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Roma da miedo

Suburra. Imagen Rai Cinema. roma
Suburra. Imagen: Rai Cinema.

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En la Ciudad Eterna lo que se ha eternizado es el caos. En los días en los que se celebran nuevas elecciones para elegir alcalde después de la breve experiencia del «marciano» Marino, Roma sigue lamiéndose las heridas dejadas por Mafia Capitale. En las vistas del macrojuicio sobre el entramado de criminalidad, corrupción y política destapado a finales de 2014 se escenifica una realidad que supera con creces la ficción. Una gran suburra del siglo XXI, como el título de la película y del libro que anticipó el escándalo. Una crime story que retrata la violencia que desde hace décadas se esconde tras los fastos perdidos de la capital italiana. 

***

Un hombre desnudo en un balcón de un palacio centenario en una de las más bellas plazas de la ciudad. Un hombre de poder que, con las venas hinchadas por la cocaína que acaba de fumarse tras una noche de orgía, coge su miembro y se abandona a una colosal meada que se funde con la lluvia que cae inclemente sobre la Piazza del Popolo. Un político que mea sobre la capital de su país, como otros tantos hicieron antes que él. 

De todas las escenas de Suburra, esta —apenas unos segundos— es quizá la imagen más poderosa. El punto álgido en el que la alegoría de los males de Roma es más creíble por más inverosímil. Porque en la sucesión de escándalos que en los últimos años han embestido a la ciudad la ficción ha sabido representar más y mejor que las crónicas la decadencia estructural que la ha llevado al borde del báratro. 

Stefano Sollima, dirigió también Gomorra y Roma criminal. Como material de partida Sollima usa otro libro (del que mantiene el título) de Giancarlo de Cataldo. El magistrado-escritor, autor de Roma criminal, firma junto al periodista de investigación Carlo Bonini una historia que, sin llegar a ser una secuela, recupera a uno de los personajes clave de la novela inspirada en la historia de la banda de la Magliana. El Negro se llama ahora Samurái y, veinte años después, se ha convertido en el rey de Roma.

En la Suburra de Sollima no hay redención. No la había hace dos mil años cuando los senadores bajaban al barrio popular —la sub urbe, miserable y peligrosa— a los pies del monte Palatino y al lado de los Foros imperiales para mezclarse con el pueblo y perderse, literalmente, en las tabernas y los burdeles esparcidos por las callejuelas que escondían de la vista de la nobleza la podredumbre de la ciudad. Y no hay redención ahora en esta nueva Suburra que se consume detrás de las cortinas de los palacios de poder, incluidos los del Vaticano; en los privée de las discotecas del litoral en olor de lavado de dinero o en las terrazas de las fiestas exclusivas y decadentes al estilo de La grande bellezza. Todo bajo una atmósfera de apocalipsis, que en el filme coincide con la fecha de la caída del Gobierno de Berlusconi.

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La película se estrenó unas semanas antes de que empezara el macroproceso de Mafia Capitale, la investigación que a finales de 2014 abrió con una serie de arrestos la caja de Pandora del sistema criminal que durante años ha carcomido el tejido social, político y empresarial de la urbe. El libro de De Cataldo y Bonini había sido publicado un año antes, pero si uno lee la orden de arresto que justificaba aquellas detenciones llega un momento en el que los confines de la realidad y de la ficción se confunden, tantos son los parecidos entre el relato y las investigaciones. No es solo el hecho de que los autores de la novela usaran para su trabajo investigaciones y crónicas anteriores, es que los diálogos entre los acusados, que aparecen en las mil doscientas veintiocho páginas del documento del juez con la transcripción de las escuchas policiales, son igual de teatrales o más que los de la ficción. 

Uno de ellos, el más famoso, es este, que da nombre a toda la investigación, llamada Mondo di Mezzo: Tierra Media. 

—Es la teoría de la tierra media, compá [compañero]… hay… cómo se dice… los vivos arriba y los muertos abajo, y nosotros estamos en el medio.

—Ya, claro.

—Y entonces… entonces significa que hay un mundo en el que todos se encuentran y dices: coño, cómo es posible que este […] cómo es posible que, yo qué sé, mañana puedo estar cenando con Berlusconi…

—Claro, claro.

—Coño, es imposible… ¿entiendes la idea? [La idea] es que en la tierra media todo se encuentra… o sea, ¿entiendes? Personas de cualquier tipo… de cualquier… se encuentran allí.

—De cualquier clase.

—Bravo… se encuentran todos allí, ¿no? Y estás allí… pero no por una cuestión de clase… por una cuestión de mérito, ¿no? En el medio, también la persona que está en el mundo de arriba tiene interés en que alguien del mundo de abajo haga cosas que nadie puede hacerle. 

—Claro.

—Y esta es la cosa. Y todo se mezcla.

El que expone la teoría de la Tierra Media es Massimo Carminati, alias Er Cecato (el Tuerto), cuya historia inspira la figura de los personajes del Negro y del Samurái de la ficción. Y su interlocutor es su mano derecha, Riccardo Brugia. Ambos eran miembros de los NAR, los Núcleos Armados Revolucionarios; un grupo terrorista de la extrema derecha que aparece en las crónicas de los años de plomo, entre otras cosas, como responsable de la matanza de la estación de Bolonia en 1980. Desde entonces y hasta ahora, Carminati ha seguido trabajando en la Tierra Media, dicen los magistrados. Como «enlace», manejando los hilos entre «los de arriba» y «los de abajo», convirtiéndose en el guardián de los secretos inconfesables de decenas de políticos corruptos y en el referente de las familias criminales del sur de Italia que han hecho de Roma uno de sus mayores centros de lavado de dinero (y por eso no pasa día sin que se lean noticias de restaurantes y locales secuestrados en la ciudad por ser tapaderas de la Camorra y de la ‘Ndrangheta). 

Tanto Carminati como Brugia y otros de los cuarenta y seis imputados en el proceso están en la cárcel con la acusación que en el código penal italiano se recoge bajo el número 416 bis: asociación mafiosa. Porque, para los jueces, la Tierra Media de Carminati no es asimilable a la criminalidad y a la corrupción común, sino que tiene las características propias de una mafia, incluyendo la violencia y los métodos de intimidación. 

Iluminante sobre este asunto es que en el maxiproceso, del que ya se han celebrado unas setenta vistas en la sala búnker de la cárcel romana de Rebibbia (las palabras maxiproceso y búnker para cualquier italiano se asocian al macrojuicio contra la Cosa Nostra en Palermo en los años ochenta), algunas de las víctimas de las amenazas del clan de Carminati hayan intentado no presentarse. «Uno de ellos se justificó aduciendo que tenía que ir al funeral de un tío que en realidad estaba vivo y, cuando finalmente acudió a la vista, dijo que no se sentía víctima porque, aunque le hubieran prestado treinta mil euros con un interés del cuatrocientos por cien, nunca lo había pagado», cuenta Marco Carta, que trabaja para el diario Metro y es uno de los periodistas que desde el comienzo del juicio ha presenciado todas las vistas. Carta explica que, sorprendentemente, a medida que el proceso avanza la cobertura mediática se diluye, hasta el punto de que hace unas semanas la televisión pública RAI, que tiene la exclusiva, dejó durante unos días de enviar a su cámara. 

¿Cómo es posible que el proceso a la quinta mafia de Italia no tenga interés? «Porque hay elecciones y porque hay situaciones que aún no están claras», explica Carta. El problema es que en Mafia Capitale está todo el mundo, como decía Carminati. Y todo el mundo tenía relación con Salvatore Buzzi, exdetenido modelo, el primero en Italia en sacarse una carrera mientras estaba entre rejas. Fundó una cooperativa para expresos que usaba, según las acusaciones, para ganar contratos públicos y lubricar el aparato político y burocrático con generosos sobres de dinero. 

Políticos de izquierdas, como Luca Odevaine, exvicejefe de Gabinete del exalcalde Walter Veltroni, y de (extrema) derecha, como Franco Panzironi, mano derecha del exalcalde Gianni Alemanno y exjefe de la empresa de gestión de la recogida de basura en Roma, estaban en el entramado que encabezaba Buzzi. Así lo explicaba él mismo en otro diálogo registrado por los investigadores: «Los habíamos comprado a todos. Si ganaba Alemanno los teníamos comprados a todos, empezábamos FIUUUUU (un silbido, como decir que empezábamos a saco)…». Y, más adelante, seguía: «Y ahora vemos con Marino, le tomamos las medidas a Marino».

***

El Marino al que Buzzi decía que había que tomar las medidas era Ignazio Marino, el alcalde «marciano», como él mismo se define en el libro de memorias sobre su breve experiencia al mando de la capital de Italia. Marino ganó las elecciones en 2013 precisamente frente a Alemanno, que ahora está imputado por corrupción en un proceso paralelo al de Mafia Capitale. El cirujano experto en trasplantes ganó casi en contra de su partido, el Partido Democrático (PD) del primer ministro Matteo Renzi, que en las primarias apoyó a otro candidato. 

Y, según quien ha seguido y vivido los años de su mandato, el alcalde gobernó con su partido en contra. Para como solían ir las cosas en Roma, a Marino le dio tiempo a hacer alguna marcianada… Como cerrar el vertedero de la ciudad, el basurero más grande de Europa, que se extendía por una superficie equivalente a trescientos cuarenta y tres campos de fútbol y que había hecho la fortuna de Manlio Cerroni, el hombre que mantuvo durante años el monopolio de la gestión de los residuos urbanos de la capital. O como parar otro megaplan de urbanización de las campañas del Agro Pontino, aprobado por la anterior Administración. O como prohibir las camionetas que junto a los principales monumentos vendían botellines de agua a seis euros…

Luego llegó Mafia Capitale, proceso en el que también se vieron involucrados concejales de su Junta de Gobierno, junto a representantes del mismo PD romano y a miembros de las bancadas de la oposición. Y Marino siguió un año más. Un año en el que la ciudad —ya estrangulada por una deuda de trece mil seiscientos millones de euros— se paralizó. Porque, mientras tanto, los departamentos que más se habían visto manchados en Mafia Capitale habían sido comisariados. «Nadie hablaba, nadie se movía, nadie firmaba nada por miedo a las escuchas y de acabar en una de las ramas de la investigación», recuerda Carta.

Hasta que Marino, tras las polémicas surgidas por un caso de facturas de gastos de representación no justificados por veinte mil euros —cacahuetes comparados con los millones que manejaba la mafia romana—, dimite. Para luego dar marcha atrás y acabar siendo destituido por la dimisión firmada ante un notario de los consejeros de su partido y de uno de los grupos de la oposición, encabezado por el empresario y constructor Alfio Marchini

Un final que inevitablemente recuerda a aquel relato de 1954 en el que Ennio Flaiano —el genio que inventó la frase emblema de la vida política italiana «la situación es grave pero no seria»— hablaba del desembarco de un marciano en Roma que, tras la sorpresa y la aclamación inicial, acaba fagocitado por la rutina de la urbe y se convierte en un personaje más, sin infamia y sin elogio. 

P. D.: En Suburra se cuenta en el primer capítulo cómo el Samurái hace una matanza en un gimnasio con una catana. En la realidad, ¿qué encuentran los carabinieri en casa de Carminati tras su detención? Una catana, el arma del samurái. 

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Un comentario

  1. Ramón Teruel Yebra

    «La situación es grave pero no seria» es una frase que se atribuye a mucha gente, pero el primero del que se tiene noticia fue Karl Kraus, hablando de la monarquía dual («la situación es desesperada pero no grave»).

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