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Terramar

Terramar

De pie en el muelle, los miró partir, como siempre despiden a sus hombres las esposas y hermanas en las costas de Terramar, sin agitar manos ni pañuelos, sin llamarlos a voces: muy quietas y en silencio, embozadas en sus capas grises o pardas, mirando como la franja de agua se ensancha entre la barca y la costa.

Hace casi cuatro décadas, un niño de poco más de diez años se aupaba sobre las puntas de los pies buscando libros escondidos en las profundidades de las estanterías de la librería de Matías, aquella tienda vetusta y singular que regentaba el barbudo, y que permitía soñar con prometedores misterios que permanecían ocultos en el interior de aquellos deseados textos. Aquel niño escudriñaba portadas y buscaba indicios de nuevos y mágicos mundos, de forma incansable, ante la tierna mirada del librero. Tal vez por casualidad, tal vez por azares de un destino preconcebido, rozó con las yemas de los dedos un volumen con sobrecubierta azul que le llamó la atención. Se trataba de un libro austero, sobrio, mundano, pero con un título que auguraba el principio de una saga: Los libros de Terramar. I. Un mago en Terramar. Acompañaba al título una pequeña y sencilla figura de un hombre ataviado con capa, larga vara y altas botas. 

Oculto tras las grandes estanterías, el niño se sentó en el suelo y deslizó con cierta ansiedad infantil las primeras páginas, hasta encontrar el primer hallazgo que suele preceder a las historias de la más alta fantasía: un mapa. Una geografía que se abría exuberante ante los ojos fascinados del niño.

El mapa de Terramar.

A la izquierda aparecía grabada una críptica y añeja rosa de los vientos, con la misión de intentar orientar a los navegantes en sus travesías marítimas y guiarlos entre los miles de islas de un archipiélago que, salpicado aquí y allá de pedazos de tierra, moteaba el universo de mares que componen la inabarcable Terramar. 

Aquel mapa mostraba un mundo que limitan los cuatro confines lejanos. El confín septentrional, donde comienza la insondable tierra de Hogen; el confín austral, que conforma una extraña parte del mundo donde los peces vuelan y los delfines cantan y el agua es mansa para nadar; el confín del levante, al sur de las tierras de Kargard, donde una vez existió el laberinto enterrado de las tumbas de Atuan; y, en el otro extremo del mundo, el confín del poniente, donde se halla la isla de Selidor. Y es precisamente en las costas de aquellas tierras del ocaso desde donde se pueden otear sobre la mar lejana lo que a los ojos inexpertos parecerían albatros, pero los que los conocen bien saben que no son precisamente pájaros. Al sur de la isla de Selidor se encuentra el Paso de los Dragones, que habitan allí desde que la tierra es tierra y la mar es mar, desde el momento primigenio de la creación de Éa. Y dicen que el sol del atardecer produce destellos iridiscentes cuando baten sus alas con el ruido del trueno de tormenta. Esas criaturas son de viento y son de fuego, ya que un día eligieron no ser humanas, y saben los magos de Terramar que se ahogan si se sumergen en la mar. 

El mapa de Terramar termina en los cuatro confines, y ni el lector ni los habitantes de aquel mundo saben qué hay más allá. Hay quien dice que Terramar acaba en esos cuatro confines remotos y que luego todo es mar abierta, donde no llegan las aves terrestres, un poco más allá de donde se encuentra la ciudad de los balseros, que siguen a las ballenas grises hacia el norte y bailan la «Larga danza» sobre la mar profunda en la víspera del solsticio de verano. Nadie ha explorado más allá de la mar abierta. Por eso hay quien imagina vastas tierras ignotas en la otra cara del mundo, o incluso los hay que piensan que el mundo tiene solo una cara, y el que navega demasiado cae por sus bordes. 

Pero Terramar es mucho más que el mapa que descubrió aquel adulto hecho niño. Terramar es mar, es agua y es viento. Y en Terramar los barcos navegan gracias al viento del mundo, pero también gracias al viento de la magia que levantan los magos, ya que son los que conocen los hechizos del clima y lo usan cuando no queda más remedio que navegar a pesar de las condiciones, y para ello guardan los vientos en un saco de cuero que desatan para favorecer la navegación, pero también para capturar los vientos contrarios que dificultan la travesía.

Y los marineros diseñan las rutas porque conocen bien el nombre de las constelaciones, y porque saben ubicar las estrellas que jamás se ocultan, aquellas que no palidecen en ninguna aurora. Y en las noches estrelladas, cuando no tienen que enfrentarse a grandes tempestades ni a hostiles vendavales, se guían por la estrella Tolbegren y, con la ayuda de sus brújulas y su aprendida pericia, dirigen con determinación el rumbo de sus embarcaciones.

Y todo eso, y mucho más, encierra el mundo mágico de Terramar. Y todo eso, y mucho más, adivinó aquel niño hace muchos años, con tan solo un vistazo, con el convencimiento de un augurio que tardaría más de cuatro décadas en acabar de descubrir. Ese libro durmió el sueño de los justos durante todo ese tiempo. Y habitó en diferentes ciudades, fue cómplice cautivo en decenas de mudanzas y hubo ocasiones en que lució esplendoroso en estanterías baratas de pisos de alquiler, pero también tuvo épocas de ostracismo enjaulado en cajas de plástico arrinconadas en garajes polvorientos.

Aquel niño de unos diez años, casi cuarenta después, extrae el libro con un cuidado extremo de su flamante biblioteca. Y ese libro disfruta del privilegio de estar a la derecha del padre, al lado de los habitantes de la Tierra Media, que un profesor de la Universidad de Oxford imaginó décadas atrás, mientras fumaba con parsimonia en aquella pipa larga, como algunos de sus personajes medianos. Aquel adulto de tan solo diez años, secuestrado ahora en un cuerpo que hace tiempo que comenzó su particular otoño, acaricia de nuevo la sobrecubierta azul ya cuarteada con un pinchazo de nostalgia, y mira con delicadeza las primeras páginas, y recuerda, no sin cierta emoción marchita, las promesas no cumplidas de un mapa que siempre le pareció extraño. Y se pregunta cómo ha llegado hasta aquí. Y piensa en todo lo que ha dejado perder. Y en todo lo que pudo ser si no hubiera tardado cuarenta años en descubrir el paisaje marino del mundo mágico de Terramar. 

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5 Comentarios

  1. Pocos habrán tenido la suerte que pudo haber tenido ese niño si hubiera leído Terramar en ese momento. Somos miles de millones.

    Siendo ya adulto me enamoré un poco de Tenar en el libro de Tehanu. Nunca me había pasado antes y nunca me ha vuelto pasar.

    Ayer terminé El eterno regreso a casa, una ¿novela? de Ursula Le Guin, la última que me faltaba por leer. ¿Qué haré ahora? Quizás releer.

  2. Tergiversador de Enredos

    Me faltaban unas pocas semanas para ir a la mili, todavía no tenía los diecinueve, y un día apareció mi madre por casa con cuatro libros de una tal Ursula K. Le Guin, que una compañera de trabajo, llamada Virginia, le había prestado para que yo lo leyera, ya que mi madre le había comentado que El Señor de los Anillos lo había devorado.
    Nunca se lo podré agradecer lo suficiente a la buena de Virginia, de la que nada más he podido saber. Los tres primeros libros de Terramar, y La mano izquierda de la oscuridad. Se dice pronto.
    Años más tarde, cosas de la vida, encontré esos libros en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión. Exactamente esos mismos tres ejemplares. No podía ser casualidad. Tenía que ser el destino. Hay historias que saben cómo escabullirse fuera de sus páginas.

  3. Maravilloso

  4. Lareon Falken

    Sólo en el silencio la palabra
    Sólo en la oscuridad la luz
    Sólo en la muerte la vida
    El vuelo del halcón brilla en el cielo vacío.

    Hace exactamente 4 días que tomé prestado de un amigo «En el otro viento». Hace unos 25 años desde que leí los 4 libros anteriores (curiosamente el que más me gustó fue «La costa más lejana») y tengo miedo de no poder volver a sentir el placer de saber que, piedra es tolk. Nunca nadie dejo tan claro el poder de las palabras.

  5. Hace más de 35 años que «Un mago de Terramar» cayó en mis manos por casualidad. Pensé que resonaría Tolkien dentro, como suele pasar, pero no. Cuidé las cabras de Gavilán, viaje con él a Gont y a los confines y supe, como Tenar y Aliso, el nombre verdadero del mago de Terramar. Y aprendí de la sombra. Después leí más obras de LeGuin, tan diferentes pero tan parecidas, tenebrosas de manera luminosa. Mis libros de Terramar van conmigo siempre, como los del profesor Tolkien. Como los buenos archimagos, saben abrirte los caminos.

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