Arte y Letras Literatura

Antonio J. Rodríguez: Terrorismo o barbarie

Está contada por un auténtico imbécil o por un cretino reprimido, pero Ejército enemigo es la mejor historia de 2011.

Cuando a Michel Warschawski le preguntaron en una entrevista acerca de los indignados en Israel, el activista se quejaba de que las únicas críticas al movimiento viniesen «de los dirigentes de los colonos que intentan describirlo como un Woodstock de niños mimados de los barrios pijos del norte de Tel Aviv». Este mismo es el enunciado que viene impreso en la portada del último número de Qué Leer, pronunciado ahora por Alberto Olmos, autor de Ejército enemigo: «En el 15-M hay demasiados iPhones». Y ésta también es la postura que adopta Santiago, el protagonista y narrador de la novela, que adolece de un sentido de la vista deficiente y desde luego encuentra dificultades severas para desempañarse los párpados y enfocar bien los auténticos problemas. A él no le interesa atender a los desórdenes económicos, la corrupción política o los errores del falso capitalismo que viene sacudiéndonos en los últimos años. Lo que a Santiago de veras le pone de mal humor son los manifestantes y activistas políticos, y el moderneo revestido de conciencia: «No me interesa lo in, no me obsesiona estar on, no cultivo lo cool, no me fascina lo fashion y mi único must es masturbarme; lo friki me da escalofríos. Lo trendy, temblores.» ¿Su lema? «La solidaridad ha fracasado».

Santiago significa el grado cero del inmovilismo político, encorsetado en un barrio deprimido y ruinoso y en un trabajo fool como publicista; es ésta la clase de persona que en lugar de actuar para cambiar su situación se entretiene en burlarse de Daniel, un colega que una vez creyó en la solidaridad y luego apareció muerto. Santiago es la principal resistencia que Daniel tiene que vencer, mucho más que el modelo político o económico vigente, para ratificar las alternativas en las que él cree. Es fácil de imaginar cómo en su fuero interno Daniel sabe que el futuro de la resistencia pasa por recluirse con su grupo de activistas ya convencidos, o bien dar un paso más allá y convencer a escépticos como Santiago, alguien que se pregunta si «no sería mejor dejarlo todo al albur del caos, cesar en las ayudas puramente amansadoras, y permitir un sufrimiento tal que, al cabo, hiciera a millones de personas tomar las armas y devolvernos la calderilla», pues «la solidaridad no sólo ha fracasado, sino que ha evitado la reacción». Naturalmente, es aquí donde se encuentra el gran dilema de la resistencia en los últimos tiempos. ¿Manifestarse pacíficamente y penetrar así en el grueso de la opinión pública biempensante y pequeñoburguesa, o reventar escaparates de multinacionales, perpetrar atentados terroristas, secuestrar aviones, poner bombas, sabotear, sembrar el auténtico odio, boicotear, actuar por la vía dura…? Ilich Ramírez, el terrorista conocido como Carlos el Chacal, tenía un lema: «Para conseguir algo, has de caminar sobre cadáveres», y éste podría pasar por el ideario que rige a Santiago, resultando así que el despreciable nihilista del que hablábamos antes, desde sus rancios prejuicios, se convierte en el más radical de los opositores. Tal es la convicción («La solidaridad ha muerto») por la cual se produce la transformación de Daniel en un monstruo.

Extraordinaria heredera de Houellebecq, Ejército enemigo es una novela repleta de sexo bien hecho (bien escrito). Además que este tipo de narración es un talento singularmente explotado por Olmos como editor de Vida y opiniones de Juan Mal-herido, la razón por la que el sexo y los afectos aquí abundan es porque nadie folla, ni mucho menos desea, por solidaridad o compasión. «Hombres queriendo follárselas a todas y mujeres seleccionando los genes. Lo de siempre desde las cavernas; lo de siempre a pesar de la teoría queer, del machismo y de los cosméticos para hombres.» Y eso por no hablar de la dimensión estética de la revuelta, a menudo erróneamente soslayada. Había poca broma en Balzac cuando a éste se le ocurrió decir que «La revolución [francesa] fue también una cuestión de moda, un debate entre la seda y el paño». Lo dijo también Michel Chemit: «Por supuesto, aún puede seducirme arrojar adoquines a la pasma. Es un acto lúdico. Para mí, hay mucha profundidad en ese gesto.» Es decir que la manifestación es una opción de ocio que se rige por unos códigos reproducibles por imitación, y que delimita muy claramente las fronteras entre quienes están dentro y quienes están fuera, y el protagonista de Ejército enemigo está muy lejos de ser querido por los solidarios manifestantes. Su complejo de exclusión —el de Santiago— es inmenso, y esa es la razón por la que los detesta y denuncia la presunta superioridad desde la cual erigen sus grandes verdades, aunque por supuesto, él no opondría ningún inconveniente en follarse a una manifestante como la que vemos en la misma portada de la novela. Esto no es política, esto es psicoanálisis: «Uno iba a una mani porque ella también iba, porque también iba él. Otro se encerraba en la facultad junto a decenas de estudiantes porque ella o él no podrían entonces escapárseles. Los abajofirmantes eran los abajojodientes. Todos los líderes eran sexies. Todas las pancartas, pornográficas. Todas las palabras, seducción.» A estas alturas ya da igual decir que la tensión y narrativa de Ejército enemigo está minuciosamente calculada, y su ritmo es perfecto. Ésta no solo es la mejor novela del año. También la más cruda y radical.

 

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3 Comentarios

  1. Lo que avanzas de este texto, recuerda demasiado a Houllebecq.

    Chascarrillos, frases más o menos sonoras, aforismos alargados. Provocación al pensamiento bienpensante. Vamos, Olmos en el formspring en estado puro: «me descojono de lo ingenioso que soy yo conmigo mismo».

    Habrá que ver si eso es una novela o una colección de temas rimados, a mayor satisfacción del ego del lector. Es decir: ya estaba tardando un autor español en implantar Houllebecq, a la manera española.

    A ver si esta vez, sí, Olmos pega el palo y se lo lleva crudito. Después de haberlo intentado:
    1.-metiendo la palabra Tokio en el título de una novela (a la manera Loriga)

    2.-paseándose repetidas veces por el ploglama de Sánchez-Dragó para promocionarse: «cuéntanos, cuéntanos: como es Japón..? Como son ellos..?»

  2. A mí me parece su novela más endeble. Su prosa está apagada durante casi todo el relato, lejos de El Talento de los demás y, sobre todo, A bordo del naufragio. Un sólo post de Malherido contiene más acidez y tensión e ideas. El éxito de la novela es el éxito de su publicidad, el eslogan que la resume y que todas las críticas repiten hasta la saciedad sin ir más allá, arrimando el codo como cobardes o amigos, que es lo mismo. Llegas al final del libro y no hay más ideas que las expuestas en la contraportada, que tampoco son nuevas ni originales ni nada (Rebelarse vende). La historia desespera por su evidencia, porque el personaje parece el último en razonar y llegar a las conclusiones que un lector de 12 años ha sacada 50 páginas atrás. Es tremendamente obvia, casi roza el ridículo. No me creía que Olmos estuviera detrás. La verdad, he acabado el libro con una gran sensación de vacío, pensando que un publicista me ha colado un gol por la escuadra. Y leo las críticas, casi todas sectarias y amigables, y nadie habla de los personajes, de la historia y de sus fallas (¿ni a Eduardo ni a Fátima les importa descubrir al asesino de su hermano?), de su gratuidad, oportunismo y su vacío de ideas, de la pérdida de pulso narrativo de su autor (en Ejercito Enemigo queda claro que flojea mucho hilvanando la trama), que leo piensa que esto es lo mejor que ha escrito. Joder, A bordo del naufragio era auténtica, cada dos páginas te decías «que bien escribe este cabrón», y ahora…. No sé donde ves la tensión, la radicalidad y la crudeza. No sé puede ser tan ingenuo. Vale que es amigo, pero… en general la recepción de la novela demuestra la pobreza moral de la pseudocritica literaria en este país. Eso sí, después criticaremos al Premio Planeta, vosotros, los aprendices. Es que ni siquiera las escenas de sexo parecen creíbles. Y los ridículos dibujitos en el libro. Joder. Aburre.

  3. Guillermo

    Harto de anglicismos innecesarios y referencias grandilocuentes que no se sostienen en la obra sino en el personaje del autor. Este país necesita una crítica literaria adulta.

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