennedy. Pero no lo llame «Doctor Who», haga usted el favor. Doctor Who es la serie; él es el Doctor, punto. Los whovianos son particularmente rigurosos con este precepto de la doctrina.

Eso sí: lo más relevante que debe saber usted sobre Doctor Who no lo dijo ningún whoviano. Lo dijo Terry Pratchett, que se confesaba un converso tardío a la fe del Doctor. En 2010 le invitaron a tomar posición en el eterno debate acerca del género de la serie (fantasía o ciencia ficción) en una columna de la revista SFX, pero hizo algo mejor: detectar la razón que impide ubicar Doctor Who en uno de ambos géneros, o en cualquier otro género convencional. En ficción, dijo, «la solución inesperada que lo arregla todo al final se conoce como un deus ex machina (que significa, literalmente, un dios en una máquina). Y un dios en una máquina es precisamente lo que es el Doctor». 

Bum: cinco décadas de intentonas taxonómicas, por los suelos. Doctor Who no es un cuento entrampado, eso lo es cualquier cuento; Doctor Who es una trampa hecha cuento. La Ilíada, el Cantar de mio Cid, La guerra de las galaxias, da igual la ficción con la que se quiera comparar: ninguna es lo mismo formalmente. Ni la ficción autoconsciente, ni las nivolas de Unamuno. Se ha dicho que quizá la palabra revelada sea lo más parecido que existe a Doctor Who, eso y los dibujos animados. A fin de cuentas, el protagonista está investido de omnipotencia, algo que solo ocurre en los evangelios y en Bob Esponja. La clave es esta: inmortalidad y una máquina del tiempo. Cuando se tienen ambas, nunca (nunca, nunca) se fracasa, porque si ocurre se vuelve atrás en el tiempo y se enmienda. Resultado: Doctor Who tiene el totalismo perfecto (¿acaso puede no ser perfecto el totalismo?) y el rango inclasificable de un texto sagrado. Y su misma licencia para incurrir en la extravagancia. Ventajas que tiene ser uno el deus ex machina de su propia historia. Ventajas que tiene ser un dios en una máquina.

Se lo confesamos, sí: hemos llamado a su puerta con la guitarra y los panfletos, pero no nos la cierre todavía; usted también es digno de que el Doctor entre en su casa. No es fácil, porque es un dios exigente y encima viste de tweed riguroso y lleva bufandas de colores y pajaritas. Y es rabiosamente inglés. Al principio da miedo, pero eso no me lo negará: así es como empiezan las cosas buenas. Y esta merece la pena empezarla. Doctor Who (atención a la cursiva, que es enfática) es diferente. Y eso es más de lo que puede decirse casi de cualquier historia de ficción, no digamos ya de las que aparecen en la tele. Confiamos en que estas cuatro razones sirvan para convencerle. 

1. Es una serie violenta, pero sin violencia

El Doctor no pelea. Abomina de la violencia física y no la practica, simple y llanamente. Tampoco tiene armas. En cincuenta años de serie se cuentan con los dedos de una mano las ocasiones en las que ha apretado un gatillo con intención de matar. Al espectador se le dirá que por convicción moral, pero emborrache usted a un guionista y quizá le cuente la razón verdadera: desarmar al Doctor es la única forma de que él y sus enemigos se enfrenten en igualdad de condiciones. 

Las armas no funcionan contra el Doctor. Piénselo: no se le puede matar (en ese caso, se regenera), pero tampoco amenazarlo con heridas o tormentos físicos, porque el Doctor no los sufrirá. Dado que los sobrevivirá invariablemente, le bastará con viajar atrás en el tiempo y abortar la situación que condujo a ellos, que de esta forma sencillamente no acontecerá. Conclusión: los guionistas no escriben esa escena, directamente. Nunca (o casi nunca) tiene lugar en Doctor Who. Lo dice la física, que será inventada pero es igual de implacable que la de verdad: disparar (en general, emprender cualquier medida de coacción física contra el Doctor) implica que esa situación (agárrese, pirueta verbal) no va a haber existido. Si un villano empuña un arma contra el Doctor, el villano ya ha sido vencido. E incluso si no dispara, la propia amenaza es imposible axiomáticamente: ¿qué amenaza lo es realmente si no puede consumarse? 

Veremos muchas pistolas, espadas y láseres en Doctor Who, por supuesto. Al Doctor no se le caen los anillos por masacrar a unos sucios y asquerosos daleks de vez en cuando, que para eso están. Y, a fin de cuentas, sus acompañantes en la TARDIS y otros personajes secundarios siguen siendo perfectamente mortales. Hay acción (de hecho, mucha), pero el espectador atento comprobará que siempre resulta accesoria. Es el Doctor quien resuelve los conflictos y los conflictos que él resuelva no se solucionan con armas. Podrían, sí, pero siempre a su favor, así que volvemos de nuevo al callejón axiomático: ¿qué conflicto lo es de verdad si solo tiene una solución? Por eso las pistolas no pasan de atrezo: en Doctor Who el conflicto solo es real si no hay armas de por medio.

Lo saben mejor que nadie sus antagonistas tradicionales, los provenientes de la etapa clásica: encerrar al Doctor es la medida más efectiva para neutralizarlo. Al menos tres veces ha ocurrido también en la etapa contemporánea de la serie, cuatro si se cuenta el asunto aquel del polen psíquico. También funcionan la anulación mental y los engaños que consistan en simular la presencia (con un holograma, una réplica robótica o un clon, por ejemplo). Todo lo que evite al villano plantarle cara físicamente al Doctor. River Song se lo advertía a sus enemigos: «los demonios corren cuando un hombre bueno va a la guerra». Y usted habrá caído también en la cuenta: el universo está amañado a su favor, menudo dios sería si no lo estuviera. Si quisiera, el Doctor podría conquistar el cosmos entero armado con un tenedor. Así que hágase un favor a usted y háganoslo al resto de la Creación: no le busque las cosquillas.

2. Es una serie de miedo, pero sin miedo

Lejos de ser su talón de Aquiles, la inoperancia de las armas es la gran fortaleza de Doctor Who. En su empeño por disimularla sin faltar a la lógica los guionistas tienen que componer las tramas que dan a la serie su reputación de espectáculo lunático. Pero he aquí una obviedad: el disimulo comporta la ausencia de algo, aquello que es disimulado. Y por más que se ejecute con brillantez, en ficción nunca constituye un valor duradero si lo que aguarda tras el telón es, bueno, nada en absoluto. Y eso son los conflictos falsos. 

En la llamada segunda edad de oro de la televisión muchos olvidan con demasiada alegría este mandamiento, pero usted descuide: Doctor Who nació en 1963, cuando adquirir un compromiso con el espectador todavía significaba algo. Russell T. Davies y Steven Moffat, cuyo sueldo paga el contribuyente británico, no le piden a usted que se siente frente a la tele a esperar que pasen cosas: ellos harán que pasen. Y si le gustan, pues nada, vuelva de nuevo la próxima semana, que habrá más. Todo así, a la antigua usanza. 

Porque no, el Doctor no es invencible. Menuda tontería. Solamente es inmortal, que no es igual. Hay muchas cosas peores que la muerte. No haber existido jamás, por ejemplo. O el exilio en otro universo. O la jardinería. Y hay muchos villanos que traban conflictos reales con el Doctor, es decir: conflictos que el Doctor puede perder. Son villanos que incorporan en su biología la habilidad de afectar a las mismas leyes físicas. Villanos, háganos casos, como no los verá usted iguales en ninguna otra parte. 

Como el Silencio, por ejemplo. Algo a medio camino entre una raza humanoide y una rama de la Iglesia católica del futuro. Cuando se les mira, se les ve; pero cuando se les deja de mirar, se olvida uno de que existen. Algo relacionado con el sacramento de la confesión, descubriremos: estos monstruos fueron creados por la papisa Tasha Lem para que la gente olvidara que se había confesado y lo volviera a hacer una y otra vez. Lo que decíamos: rabiosamente inglés. Si se le ocurre algo más anglicano que esto, nos gustaría verlo.

Algo parecido hacen los ángeles llorosos, que aparentan ser estatuas de piedra. O que lo son, en puridad, pero solo cuando se les mira. Cuando nadie les observa es cuando viven y se mueven, así que fijar la mirada en ellos y no apartarla es la única manera de detenerlos. Ay, si Hitchcock hubiera pillado estos monstruos a los que el espectador está obligado a mirar. Son el cucu-tras, el juego del escondite inglés hecho terror auténtico y magnífico. Entre todas las criaturas de Doctor Who, los ángeles llorosos seguramente son las que más miedo meten. Y ni siquiera las interpreta un actor, dese cuenta. Son estatuas.

Y hay más. La Gran Inteligencia, por ejemplo, una forma de vida incorpórea que apareció por primera vez en 1967. O el Vashta Nerada, algo parecido a una infección pero con voluntad. Su forma es la sombra, para evitarlo hay que evitar las sombras. Todos enemigos inmunes a las armas, como el propio Doctor, y por ello todos capaces de derrotarlo. Todos enemigos que obligan a un ejercicio minucioso de montaje y realización. Terror purista y rústico, la técnica y nada más al servicio del respingo. No es así por decisión, y quizá por eso suelan hacerlo tan excelentemente: en Doctor Who, los únicos malos verdaderos son los que no existen físicamente. O se hacen bien o entonces mejor no hacerlos.

Y por esa razón, además, tienen un doble efecto: estos terrores primarios provistos de voluntad aportan a la serie su tono truculento pero también su quintaesencia detectivesca, determinante en Doctor Who. ¿Cómo se vence a la sombra, a lo que se olvida, a lo que deja de existir si se mira? ¿Cómo se derrota a un enemigo constituido por una ausencia, y no una presencia? Poniendo actitud, lo primero. Con optimismo. Y después ya se verá. Eso lo resumió mejor que nadie Craig Ferguson, escocés y whovianísimo, con aquella canción en la que explicaba la devoción de los friquis y los nerds por Doctor Who: es una historia, dijo, «acerca del triunfo del intelecto y el romance sobre el cinismo y la fuerza bruta».

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Karen Gillian, Matt Smith y Alex Kingston en Doctor Who, 2010. Fotografía: BBC.

3. Es una historia de amor, pero sin amor

Porque hay romance en Doctor Who, eso también. Y no, no tire la toalla todavía. Usted creía que no le gustaban las historias de amor, pero se equivoca. Esto es prensa: si no hemos venido a decirle a usted lo que le gusta y lo que no, entonces usted ya me dirá a qué hemos venido. Y sospechamos que lo que a usted no le gusta, en realidad, son los convencionalismos dramáticos que incorporan la mayoría de romances. En particular, los conflictos derivados de lo único capaz de extinguir el amor, que es la muerte. Así que, mire, permita que le ahorremos el trago: River Song, el gran amor del Doctor, muere en la temporada cuatro, capítulo ocho. Hala, solucionado. 

Y no, no es un spoiler. Esa será la ocasión en la que veamos por primera vez a la mujer del Doctor, el día de su muerte. En la Biblioteca, un planeta consagrado al almacenamiento de libros, River se sacrifica para salvar al Doctor. Para entonces ella es ya su esposa y lo sabe todo de él, incluyendo lo que nadie más: su nombre. Pero a él le ocurre como al espectador, que no la conoce todavía. 

El Doctor y River viajan por el tiempo en direcciones opuestas, y en esas condiciones se desarrolla su historia de amor: el futuro de él es el pasado de ella. Estarán casados a la vez solo un día, el de su boda; hasta entonces solo habrá estado casada ella con él y después de ese día, él con ella. Y a medida que su historia progresa, el Doctor conocerá más a River Song, pero ella menos a él (el Doctor y los espectadores, dese cuenta, estaremos yendo hacia atrás en su cronología). Y lógicamente llegará el día en el que ella vea al Doctor por primera vez en su vida. Para entonces él lo sabe todo de ella, pero ella no lo conoce todavía. Y solo entonces sabremos el papel que River Song vino a encarnar a Doctor Who: el de villana. 

¿Y se imagina usted cómo será esa villana, a la que tanto querremos para entonces, tanto el Doctor como nosotros? Se lo digo yo: invencible desde el punto de vista técnico, colosal a efectos dramáticos. River Song, que se propone matar al Doctor, es la única que puede hacerlo empuñando un arma. ¿O acaso puede el Doctor hacer como con los demás, volver en el tiempo y evitar que la propia situación tenga lugar? ¿No resultará entonces que él murió hace tiempo, en la Biblioteca, cuando ella lo salvó? Matarla sin más, pum, de forma ordinaria, esa es la única opción. ¿Y cree acaso que nuestro dios benévolo y simpaticón será capaz? Y, si se deja matar, ¿para qué habrá servido (o servirá) el sacrificio de ella?

Insistimos: no hemos incurrido en spoiler. Bien pronto en la historia sabremos que River mata al Doctor, y lo sabremos por su boca: para ella es algo que ya ha ocurrido. En YouTube existen vídeos montados por aficionados en los que se nos presentan los encuentros de River y el Doctor ordenados de principio a fin, pero desde el punto de vista de ella. Solo viendo Doctor Who así, reeditado, puede destriparse esta historia, y no se lo recomendamos. Fue un portento. Fue una maravilla. Fue un romance simplemente monumental. 

Y lo mejor de todo: fue distinto de cualquiera que haya visto en el cine o la televisión. River y el Doctor solo coincidieron en quererse a la vez una vez, el día de su boda. Solo ese día, solo en una ocasión, pudieron funcionar plenamente los clichés románticos; antes y después hubo que inventarlos. Su amor no comportaba lealtad; sus engaños no comportaban traición; ni el matrimonio implicaba estar casados. Ella le puso a él el nombre en código de «Damisela en apuros», así de frecuente era que tuviera que rescatarlo; y él la salvaba a ella, aquello siempre constituyó su salvación propia y la condena de ella. River y el Doctor llegaron a reunirse en pantalla en número superior a dos y urdieron complots contra el otro con la ayuda del otro. Hasta él se involucró en el nacimiento de ella. Las mismas leyes de la pantalla se violaron, porque tres actrices y un bebé encarnaron a River Song (aunque el papel fue fundamentalmente de Alex Kingston) y tres Doctores, tres actores distintos, se las vieron con ella, principalmente Matt Smith. Él estuvo de fábula, como lo estuvo a lo largo de todo su Doctor; pero lo de Alex Kingston fue directamente para ponerse a tirar cohetes.

4. Es una historia sin principio, pero con final

Pregunte a un whoviano por todo aquello que no sabemos acerca del Doctor, si es que se atreve. A uno particularmente hooligan, de los que se han visto las cerca de ochocientas horas de Doctor Who que llevamos desde 1963, sin contar cómics, novelas y episodios radiofónicos. Pregunte por su nieta, por su nombre, por su ascendencia medio humana «por parte de madre» o las razones que le llevaron a exiliarse de Gallifrey, por ejemplo. Muy poquito sabemos con certeza del origen del Doctor y apenas nada de sus motivaciones, que alguna tendrá. Es lo que se espera de alguien que interfiere con la naturaleza misma de la Creación día sí, día también. ¿Se imagina usted que al final de la Biblia, spoiler alert, resultase que el dios de la historia no era Dios, sino otro? Pues eso.

Eso sí, sabemos cómo termina su historia. Nuestro protagonista recupera la forma del cuarto Doctor y se convierte en conservador de arte. O al menos se nos dice que aquello constituirá su retiro. 

Un anciano Tom Baker interpretó en 2013 al Conservador y antes que eso al cuarto Doctor entre 1974 y 1981, durante siete temporadas. Su Doctor, el más longevo, es también el que goza de mayor reputación entre las ocho encarnaciones de la etapa clásica de la serie, que se prolongó durante veintiséis temporadas, desde 1963 hasta 1989. Aquí le recomendaremos también al segundo Doctor (interpretado por Patrick Troughton durante tres temporadas, entre 1966 y 1969), con toda seguridad el que más ha influenciado a los Doctores de la etapa contemporánea. 

En la década de los noventa se produjo un nuevo episodio piloto de Doctor Who, ahora protagonizado por Paul McGann como novena encarnación del Doctor. La experiencia no funcionó y el material se convirtió en la única película de la franquicia, estrenada en 1996 directamente en televisión. No es muy allá, para qué engañarle.

La etapa contemporánea de Doctor Who, que arrancó en 2005, lo hizo con el noveno Doctor (Christopher Eccleston, temporada 1) y el décimo (David Tennant, temporadas 2, 3 y 4), con cuya desaparición se extinguieron también varios arcos y temas centrales de la serie. El showrunner durante esta era fue Russell T. Davies, responsable también de sus dos spin-offs: Torchwood y Las aventuras de Sarah Jane. Desde entonces Doctor Who funciona así: se reinicia cada cierto tiempo, dando por cerrado un ciclo de Doctores y acompañantes y abriendo uno nuevo, con nuevos temas, tonos y criaturas. Estos grandes ciclos suelen coincidir con el relevo de los showrunners.

Para hacer brecha en Doctor Who le recomendamos el undécimo Doctor, interpretado por Matt Smith a partir de 2010, durante las temporadas 5, 6 y 7. Con su aparición arrancaron los temas y grandes arcos que heredó el duodécimo Doctor (Peter Capaldi, temporadas 8, 9 y 10). El showrunner durante esta era fue Steven Moffat, también responsable de los especiales con ocasión del cincuenta aniversario de la serie. En ellos se reunieron varios Doctores históricos, aparecieron el Guerrero y el Conservador y se redefinieron varios puntos de la mitología de Doctor Who, como la posibilidad de regenerarse más de trece veces o el destino de Gallifrey y los Señores del Tiempo. 

Doctor Who vuelve a empezar de ciclo en 2018 con la decimotercera Doctora, interpretada por Jodie Whittaker, y un nuevo showrunner, Chris Chibnall. Muchos seguidores esperábamos que la serie recuperase fuelle con el relevo y la novedad felicísima de que una mujer dé vida al Doctor, ahora Doctora; pese a la lustrosa interpretación de Capaldi, el texto de Doctor Who habí aperdido cuerpo en los últimos años.

Y le confirmaremos que no, no sea que se quede con la duda: no hay que ver Doctor Who entero. No es necesario ni deseable y ni siquiera es posible. Antes de la revolución digital, la BBC (como cualquier cadena de televisión) almacenaba sus programas en casetes de cinta magnética que frecuentemente se regrababan. Y eso pasó con muchas de las que contenían los originales de Doctor Who. Aunque muchos episodios se han ido recuperando gracias a copias adicionales que se conservaron en otros países de habla inglesa, a día de hoy todavía noventa y siete capítulos siguen perdidos. Confórmese, esto es así. O alégrese, qué coño. Ningún dios lo es de verdad sin sus evangelios perdidos, y a lo mejor en estos se nos revelaba quién era. Ojalá, y entonces la respuesta se haya perdido. El Doctor lo será solamente mientras nos atormente su pregunta: who. Quién. Y solo cuando sepamos quién es, el Doctor dejará de serlo. ¿Usted tiene ganas de saberlo? Nosotros muy pocas.

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Peter Capaldi en Doctor Who, 2016. Fotografía: BBC.

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10 Comentarios

  1. ¡Tennant forever! Jajajaja

    Nah, cada uno tendrá su favorito.

    Como decían en los Simpsons «Duffman nunca muere… solo los actores que lo interpretan».

    Gran artículo, gracias.

  2. Lareon Falken

    Aquel que diga que el INMENSO John Hurt interpretando al Doctor Guerrero no cuenta será obligado a usar un destornillador láser de por vida.
    Y tirando de evangelios de Doctor Who, no se puede deshacer cualquier evento porque inventaron el concepto de puntos fijos en el tiempo que viene a decir que ciertos acontecimientos en el tiempo simplemente son. No pueden alterarse bajo ningún concepto así que aún viajando en el tiempo, el Doctor no es omnipotente.
    Y dos apuntes de fiel converso: Silencio en la biblioteca (la muerte de River Song) es un doble capítulo inmenso, y a pesar de que hay un montón de momentos estupendos, para mí nada supera aquello de:
    -Lo que hice, lo hice en nombre de la paz y la cordura.
    -Pero no en nombre del Doctor.
    Y los pelos como escarpias oiga.

    • ¿Y qué me dice de «Blink», el capítulo con los ángeles y la trama con la grabación del Doctor?

      Efectivamente, también pensé en que eso de volver atrás cuando se quiera no encajaba con la «lógica» de la serie Jejejeje

      • Lareon Falken

        ¿Y qué digo de Blink? Pues mire, es como esa pregunta de «a quién quieres más, a mamá o a papá», pero con un montón de episodios. Yo empecé con Tom Baker de cuando Doctor Who era emitida en la TVG allá por los 80 y la fascinación se mantuvo intacta. De hecho, mis episodios favoritos suelen ser aquellos que se decantan hacia el terror (como la dupla de «Silencio en la biblioteca») que suele ser donde el Doctor saca su cara mas oscura (así amenaza a los Vashta Nerada cuando les dice aquello de «esto es una biblioteca, mirad quién soy» y con eso compra 24 horas) y por una estupenda construcción narrativa (como en «Heaven sent»). Y por si alguien duda, sí, claro que soy un converso en la fe

  3. Yo soy de Smith (dicen que tu doctor es siempre el primero) pero debo decir que como companion me quedo con Clara. Amy es mucha Amy, pero Clara tiene una desvergüenza que impacta.
    Que por cierto, falta un punto sobre los compañeros del Doctor. Son los que lo mantienen en su humanidad.

  4. Juan Diaz Olmedo

    Sugerir que alguien que no ha visto la serie comience por la etapa de Matt Smith y no por la etapa de Eccleson-Tenant debería estar condenado con pena de cárcel (Aunque reconozco que el acierto meta-linguistico de que el Maestro se reencarne en una dimensión en el que el Doctor solo es el personaje de una serie de televisión, se haga guionista de esta bajo el seudónimo de Steven Moffat y se vengue de su mortal enemigo convirtiendo su serie en un despropósito inaguantable tiene su aquel).

    Y por cierto, tengo la ventaja de vivir en una realidad temporal paralela en la que no hay solo una, sino hasta TRES películas de Doctor Who, dos de ellas interpretadas por el gran Peter Cushing.

  5. No hay que olvidar la temporada de Eccleston, que por ser la primera de la «nueva era» fue la que volvió a traer al personaje y a descubrirlo para las generaciones que no habían conocido la serie original. Eccleston tenía su punto y dejó la base sentada para que ya llegara Tennant y lo hiciera despegar del todo.

  6. Gran artículo!!! Yo empecé con la renovación de la serie allá por 2005 con el querido y olvidado Christopher Eccleston, y desde el primer capítulo (ese tan famoso de los maniquís) amé la serie. Soy de las whovians que no para de recomendar esta obra de arte a amigos, familiares y demás gente ajena. Hay capítulos inolvidables como ese Tennant siendo copiado en un autobús turístico por un ente que te roba la voz, «Blink» (ya mencionado en otros comentarios), «Heaven Sent», … Y por hablar de companions, claramente Donna Noble y Rose Tyler.
    En definitiva, cada uno hemos empezado por una etapa distinta de Doctor Who, hemos devorado capítulos y capítulos y todos nos hemos convertido en whovians, hemos amado al Doctor y nos morimos de ganas por más capítulos.

  7. Pingback: La ignorancia es la felicidad: el Matrix en el que sí vivimos

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