Arte y Letras Historia

El viaje de Jeanne Baret

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Jeanne Baret, vestida de marinero, según un retrato de 1817, posterior a su muerte. Imagen: Wikicommons.

El muchacho se llama Ahutoru y tendrá unos treinta, negro, alto, los músculos marcados y a la vista. Es tahitiano y acaba de subirse al barco francés donde un marinero joven le está ayudando a bañarse y vestirse con ropas decentes: necesitará una camisa, pantalones y zapatos si quiere llegar a Europa acompañando al capitán que también es un conde de la Francia imperial de esos años previos a la revolución. Resulta que Authoru no es tonto y ve lo que nadie vio en dos años de navegación alrededor del mundo: el marinero que le enjabona el cuerpo, lo seca y lo viste no es un marinero sino una chica. Ahutoru y su cuerpo lo saben, pero ahora no vamos a hablar de él porque no es nuestro protagonista.

Durante dos años había navegado este barco al mando de Louis Antoine de Bougainville. Salió del puerto de Brest en 1766 con el permiso y el entusiasmo del rey para dar su primera vuelta al mundo; todos los imperios ya lo habían hecho hace tiempo y Francia los seguía muy por detrás, además no había que minimizar la humillación de la derrota en la Guerra de los Siete Años en la que todos salieron fortalecidos excepto su majestad Luis XV. Por eso el rey se entusiasmó y dispuso la preparación de una expedición alrededor del globo, incluso pondrá a las órdenes del capitán al botánico de la corte, el señor Commerson, quien será también uno de los personajes de esta historia. 

Entonces Francia va a encarar una expedición. Los objetivos son varios: lograr la circunnavegación, explorar tierras colonizables, recolectar material científico y, de paso, hacer entrega de las islas Malvinas a los españoles, porque esta es otra historia de una derrota francesa. Aquellos que quieran conocerla deberán remontarse a las expediciones inglesas y españolas por los mares del sur; para lo que nos interesa acá, solo diremos que el rey había mandado hace unos años al mismo Bougainville a colonizar las Malvinas a espaldas de sus aliados españoles. El capitán fundó un puerto, llevó unos hombres y en pocos años tuvo instaladas unas ciento cincuenta personas que habitaban las islas en nombre del rey. Mientras tanto, su majestad fracasaba en la diplomacia y erraba en sus planes imperiales, de manera que terminó negociando con España y le vendió las islas por unas seiscientas mil libras. Bougainville tuvo que desmantelar su colonia y, durante este viaje de circunnavegación, deberá hacer el traspaso. 

Hace dos años que salieron de Francia, estuvieron en Brasil y en Montevideo, perdieron un barco y a su capitán, ya entregaron las Malvinas, cruzaron al Pacífico y ahora están en Tahití, una isla que acaban de descubrir los ingleses pero que el capitán Bougainville, en apenas diez días, decide que será para Francia. Acá es donde conocieron a un tahitiano con habilidades para los idiomas y las relaciones públicas que se llama Ahutoru, que se irá a Francia con ellos y se convertirá en una leyenda de las expediciones europeas. Y así llegamos al comienzo de este relato y a la escena en el baño del barco entre el tahitiano y el ayudante de cámara que resultó ser una mujer, nuestra protagonista. Hay un retrato dibujado que se hizo célebre: un muchacho flaco y desgarbado, pantalones anchos, camisa abotonada, saco azul y una especie de gorro frigio rojo. Había subido al barco con el nombre Jean Baret, como asistente del botánico a bordo pero su verdadero nombre es Jeanne Baret y lo que algunos sospechaban es verdad: es una mujer. 

Tiene los pechos sujetados con vendas y veintiocho años cuando el tahitiano intenta echársele encima y toda la tripulación se entera de que llevaban una joven a bordo desde hacía dos años y parece que los franceses eran los únicos que no se habían dado cuenta. Cuando volvieron a Francia todos fueron interrogados: se había violado la ley que prohibía que cualquier mujer suba a un barco de la armada francesa. El capitán declara que había sospechado cuando los tahitianos rodearon al marinero señalando su género y debieron hacerlo volver a la nave para mantenerlo a salvo. Ahutoru dice que él creía que era mahu (una típica persona con un tercer sexo, como los fa’afafine de Samoa, hombres afeminados y criados como mujeres) hasta que la vio de cerca durante el baño. El médico de la nave declara que siempre tuvo sospechas, que llegó a confrontar a Baret al inicio del viaje y que ella había inventado una historia acerca de ser un eunuco. Otros tripulantes, más deductivos, dicen que desconfiaron siempre de las maneras del marinero, que era demasiado cercano y atento con el botánico Philibert Commerson, que tenían una habitación para ellos y que no compartían el baño con nadie.

Habíamos dicho ya que Commerson era el botánico del rey y que fue reclutado para sacarle provecho a un viaje que tanto dinero público iba a demandar: sería también un viaje con objetivos científicos. Lo cierto es que el hombre estaba bastante enfermo, sufría mareos y una pierna lo mataba del dolor, por lo que no sabía si iba a estar a la altura de lo que se esperaba de él. Sin embargo era como si hubiera nacido para la gloria que le esperaba con esa expedición: todos saben que las especies que un científico descubre llevarán su nombre como homenaje. Durante días le habrá dado vueltas en la cabeza cómo complacer al rey y a Francia arrastrando ese cuerpo inútil por tierras exóticas. El plan va a requerir de un engaño inofensivo: llevará a su asistente Jeanne que, oportunamente, también es su amante. Embarcaron trescientos hombres y ella, como uno más. Por eso el pecho apretado, el nombre falso, la ropa de marinero y la historia del eunuco.

Él había sido un viudo rico y ella una campesina pobre. Él sabía de plantas porque las estudiaba y ella porque las usaba. Él se había quedado sin mujer en la ciudad y ella se había vuelto huérfana en el campo. Nadie sabe lo que pasó en el medio pero el caso es que se conocieron. Ella es joven y él necesita mujer y asistente, entonces la contrata para encargarse de su casa y de él, tal vez le enseña a leer y escribir. El hijo que ella va a parir unos años después a las afueras de la ciudad va a ser dado en adopción porque una madre soltera que se niega a revelar el nombre del padre no puede quedarse con el bebé, eso dice la ley. Nadie sabe tampoco demasiado sobre la vida de esos dos juntos, porque los que escribieron son los que estaban en ese barco y de lo que siempre hablaron a la vuelta fue de la historia del falso marinero que había resultado ser la amante del botánico. 

Lo que pasó después del baño y el escándalo de Ahutoru se puede resumir en unas líneas: el negro, ya vestido a la moda europea, la perseguía con insistencia y la situación se iba haciendo insostenible, por lo que el capitán decidió bajar a Commerson y Baret en la isla Mauricio, seguir viaje y ahorrarse las explicaciones posteriores. Un año después de salir de Tahití, tres años después de haber partido de Francia, Louis Antoine de Bougainville vuelve a su país con un nativo para mostrar: Ahutoru y Tahití serán famosos por un tiempo. El capitán cuenta que la isla es un auténtico paraíso terrenal y lleva al tahitiano de recorrida: durante su año en Francia Ahutoru va a la ópera y a burdeles, anda entre intelectuales y se pasea por la corte. Dicen que le encanta el lujo de Versalles pero que también extraña la arena, las playas y las palmeras, entonces vuelve.

De los dos que quedaron en Mauricio sabemos que el hombre murió a los pocos años, que ella lo ayudó a vivir el tiempo que le quedaba, que tuvo una taberna donde le servía alcohol a los marinos franceses que pasaban por la isla, que se casó con uno que una vez pasó y que volvió con él a Francia, completando así la vuelta al mundo que había empezado casi diez años antes. La historia dice que fue la primera mujer en hacerlo.

Lo que se ha escrito sobre Jeanne Baret ha quedado en los diarios de a bordo de los tripulantes, en las notas de Commerson y en el libro que el capitán publicó al volver. Además de la historia con el tahitiano, todos reparan en la fuerza de la mujer que trabaja como si fuese un hombre, que atendía al botánico, que lo curaba y lo consolaba y después bajaba del barco en lugares inhóspitos y peligrosos, que exploraba y acarreaba plantas y también las clasificaba y que parecía una bestia de carga.

Hace poco se supo que en Brasil Jeanne descubrió una flor y se la llevó a Commerson, Commerson se la llevó a Bougainville y Bougainville se la regaló después a la primera esposa de Napoleón. Como era la costumbre, la bautizaron con el nombre de su descubridor más una desinencia en latín: ea. Pero la flor no será Baretea, ni siquiera Commersonea, el género se llamará Bougainvillea. La buganvilla es una enredadera fuerte y firme que está siempre verde, que tiene espinas y flores de colores y que en América del Sur se conoce como Santa Rita. 

Con los años, más de setenta plantas fueron bautizadas con alguna variante del nombre Commerson, pero las especies descubiertas en ese viaje eran más de seis mil y ninguna llevaba el nombre de Baret, aunque el botánico había querido dedicarle no solo una especie sino todo un género con el nombre Baretia. Eso, dicen, había dejado asentado en sus notas, pero la comunidad científica francesa no creía que ese hombre que había burlado la confianza del rey y el capitán llevando a una mujer a la expedición estuviera en condiciones de reclamar nada para su amante.

Como los tiempos cambian, en 2012 un botánico de Utah lee una biografía sobre Jeanne Baret y se entusiasma con el personaje, entonces bautiza una especie en honor a esa mujer francesa que se veía y se comportaba, casi, como un hombre. La flor se llama Solanum baretiae y tiene una particularidad: en un solo individuo hay una gran variación de formas, colores y características, a veces contradictorias entre sí. 

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Un comentario

  1. Gran artículo

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