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Simonetta y Amerigo: dos avispas en el escudo de los Vespucci

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Simonetta Vespucci en El nacimiento de Venus, 1484.

La más famosa de todas las Venus, y la más reproducida, es, sin lugar a dudas, la que pintó Alessandro di Filipepi, más conocido como Sandro Botticelli.

La dulzura de la expresión, el cuerpo fino, el pelo rubio, largo, la amabilidad del gesto… todo lo que todavía nos parece de una belleza extraordinaria, pertenecían a un ser real, a una modelo y musa llamada Simonetta Cattaneo, nacida en Génova en 1453 en el seno de una familia acomodada de comerciantes que a los dieciséis años se casó con Marco Vespucci, un joven florentino de familia noble, muy vinculado a los Medici.

Los recién casados se trasladaron a vivir a Florencia donde Simonetta, que tomó el apellido del marido, se convirtió en la mujer más popular y deseada por los chavales de familia bien; se cuenta que hasta Lorenzo y Giuliano de Medici se prendaron de la chica y que este último, rendido a sus encantos, la nombró «reina de belleza y dama de su corazón» en un torneo de justas, la Giostra, que se celebraba en la —todavía tremenda y diáfana— plaza de la Santa Croce.

La ciudad era un bullir económico y cultural que había ido recuperando prestigio y demografía después de que la peste de 1348 redujera su población en unas veinte mil almas —grosso modo, no hay forma de saberlo con certeza—.

Los historiadores, a falta de cifras precisas, calculan que en el siglo XV tendría en torno a cincuenta mil habitantes, la mayoría de los cuales eran gentes anónimas dedicadas al trabajo y al comercio de paños mientras que unos cuantos elegidos formarían la trouppe de la Gran Manzana alrededor de los Medici: los Pitti, los Riccardi, los Rucellai, los Strozzi, los Vespucci… Linajes que acabaron emparentando entre sí, como manda la tradición endogámica de nobles y acaudalados.

Los Vespucci habían hecho fortuna con el comercio de piedras preciosas aunque su riqueza andaba un poco en decadencia en esos momentos; las arcas pachuchas no impedían a la familia tener su casa-palacio y su parroquia de referencia. La parroquia en cuestión era la de San Salvatore in Ognissanti, la iglesia de un convento fundado por la orden de los umilliati en el siglo XIII y que en el siglo XVI pasaría a ser propiedad de la orden franciscana. Según lo habitual en la época, los Vespucci habían sufragado una capilla para enterrar a sus notables  en la que figuraban sus vírgenes devocionales y sus santos preferidos.

Amerigo Vespucci, el patriarca, encargó a los hermanos Ghirlandaio, Domenico y David, la decoración del espacio. Los artistas elaboraron dos frescos superpuestos: en la parte inferior pintaron el Lamento sobre el Cristo muerto, obra de temática enteramente religiosa, mientras que el de la parte superior representa, siguiendo las indicaciones del comitente, una Madonna de la Misericordia cuyo manto, abierto a modo de telón por dos figuras angelicales, recoge a los miembros más significativos de la familia hasta ese momento.

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Madonna della Misericordia, de Domenico Ghirlandaio (ca. 1472).

Esta Madonna fue concebida según los nuevos tiempos artísticos: ya no es la Mater Omnium de los siglos precedentes, se convierte aquí en una Mater Familiae que ampara y protege a doce figuras pintadas de forma muy equilibrada —seis a un lado y seis al otro— fueran o no coetáneos entre sí; unos miran al espectador y otros no, unos visten ropajes monocromos y otros nos muestran con detalle las dobleces de sus vestiduras, los hombres a un lado y mujeres al otro. La contraposición se establece también en los tonos utilizados, son cálidos en la parte inferior, bajo el manto, y fríos en el cielo que remata el luneto, en la parte superior.

El patriarca, representado de espaldas y vestido de rojo, se sitúa a la izquierda, en el lado de los hombres, donde, además de un obispo, aparece la figura de un joven, justo debajo de la axila de la Virgen, que representa a su nieto Amerigo,  quien recibió en el bautismo el nombre del abuelo.

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Amerigo en la Madonna.

La abuela es representada en el lado de las mujeres, a la derecha, de espaldas y totalmente cubierta por un manto azul, sin mostrar, ni por asomo, una pizca de su anatomía. Este casi ninguneo tiene un sentido, mejor dicho, tiene varios: la propia condición de la mujer, la contraposición de colores opuestos que ya aparece en la Trinidad de Masaccio en Santa María Novella (que Domenico debía conocer) y la cercanía a Simonetta, perfectamente retratada con sus trenzas, su frente depilada según la moda de la época y su belleza sin par que, de esta manera, resultaba todavía más vistosa al lado de la mancha que representa a la matriarca.

La Bella fue también muy popular entre los artistas y no fueron los Ghirlandaio los únicos que la demandaban como modelo: Piero di Cosimo la retrató en Cleopatra con el áspid aunque fue Botticelli, vecino y muy amigo del marido de la chica, quien la elevó a los altares. Se había enamorado perdidamente y en secreto de ella.

4.Autorretrato de Botticelli en La Adoración de los Reyes Magos
Autorretrato de Botticelli en la Adoración de los Magos, 1475.

Para el torneo de la Giostra la había pintado en el estandarte que portaba el criado de Giulano con el tema de Minerva y Cupido y durante toda su vida utilizó la imagen de Simonetta en sus cuadros, no solo en El nacimiento de Venus, también en La Primavera, Palas y el centauro, La calumnia de Apeles, etc. Era el momento del resurgir de la Antigüedad clásica y del Neoplatonismo tanto en lo cultural como en lo artístico y ese amor platónico que sintió siempre por ella, y al que dedicó su entera soltería, transcendió la muerte de la muchacha, ocurrida el 26 de abril de 1476, a los veintitrés años de edad, víctima de la tuberculosis.

Botticelli terminó El nacimiento de Venus nueve años después de la desaparición de su amada, a la que sobrevivió treinta y cuatro. Tenía muchos apuntes y dibujos, debió recrearla en numerosas ocasiones, siempre joven y bella, fresca, dulce; en su imaginario ella no envejeció, no sufrió los rigores climatéricos, no vio transformarse los rizos dorados en ralas canas; ese amor la conservó preciosa para la eternidad. Todas las mujeres que pintó con posterioridad a su muerte conservan los rasgos de la que fue, también eternamente, su amada.

En su testamento, además de las disposiciones normales de esto para este y esto para el otro, dejó bien claro que solo quería ser enterrado a los pies de su musa, en la iglesia de Ognissanti, y allí están sus huesos, debajo de una sencilla lápida con forma de tapa de alcantarilla —en una esquina de la capilla de San Pedro de Alcántara— que, por desgracia, no queda a los pies de la tumba de Simonetta de la que no se conoce lugar exacto de enterramiento aunque su espíritu —dicen— vaga por todo el templo.

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Lápida de Botticelli, de 1510. Fotografía: Sailko (CC).

El abuelo Vespucci murió y fue enterrado a un lado del altar que había sufragado; sus restos se cubren también con una lápida circular decorada con el escudo familiar, que es de factura sencilla: un simple blasón de tono oscuro atravesado de banda, de noroeste a sureste, con siete avispas alineadas en tono claro. Las avispas aluden al significado del apellido Vespucci y en número de siete en referencia al Génesis y la Creación (siete días) aunque los estudiosos del tema quieren ver en él el origen campesino de la estirpe y su dedicación a la apicultura como embrión de su posterior fortuna.

Bajo la lápida que cierra la tumba del abuelo no están, como se cree, los restos del otro personaje archifamoso de la familia: el nieto Amerigo, nacido un año después de Simonetta y primo segundo de su marido; un grupo de profesores eméritos, estudiosos de las andanzas de tan importante clan, afirma con rotundidad que solo está enterrado el abuelo y no el nieto, al que se confunde por el nombre. Habrá que creerlos, lo saben prácticamente todo.

En referencia al nietísimo y antes que nada debo aclarar que si escribo personaje y no miembro es porque debió ser eso, un personaje, a juzgar por lo que se sabe y lo que no de él y por la curiosidad que han suscitado tanto su vida como sus escritos.

El chico, nacido en Florencia en 1454 —el tercero de los hijos de Nastagio Vespucci—  fue educado por su tío, el fraile dominico Giorgio Antonio Vespucci; el hecho de que el preceptor fuera monje dominico no es cuestión baladí: eran los que más sabían de Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento y no en vano fueron los encargados de presidir los tribunales inquisitoriales en España, designados por los RRCC, debido, precisamente, a sus amplios conocimientos.

El monje lo instruyó en latín, astronomía, cosmografía y geografía, le inculcó el gusanillo del conocimiento en esos ámbitos tan novedosos y al mismo tiempo, tan atractivos para una mente voladora e inquieta.

Durante un tiempo se dedicó a la empresa familiar de piedras preciosas y entró al servicio de Pierfrancesco de Medici (primo de Lorenzo) quien, en 1491, le propuso mudarse a Sevilla para ser el encargado y contable de las compañías que tenía en la ciudad. Sevilla empezaba a ser una de las más atractivas metrópolis —se calcula una población de unos sesenta mil habitantes en torno a 1500— y las grandes fortunas querían estar presentes alrededor del negocio que se vislumbraba en ese punto estratégico del comercio marítimo. Una City.

Instalado en la capital andaluza en 1492, entabló amistad con Cristóbal Colón y con los círculos que preparaban los viajes de exploración de nuevas rutas comerciales; se sabe con certeza que en 1496 se encontraba en Sanlúcar de Barrameda aprovisionando flotas expedicionarias y, a partir de ahí, toda su biografía refleja unos cuantos tumbos a los que, según algunos historiadores, hay que dar relativa credibilidad.

Amerigo tuvo la costumbre de escribir cartas tanto a su patrón como a otros miembros de su círculo, cartas con relatos de viajes en los que no se ha probado su participación y otros en los que sí se embarcó.

Castellanos y portugueses inician en esa época un período frenético en busca de la ruta de las Especias, como es de sobra conocido, aunque los primeros, con más recursos económicos, se atrevieron a confiar en un proyecto ya descrito por el arzobispo d’Ailly que les presentó Colón (arropado por los monjes de La Rábita) y reflejado en las Capitulaciones de Santa Fe que, entre otras prebendas, concedía gruesos y exclusivos beneficios económicos al nombrado almirante de la mar océana.

En 1494 se había firmado el Tratado de Tordesillas entre los representantes de los RRCC y del rey Juan II de Portugal, pacto que delimitaba las vías de exploración de unos y otros, estableciendo para ello una línea a trescientas setenta leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. Iba quedando claro por dónde debía ir cada uno de ellos para no pisarse los territorios.

El genovés dio unas cuantas vueltas que no reportaron a la Corona el resultado esperado. En 1499 es arrestado en La Española y llevado ante los RRCC; este hecho dio fin al monopolio colombino y abrió la veda a otros exploradores tanto por cuenta de castellanos como de portugueses.

A partir de esta circunstancia Amerigo irá y vendrá de Sevilla a Lisboa apuntándose a expediciones ya españolas, ya lusas; cuenta en sus cartas que en 1499 participa en el viaje que Alonso de Ojeda realiza por las costas de la actual Venezuela y por sus inmediaciones; él mismo se atribuye haber dado nombre a la zona que le recordaba Venecia y a la que bautizaría Venezziola por sus palafitos en el agua.

En 1501 se traslada a Lisboa desde donde parte a otras expediciones por cuenta portuguesa; el 1 de noviembre llegan a un lugar de la costa de Brasil que bautiza (siempre según él mismo) como San Salvador de Bahía de Todos los Santos en honor al día que era y en recuerdo de la iglesia familiar en la que estaba enterrado su abuelo.

En 1505 se halla de nuevo en Sevilla y contrae matrimonio con María Cerezo, tenida por hija ilegítima de Gonzalo Fernández de Córdoba —resulta muy interesante la lectura de la novela de Loly López Guerrero María Cerezo, la esposa sevillana de Américo Vespucio publicada por la editorial Pasionporloslibros— con la que no tuvo descendencia aunque la esclava que servía en su casa parió dos hijos que bien pudieran haber sido de Américo y a los que nunca reconoció.

Él mismo cuenta que realizó un total de entre cuatro y seis viajes transatlánticos, de ellos dos por mandato de Fernando de Aragón y otros dos por mandato de Manuel de Portugal pero, como ya se ha dicho más arriba, no están del todo acreditados pues el tipo se daba más bombo y platillo del que se correspondía con la realidad; eso cuentan algunos de sus coetáneos e historiadores, el mismo Fray Bartolomé de las Casas lo calificó de mentiroso y ladrón por haberse apropiado impunemente de la gloria del descubrimiento.

En 1506 trabaja en la Casa de Contratación y en 1508, cuando el rey Fernando retoma el proyecto para encontrar el camino a la Especiería (una vez muerto el yernísimo, Felipe el Hermoso) le nombra piloto mayor de Castilla, trabajo de carácter sedentario que consistía fundamentalmente en supervisar los proyectos de viaje y en formar a los hombres que habían de comandar las naves que explorarían esas rutas. Sabía mucho de astronomía y se manejaba bien con aparatos de navegación, debió ser buen profesor.

No parece que le encantara permanecer en tierra a juzgar por lo que cuenta en sus misivas, hubiera preferido navegar a formar tantos pilotos como él mismo se atribuye pero, una vez más, es difícil contrastar qué hay de realidad y qué de exageración en ellas.

Murió en Sevilla en 1512 y en su testamento legaba los bienes sevillanos a su esposa María y los bienes de Florencia a su madre y hermanos lo que certifica que no tenía descendencia legítima. Fue enterrado en la iglesia de San Miguel, hoy desaparecida.

Retrato de Amerigo Vespucci, atribuido a Cristofano dell’Altissimo, ca. 1568.

De los textos que escribió con formato de carta hay que destacar la Carta de Cabo Verde, la Carta de Lisboa (dirigidas a Pierfrancesco) y dos muy relevantes: de un lado, la llamada Mundus Novus que fue publicada en París en 1504, escrita en latín y traducida a varias lenguas y en la que relata el viaje realizado en 1501 en una flotilla portuguesa; en ella advierte que aquello estaba muy poblado y que no todo eran islas por lo que resultaría lícito llamarle Nuevo Mundo (ya lo había dicho Pedro Mártir de Anglería). La otra importante, conocida como Carta a Soderini, fue escrita en italiano, en 1505, y dirigida al jefe del estado de Florencia; esta carta tuvo grandísimo éxito editorial aunque no fue publicada ni en España ni en Portugal.

La Carta a Soderini, quid de la cuestión, se imprimió en la abadía de Saint Die des Vosges, en la Lorena francesa, se tradujo al latín (y a otras lenguas) y se publicó con el nombre de Quattuor Americi Navigationes; en ella se sugiere que el nombre del Nuevo Mundo debía ser América, en honor a quien lo había reconocido como tal y porque hacía juego con los nombres de África y Asia, también femeninos y comenzados en A. Faltaba la puntilla: el cartógrafo Martin Waldseemüller, al dibujar una especie de planisferio compuesto con los dibujos aportados por los exploradores, llama América a lo descrito en la Carta a Soderini por el florentino. Blanco y en botella, no hay nada como estar en el sitio apropiado en el momento justo. Para él la gloria.

Simonetta y Amerigo pertenecieron a la misma familia aunque sus destinos fueron bien diferentes; para que luego se hable de los lazos de sangre… La Venus y América tienen, después de todo, algo en común.

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9 Comentarios

  1. magnífico erudito y entretenidísimo artículo histórico

  2. Gracias por acercarnos al arte con este bonito artículo. Sigue contándonos más cosas!

  3. Excelente relato sobre la cultura pictórica italiana. Y lo más ingenioso de todo, a partir de dos avispas del escudo de una familia. Muchísimas gracias.
    “Genio y figura hasta la sepultura”

  4. José Luis Rodríguez

    Magnífico artículo! Enaltece la contemplación del maravilloso cuadro del Nacimiento de Venus, al que dedico un par de horas cada vez que voy a los Uffizzi.
    Y la biografía de Américo Vespuccio (grafía castellana), amén de erudita, es divertida, terminando con la conocida anécdota de la atribución del continente a quien no lo descubrió, sino que estuvo en el lugar oportuno en el momento oportuno.

  5. María Luisa Valdés Galindo

    Precioso artículo. Seguimos aprendiendo….

  6. Muy brillante

  7. Excelente articulo, muy documentado y sobre todo muy didáctico. Fácil de leer. Basándose en una pintura tan conocida como El nacimiento de Venus, consigue crear toda una historia de personajes que te transporta a un mundo tan fantástico como es Florencia .

  8. Me gusta mucho. Un gran artículo. Erudito y ameno. Perfecto para aprender de Historia y Arte, y también algo de italiano. Enhorabuena

    • El artículo posee el encanto de las narraciones de los grandes contadores de historias y la frescura y el ingenio de quién sabe mostrar la Historia de una forma sorprendente

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