Libros

La siniestra invención del futuro

evafutura

En 1886 se publican tres libros memorables y un libro del que pocos han oído hablar: El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson, las Iluminaciones de Rimbaud, La muerte de Ivan Illich, de Tolstoi. Al mismo tiempo, se publica una desconcertante y extrañamente poco conocida novela La Eva futura, de Auguste Villiers de L’Isle-Adam. Por aquél entonces pudo parecer una especulativa invención del futuro, un alarde de imaginación literaria, un ejercicio de fantasía desbocada, que combinaba caprichosamente el mundo de los fantasmas con los recientes inventos de la técnica. Sin embargo, La Eva futura aborda con aguda perspicacia psicológica lo que solo ahora podemos comprender en toda su magnitud: la transformación tecnológica del paradigma humano. Anticipándose a los dilemas éticos más urgentes de nuestro siglo, la novela da forma a una inquietante novedad y pone en escena la más innovadora y terrible de las amenazas.

Auguste Villiers fue poeta, autor teatral y novelista. En Paris frecuentó los cafés de artistas y los salones literarios (que es de donde vienen estas Conversaciones) y cultivó la amistad y las afinidades estéticas con tipos como Baudelaire o Mallarmé. Aunque La Eva futura no sea una pieza literaria ajustada a los principios estéticos del movimiento simbolista, nuestro autor se integró en esta corriente de radicales negaciones. Contra el clasicismo, contra el envejecido Romanticismo, contra la banalidad del naturalismo narrativo. Con menos furia que la aireada luego por el surrealismo, no dejó de pronunciar su enérgica enmienda a la insulsa y decadente literatura académica. Para Ramón Gómez de la Serna, Villiers era una mezcla de Don Quijote y de Hamlet, y así lo consagró en España: como una figura de ficción en el árbol genealógico de los grandes personajes literarios.

En el prólogo a La Eva futura Serna tuvo el acierto de atribuir el abrupto desenlace de la novela al tortuoso remordimiento que Villiers sentía por haber escrito una tenebrosa fábula sacrílega. El protagonista principal de La Eva futura es el joven aristócrata inglés lord Ewan, enamorado de una hermosa mujer, Alicia, fastuosa y deslumbrante, tan bella como superficial, admirable pero insoportablemente ignorante, con pretensiones de actriz y bailarina; tan agraciada que lleva a lord Ewan por el camino de la amargura. Lord Ewan es el protagonista principal de la novela pero el personaje central es Thomas Alva Edison, ingeniero e inventor que en aquellos años no dejaba de registrar patentes sobre los más innovadores aparatos de la incipiente tecnología: el fonógrafo en 1877, la bombilla eléctrica en 1879, la central eléctrica en 1882, el kinetoscopio y el kinetógrafo en 1891…

Es a Edison al que le corresponde dar voz al poderoso alarde desplegado en la novela: el derecho de la ciencia a obedecer el mandato de la invención, el deber de seguir el pulso febril de los descubrimientos, la obligación de someterse a la exigencia del ingenio y no dar tregua a su inventiva, no admitir freno alguno ni obstáculos de ningún tipo, no admitir cláusulas de conciencia, ni prejuicios morales, reticencias éticas o mandamientos religiosos que ponen en duda y en cuestión la idea que hoy ha triunfado, la consigna que ha penetrado en todas las cabecitas, la que preside todas las academias: en nombre del progreso las ciencias deben hacer lo que dicta su mecánica predisposición. Sean cuales sean las consecuencias y sus trastornos.

Lord Ewan visita a Edison y le confía su angustiada decepción, su turbulento estado de ánimo, la tristeza de su corazón dolido, tan sensible, tan entrañable. Lord Ewan se considera predestinado a ir por el mundo en compañía de la más bella de las mujeres, tal y como corresponde a su título nobiliario y a su fortuna, pero resulta que la hermosa dama conquistada, no tiene el más mínimo interés por los museos ni por la literatura. Para colmo resulta que la voz de la muchacha suena de un modo horrendo: desafinada, afónica y destemplada. «Las líneas de su divina belleza, dice Lord Ewan, parecen serle ajenas: sus palabras surgen torpes y extrañas. Su ser íntimo está en contradicción con su cuerpo. Es petulante, presumida, ambiciosa, boba. Lo que más me sorprende es que su sobrehumana belleza encubra un carácter ramplón, un espíritu vulgar…». Edison se apiada de la pesadumbre del joven caballero y sintiéndose en la obligación de prestarle ayuda, le invita a entrar en su laboratorio y le muestra la criatura que lleva tiempo perfeccionando.

Edison asegura a su joven amigo que su destreza técnica le permite remediar los defectos y las imperfecciones de las personas de carne y hueso. Que su ciencia podrá corregir, enmendar y perfeccionar lo que la naturaleza ha estropeado y no sabe resolver. «Puedo, dice Edison, ofrecerle el cuerpo y el alma perfectos y hacerlos a su medida. Deme tres semanas, no necesito más». A lo largo de la novela, Villiers mete en la trama narrativa su propia voz de bohemio francés y aprovecha la ocasión para ajustar cuentas, una de esas cuentas pendientes que en el mundo de las letras siempre vienen a cuento. Dice a Edison que vio en el teatro «no sé qué melodrama salido de la pluma de esos falsarios de la palabra, salteadores de las letras, que con su jerigonza de adocenados, sus estupideces de trama y sus mojigangas de payaso, atrofian con impunidad triunfal y lucrativa el sentido de elevación de las muchedumbres».

Villiers regresa enseguida al asunto central de la novela, a la deslumbrante intuición de su mente visionaria, y deja que Edison reanude el discurso de la ciencia mecanicista: la ingeniería tecnológica tiene el derecho y está obligada a realizar todas sus ocurrencias. Edison pone al servicio del joven Lord el más formidable de los seres que un hombre cultivado puede desear y el autómata que un ingeniero puede fabricar. «Voy a demostraros como con los formidables recursos de la ciencia mi criatura tomará la gracia de su ademán, las morbideces de su cuerpo, la fragancia de su carne, el timbre de su voz, la flexibilidad de su talle, la luz de sus ojos, el carácter de sus movimientos, la personalidad de su mirar, de sus rasgos, de su sombra, su inconfundible aspecto, el reflejo de su identidad. En lugar de soportar el alma vulgar que os hastía en la mujer viviente, le infiltraré un alma, bella, noble… encenderé el alma de la nueva criatura… Será un ser hecho a imagen nuestra, que será para nosotros lo que nosotros somos para Dios».

Lord Ewan contempla con asombro y admiración la perfecta criatura mecánica que Edison pone a su servicio, pero al mismo tiempo se siente conmovido por un desagradable estremecimiento. En su ánimo se entremezcla la promesa de la posesión amorosa -una amante dispuesta siempre a su capricho y deseo- y un oscuro presentimiento. Llegado el momento, lord Ewan mete a la criatura de Edison en un baúl y atraviesa el Atlántico para retirarse a vivir con su deseable dama artificial en un castillo de la campiña inglesa. Cerca ya de Inglaterra, Villiers, el autor omnipotente, provoca en el navío que los transporta un incendio y  el naufragio se lleva a pique a la bella autómata de Edison.

Es probable, como nos dice con ironía Gómez de la Serna, que Villiers se negara a ser parte del sacrilegio que tan pérfidamente ha contado en su inteligente y turbadora novela. Una novela que da cuenta de la potestad arrogada por el hombre rebelado, el Prometeo moderno, levantado contra toda restricción, contra toda noción de límite que pueda restringir el derecho de la ciencia a perfeccionar sus dominios. Después de siglos de humillación, después de milenios de mandato del hombre sobre el hombre, del hombre sobre la mujer, de los hombres sobre la naturaleza y los animales, el ingeniero Edison ha concluido que para perfeccionar al ser humano no sirve de nada la educación, la cultura y la religión: la respuesta al fracaso de la Historia y del ser humano, tan imperfecto y defectuoso, será darlo todo por perdido y construir en su lugar androides artificiales y perfectos.

La Eva futura esboza las cautelas éticas y morales que deberá afrontar nuestra época y anticipa los principios rectores de la mentalidad tecnológica que lleva hoy la voz cantante. Sin embargo, poco a poco, a lo largo de la serpentina narración, el lector va descubriendo el sordo rumor que estremece a Lord Ewan y llega a compartir con él una oscura premonición, un presentimiento que agita la conciencia y excita un inquietante remordimiento.

En 1919, 33 años después de publicada La Eva futura

Sigmund Freud propone ocuparse de un dominio de la estética poco tratado por las humanidades: habla de esa sensación o estado de ánimo designado como lo siniestro y emprende una amplia indagación para verificar lo que ha sido forjado por la propia evolución de la lengua alemana. Freud analiza los vínculos etimológicos de lo siniestro con lo inquietante, lo lúgubre y lo trágico. Busca también en otras lenguas la connotación que da cuenta de esta vacilación y de sus derivas. En árabe y hebreo siniestro coincide con demoníaco, espeluznante. La sentencia permitió a Freud aclarar la causa de la perturbada emoción: se produce una corrosiva e inquietante duda cuando un objeto sin vida, -un autómata, un androide- aparece animado y adopta la apariencia de un ser viviente.

Los tecnólogos de la escuela conductista afirman que una entidad mecánica con aspecto humano provoca emociones espeluznantes y sentimientos de repulsión. Las anomalías visuales de los androides provocan reacciones de alarma y repugnancia. Esta es la causa de la confusa inquietud que perturbaba a Lord Ewan y también el motivo por el cual la industria del entretenimiento, esas peliculitas con artefactos simpáticos, con sentimientos, gracejo y emoción, ha inundado las ociosas fantasías del celuloide con muñecos que actúan en la pantalla como si fueran androides y humanoides: para alentar la promesa de bellas muñecas, adorables y funcionales, y para familiarizar a los espectadores con la presencia de lo siniestro: para que olviden su origen y sepulten en el subconsciente su vínculo con lo demoníaco. Para que acepten como logros de la tecnología lo que sólo es una nueva manifestación del más temible de los adversarios.

Este artículo forma parte de la Conversaciones de Formentor que en 2023 se han realizado en la estación de Canfranc

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