Ciencias

Tierra de saurópodos

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Un paleontólogo inspecciona la réplica de un Lessemsaurus sauropoides, 2010. Fotografía: Getty.

Aristóteles elucubró que el corazón era un componente estructural, un artefacto inanimado, un contenedor, después de diseccionar más de cuarenta animales diferentes. Un contenedor en el que se producía el calor, el principio vital de los animales. Un contenedor del alma. ¿Cómo es posible que el gran Aristóteles se equivocara tanto? Los griegos fueron cazadores con buenos conocimientos de anatomía, e incluso más tarde se realizaron disecciones sistemáticas de cadáveres humanos donde podían observar sus propios corazones. Si uno puede entender las cosas de una manera tan errónea incluso cuando se tiene tanta información, imaginen cuán difícil es entender la vida cuando tenemos tan poca información como nosotros tenemos de los saurópodos.

Probablemente todos ustedes los han visto en películas, en movimiento, comportándose como si fuesen animales reales, y esto nos da una sensación de que debemos de saber bastante sobre ellos, sobre su anatomía y su comportamiento. Pero lo cierto es que mucho de lo que la mayoría de las personas conocemos sobre los dinosaurios tiene un componente de imaginación.

Aunque las elucubraciones son informadas, es decir, se hacen gracias a una buena integración —con la ayuda también de nuevas tecnologías— de información indirecta sobre las condiciones en el pasado y los conocimientos directos que hemos adquirido sobre el mundo moderno, mucha de la información nos viene de fragmentos. Como pequeñas piezas de un puzle: un cráneo incompleto, un fémur, unas cuantas vértebras, el tipo de sedimento en el que se encuentran estos restos, etc.

Por lo tanto, mucho sigue siendo desconocido. Dependiendo de la información de que disponemos —la interpretación de la posición de los músculos, la grasa o las plumas—, un individuo puede ser representado de formas muy variadas. Ahora estamos descubriendo que algunos dinosaurios tenían mucha más grasa corporal de la que imaginábamos en un pasado, y esto ha afectado, entre otras cosas, a cómo los representamos. Como ejemplo, los plesiosaurios, conocidos animales marinos con apariencia de dinosaurios —que en realidad son unos grandes reptiles marinos del Mesozoico— eran representados hace no mucho como temerosos y huesudos monstruos, pero ahora se representan con el aspecto de una gordinflona y alargada foca. Hasta parecen felices.

Por eso deberíamos estar contentos de tener a Argentina, donde se ha descubierto mucha información nueva. Sin los descubrimientos de fósiles argentinos y el duro trabajo de los paleontólogos argentinos, estaríamos aún más en la sombra del conocimiento de los dinosaurios de lo que ya estamos. Gracias a los recientes descubrimientos, la relación entre la especulación y los hechos se ha inclinado fuertemente a favor de los hechos. Pero eso no quiere decir que todas nuestras especulaciones pasadas fueran inútiles o descaminadas. Uno de los objetivos del presente escrito es mostrar que los descubrimientos científicos prosperan precisamente en la interfaz entre la especulación y los hechos. Y que, para poder estar en lo correcto, con frecuencia debemos estar dispuestos a equivocarnos.

En medio de la confusión, no tenemos otra opción que confiar en conjeturas informadas para avanzar. Esto lo observamos tanto en el caso de la ciencia como en nuestra vida cotidiana. Pero debemos mantener una disciplina en la que reduzcamos las especulaciones innecesarias en la medida de lo posible. Si tu teoría hace predicciones que pueden ser probadas, tienes el deber de probarlas. Uno no puede permitirse el lujo de navegar en un mar de ideas solamente impulsadas por palabras que se lleva el viento. La historia de los saurópodos de Argentina es una maravillosa ilustración de ese principio. El conocimiento que tenemos hoy en día se ha construido a lo largo de siglos de trabajo empujado por hallazgos fósiles casuales de agricultores, denodadas obras de artistas, meticulosas mediciones de anatomistas y, lo que es crucial, teorías ocasionalmente audaces y descaradas de científicos inconformes que sintieron que algo estaba mal con el estado actual del conocimiento. Al final, la historia real ha resultado ser bastante digna de atención y variopinta, aunque no incorpora la misma narrativa que originalmente proyectábamos sobre los hechos. Ahora les invito a que nos acompañen en un pequeño recorrido sobre cómo hemos construido nuestra comprensión de estos misteriosos animales prehistóricos.

De todos los dinosaurios de Argentina, quizá ninguno sea tan espectacular como el famoso Argentinosaurus, o el Dreadnoughtus, un hallazgo más reciente. Descubiertos en Argentina en 1993 por los paleontólogos argentinos José Bonaparte y Rodolfo Coria y en 2005 por el paleontólogo Kenneth Lacovara respectivamente, son algunos de los animales más grandes que han vivido en la Tierra. Y su tamaño es algo que ha cautivado tanto a niños como a paleontólogos durante siglos. Con un peso de unos 80 000 kg estipulados para el Argentinosaurus y un tamaño de 30 m de longitud, son tres veces más largos que una guagua (o autobús) y tan pesados como media docena de elefantes. Si lees un artículo típico de la enciclopedia sobre ellos dirá que son unos saurópodos del Cretácico, unas máquinas terrestres de comer plantas que vivieron hace unos 90 millones de años. Con unos cráneos diminutos en comparación con el resto del cuerpo y unos cuellos de unos 17 m de largo que utilizaban para navegar por las copas de los árboles, ingerían inmensas cantidades de comida con muy poco esfuerzo, tan mínimo, que no gastaban energía ni para masticar la comida. Simplemente arrancaban las hojas de árboles y arbustos y se las tragaban, dejando que el trabajo recayese en las bacterias que vivían en sus estómagos, que podían fermentarlas y digerirlas por ellos. De este modo, el gasto energético en este proceso era el mínimo necesario para poder mantener esos grandes cuerpos, cuyos esqueletos presentaban cavidades de aire dentro de los huesos, parecidas a las de las aves modernas, que hacían que fuese más ligero. Con esta descripción general de los saurópodos, uno se queda con la idea de que estamos hablando de unos animales con características exóticas y una apariencia que rápidamente inunda nuestra imaginación.

Lo anterior es una buena historia, bastante creíble y basada en un montón de trabajo duro y pruebas. Pero también es una historia muy reciente. Hace tano solo cien años, nuestra descripción de estos dos animales era bastante diferente. El Argentinosaurus y el Dreadnoughtus son titanosaurios saurópodos. Pero dentro de los saurópodos también encontramos muchos otros repartidos por todos los continentes, como los que forman parte del famoso género Brontosaurus, donde su apariencia, para el ojo no experto, podría resultar indistinguible en relación con los anteriormente mencionados. Si leemos las descripciones del siglo XIX de estos animales, podemos ver que se describen como una especie de anfibio, semiacuático, de cuerpo robusto en forma de barril que vive en terrenos pantanosos o medios acuáticos donde se creía que pasaban la mayor parte del día, comiendo pacíficamente, sumergidos o medio sumergidos, y asomando las cabezas como si de un esnórquel se tratase. Una representación de esta escena la pueden observar encapsulada en la hermosa obra de 1897 titulada Brontosaurus de Charles R. Knight, un paleoartista estadounidense que influyó en varias generaciones con sus obras. Estas ilustraciones son como un fósil —si me permiten la metáfora— de la historia intelectual, que muestran lo lejos que ha llegado nuestra comprensión de los dinosaurios en solo un siglo, reflejo de la propia naturaleza no definitiva de la ciencia. Y esta imagen es tan distinta a la actual debido a que los primeros fragmentos de saurópodos encontrados fueron interpretados como cocodrilos marinos. Era una conclusión extraída de la información disponible en su momento, donde parecía imposible que su estilo de vida no consistiese en pasar largos periodos sumergidos en el agua, debido a su gran tamaño y sus características anatómicas. 

Como habrán notado, las dos descripciones sobre la vida de los saurópodos se diferencian sustancialmente la una de la otra. Entonces, ¿qué es lo que ha causado este cambio en nuestra comprensión de la vida de los saurópodos? Debido a nuevas evidencias y análisis, en los años setenta se empezó a reevaluar la paleobiología de los saurópodos. Unos especímenes mejor conservados mostraron que, entre otras cosas, la estructura de las extremidades y las articulaciones indican una locomoción terrestre, más que acuática, y que la anatomía de los saurópodos era funcionalmente análoga a la de grandes mamíferos actuales como los elefantes. Posiblemente pasaban la mayor parte del tiempo en tierra, aunque también se pasearan por terrenos blandos de ríos y lagunas prehistóricas. Se llegó a la conclusión, también, de que muchas de las supuestas adaptaciones que se habían interpretado como respuesta a una vida anfibia habían sido malinterpretadas. Por ejemplo, se demostró que el aligeramiento del cuerpo, gracias a esos sacos aéreos del esqueleto, no era para facilitar la flotación, sino que eran ideales para resolver los problemas de soporte del peso en tierra. O el cuello, que, en lugar de funcionar como esnórquel, se reinterpretó como una adaptación que facilitaba el movimiento por las copas de los árboles, de manera análoga al de las jirafas actuales.

En el párrafo anterior he descrito sucintamente cómo muchos pequeños hallazgos anatómicos y fisiológicos se reunieron para elucubrar sobre el comportamiento y la vida de los saurópodos. Se requiere una cantidad de conocimientos y una habilidad realmente asombrosa para enlazarlos y poder averiguar nuevos aspectos de los dinosaurios a partir de pistas tan pequeñas. Sin conocimientos y sin una técnica desarrollada, uno no puede simplemente darse cuenta de que en los huesos que está observando hay unas estructuras que albergaban diminutos sacos de aire; o de los minúsculos depósitos de grasa fosilizada; o de las pistas que nos da el sedimento sobre el ambiente en el que se encontraban. Buscar tales cosas, además de requerir cierto conocimiento previo, a menudo requiere la construcción de herramientas especializadas o sistemas de medición químicos completamente nuevos. Pero, para embarcarse en tales proyectos, muchas veces se necesita elucubrar y especular para generar una teoría, aun sabiendo que pueda resultar errónea.

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La pata de un titanosaurio en una réplica del American Museum of Natural History, 2016. Fotografía: Getty.

Un ejemplo interesante de tal interacción entre la especulación y la experimentación viene de la historia de cómo las teorías del comportamiento de los dinosaurios y los patrones de migración ayudaron a impulsar un estudio sobre los dientes de los dinosaurios saurópodos. Una forma inteligente de investigar el comportamiento de los dinosaurios es buscar las pistas menos obvias en los huesos fosilizados de los dinosaurios. Y una de estas pistas se encontró en la composición química de las capas de esmalte de los dientes del saurópodo. Dependiendo del ambiente en el que uno se encuentre, podemos observar la prevalencia relativa de las diferentes variantes del átomo de calcio en el agua, diferencias que terminan en los dientes de los dinosaurios a través del agua que beben. Así, podemos estudiar si los dinosaurios saurópodos se desplazaban por distintos ambientes. Los resultados de esta ingeniosa investigación concluyeron que algunos saurópodos hacían migraciones anuales de hasta 300 km de distancia, probablemente huyendo de los sitios más áridos en las épocas de sequía.

La historia del esmalte de los dientes no es la única pieza de evidencia disponible para saber si era correcta la elucubración de que los saurópodos no estaban confinados a lagos y ríos. Los análisis de los sedimentos, tafonómicos y paleoambientales han demostrado repetidas veces que los saurópodos abarcaron una amplia variedad de entornos sedimentarios. Aunque también se encontraron en terrenos pantanosos y lagos, es evidente que los saurópodos estaban presentes en muchos hábitats distintos. Uno de estos ejemplos lo encontramos en la Provincia de La Rioja, en uno de los sitios de anidación que encontramos en Argentina. Se trataba de una región geológicamente activa que los saurópodos visitaban año tras año para realizar sus puestas. Los análisis sedimentarios demuestran que los saurópodos utilizaban la humedad y el calor desprendido para incubar sus huevos, que situaban en agujeros excavados, como hacen algunos reptiles y aves modernos.

Una vez que hemos descubierto que los saurópodos son más terrestres que acuáticos, se abre un nuevo mundo de posibilidades. Quizá, cuando uno se para a observar a majestuosos saurópodos como el Argentinosaurus, nos surgen muchas preguntas, como cuál era el papel que desempeñaban sus gigantescas dimensiones en su fisiología, su biomecánica, su alimentación o su locomoción. Y, aunque hemos resuelto con elegancia un asombroso número de preguntas sobre sus cómos, todavía nos queda mucho que avanzar en sus porqués.

¿Cómo era su estrategia reproductiva? ¿Era el tipo de nidada un factor que influyó en la vulnerabilidad o no a la extinción de los saurópodos? ¿Y tendría esto un efecto en la tendencia global de la evolución del tamaño de los saurópodos? ¿Qué compromisos conlleva invertir tanto en el tamaño? ¿Existió una carrera armamentística entre los saurópodos y sus depredadores? ¿Fueron las presiones de depredación en parte responsables de la evolución del tamaño de los saurópodos?

No solo son interesantes estas preguntas y muchas otras, sino los caminos que nos quedan por descubrir. En muchos casos no sabemos muy bien dónde estamos, y es excitante pensar que podemos terminar andando por lugares totalmente inesperados. Quizá estas preguntas motiven nuevas excavaciones, o tal vez el desarrollo de nuevos y minuciosos análisis anatómicos. Podría suceder que para atacarlas se requiera la creación de nuevos tipos de herramientas de ingeniería o, quién sabe, es posible que tengamos que esperar a que otro afortunado agricultor nos traiga un hallazgo que hoy nos resulta inimaginable.

Como espero que se hayan ido dando cuenta a lo largo de este escrito, la crónica de Argentina y sus dinosaurios no es la historia de un descubrimiento espectacular repentino, sino más bien la de una serie de televisión que desarrolla su historia paulatinamente. Como cualquier buena serie de televisión, la historia hace pausas de intriga durante las cuales tenemos tiempo para especular sobre lo que está a punto de suceder en esta historia, sobre el siguiente paso. Uno podría incluso sugerir que, sin ese margen para la especulación y el espacio que nos deja para pensar un poco sobre el futuro, no seríamos capaces de comprender la historia en absoluto. Porque gran parte del significado de cualquier historia existe gracias al modo en el que las sorpresas subvierten nuestras expectativas. 

Lo mismo ocurre con los descubrimientos científicos. Es fácil pasar por alto el hallazgo de los sacos de aire dentro de los huesos como una curiosa trivialidad. Pero el hecho de que hubiésemos creado la imagen de que los dinosaurios tenían huesos demasiado pesados para mantenerse erguidos en tierra de pronto hace que el descubrimiento de los sacos de aire sea significativo. «¡Ajá! —nos decimos— ¡Dentro de este pequeño detalle yace una de las claves para entender cómo se mueven y se comportan estos animales!»

Cuando se trata de la historia de los dinosaurios, deberíamos concluir que, probablemente, aún nos quede más de la mitad del camino por descubrir. Cada año aparecen nuevos descubrimientos de Argentina, Chile, la India, China, Estados Unidos y muchos otros lugares que están cambiando la forma en la que pensamos sobre la historia de los animales en nuestro planeta. Y creo que el territorio de Argentina todavía tiene muchos hallazgos que darnos. Estoy segura de que, si uno está un poco al acecho, será recompensado con un montón de nuevo material y alimento para nuevas especulaciones.

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2 Comentarios

  1. E.Roberto

    ¡Qué espléndido artículo, señora! Y muy bien contado. “…Un cráneo incompleto, un fémur, unas cuantas vértebras…” ya con estas pocas y no fáciles “fósiles” palabras uno se imagina lo que significa abrazar esa disciplina científica, disciplina estoica antes que nada, paciencia y azar. La admiro. También a mí resulta incomprensible que esos huesos con espacios vacios en sus interiores, fuesen idóneos para soportar tremendo peso. Supongo que la Física y sus fórmulas tengan algo que ver, especialmente aquella que se ocupa de la Presión, que nos permite “jugar” con el Peso y la Superficie. Una curiosidad lingüística, señora. Mi abuela mapuche llamaba “guagua” a los bebés, o niños pequeños. Usted lo hace para nombrar los autobuses, o “colectivos”. ¡Vaya con estos reflejos sonoros! Se agradece la óptima lectura. Muy bien JD. Y me permitan divagar un poco.
    “No era tan fácil ser dinosaurio en aquellos tiempos remotos, un exabrupto de la evolución según ciertos sabios. Y menos ahora leyendo los diarios de izquierda, supuestamente progresistas que ignoran, porque ignorantes son, cuándo ambos asomamos nuestras cabezas. Por carga genética ganamos nosotros, más experiencia, más fuerza bruta, en suma, todo lo necesario para continuar a influir, a enseñar, a adoctrinar, a mostrar que los tiempos no cambian, y que solo con otro imposible meteoro dejaremos de existir».

  2. Ivan Leyva

    La capacidad que tenemos para recrear un «posible» se manifiesta en los retos que representa tratar de encontrar sentido a unos restos óseos encontrados casualmente por un campesino… por eso los dinosaurios son tan atractivos tanto para especialistas como para los niños, pone a prueba nuestra capacidad para IMAGINAR.

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