Ocio y Vicio Gastronomía

Cómo hacer (existencialmente) unas croquetas

croquetas existenciales

Croqueta, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Cro-que-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, al tercero, en el borde de los dientes. Cro. Que. Ta. Bueno, salvo que esté quemando, porque unas croquetas recién hechas alcanzan temperaturas similares a las que vivieron en Pompeya, y entonces ni paladar, ni labios, ni hostias, solo tener la boca abierta, así, y el trozo de masa ahuecado sobre la lengua mientras jadeas como un perruco. Más o menos. 

Hacer croquetas (también pueden aparecer en su recetario como cocretas o cocletas) es muy sencillo. Básicamente hay que tener por casa pan rallado, harina y leche (aceite y sal se sobreentiende que hay, porque son ustedes gente de bien). También algo de tiempo. Ah, y sobras. Porque esto va así, no se me pongan en plan dignos. Croquetas de boletus, de pollo al curry, de trufas…: todo invenciones modernas. En mi casa las había de cocido, que era tanto como decir «a ver si te comes esta carne algo resequilla y con olor regular, la misma que ayer no quisiste, pero de otra forma». Y funcionaba, vaya si funcionaba.

La clave es incorporarle secretitos. Y hacerlo con mimo, decía siempre mi abuela, pero eso lo damos por supuesto. Prueben a echar aquella especia tan rara que trajeron de su viaje por Centroeuropa. O un poco de mostaza a la bechamel. También podemos hacer croquetas artísticas. Literarias, por ejemplo. Usted pica muy finamente la primera página de Pedro Páramo sobre el relleno y le va a salir algo mágico, real. También vale con Viaje a la Alcarria, aunque da bastantes gases. O Rayuela, pero es un lío después escoger entre jamón o pollo, porque tienes todas las opciones abiertas. Ah, no recomendamos espolvorear obras existencialistas: a veces provocan náuseas. Y con Stephen King puedes tener pesadillas, que al final los fritos caen pesados.

En fin, hecho lo de dentro, queda rebozar. Pan rallado (panrallao), que es lo suyo. Si quiere ponerse en plan hípster, puede hacer pan de masa madre, dejarlo fermentar diecisiete días (espolvoreando cada siete horas y catorce minutos con agua pura cogida de un manantial en cuarto creciente), y luego permitir que se ponga duro, rallarlo y machacarlo en mortero o almirez. Lento, pero puede subir un montón de fotos a Instagram, que es para lo que se hacen estas cosas. Ah, tenga cuidado, porque si vive en sitio húmedo puede que su pan viejo desarrolle mas pilosidad que George R. R. Martin recién duchado. Jode, ¿verdad?, ahora lo están visualizando y se les ha torcido la tarde. Lo siento. 

Bueno, si usted es una persona normal puede ir al ultramarinos más próximo y comprar un paquetito de pan rallado, que no se lo diremos a nadie, prometido. Mientras empana las croquetas debe poner música para que pillen sabor. Los grupos indies dejan el asunto con textura pastelosa y así como tristona… El rock urbano, bien, aunque a veces salen tiesas como el asfalto: debe acertar con el punto justo. Clásica también vale, pero tienen que ser cosas poco solemnes. Verdi y eso, con sus coros y su tono de verbena aguardentosa. Absténganse, eso sí, de pinchar viejos éxitos de la movida, porque en ese caso las croquetas mutan y se convierten en armas de control mental que introducen chips peligrosísimos en nuestros cuerpos. 

Falta freír, que es algo muy importante. Prueben a comer croquetas crudas y me cuentan (aquí no vale lo de chupetear la cuchara de madera, que nos conocemos). Aceite del bueno, por favor, y que esté muy caliente. Si no tienen un fuego en condiciones pueden probar insultándolo. Iconoclasta. Palajustrán. O epicúreo, que eso al aceite le jode muchísimo. Una vez lograda la temperatura se depositan suavemente las croquetas (lo contrario puede acarrear el desastre absoluto) y se dejan así como churruscaditas. Sáquense con cuidado (y con una espumadera, las manos están muy contraindicadas para esto) y deje que templen, no sea ansioso, que no sea ansioso, hostia, ¿ves?, ya te quemaste, es que no me hace caso nunca este niño, joder, vete a lavar las manos, anda, harta me tienes…

Degusten con una bebida cerca. Si son de los que leen mientras comen, deben saber que las páginas de su revista cultural preferida quedarán semitransparentes después del proceso.

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Un comentario

  1. E.Roberto

    Sospecho que los buenos escritores tienen que sufrir de una especie de disasociación mental, con sus consecuencias benéficas en lo que hace al espacio, materia y tiempo, porque, pasar de Pompeya a los ultramarinos y en el medio una ristra injundiosa de alimentos pobres, delirios verbales, literarios y musicales, insultos regionales, consejos maternales a cara e’ perro sin que uno se de cuenta y, ademas, estar de acuerdo pero compadeciéndose de uno a quien le agarró la “calentura” por las croquetas y pasarla bien leyéndolo, bueno, decía, que aquella patología paga con creces. Y además me hizo venir las ganas de comer croquetas con una aceituna en el interior. Una godurria. Gracias por la excelente lectura.

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