Arte y Letras Historia

El mayor mentiroso de la historia de España

Flaqueza nuestra, o sea del tiempo que alcanzamos, es, bien indigna de hombres, no digo solamente de letras, pero aun Cristianos, i Españoles, echar èstas lineas imaginarias a partes tan remotas del mundo, trayendo desde allà los Santos, que no son nuestros; como si huviessen de engrandecernos las honras que usurpamos falsa, e injustamente a otras Provincias.

Censura de historias fabulosas. Nicolás Antonio, 1742.

El dicho reza que se coge antes a un mentiroso que a un cojo, pero eso no es verdad. Para empezar porque la ortopedia avanza que es una barbaridad, pero sobre todo porque hay mentirosos tan perfectos y concienzudos que adelantarían en una carrera metafórica al mismísimo Pistorius, que ya es adelantar. Jerónimo Román de la Higuera, de profesión historiador, fue el príncipe de todos estos mentirosos y por eso tardaron siglos en cogerlo. Concretamente los que van desde su muerte en 1611 hasta el siglo XVIII, cuando alguien consiguió demostrar definitivamente que los descubrimientos y transcripciones que este jesuita toledano hizo de varios autores latinos y medievales son, en realidad, falsificaciones. Y qué falsificaciones, señora. Daban el pego completamente, no presentaban asomo de falsedad y además le gustaban a mucha gente, ya que pintaban una historia de España y sus glorias que bueno, bueno. Una cosa espectacular.

Una edición de 1627 del Chronicon Omnimodae Historiae.
Una edición de 1627 del Chronicon Omnimodae Historiae.

Espectacular, claro, según los códigos de finales del siglo XVI. Una de sus sensacionales trolas, por ejemplo, fue que los gobernantes de Irlanda, Escocia e Inglaterra descendían de unos remotos monarcas hispanos de los que nadie más que él —qué cosas, oye— parecía tener noticia. Otra que también fueron de origen nacional una gran colección de santos, mártires y obispos —prácticamente todos aquellos a quienes no se les conocía patria—, amén de varios personajes secundarios de la Biblia y otros que llegaron a entrevistarse con Alejandro Magno, ahí es nada, y a presenciar la muerte de Jesús. Otra que Toledo fue fundada por Hércules e invadida por judíos procedentes de Babilonia. Otra que los griegos que huyeron de Troya tras su derrota poblaron Galicia y dieron lugar a varias estirpes ilustres de España, entre ellas —je— la del propio Román de la Higuera. Otra que en cierta ocasión se levantaron tres soles sobre la península Ibérica. Otra que el rey visigodo Leovigildo se convirtió al catolicismo en el siglo VI, precisamente cuando España era uno de los últimos bastiones del arrianismo. Otra que en el país nunca hubo luciferianismo, una doctrina católica que no solo prendió en España, sino que de nuevo tuvo en el reino su último gran bastión. Y así, una detrás de otra durante toda una vida consagrada al estudio de la historia. Llámese estudio, llámese inventársela.

La obra maestra del padre Román de la Higuera fue el Chronicon Omnimodae Historiae, que presentó en sociedad en 1594. Era un texto de Flavio Lucio Dextro —un autor latino del siglo V natural de Barcelona— cuyos fragmentos había descubierto en Alemania y que había copiado y puesto en circulación, por cierto con gran éxito. Parecido le ocurrió con textos de Máximo de Zaragoza —un obispo del siglo VII— y un tal Eutrando o Luitprando, un religioso toledano del siglo X del que hasta entonces no existía noticia. En los valiosísimos volúmenes inéditos rescatados por Román de la Higuera, los datos aportados por estos autores de diversos siglos pintaban un cuadro evidente para cualquiera capaz de leer entre líneas: el de una España nacional en tiempos incluso de Roma, de integridad cristiana inquebrantable incluso pocos años después de morir Jesucristo y llamada por esto a jugar el papel principal en el concierto de las naciones. Avalado por ellos, Román de la Higuera incluso escribió un libro, la Historia eclesiástica de la imperial ciudad de Toledo, en el que interpretaba y pasaba a limpio las ideas contenidas en los textos históricos que había descubierto y le enmendaba la plana a grandes historiadores consagrados.

Sus fuentes solo tenían una pega: se las había inventado. De al menos una de ellas —Eutrando— no hay constancia siquiera de que existiese y de las otras dos no legó sus textos, sino falsificaciones de los mismos hábilmente reelaboradas a partir de terceros autores y aderezadas con sus propias invenciones. Del Chronicon de Dextro se cree —y solo se cree, porque vete tú a saber— que sí pudo disponer de una copia, aunque se conoce que no le gustó lo que decía y por eso la copió mejorada con sus propias ocurrencias, que por cierto no eran inocentes. Gregorio Mayans, erudito y uno de los que más lucharon en el siglo XVIII contra las leyendas vertidas dos siglos antes por Román de la Higuera, escribió sobre estos volúmenes que «el Padre Higueras quitò de ellos muchas cosas, añadiò otras muchas, variò no pocas torciendo el sentido, i las ordenò a establecer el Primado de la Iglesia de Toledo desde el principio de la Iglesia Universal, ocultando este fin con la mezcla de muchas cosas pertenecientes a toda España, i engrandeciendo, i alargando los Chronicones con la introduccion de falsos Ciudadanos». Ahí es nada.

Novatores al rescate de la historia de España

No fue Mayans, sin embargo, quien desenmascaró definitivamente al impostor, sino Nicolás Antonio. Este bibliógrafo y estudioso le dedicó al jesuita un magnífico volumen titulado Censura de historias fabulosas escrito al efecto de «encender una Luz a los ojos de las Naciones Politicas de Europa»,  recurriendo a sus propias palabras, «que claramente les dè a ver los engaños que ha podido introducir en ella la nueva invencion de los Chronicos de Flavio Dextro, i Marco Maximo, i los de Luitprando, i Julian Perez, con los demàs que se les atribuye, fingidos en el todo, o en la mayor parte, con sacrilega temeridad». No llegó a publicarse durante la vida de Antonio pero Gregorio Mayans lo rescató y publicó póstumamente en Valencia en 1742. Por cosas como esta recordamos al segundo como un novator, uno de los pioneros de la Ilustración en España.

Gregorio Mayans –izda.– en un dibujo de Joaquim Giner de 1755 y Nicolás Antonio –dcha.–, retratado por Domingo Martínez en el siglo siglo XVIII.
Mayans –izda.– en un retrato de Joaquim Giner de 1755 y Antonio –dcha.–, por Domingo Martínez en el siglo XVIII.

En su Censura de historias fabulosas, Antonio hace un gran trabajo poniendo el fraude en evidencia, en particular si tenemos en cuenta que no dispuso de una copia auténtica del Chronicon de Dextro y de los demás textos, sino solo de «los demas egemplares que el mismo Higuera esparció, i autorizò, como conformes a su original, del qual diferenciavan notabilissimamente». Tirando solo de su propia erudición —no es que pudiera hacer otra cosa a finales del siglo XVI—, Antonio llegó incluso a pormenorizar qué fragmentos concretos del texto podrían ser reales y cuáles le había querido colar el infeliz jesuita a la posteridad. Veamos un ejemplo.

El lugar de Flavio Dextro se lee hoy, que es el que se sigue: pero con una addicion de tan mal consejo, que a cualquiera leido en Historias le parecerà, que tiene cogida la mano, del que secretamente la puso en los originales (si huvo algunos) de aquel Autor. Gratianus Imperator Cathecumenus VIII. Kalendas Septembris occiditur. Hasta aqui pudo decir Dextro. Lo que le sigue ya tiene los colores, que èl no le puso, ni pudo poner. Flavius Maximus, Vir Catholicus tyrannice a militibus Imperator Galliae, Angliae et Hispaniae salutatur. Inglaterra en èste tiempo se llamava Britannia: I no solo en ese tiempo, sino aun en el que vivia Dextro.

Es un error gordo, salta a la vista. Dextro jamás habría denominado «Anglia» a Gran Bretaña, ya que la isla comenzó a recibir ese nombre solo tras la invasión anglosajona, que se completó después de su muerte. Aunque al jesuita del siglo XVI le resultó relativamente sencillo impostar el estilo y la gramática del latín que hablaba Dextro en el siglo V —parecido ya al que fosilizó como lengua culta de la Iglesia—, los pormenores históricos le patinaban algo más. Por suerte.

La mayoría de pruebas contra Román de la Higuera, sin embargo, no están en sus falsificaciones del Chronicon y de otros textos, que de hecho resistieron el análisis durante siglos y contaron incluso con defensores —como el historiador Juan Tamayo de Salazar, falsificador él mismo de otras piezas históricas—. El verdadero error del jesuita fueron sus libros de historia, en los que invocaba constantemente estos textos fraudulentos para dar cuerda a sus hipótesis por estrafalarias que sonasen, convencido de que nadie pondría en duda la autoridad de sus presuntos autores. Tanto que, por ejemplo, se permitió pintarlos tan antisemitas como él mismo, algo que chirría por una cuestión muy simple: si el odio de los cristianos hacia los judíos «y la abominación que hacian los Judios, del trato, i la conversacion con los Gentiles» era algo común en la España del XVI, no lo era en la Hispania del siglo V. Pero ni mucho menos.

Al impostor, sin embargo, no le tembló la pluma al embarcar a estos autores en sus opiniones estrambóticas, la mayor de las cuales expuso en su Historia Eclesiástica de la imperial ciudad de Toledo y rezaba que la ciudad no había sido fundada por judíos, sino invadida por ellos. En el siglo XVI esto constituía, en efecto, una tesis estrambótica, ya que la teoría más aceptada entonces sobre el origen de la ciudad era que había sido fundada durante la cautividad de los judíos en Babilonia por un contingente hebreo liderado por Rodorán —un nieto del mismísimo Noé— y dirigido personalmente por el rey babilonio, Nabucodonosor. No era cierto, pero era lo que los historiadores eclesiásticos convenían.

A Román de la Higuera, sin embargo, no le gustaba el componente semita de esta hipótesis y la cambió ligeramente, pero lo suficiente como para borrar la esencia judía de la capital. Ahora Toledo la había fundado el mismísimo Hércules —a su paso por la península Ibérica durante sus legendarias doce pruebas, se entiende— y fue poblada después por personas procedentes del cautiverio de Babilonia pero no judías, sino gentiles, y no durante el cautiverio, sino después, cuando Persia liberó Babilonia. Aunque admite que grandes autores de historia avalan la tesis de Nabucodonosor, el padre Román de la Higuera asegura que «se puede probar con muy buenos fundamentos que jamas con èl vinieron Judios, ni por aventureros ni por Soldados», y que sí lo hicieron más tarde, cuando la ciudad ya existía, dirigidos por un enigmático capitán persa. Que la invadieron, vamos.

La jugada perseguía un objetivo doble, como todo cuando se trata de este hombre que deontología no conocía ninguna, pero contaba con una inteligencia brillante. Además de negar una presunta naturaleza hebrea de Toledo, Román de la Higuera pretende así desacreditar a estos historiadores consagrados que favorecían la tesis, muchos de los cuales —atención, sorpresa— eran judíos, como Josefo, del siglo I, o Juliano de Toledo, obispo del siglo VII de ascendencia semita. Quizá por esa razón Nicolás Antonio propone con mucha mano izquierda que el falso historiador actuó siguiendo razones nacionalistas y aprovecha en este punto para colar un sutil canto a la tolerancia, que nunca viene mal:

Bien es cierto que si hubiera sido esta Relacion del verdadero Juliano [la que une la fundación de Toledo a la figura de Rodoran, nieto de Noé], no huviera defraudado a su patria de un tal calificado, i antiguo origen, como aver tenido por un fundador suyo a un tercero Nieto de Noe, i segundo de Sem, familia tan estimada entre las demas, que cuando quiso vestirse de naturaleza humana nuestro Dios, escogio esta Generacion, i descendencia para nacer en ella, i a esse mismo fin fundo en sus hijos aquel pueblo tan querido suyo, de quien recibio en la carne los Padres, y el ser de hombre.

Porque todo esto es nacionalismo del de toda la vida, no nos engañemos. Aunque fuese encarnado en las realidades propias del siglo XVI, la grandiosa falsificación de Román de la Higuera perseguía el objetivo último de reconstruir la historia de España a favor del catolicismo, hasta el punto de adelantar la fecha en la que la antigua monarquía visigoda abandonó el arrianismo. Según el jesuita, lo hizo el rey Leovigildo en lugar de Recaredo I.

El  III Concilio de Toledo, un lienzo de José Martí y Monsó de 1862 que retrata la conversión de Recaredo I al catolicismo.
En el III Concilio de Toledo, de 1862, José Martí y Monsó retrató la conversión de Recaredo I al catolicismo.

Es precisamente así, negando taxativamente algunos sucesos indiscutibles de la historia religiosa de la antigua Hispania, donde Nicolás Antonio pilla a Román de la Higuera en otro de sus renuncios más gordos, que explica de esta manera:

Passa a decir despues como San Hilario en los Concilios que tuvo, fue de parecer, que los que consintieron en el Concilio de Arimino con los Hereges, fuesen admitidos a la Comunion, si bolvian Penitentes: de donde nacio el cisma de los Luciferianos, que no quisieron admitirlos, Mas por la gracia de Dios (dice) i buena diligencia, i gran cuidado, i saber de nuestro Pastor Audencio Dotor insigne de España, no hubo acà los debates de Lucifero, sino toda paz y sosiego. Trae en comprobacion desto un lugar de San Geronimo en el Dialogo contra los Luciferinos: i inmediatamente. De las quales palabras se colige que nuestra Provincia de España por la misericordia de Dios quedò libre deste pestilencial cisma, i nadie hubo en ella que le animasse a las determinaciones del Concilio Ariminense. Còmo quedò España, si su Obispo Primado el de Toledo (que en los nuevos Autores fue Gregorio, i no Audencio) sintiò con Luciferino?

Román de la Higuera incurrió en una incoherencia, en efecto, y como para no. El cisma luciferiano no solo arreció en la Hispania inmediatamente anterior a las invasiones germánicas, sino que algunos de los miembros de la jerarquía católica peninsular fueron los últimos en abandonar esta doctrina en toda Europa, que defendía la excomunión de los arrianos y rechazaba su integración en la fe católica. No es que no ocurriera exactamente lo que el jesuita puso en boca del autor original, en este caso Máximo de Zaragoza; es que ocurrió exactamente lo contrario.

Censurando historias fabulosas

La gran pregunta, claro, es qué movió al infeliz Jerónimo Román de la Higuera a meterse en estos jardines, jugándose en vida su reputación como cronista y en la posteridad su buen nombre, que en efecto perdió. Sobre esto no hay consenso y es probable que no lo haya nunca, aunque los expertos sí coinciden en recordar que las mentiras vertidas por el jesuita —particularmente las del Chronicon— avalaban tanto su posición en la jerarquía de la archidiócesis de Toledo como la propia superioridad natural de esta institución territorial frente a las del resto del país.

Precisamente a raíz de este caso el profesor y doctor en Historia Antonio Yelo recordaba en 1985 que «de las setecientas perícopas del Chronicon, aproximadamente el ochenta por ciento se refieren a España y casi la mitad de estas a Toledo, patria del falsificador y urbe protagonista de esta historia nacional». También que «a partir del Renacimiento se iba desarrollando una crítica histórica que se veía precisada a revisar ciertas tesis, cuyo dictamen desfavorable sobre ellas hería la sensibilidad nacional», entre ellas algunas que reconstruye el fraude de Román de la Higuera, como «la predicación de Santiago en España y el Pilar de Zaragoza» y «la cuestión de las sedes primaciales». Para muchos eruditos eclesiásticos, escribe Yelo, «ciertas tesis eran incontestables y necesariamente deberían estar confirmadas en los documentos de la antigüedad», pero «los avatares adversos que se fueron sucediendo en los siglos habrían hecho desaparecer unos fondos documentales, de que se necesitaba disponer y a todo trance había que recuperar». Estamos en la época de la Reforma, recordemos, que en España coincide con la violenta represión inquisitorial de cualquier brote protestante. Si algo necesitaba la Iglesia con urgencia era legitimidad. Además de espiritual, política.

Detalle del grabado de Jan Luykens que representa la ejecución de luteranos acometida por la Inquisición en Valladolid en 1559.
Detalle de un grabado de Jan Luykens que representa la ejecución de luteranos acometida por la Inquisición en Valladolid en 1559.

José Álvarez Junco, catedrático de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, cita también a Román de la Higuera como el falsificador más fértil del Siglo de Oro y recuerda el papel de las grandes reconstrucciones como la suya en la forja de la identidad nacional. «Con los visigodos había nacido España, la España ideal o esencializada, monárquica, católica, viril —la virilidad de los godos era un rasgo indiscutible, frente al afeminamiento romano—, de guerreros invencibles y, sobre todo, unida y políticamente independiente. De todos estos rasgos, el más discutible era, desde luego, el religioso, porque al llegar a la Península los godos eran, como otros pueblos germánicos, cristianos, pero arrianos». El integrismo nacionalista, no muy distinto ni distinguible en aquel tiempo del católico, buscaba pues aquella misma imagen que pinta precisamente el falso Chronicon: la de una España políticamente potente y religiosamente indivisible —toda una cualidad política en plena era de fragmentación del cristianismo— en la que arrianos, luciferianos o judíos habían jugado un papel menor o ninguno, directamente. Una, grande y libre, en otras palabras. No sé si les suena.

Razones patrioteras aparte, lo cierto es que a Román de la Higuera le dio tiempo a cubrirse aún más de gloria,  falsificando otros materiales —entre ellos unos que autentificaban unas reliquias falsas, los famosos Plomos del Sacromonte granadino— y denunciando a sus enemigos políticos ante la santa Inquisición, así era de buena gente. Y seguramente por eso nadie hasta el día de hoy le ha querido perdonar, empezando por el propio Gregorio Mayans: «No merece ser perdonado en nada», dijo, «quien quiso usar con tal destemplanza del papel, i la pluma, cargando sobre los Españoles el odio, o la burla de las demas Naciones, cuyos Escritores saben emplear mejor su oficio, i sus letras, i venerar a los que las tienen en la comun aprobacion». Ni Larra lo hubiera dicho mejor.

Fotografía de portada: José Luis Cernadas Iglesias (CC).

SUSCRIPCIÓN MENSUAL

5mes
Ayudas a mantener Jot Down independiente
Acceso gratuito a libros y revistas en PDF
Descarga los artículos en PDF
Guarda tus artículos favoritos
Navegación rápida y sin publicidad
 
 

SUSCRIPCIÓN ANUAL

35año
Ayudas a mantener Jot Down independiente
Acceso gratuito a libros y revistas en PDF
Descarga los artículos en PDF
Guarda tus artículos favoritos
Navegación rápida y sin publicidad
 
 

SUSCRIPCIÓN ANUAL + FILMIN

85año
Ayudas a mantener Jot Down independiente
1 AÑO DE FILMIN
Acceso gratuito a libros y revistas en PDF
Descarga los artículos en PDF
Guarda tus artículos favoritos
Navegación rápida y sin publicidad
 

12 Comentarios

  1. Mean Mr Mustard

    Vaya, yo creía que iba a ser un artículo sobre Aznar, o sobre Rajoy.

  2. tamekahanova

    Ya es milagroso que interesara o que llegara a ser desenmascarado en el siglo XVIII. Actualmente tenemos muchos más ejemplos de mixtificaciones históricas y pocas noticias tenemos de interesados en su desenmascaramiento. Me parece que el titular es llamativo pero muy inexacto.

  3. Este Antonio Yelo que se menciona no es el mismo colaborador que tenéis en esta casa ocupándose de la sección de entrevistas, ¿no?

  4. Pingback: 04/03/14 – El mayor mentiroso de la historia de España | La revista digital de las Bibliotecas de Vila-real

  5. Chencho Leal

    Sobre Higuera hay que verse esto, que el autor del artículo no conoce: K. Olds, The “False Chronicles” in Early Modern Spain: Forgery, Tradition, and the Invention of Texts and Relics, 1595-c. 1670, PhD Dissertation, Princeton University, 2009; J. Martínez, “Jerónimo de la Higuera S. J.: falsos cronicones, historia de Toledo, culto de San Tirso”, en Tolède et l’expansion urbaine en Espagne (1450-1650), Casa de Velázquez, Madrid, 1991, pp. 69-97. En estos trabajos de revaloriza la labor de Higuera.

  6. Chencho Leal

    Me dice un amigo historiógrafo que si que había muchos coetáneos que sabían de sus falsificaciones pero que sus mentiras interesaban para algunas cosas.

  7. Tristán

    ¡Grata sorpresa! No obstante, tengo una duda. No dejas de pintar a Higuera como lo que hoy entenderíamos un fundamentalista católico que lo que quiere es borrar cualquier rastro de herejía o infidelidad en la historia de España. ¿Cómo es posible, entonces, que, como expones, falsificara pruebas en favor de los Plomos del Sacromonte, los cuales trataban de acercar posturas entre moriscos y cristianos? ¿Esas ansias de hacer «una, grande y libre» pasaban por rechazar cualquier influencia pasada al mismo tiempo que, en el presente, por dispensar un buen trato a los moriscos y por observar la importante influencia del mundo islámico en la Península? A mí me parece bastante contradictorio, más aún si tenemos en cuenta que acababa de finalizar la Guerra de las Alpujarras, que el enemigo interior entonces era el morisco renegado que o bien se comunicaba con Berbería o bien con el Turco y que, como he apuntado, cualquier posible influencia parece ser era perniciosa sólo en el pasado pero deseable con esta «quinta columna» en el presente. Si éste era un fundamentalista, ¿cómo podríamos denominar entonces a los que decretaron la expulsión de los moriscos una década más tarde del descubrimiento de los Plomos?

  8. un gran mentiroso, pero ¿el mas grande?

  9. Pingback: UNA CRUZ EN EL CIELO DECANTÓ LA CONQUISTA DE ALCALÁ DE HENARES A LOS MOROS – GUADALAJARA MISTERIOSA

  10. Pingback: Capítulo 6: 1672 LOS TRES SOLES DE CIFUENTES. – GUADALAJARA MISTERIOSA

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.