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Loiba, tu otro banco

Loiba, tu otro banco
Banco de Loiba. Fotografía: Onioram (CC).

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Los acantilados de Loiba, en la costa norte de Galicia, pertenecen a esa clase de lugares desde los que uno tiene la impresión de poder contemplar el mundo entero. A la derecha, Estaca de Bares. A la izquierda, el cabo Ortegal, en Cariño. Cuentan los lugareños que, durante las noches claras, si uno mira hacia el oeste, puede adivinar las luces de Ferrol a lo lejos, como en una realidad remota e inalcanzable.

En el borde de uno de sus precipicios, inmune al vértigo, existe un banco de madera. Una atalaya perfecta para perder la noción del tiempo y zambullirse con la imaginación en la inmensidad del mar, que se extiende hasta el horizonte infinito haciendo desaparecer el mundo a nuestras espaldas. Es conocido en el pueblo como O Pensadoiro, y los formidables paisajes que preside le han valido para ser calificado por la prensa como el banco con las mejores vistas del mundo. Una excusa estupenda para viajar a Galicia, subirse a un coche y descubrir tan bello rincón de la ría de Ortigueira.

Constituye un destino turístico infalible. Imagínenselo. Un banco situado en lo alto de un acantilado, testigo privilegiado del nervio y la tenacidad del océano colisionando una y otra vez contra las rocas, esculpiendo un panorama magnífico. Habría que estar loco para no querer visitarlo…

Así que lo visité.

Lo primero que uno advierte cuando se encuentra en la zona es la gran cantidad de carteles y señales que nos dirigen «al banco», espantando así con gran eficacia la indeseable sensación de estar aproximándonos a un lugar recóndito y alejado del turismo masivo. Todo el mundo sabe lo mucho que nos gusta a la mayoría una buena aglomeración.

De hecho, si uno conduce desde Viveiro, las indicaciones en la carretera general comienzan ya en O Vicedo, a unos quince kilómetros de Loiba. No obstante, y por si acaso sobrevive alguna esperanza de poder disfrutar íntimamente del banco y sus vistas, al llegar al pueblo vemos una valla anunciando que, en efecto, aquella es la localidad donde se encuentra el mejor banco del mundo. Un reclamo que, por fortuna, nos evitará estar solos y tranquilos mientras lo visitamos.

Aunque siempre podemos probar suerte en otro banco cercano. Visto el éxito del primero, muchas localidades vecinas han colocado el suyo propio a lo largo del litoral, presumiendo todas ellas de ser el lugar donde se encuentra el banco con las mejores vistas del mundo. Y lo curioso es que ninguna de ellas miente. Tan es así que incluso a doscientos cincuenta kilómetros de allí, en Redondela, sobre el mirador del Campo da Rata, se ha colocado un banco frente a la ría de Vigo, el puente de Rande y las islas Cíes que, casualmente, también es el mejor banco del mundo. Lo mismo que ha sucedido en Montealegre, Ourense. O en la Serra do Larouco, en la frontera con Portugal. «Disculpe, ¿es este el banco que tiene las vistas esas que salen en las revistas?». «Por supuesto que sí, señora». Y a otra cosa.

En su masificación reside parte de su encanto. Lo primero que uno se encuentra si lo visita en fin de semana son recuas de autobuses maniobrando con dificultad para acercarse todo lo posible al banco y vomitar a su lado varias docenas de turistas que se ponen a la cola, se sientan, se hacen una selfi con «las vistas esas que salen en las revistas» de fondo y se van. Momentos mágicos de las vacaciones que los demás envidiamos al contemplarlos en sus redes sociales con el texto «Aquí, sufriendo».

Mientras tanto, para hacer todavía más dulce la espera, podremos disfrutar de un gaiteiro contratado por el Ayuntamiento que colma de galeguidade el acantilado con estridentes melodías que se te clavan a las mil maravillas en el tímpano. Una escena coronada por la agrupación de diez o doce chavales que, con las ventanillas y el maletero de sus coches abiertos, alteran los registros sísmicos con su bellísima música para sordos.

Hasta que por fin te toca a ti disfrutar de O Pensadoiro. Y mientras esperas a que la familia que está delante termine de estar allí sentada sin hacer nada, te das cuenta de que en la parte posterior del banco, en su respaldo, hay una inscripción que dice «the best bank in the world». No dice bench, no. Dice bank. De banco. De entidad financiera. Y entonces uno muy listo que aguarda su turno detrás de ti te dice sonriendo que no, que no te asustes por la errata, que una de las acepciones de bank es «orilla». Que se lo ha dicho su hija, que obtuvo un diez en el First Certificate. Que a todas sus hijas se les dan muy bien los idiomas, como a él. Y que, de haber nacido en otra época, habría sido traductor en la ONU. Y tú te alegras de hacer nuevas amistades y entablar agradables conversaciones con desconocidos y te das cuenta de que ni en sueños podría haber resultado tan satisfactoria la visita al banco de Loiba.

Es entonces cuando al fin te sientas y contemplas las vistas. Son las mismas que cuando estabas de pie haciendo cola detrás del banco, exactamente iguales, pero qué diferencia. Ni punto de comparación. Sentado en el banco comprendes que ha merecido la pena. Y entiendes por qué lo llaman O Pensadoiro. Y te abstraes del mundo y te sientes insignificante ante la vastedad del océano. Y piensas que tal vez se trate del mejor lugar posible para sentarse a no hacer nada. Y te enfrascas en pensamientos románticos y te deleitas con vaguedades poéticas que se te ocurren mientras permaneces allí sentado… Hasta que el cuñado de la ONU te da unos golpecitos en la espalda y, señalando su reloj de pulsera de los chinos, te dice guiñándote un ojo que le toca sentarse a él.

Tú te levantas satisfecho con la experiencia, haces una última foto con el móvil en la que apenas se distinguirá un pedazo de mar y te diriges a tu coche pensando que «el mejor banco del mundo» no es muy buen eslogan. A ti se te está ocurriendo uno que es mucho mejor: «Tu otro banco y cada día el de más gente». Te hace gracia y decides ir a contárselo al tipo de la ONU, pero en su lugar, sentado en el banco, ya está el siguiente grupo de desconocidos.

Vuelves a casa con la sensación de haber aprovechado bien el día y recuerdas que una vez alguien te habló de lo harta que está la gente de la zona de tanto turista. De lo mucho que les gustaría recuperar la tranquilidad en O Pensadoiro. «No hay problema», piensas. «El próximo lunes me planto allí con un montón de ladrillos, un cubo de mortero y una paleta, y levanto una tapia delante del banco en un santiamén». Me juego algo a que los turistas desaparecen. Ahora bien, es posible que los artículos sobre «el banco con las mejores vistas del mundo», las vallas, las señales y los souvenirs también tengan que esfumarse. Ya es mala suerte. Todo no se puede tener.

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