Opinión Vuelva usted mañana

Tsevan Rabtan: Anna y el mafioso

En el invierno de 1959 la policía de Nueva York encontró, en el asiento trasero de un automóvil aparcado en el Grand Concourse, una avenida del Bronx, el cadáver de un hombre. Le habían hecho un vaciado de ojos.

Pocos días antes, una mujer cruzaba Park Avenue. Había estado haciendo compras navideñas. Los testigos contarían después a la policía que había sido atropellada por un vehículo que iba tan deprisa que el impacto había lanzado el cadáver decenas de metros más lejos.

Esos crímenes habían sido ordenados por un hombre que estaba en prisión, el lugar en el que moriría diez años más tarde. Por venganza. Lo extraño de esta historia es que la persona que provocaría esa venganza, y que fue la causa de algunas otras muertes más, continuase con vida pese a haber traicionado a un hombre tan brutal como Vito Genovese, capo di tutti capi en el momento de su ingreso en prisión y jefe de una de las cinco grandes familias de la mafia neoyorquina.

Genovese no era siciliano, sino napolitano. Vecino de muchos otros que se harían un nombre en la historia del crimen organizado, era brutal y astuto, y gracias a esas “virtudes” fue capaz de protagonizar una de las carreras más largas y exitosas de la historia de cosa nostra. No querría que Don Vito fuera el protagonista principal de lo que voy a contar. Sin embargo, para entenderlo, es preciso hablar un poco de su carrera criminal.

En los años veinte, Genovese fue ascendiendo entre los hombres de Giuseppe «Joe The Boss» Masseria, siempre a la sombra de Lucky Luciano. A principios de los años treinta se produjo la mayor de esas guerras cíclicas entre clanes mafiosos: la llamada guerra de Castellammarese —por el nombre de la localidad siciliana de la que procedía Salvatore Maranzano, el contendiente principal de Masseria—. La guerra terminó con los dos mafiosos muertos. Primero Masseria, traicionado por Lucky Luciano, que en mitad de una cena se levantó para ir al servicio (¿les suena?), y así permitir que cuatro hombres acribillaran a su jefe. Esos hombres eran Benjamín “Bugsy” Siegel, Albert Anastasia, Joe Adonis y Vito Genovese. Después moriría Maranzano, también asesinado por orden de Luciano.

El ascenso de Lucky Luciano a lo más alto convirtió al vicejefe, Vito Genovese, en uno de los hombres más poderosos de Nueva York. Luciano nunca sintió aprecio por su subordinado, aunque le reconocía habilidad para los negocios. Quizás por eso le encargó ocuparse, para la familia, del negocio de la lotería, una de las joyas de la corona. Genovese empezó a ganar dinero a manos llenas y decidió invertirlo en garitos para homosexuales en Greenwich Village.

En uno de esos garitos, Vito Genovese conocería a Anna Vernotico —nos dicen que era morena y con ojos verdes— y se enamoró de ella. ¿Sabía Don Vito que Anna era lesbiana? Podría parecer que sí, dada la naturaleza del local en que la conoció, y así lo afirman algunos, pero es extraño considerando lo que pasó a continuación.

 Tanto Anna Vernotico como Vito Genovese estaban casados. Sin embargo, la mujer de Genovese moriría pronto (no diré más, mis labios están sellados), por lo que el único obstáculo era Girard Vernotico, el joven marido de Anna. Se cuenta que el catolicismo de Anna le impedía divorciarse de su marido, aunque no le impedía fornicar alegremente con Don Vito. Será; eran otros tiempos. El asunto se hizo tan escandaloso que el marido y su cornamenta acudieron a pedir audiencia a Luciano quien, tras acariciarse el mentón, prometió ocuparse. Lucky Luciano intentó leerle la cartilla a Genovese, afeándole que sus relaciones pudieran socavar su popularidad en la comunidad italoamericana (curioso: el asesinato y la extorsión no la socavaban), pero su vicejefe era un hombre importante y acusó a Luciano de meterse donde no le llamaban.

El asunto no llegó a más porque se resolvió de manera natural. El joven marido de Anna decidió morirse a los veintiocho años de edad. He leído dos versiones de su muerte: en una, el óbito se produjo en su cama y un médico amigo de Don Vito certificó su muerte natural; en la otra versión, fue estrangulado en el tejado del 124 de Thompson Street (confieso que lo he estado mirando en Google Maps pero no he encontrado pruebas). En la segunda versión hay que añadir otro muerto: un tal Antonio Lonzo, amigo del difunto y testigo inoportuno.

En fin, el primero fue al hoyo y, siete días más tarde, Vito Genovese contraía matrimonio canónico con Anna, que se olvidó del muerto y su apellido, como ven, a gran velocidad. Estamos en 1932.

Los siguientes años fueron de esplendor, bajo el mando de Lucky Luciano, hasta que, en 1937, su locuacidad en presencia de sus amigas putas le llevaron a presidio. Luciano confiaba en sus amigos de siempre, Meyer Lansky, “Bugsy” Siegel y Frank Costello, para intentar seguir dirigiendo los negocios desde la cárcel, pero el poder de Vito Genovese era demasiado grande. Con Luciano en la cárcel, Genovese asumió el mando. Nada parecía poder detener su carrera; sin embargo, al ordenar la muerte de un capo, llamado Boccia, se puso a tiro del FBI y, avisado a tiempo, huyó a Italia para evitar que le encarcelasen.

No se llevó a Anna con él. La dejó al cuidado del hombre que dirigiría los garitos en su ausencia, un tal Steve Franse.

La habilidad de Genovese se demostró en Italia: hizo rápidamente carrera en los círculos más altos del poder fascista, como proveedor fundamentalmente de droga, e incluso después, durante la ocupación americana, con el contrabando. Estuvo a punto de ser juzgado por un tribunal militar, pero al final fue devuelto a Estados Unidos, en 1945, por los cargos que le habían obligado a huir. Por suerte para él, los testigos murieron oportunamente y Genovese pudo dedicarse, de nuevo, a sus negocios de siempre.

Mientras Genovese estaba en Italia, su esposa le echaba de menos a su manera. Un día, dos hombres de la familia entraron en la cocina de uno de los clubes y se encontraron con la mujer de su jefe de rodillas, delante de Steve Franse. Supongo que sospecharon que el encargo de Don Vito a Franse de cuidar de su mujer no incluía el que se la beneficiase hasta ese punto. Al volver, Vito Genovese fue informado.

Supongo que pensarán: “ya sé lo que viene ahora: Genovese se carga a Franse de una manera horrible y a su mujer la mete en un barril lleno de cemento”. Pues no. No les hizo nada; el informador Joseph Valachi, una de las fuentes de todas estas historias, diría, años después, que fue el amor de Don Vito por su mujer el que les salvó en ese momento. A mí, qué quieren que les diga, me parece maravilloso que el amor triunfe de esa manera.

También es posible que Don Vito estuviese muy ocupado intentando alcanzar el poder máximo dentro de la mafia en esos años. Con Luciano deportado (entre Italia y Cuba), tres hombres, Frank Costello, Albert Anastasia y Vito Genovese, pelearán por hacerse con el control de las familias. Y como sucedió en los años treinta, el triunfador final no será ninguno de los tres, sino un subordinado, Carlo Gambino, el Don más importante de la historia de la Mafia. Pero ésa es otra historia.

Vito Genovese saboreará el triunfo por poco tiempo, tras la muerte de Anastasia y el abandono de Costello. En la cúspide, son su viejos “amigos”, Luciano, Lansky y Costello los que van a conspirar para hacerle caer. El arma será su mujer.

En 1957, Vito Genovese hace algo que no se debe hacer nunca, como nos han enseñado las películas: vuelve a casa antes de tiempo para dar una sorpresa a su Anna. Entra, acompañado de su chófer y dos guardaespaldas y sube las escaleras camino del dormitorio. Allí se encuentra a su mujer, en la cama, con una amiga. La agarra del pelo y la tira, desnuda, escaleras abajo.

 No, tampoco se la carga. Sólo la echa de casa y sí, a mí también me sorprende una reacción tan civilizada. Lo verdaderamente acojonante es que tampoco se la cargue cuando presenta una demanda de divorcio —al parecer inspirada por Lansky y Luciano— y empieza a contar todo lo que sabe sobre los ingresos de su marido. Cuando los agentes del fisco se enteran de que, según la demanda, el marido ha ganado más de treinta millones de dólares por los que no ha pagado un solo dólar en impuestos, empiezan a pensar en repetir lo de Capone. El juicio es una farsa y, aunque Anna declara haber sido la “contable” de su marido en la época del exilio italiano y que los ingresos por la lotería y los garitos han sido de más de cuarenta mil dólares semanales, “sólo” consigue una pensión de 1 200 dólares mensuales del juez.

No hará falta que los del Tesoro le intenten condenar por evasión de impuestos, sin embargo. Para acelerar las cosas, Carlo Gambino, con la aprobación de Luciano y Lansky, convencerá a un traficante portorriqueño, llamado Cantellops, para que acuse al gran jefe de tráfico de drogas, suministrándole todas las pruebas que necesita. Dos decenas de mafiosos, entre ellos Vito Genovese, son condenados.

Antes de entrar en prisión, Genovese ordena dos muertes: la de los dos amantes de su mujer. A Franse le estrangulan y le sacan los ojos. La mujer atropellada en Park Avenue es esa amiga cariñosa que se encuentra en la cama con su esposa. No ordena, sin embargo, la muerte de Anna.

Esto es lo que más me sorprendió de esta historia. Genovese es un asesino y un criminal. Mata al marido para casarse con ella, mata al subordinado que le engaña con ella y mata a la amante lesbiana. Ella, además, no sólo le demanda, sino que lo hace contando con pelos y señales los beneficios de sus negocios ilegales. Sin embargo, Genovese la echa de casa. ¿Ustedes se creerían una película de mafiosos en la que el Don sólo echa de casa a su infiel esposa a la que descubre lesbiana y que le ha denunciado ante la policía? No. Me parece muy mal esta falta de seriedad de Don Vito.

Curiosamente, no he sido capaz de saber qué fue de Anna Genovese después. Tengo dos teorías; escojan. La primera: tras el divorcio, dejó de ser alguien interesante y ésa es la razón de que se pierda su rastro. La segunda, la que nos reivindicaría como espectadores morbosos del mundo mafioso: que desapareció de verdad, un día cualquiera de un año cualquiera, y que alguien mandó a su funeral un pescado metido dentro de un papel de periódico.

Venga, estaba de broma; no me miren así.

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3 Comentarios

  1. oscarenlaplaya

    Eres grande Tsevan. Te sigo desde Ca Arcadi y cada dia me gustan mas tus historias. Please continue.

  2. Spartacus

    Es sorprendente que este caballero siga escribiendo. Inocula tedio por vía de erudición plasta. Buhhhhhhhhh!

  3. Puede que la muerte fuera lo único que Anna quería del mafioso.
    Y puede que la muerte fuera lo único que el mafioso no quiso darle.

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