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Zona de rescate: Era tan bella, de Francisco Peregil

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Detalle de la cubierta de Era tan bella, de Francisco Peregil.

Como las novelas de triángulos, parejas abiertas y amigos tan queridos que incluso comparten fluidos con una tercera persona suelen transcurrir en escenarios urbanos, sofisticados y cosmopolitas, lo primero que sorprende de Era tan bella (Destino, 2001) es que la trama tenga lugar en una localidad rural sin nombre de la provincia de Huelva —entre Zalamea la Real y Minas de Riotinto— que tiene todos los décimos para ser Nerva, pues los personajes viven en la calle del Acije, se bañan en las charcas del Jarrama, se citan en el cerro del Rebudio y celebran a san Bartolomé como patrono local, aunque se permitan la confianza de llamarlo Bartolo. Si a los datos anteriores sumamos que el mismo autor es natural de Nerva, creo que podemos dar por sentado que Era tan bella también es un regreso a los poderosos territorios de la infancia y la adolescencia de Francisco Peregil.

Más conocido por su actividad periodística como corresponsal de guerra y redactor del diario El País, Francisco Peregil es autor de tres libros de ficción: Dulce como la hiel de tus labios (1998), Manuela (2005) y Era tan bella, novela que obtuvo una mención especial del jurado en la edición del Premio Nadal de 2001 y que desde mi arbitrario punto de vista merece una relectura generosa, diecisiete años después.

Era tan bella es una novela extraña y sui generis, pues promete hablar del amor cuando en realidad su tema central es la amistad y los valores que la engrandecen, como la lealtad, el perdón y la reconciliación. Tener amigos es fácil, ser leales a ellos ya es más complicado, pedirles perdón o perdonarlos no está al alcance de cualquiera, y hacer borrón y cuenta nueva es una medida que la mayoría de amistades no colma. Pues bien, Era tan bella narra la amistad entre Yónatan y Queque, dos muchachos del mismo pueblo y a la vez muy distintos entre sí, porque Yónatan es un joven atractivo y afortunado con las mujeres, mientras que el Queque tiene una discapacidad cognitiva y una vida social condenada a las burlas del pueblo. Así, Yónatan fue primero su defensor, más adelante su camarada, luego su patrón y tras el fallecimiento de la madre se convirtió en el tutor del Queque.

Sin embargo, a través de todo aquel itinerario tenemos la constante presencia de Zahíra, una mujer que encarna la esquiva obsesión amorosa de Yónatan, una bella mujer que entra y sale de su vida hasta que se instala para siempre entre los protagonistas, de una manera que deja perplejos a los vecinos de un pueblo donde las conductas más nobles y generosas conviven con abyecciones tan terribles como la crueldad, los abusos, las imprecaciones y los malos tratos. No obstante, como las iniquidades ya no impresionan a nadie, la sorpresa que Francisco Peregil nos reserva en Era tan bella es todo un muestrario de renuncias consteladas de cariño, generosidad y gratitud, que le conceden a los personajes de la novela una estatura moral inmarcesible. Y conste que no me refiero solamente a las renuncias de Yónatan, sino también a las de Consuelo, Bartolín, Zahíra y el propio Queque, siempre dispuesto a perderlo todo con tal de no perder la amistad.

Por cierto que en Era tan bella encontramos episodios de una coruscante sensualidad, pero recrearme en ellos sería traicionar una novela que por encima de todas las cosas es un extenso poema sobre la amistad, la lealtad y los sacrificios que ambas conllevan y que no encuentro otra palabra mejor para definirlos que «compadecer», porque los amigos verdaderos padecen juntos. De hecho, como Queque y Yónatan envejecieron juntos «les estaba sucediendo algo extraordinario: cada uno hacía suyos los recuerdos más dulces del otro. Yónatan descubría al instante las frases en que el Queque se apropiaba de alguna aventura, alguna peripecia, algunos besos que él le había comentado. Pero no sabía discernir en qué momento hacía él lo mismo con el pasado del Queque». Se me antoja deliciosamente entrañable que algo así pueda suceder entre dos amigos de las características de Yónatan y Queque.

Y acaso esta sea la palabra que mejor defina Era tan bella: deliciosa y por lo tanto delicada, exquisita y fascinante. Dije al comienzo que las novelas de triángulos y parejas abiertas reclaman escenarios urbanos y sofisticados. Y es verdad, porque Era tan bella solo podría transcurrir en un reducido territorio donde los cariños por metro cuadrado son inversamente proporcionales a los de las grandes ciudades. Territorios con charcas como la del Rebudio y árboles que en la edad del otoño conservan en sus cortezas los nombres de una antigua primavera.

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Algunos libros nunca disfrutaron de la atención que merecían y ciertos autores fallecidos en su plenitud corren el riego de ser olvidados. En Zona de Rescate compartiré mis lecturas de ambas regiones —la Zona Fantasma y la Zona Negativa— porque la memoria literaria es tan importante como la otra. Distancia de rescate (¡gracias, Samanta!): 1985, año de mi venida a España.

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