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Vrangelya es el paraíso gélido de «Nación neandertal» en la tundra del pleistoceno ruso

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Hace trece años, tuve la oportunidad de realizar mi primera entrevista científica para Jot Down a Juan José Gómez Cadenas, después de haber leído su fascinante libro El ecologista nuclear. Desde entonces ha llovido un mar de neutrinos y nuestra relación se ha consolidado alrededor de la ciencia y la literatura. Preparando esa primera entrevista descubrí que, además de sus trabajos de divulgación científica, Juanjo también escribía novelas y, de hecho, devoré Materia Extraña, un thriller científico ambientado en el CERN donde el autor pasó muchos años. Esa lectura me permitió descubrir al que considero el mejor escritor de ciencia ficción (o ficción científica como él mismo se refiere a sus trabajos) que actualmente publica en España.

Desde ese lejano 2011, Juanjo, como científico, se ha convertido en un referente mundial con su experimento NEXT que tienen como objetivo descubrir si el neutrino es su propia antipartícula y así responder a una de las preguntas fundamentales sobre el origen del universo. Como divulgador ha sido a la vez prolífico y combativo, apostando por el rigor y criticando la propensión a la superficialidad y el «clik-bait» que a veces se observa en algunos medios de comunicación cuando hablan de ciencia. Y como escritor de narrativa ha publicado, además de Materia Extraña, las novelas Spartana, Los saltimbanquis, Ciudad sin sueño y su última maravilla: Nación neandertal.

Esta entrevista se realizó en el espacio kutxa kultur de Tabakalera en el marco de las jornadas Ciencia Jot Down 2024 que le dedicamos a los homínidos. El evento fue posible gracias al Donostia International Physics Center con la colaboración de la Universidad de Sevilla, el Laboratorio Subterráneo de Canfranc y el Laboratorium de Bergara.

Ha pasado ya un tiempo desde que cierto revisor te criticó por escribir novelas.

Ocurrió, en efecto, ya hace unos años. Uno de los revisores de mi proyecto de investigación comentó que le preocupaba que, en lugar de dedicarme a mis neutrinos, escribiera «novelas y otros libros». Lo de «otros libros» tenía su gracia.

¿Dónde nace tu pasión por los neandertales?

Realmente es una obsesión vieja. Cuando estaba en 6.º de bachillerato mi profesora de Filosofía nos propuso un trabajo sobre evolución humana que abordé con mi amigo Vicente Chafé. Estábamos en 1975 y no había muchísima información accesible al público no académico sobre paleoantropología. Vicente y yo nos tragamos todo lo que encontramos, nos pasábamos las tardes en la biblioteca de Puerto de Sagunto, aún faltaban unos años para que Internet permitiera trabajar desde casa. En ese empeño nos tropezamos con nuestros parientes, los neandertales, que a menudo se dibujaban como una especie primitiva de la que «Sapiens» sería la versión 2.0.

El caso es que Vicente y yo reaccionamos poniéndonos de su parte y en nuestro trabajo, que nos valió una matrícula de honor de la que sigo estando muy orgulloso casi medio siglo más tarde, los defendíamos a capa y espada. Lo cierto es que, en Nación neandertal, sigo de su parte, pero con mucha más información de la que disponía por aquel entonces, lo que me ha permitido especular, yo creo que con cierta credibilidad sobre cómo eran, cómo pensaban, cómo vivieron.

Pero la novela no se queda ahí. A fin de cuentas, los neandertales (que en Nación neandertal se llama a sí mismos «los Eloi», un pequeño guiño a mis lecturas de juventud) se extinguieron hace 40,000 años, pero la tecnología podría traerlos de vuelta, por clonación del ADN neandertal fósil en un futuro próximo. Así que surgió la otra semilla que me empujó a escribir. ¿Qué tipo de gente serían esos nuevos neandertales? Sus genes serían idénticos (más o menos, también se especula con eso y hay alguna sorpresa) a los de la especie extinta, pero su educación y su contexto cultural completamente diferentes. Y de nuevo las preguntas: ¿Cómo serían, qué pensarían, cómo se comportarían si los trajéramos de vuelta?

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En tu novela planteas que «Sapiens» y «Neandertales» no pueden compararse de manera poco cuidadosa como solemos hacer, calificando a unos de «mejores» o «peores» que otros. Por el contrario, defiendes que eran dos tipos de seres humanos «no equivalentes».

En 1986, si recuerdo bien, se estrenó la película El clan del oso Cavernario, siguiendo el libro homónimo de Jean M. Auel. La protagonista, Ayla, era una chica de nuestra especie, interpretada por Daryl Hannah, rubia, guapísima, altísima y listísima. Ayla pierde a sus padres en un accidente y es criada por una tribu de neandertales a los que Auel dibuja con trazos bastante bastos. Ni la novela ni la película pretendían, creo yo, menospreciarlos, pero nuestros prejuicios respecto a cuál de las dos especies era superior quedan muy claros. Recuerdo que ya en aquella época escribí un relato corto, tomando partido por nuestros parientes a los que imaginaba como superiores a nosotros para variar… afortunadamente nunca lo publiqué.

El caso es que en 2014, Svante Pääbo publicó Neanderthal Man: In search of Lost Genomes, un libro de divulgación en el que explicaba sus trabajos para obtener el genoma neandertal a partir del registro fósil. Aquel trabajo magnífico fue para mí el equivalente del alcohólico que recae después de años sin probar una gota de licor. Me volví a obsesionar con nuestros primos y la idea de clonarlos empezó a pedir a gritos una historia. Pero en 2014 estaba escribiendo Spartana, una distopía en la que me imaginaba una Europa arruinada y dominada por Rusia (igual no andaba tan desencaminado) así que la posibilidad de una novela neandertal se fue posponiendo hasta que Pääbo recibió el premio Nobel en 2022 y decidí que ya era hora de poner manos a la obra. Ayudó mucho a decidirme el hecho de que, durante los últimos años he mantenido una conversación muy fluida con Emiliano Bruner, un investigador del CENIEH, experto en neuropaleoantropología, sobre como serían las diferencias cognitivas entre nuestros parientes y nosotros. Así que los dos ángulos de la novela estaban servidos. Por un lado, explorar que significaba encontrarse con «el otro», una especie humana muy parecida a nosotros y a la vez muy diferente. A no ser que descubramos vida inteligente alguna vez en la galaxia, la última vez que los humanos encontraron una especie inteligente diferente a la suya fue hace cuarenta mil años. Y si queremos volver a encontrarnos con ellos, clonarlos es factible. Naturalmente la cuestión de si queremos, o debemos clonarlos no es para nada baladí y es uno de los temas centrales de la novela.

Entonces la novela incluye una trama que se desarrolla en el pasado:

En efecto, una parte de la historia se desarrolla hace cuarenta mil años y sigue las aventuras de una tribu de Elois que se encuentra con otra de «oscuros» (después de todo nuestros antepasados acababan de llegar a África y posiblemente el tono de su piel era mucho más oscuro que el de los neandertales que llevaban casi medio millón de años en Europa). Esa historia, de la que estoy muy orgulloso empezó como un «ajuste de cuentas» a la novela de Auel y acabó tomando vida propia y transformándose en el relato de una gran amistad y unas historias de amor no menos grandes. La literatura tiene esa capacidad de salir por la tangente.

También hay otra trama en el futuro:

Así es. Me sitúo en 2050 (y más tarde en 2070), en una Europa que tiene mucho en común con la que imaginé en Spartana. El cambio climático se ha convertido en un problema acuciante, la desigualdad ha aumentado, la sociedad cada vez está más estratificada en ricos (vips) y pobres (pops). No faltan tampoco inteligencias artificiales ni ordenadores cuánticos.

Y la presencia de Rusia, que sin duda es una de tus obsesiones.

Sí, lo confieso, el papel geopolítico de Rusia y su torturada relación con Europa siempre me han interesado mucho. En Nación neandertal el ángulo es diferente. Aquí me centro en las andanzas de Rusia en África, un continente donde transcurre buena parte de la historia del futuro y se desarrolla una de las más punzantes historias de amor.

En tus novelas los nombres de los personajes suelen llevar una clave oculta.

Supongo que todo escritor de ficción juega con los nombres. Después de todo nombrar una cosa es casi como crearla, ¿no? En Materia Extraña, los protagonistas se llamaban como mis hijos, en Spartana, la heroína comparte nombre con mi ahijada. En Nación neandertal tenía que resolver un problema nada fácil. ¿Cómo llamaba a la gente de hacer 40.000 años? Le di muchas vueltas hasta que encontré por casualidad una solución maravillosa. Usar los nombres de plantas en un herbolario en euskera. Así que todos los protagonistas de la historia paleolítica tienen nombres vascos.

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¿Y qué me dices del nombre de uno de los personajes principales, Ariel Arazi? Porque Aracil es un verbo activo es vasco, que significa exactamente organizar, moverse, poner en marcha.

Pues se trata de una coincidencia maravillosa. Claramente lo vasco se cuela en esta novela, incluso por la puerta de atrás. No conocía el verbo, pero me parece asombroso que coincida casi literalmente con el apellido de este personaje (que escogí como guiño a un buen amigo). Hay otros nombre que quiero mencionar, el primero el de Paco Salinas que en la novela es el padre de Gala, la protagonista de la historia (junto a su hija Arce) y en la vida fue un gran intelectual, profesor y poeta, gran amigo, que nos faltó demasiado pronto.  También aparece un cierto Iñako, una mezcla de mercenario, espía, intelectual y general romano. Cualquier parecido con Juan Ignacio Pérez Iglesias no es coincidencia, como tampoco lo es el cameo que hace cierto personaje que «prepara cuidadosamente sus improvisaciones».

¿Y qué me dices de Aurora, la ciudad científica de Nación neandertal? Recuerda mucho a Alberta, que juega el mismo papel en Spartana.

Cierto. Hay una línea de Italo Calvino en Las ciudades invisibles que dice así: «Encontrar en medio del infierno lo que no es infierno y hacerle durar y darle espacio». Aurora es una utopía en mitad de la distopía (al igual que Alberta), de ahí que en todas mis novelas acabe por darle espacio.

Otro de tus escenarios es la isla de Vrangelya, en Rusia.

En efecto. En Vrangelya (o isla de Wrangler), vivieron los últimos mamuts que se extinguieron hace solo 4.000 años. Es una especie de paraíso desolado y gélido, donde todavía se conserva la tundra del Pleistoceno. No puedes andar un kilómetro por aquellas estepas sin encontrarte restos de mamut. Y quizás los mamuts podrían volver a poblarla algún día.

¿En qué se diferencia la Ficción científica de la Ciencia ficción?

El género que me gusta llamar «Ficción científica» sería una variante de lo que se suele conocer como «Ciencia ficción dura». Considera, por ejemplo, La guerra de las galaxias. Se trata de una serie icónica de «ciencia ficción» que no merece el nombre, en realidad es un híbrido entre un Western, una película de romanos y una de magia. No hay nada de ciencia en esa ficción. No tengo nada en contra de ese género, por supuesto, siempre que entendamos que las naves espaciales, por ponerte un ejemplo son como la escoba de Harry Potter. En la ciencia ficción «dura» se intenta no saltarse los principios de la física, por ejemplo, no hay naves que viajen a mayor velocidad que la luz. La ficción científica, además trata de no extrapolar demasiado lejos, para evitar los anacronismos. Si lees las novelas de CF de los 50, verás que todo el mundo soñaba con robots inteligentes y coches voladores. ¿Y qué nos ha deparado el presente? ChatGPT y Twitter.

Comentas que en la narración paleolítica hay historias de amistad e historias de amor.

Y quiero creer que en nuestro pasado común las hubo. Tenemos un dos o tres por ciento de genes neandertales, lo que pone de manifiesto que nos cruzamos con ellos. Podríamos imaginar que esos encuentros fueron violentos incluyendo violaciones. Pero quizás hay otros escenarios. En la novela exploro las dos posibilidades.

¿Cómo consigues darles voz a los neandertales? Porque lo cierto es que los «Sapiens» tenemos la mala costumbre de que solo nos interesa hablar de nosotros mismos.

Muy cierto. Así que recurrí a ponerme en el punto de vista de uno de ellos, Aitz. Cuando cambias de perspectiva, ocurren cosas muy divertidas. Aitz se pasa la mayor parte de su vida convencido de que su amigo Ezkia, de la tribu de los oscuros, está un poco chiflado. A menudo le da pena, tan enclenque y nervioso, pero también aprecia sus habilidades que para Aitz resultan muy extrañas. De hecho, su amistad se basa en aprender a apreciar lo que les hace diferentes.

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¿Tenían los neandertales un sentido de lo sobrenatural?

Cuando Ezkia le dice a Aitz que sus difuntos son felices en la Tierra de los Muertos, la reacción de este es pensar que su amigo está como una cabra, todos los Elois saben que cuando la gente se muere vuelve al polvo y basta. Pero también en eso hay una influencia mutua y muy entrañable.

¿Se diferencian los cerebros de ambas especies?

Es posible que los neandertales tuvieran más memoria a largo plazo (el equivalente a memoria en disco) que los sapiens, a cambio nuestros ancestros quizás tuvieron más memoria de trabajo (el equivalente a tener más RAM). Así que los neandertales quizás eran capaz de recordar cualquier detalle del entorno que les rodeaba con solo verlo una vez, mientras que los sapiens tenían la capacidad de hacer varias cosas al mismo tiempo. En la novela, Aitz se da cuenta de que él se orienta mejor que Ezkia en el bosque, pero su amigo no se pierde en el tiempo-por-venir (el futuro). Otra diferencia es que Ezkia es imaginativo y Aitz, como todos los Eloi, muy conservador. Su frase preferida, con la que se explican el mundo es, «así es y así ha sido siempre».

Las dos tribus acaban por emprender un viaje juntos.

Sí, un viaje en el que buscan «La Tierra del fin del mundo», de hecho, originalmente pensé en llamarla así a la novela. Y lo cierto es que, después de muchos años la encuentran, cuando llegan allí están absolutamente seguros de haber encontrado el fin del mundo. Aquí me vas a perdonar que no dé más detalles, no quiero hacerme spoiler a mí mismo.

Volviendo al futuro. ¿Sería realmente factible clonar neandertales?

Difícil, pero no imposible, o para ser más precisos, sería factible clonar un híbrido de Homo Sapiens y Homo Neandertalensis que se pareciera mucho a estos últimos. Naturalmente esto nos plantea posibilidades muy inquietantes.

Si fuera posible ¿Deberíamos hacerlo?

Hay una escena bastante divertida en la que Gala le pide a su asistente virtual (la IA que todo el mundo usa en 2050) que le enumere una lista de razones para clonar neandertales y la pobre Anastasia (así se llama la IA) le ofrece una lista de argumentos que no se sostienen ni un instante. Y ese es el punto clave, se trata de un debate peliagudo que en la novela se dramatiza en los puntos de vista de diferentes personajes. Gala está obsesionada con clonar los neandertales, cueste lo que cueste (por razones que solo se entienden leyendo la novela). Ariel, sin embargo, está completamente en contra. Es un debate apasionante en el que se pueden mantener puntos de vista contradictorios y es difícil «darle la razón» a alguien, entre otras cosas porque las verdades absolutas escasean en la vida.

El caso es que somos nosotros, los Sapiens los que traemos de vuelta a los Neandertales sin pedirles permiso.

Así es y con ello conecto con un viejo símbolo de la literatura, el Golem, que se repiten en el monstruo de Frankenstein y en los androides de Blade Runner. ¿Cuál es la justificación para hacerlo? En la novela se ofrece una, que no voy a desvelar.

Para terminar. ¿Habrá segunda parte?

Espero que sí. De hecho, la novela tiene un subtítulo, Aurora. Puedo adelantarme que la segunda parte se llamará Nación neandertal: Anastasia y que la narradora será una IA. La acción se desarrollará en un futuro no tan cercano, alrededor de 2024, dentro de unos cien años, cuando la Nación Neandertal será una realidad en toda regla. Y hasta aquí puedo leer.

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3 Comentarios

  1. Antonio Yelo

    Genial Gómez Cadenas. Como siempre.

  2. «A no ser que descubramos vida inteligente alguna vez en la galaxia, la última vez que los humanos encontraron una especie inteligente diferente a la suya fue hace cuarenta mil años.» En realidad, estamos rodeados por especies inteligentes con las que no hemos sabido relacionarnos: primates, delfines, cuervos…

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