Cine y TV

Blaxploitation: el polémico inicio de la diversidad racial en la gran pantalla

Blaxploitation
Sidney Poitier en En el calor de la noche. Imagen: The Mirisch Corporation.

Poitier, pionero y caballero

Hubo un tiempo en que la raza negra en Hollywood fue sinónimo de rabia, controversia, contracultura, subversión y feroz activismo. Antes de llegar al periodo de integración que gozamos ahora, campo de cultivo para obras, qué duda cabe, mucho más aburridas y adocenadas, fue necesario un periodo de ruptura y lucha que se dio, precisamente, en la nunca suficientemente venerada década de los setenta. Este fenómeno, conocida como la época de las blaxploitation movies, tuvo lugar tanto en el ámbito del mainstream como en las fosas del underground, y ambos estadios se convirtieron en vasos comunicantes, por el que fluía el líquido de la disidencia y la necesidad de cambiar las reglas del juego.

Dentro del primer estadio resulta insoslayable la figura del actor Sidney Poitier, recientemente fallecido, el primer intérprete afroamericano en ganar un Óscar, por su papel en Los lirios del valle (Ralph Nelson, 1963). Mucho más interesante para nosotros resulta el papel protagonista de Poitier en el correcto y algo sobrevalorado thriller En el calor de la noche (Norman Jewinson, 1967), en el que interpretaba al inspector de policía Virgil Tibbs. La película, con banda sonora de Quincy Jones, consiguió cinco Óscar de la Academia, incluidos el de mejor película, mejor guion adaptado y mejor actor para Rod Steiger. Poitier volvería a encarnar al personaje en dos ocasiones más, en las igualmente notables Ahora me llaman señor Tibbs (Gordon Douglas, 1970) y en El inspector Tibbs contra la organización (Don Menford, 1971), policiacos secos, ásperos y progresivamente violentos.

Tanto o más relevante resulta la labor de Poitier en obras de un claro sesgo activista como Rebelión en las aulas (James Clavell, 1967) o Adivina quién viene esta noche (Stanley Kramer, 1967) y especialmente en producciones de género como la excelente Fugitivos (Stanley Kramer, 1958). Más olvidable fue su faceta como director, en las comedias que protagonizó con Bill Cosby: Sucedió un sábado (1974), Dos tramposos con suerte (1975) y De profesión estafadores (1977). Estos entretenimientos ligeros no son nada del otro mundo y el tiempo no las tratado francamente mal (Poitier fue un director simplemente correcto, sobrevalorado en su tiempo), pero gozaron de un estimable éxito comercial, que no crítico, y, desde luego, ayudaron de forma inestimable al asentamiento de las películas dirigidas y protagonizadas por afroamericanos en el sistema mayoritario. 

Detectives privados, fulleros, granujas, proxenetas y traficantes

Sin quitarle méritos a Poitier, que fue quien abrió la veda, ni a su personaje el inspector Tibbs, mucho más importante para el desarrollo de lo que hoy entendemos como blaxploitation sería la irrupción en 1971 de Las noches rojas de Harlem (Gordon Parks), en la que el Richard Roudtree encarnó por primera vez al detective privado John Shaft, con la ayuda de la pegadiza música de Isaac Hayes. La película resulta una muestra particularmente ilustrativa de cómo en la serie B se desenvolverían con mucha mayor fortuna los estilemas, el flow y los arquetipos que hoy parecen indisociables al género. Shaft es un personaje más violento y expeditivo, e igualmente más sórdidos son los ambientes que frecuenta, relacionando el subgénero con la sexualidad, la violencia, la droga y el tono macarra del que luego haría gala hasta la extenuación. A Las noches rojas de Harlem le seguirían dos secuelas bastante más divertidas y, por tanto, superiores: Shaft vuelve a Harlem (Gordon Parks, 1972) y Shaft en África (John Guillermin, 1973), mi favorita de la trilogía, así como una breve serie de televisión, todas ellas protagonizadas por el actor original.

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Richard Roudtree como Shaft. Imagen: MGM.

Aunque el principal reclamo de estas películas fueron actores (fornidos, ágiles, de imponentes peinados afro) y actrices (esbeltas, agresivas, gritonas, ligeras de ropa) negras, no ocurrió lo mismo con los directores, productores y guionistas. Así, dentro del fenómeno podemos encontrar una amplia diversidad: algunos de sus más representativos cultivadores fueron blancos (Larry Cohen, Jack Hill, Arthur Marks) y otros (el propio Poitier, Melvin Van Peebles, Ossie Davis, Isaac Hayes, Fred Williamson), afroamericanos. Con la popularización del género dentro de las farragosas aguas del cine de bajo presupuesto comienza también el gusto por los estereotipos negativos, personajes de dudosa moral y malos modos que no sentaban nada bien a las hordas de corrección política.

Algunas de estas películas llegaron a ofrecer visiones casi apolegéticas de figuras como la del traficante (la icónica Super Fly de Gordon Parks Jr., hijo del director del primer Shaft) o incluso del proxeneta o pimp (la desigual pero impactante The Mack de Michael Campus, en la onda de la narrativa de Iceberg Slim), así como a caer en todos los tópicos sexistas y homófobos imaginables, representando al afroamericano como un semental para las mujeres ricas y blancas, como muestra la descacharrante Black Shampoo (Greydon Clark, 1976).

Los primeros en condenar los films fueron miembros de la National Catholic Office, pero enseguida se les unieron piquetes de afroamericanos que se negaban a ser identificados con chaperos y prostitutas. Un artículo de Junius Griffin en la revista Variety hizo saltar la liebre y, en poco tiempo, también se sumaron el movimiento PUSH (People United to Save Humanity; ahí es nada), el movimiento BAN (Blacks Against Narcotics) y el productor televisivo Tony Brown, que no dudó a calificar a las películas como un «fenómeno de autodesprecio». Gran cantidad de blancos y negros preocupados por la posibilidad de una imitación de aquellos comportamientos tildaron de traidores a los directores, actores y actrices afroamericanos que participaban en las películas. Como vemos, lo woke no es nada nuevo. Incluso el mismo término blaxploitation generaría polémica, siendo rechazado por Gordon Parks, uno de los padres del género, por reduccionista y denigrante.

El mensaje importa: la blaxploitation bienintencionada

Con todo, a pesar de que fueron las películas más agresivas y sexualmente explícitas las que se convertirían en taquillazos, también hubo espacio para la representación positiva de la comunidad durante la década. Entre otras, destacaremos el documental musical Save the Children (1973), producido por la PUSH, el melodrama The River Niger (1976), la muestra poética y discursiva Right On! (1970), la musical Sparkle (1976), escrita por Joel Schumacher, la juvenil y comprometida The Long Night (1970), el excelente biopic sobre Billie Holliday Lady Sings the Blues (1972) de Sidney J. Furie, la exitosa crónica social Car Wash. Un mundo aparte (Michael Schultz, 1976), la militante Blue Collar (1978), debut de Paul Schrader, la amable Los Bingo Long, equipo de estrellas (1976) de John Badham, o la notables La gran esperanza blanca (1970) y Sounder (1972), ambas del siempre comprometido Martin Ritt.

Entretanto, el cine de medio y gran presupuesto comenzaría a incluir temas y personajes de raza negra: valgan el tenso thriller Pánico en la calle 110 (Barry Shear, 1972), con un fabuloso Yaphet Kotto, el arrebatado melodrama Saltarina (Jerry Paris, 1976) con Jacqueline Bisset y Jim Brown, o el drama carcelario Brubaker (1980) de Stuart Rosenberg, entre las entradas más destacables. Resulta igualmente sintomático que muchas de las últimas películas de los grandes directos de Hollywood trataran temas raciales con una intención diáfanamente comprometida. Ahí está la pionera No se compra el silencio (William Wyler, 1970), la fallida Tic tic tic (Ralph Nelson, 1970), las eficaces Black Eye y Boss Nigger, filmadas en 1977 por el artesano Jack Arnold, la acerada y valiosa El factor humano (Otto Preminger, 1979), o Chantaje criminal (1974), última película de Henry Hathaway, director siempre a revalorizar. 

Violencia y sexo por los poros: la incorrección política de un subgénero maldito

La seminal Mandingo (1975) de Richard Fleisher sería un bombazo en taquilla. Nada sorprendente dado lo controvertido del material: una historia de amor interracial situada en una plantación esclavista del sur a comienzos del siglo XIX. Mandingo tuvo una desafortunada pero entretenida secuela, Drum (Steve Carver, 1976), en la que aparecían dos de los actores más queridos por los aficionados a la blaxploitation, Yaphet Kotto y Pam Grier, y varias tórridas exploitations italianas, que hacían hincapié en la violencia y la sexualidad desbordadas de la historia, como Mandinga (Mario Pinzauti, 1976) y Passion Plantation, rodada al mismo, por el mismo equipo y en las mismas localizaciones. Directamente relacionada con la esclavitud, me permito destacar la comedia picaresca Los trotamundos (The Skin Game. 1971), filmada al alimón por Paul Bogart y Gordon Douglas, en la que Dean Martin y Louis Gossett Jr. interpretaban a dos pillos compinchados que estafan a los incautos racistas haciéndose pasar por terrateniente y esclavo en el oeste americano de 1867. La película, debido a lo delicado de su tema y a su acercamiento humorístico, generó no poca polémica en su momento, pero hoy se ha convertido en un pequeño clásico de culto.

Con todo, sería el binomio formado por el bajo presupuesto y el espíritu iconoclasta donde surgirían las joyas más problemáticas e irresistibles. Solo un año después de la floja adaptación de la magnífica novela de Chester Himes Algodón en Harlem, Cotton comes to Harlem (Ossie Davis, 1970) Melvin Van Peebles convertiría su tercera película tras unos comienzos irregulares, Sweet Sweetback´s Badaasssss Song (1971) en un pequeño gran éxito en los circuitos de cine alternativo. Un combativo film sobre un hombre negro que huye a México tras matar a dos policías blancos, que en su momento cargaría con la clasificación X, algo que el propio Van Peebles se encargaría de promocionar con todo el derecho (y la visión) del mundo: «¡Clasificada X por un jurado compuesto únicamente por hombres blancos!». Lo cierto es que además de su feroz posicionamiento, la película era un festín de violencia y sexo, que incluía, entre otras lindezas, una escena erótica protagonizada por su hijo Mario Van Peebles, luego director, con una mujer que quintuplicaba su edad.

Similar suerte correría la estimable A place called today (1972), combativa historia de un abogado negro que se postura para alcalde en una ciudad dividida por el racismo. La película de Don Chain sería marcada con la temible X y, aunque encontramos en ella una explícita escena de violación, lo más seguro es que fuera por razones ideológicas. Las mismas que hicieron que el inofensivo telefilm The man (Joseph Sargent, 1972), sobre la posibilidad de un presidente de color, no pudiera estrenarse en televisión y tuviera que hacerlo en las salas, con una apagada acogida. Por otro lado, la cinta de animación Coonskin (1975) del irrepetible Ralph Baskhi, resulta una brillante sátira que levantó no pocas ampollas en su estreno. Como también lo hiciera la surrealista, sórdida y provocadora Welcome Home Brother Charles (Jamaa Fanaka, 1975), cuya principal atracción era un estrangulamiento con un pene de varios metros, que se enroscaba al cuello del oponente como una anaconda. 

No se puede concluir un apartado a la incorrección política sin incluir al menos una mención al carismático e inigualable Rudy Ray Moore, estrafalario humorista de taberna que después de triunfar con sus deslenguados monólogos probaría con los discos de chistes, con rotundo y sorprendente éxito, y después con las películas con una mezcla de humor procaz, nudismo viril y gore cachondo. Dolemite (D’Urbille Martin, 1975) y su superior secuela The Human Tornado (Cliff Roquemore, 1976) fueron inesperados y arrasadores éxitos en las sesiones de medianoche, en parte por su asumido y autoparódico tono trash. Menos suerte corrieron las igualmente inclasificables Petey Wheatstraw (Cliff Roquemore, 1977) y Disco Godfather (J. Robert Wagoner, 1979). 

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Jim Kelly en Black Samurai. Imagen: Televentures.

Los tipos más duros de la ciudad

Aparte de Poitier y Roundtree, el star-system blaxploitation tuvo a estrellas tan distintas como Scatman Crothers, Philip Michael Thomas, Yaphet Kotto, William Marshall o D’Urville Martin. Pero fueron los sucesores de los primeros quienes acapararon más títulos, como equivalentes a sus homólogos blancos en los thrillers adrenalíticos y las cintas de acción. Entre ellos, quizá el más famoso fuera la estrella de rugby Jim Kelly, actor siempre en plena forma física y escénica que, al margen de luchar contra Bruce Lee en la mítica Operación Dragón (1973), se convertiría en toda una estrella de kung fu color café en títulos como Cinturón negro (1974) y su secuela, o Black Samurai (1977) de Al Adamson, llegando a rivalizar con el Ron Van Clief de la saga Black Dragon. Más interesante resulta la carrera de Jim Brown, también antiguo jugador de rugby, en la que destacan títulos como El cóndor (1970), Operación masacre (y su secuela, llamada aquí simplemente Masacre), Pólvora negra (1972) o la carcelaria A golpes (1972) de Jonathan Kaplan, entre otros. Tampoco conviene olvidarnos de Fred Williamson, carismático actor pero nefasto director (reto a cualquiera que recupere peliculitas como Nos llaman Adiós amigo o El violento Kelly), fantástico en Bolt, agente trueno (1973) o El padrino de Harlem (1973). Los tres compartieron protagonismo en la aparatosa Los demoledores (1974), a las órdenes de Gordon Parks hijo. El argumento no podía ser más delirante… ¡una droga que solo mata a la gente de raza negra!

Pero si hay un actor que merece ser rescatado y alabado dentro de la marasma de títulos blaxploitation ese es sin duda Richard Pryor. Más conocido por su actividad como monologuista y sus películas cómicas, con y sin compañía de Gene Wilder (el mismo Poitier dirigió una de ellas: la exitosa Locos de remate), Pryor realizó varios papeles, tanto humorísticos como dramáticos, en este periodo, donde fue fortaleciendo su indudable talento y su músculo actoral. De entre ellas, merece la pena destacar las ya mencionadas The Mack, Car wash: un mundo aparte y Lady Sings the Blues, pero también El supergolpe (1973) de Sidney J. Furie y la desaprovechada Un loco al volante (1977) de Michael Schulz

Entre los sospechosos habituales tras la cámara hay que señalar a Gordon Parks, hijo y padre, pero también a Arthur Parks, Cirio H. Santiago, Paul Bogart, Matt Cimber, Jamaa Fanaka y, en un apartado especial, al todoterreno de la serie B Larry Cohen (autor también del guion de la popular Última llamada) que dirigiría tres de las mejores entradas del género: la inclasificable comedia Bone (1972), con Yaphet Kotto, la más convencional Harlem sangriento y la excelente El padrino de Harlem, ambas en 1973 a mayor gloria de Fred Williamson. Como curiosidad, cabe señalar que la única mujer que dirigiría una película con elementos blaxploitaion sería la reivindicable Stephanie Rothman, con el brioso y áspero WIP La isla sin retorno (1973).

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William Marshall en Blácula Imagen: American International Productions.

Monsters in black y otros subgéneros

Los ofendiditos que se rasgaron las vestiduras al ver una Ana Bolena de color de buen seguro se sorprenderían con lo que en los setenta se hizo con los monstruos clásicos. Hubo, efectivamente, un Drácula negro, el gran William Marshall (en la estupenda Blácula y su apagada secuela, Scream, Blacula, Scream, eso sí, con la gran Pam Grier), un Frankenstein negro (la ruinosa y nada divertida Blacksenstein), un exorcista negro (la casposa pero loquísima Abby, que tuvo que ser retirada de las salas ante la amenaza de los productores de la cinta original), un doctor Jekyll y un míster Hyde negros (Dr. Black, Mr. Hyde, dirigida en 1976 por William Crain), e incluso algunas muestras de cine con vudú y zombies; quizá la más notable, Sugar Hill (Paul Maslansky, 1974), rebautizada aquí como La venganza de los zombis. Y todo esto sin que los cadáveres de Robert Louis Stevenson o Bram Stoker se revolvieran en sus tumbas.

El terror no fue el único género que tocaran los afilados dedos del blaxploitation en el bajo y medio presupuesto: también estos fueron tiempos para comedias lúdicas y más o menos inofensivas como Buenos tiempos (1977), biker films zetosos como Black Angels (1970) o The Black Six (1973), gamberradas juveniles como la encantadora Monkey Hustle (1976), comedias discotequeras como la sosita Por fin ya es viernes (1978), sólidos dramas carcelarios como Penitenciaría (1979) y sus secuelas, escandalosos documentales sobre el tráfico de esclavos como Adiós Tío Tom (1971), películas de atracos como Thomasie & Bushrod (1974), musicales tronados como El mago (1978), destartaladas sexploitations como The Black Alley Cats (1975), Black Hooker (1974) o Black Lolita (1974) o incluso la cañera Black snake! (1973) del mismísimo Russ Meyer, peplums calentones como The Arena (1974), melodramas trash como Poor Pretty Eddie (1974), parodias como la exitosa Sillas de montar calientes (1974) de Mel Brooks, wésterns revisionistas, sus equivalentes italianos de la mano de Ducio Tessari o Antonio Margueretti, e incluso películas de trasplantes imposibles por doctores locos (una cabeza blanca y una negra en un mismo cuerpo) como The Thing with Two Heads (1972) de Lee Frost, también director de la violenta e imprescindible The Black Gestapo (1975). Pero… un momento, parece que aquí falta algo. Ah, sí, por supuesto. Este artículo no quedaría completo sin hablar de ellas.

Las chicas del barrio son guerreras

Pelo a lo afro, curvas serpenteantes, boca sucia y gatillo fácil. Pam Grier fue, de lejos, la estrella femenina más reconocible de la era blaxploitation y también una de sus mejores actrices. Sus dos películas más importantes, Coffy (1973) en la que interpretaba a una enfermera justiciera, y Foxy Brown (1974), donde se infiltraba en el peligroso mundo de los burdeles, ambas escritas y dirigidas por el gran Jack Hill, siguen siendo las mejores y le valieron un efímero estatus de estrella. Sin embargo, la simplemente correcta Friday Foster (Arthur Marks, 1975) y la ya directamente inane Sheba Baby (William Girdler, 1975) descendieron tanto la calidad como el nivel de sexo y violencia ante la presión de los colectivos buenistas, y el público acabó por darle la espalda.

Grier, durante los ochenta, haría pequeños pero jugosos papeles en títulos como Distrito apache: el Bronx (1981), El carnaval de las tinieblas (Jack Clayton, 1983), Por encima de la ley (1988), Curso de 1999 (1990) o 2013: Rescate en L.A. (1996), hasta ser recuperada por Quentin Tarantino en una película a su medida, Jackie Brown (1997), a partir de la novela de Elmore Leonard. Igualmente importante es Tamara Dobson, que encarnaría a Cleopatra Jones, una versión racializada y femenina de James Bond, mucho antes de Sin tiempo para morir (2021) en las encantadoras Cleopatra Jones (Jack Starrett, 1973) y su secuela Cleopatra Jones y el casino de oro (Charles Ball, 1975). La saga no tendría continuidad más allá de la moda de la época, pero sus dos películas quedan como simpáticas y efervescentes odas al camp, el humor y las persecuciones. 

Sin embargo, fueron las, cuando menos modestas, producciones rodadas en Filipinas las que mayor importancia darían a la mujer guerrera. Jack Hill dirigiría una divertidísima, efectista y desprejuiciada saga de WIP movies (películas de cárceles de mujeres), que nuevamente contarían con la explosiva intervención de Grier: Big Doll House (1972), Big Bird Cage (1973), a la que con toda justicia, podría sumársele la más sosa Women in cages (1971) de Gerard de Leon. Otros directores importantes fueron Cirio H. Santiago y Eddie Romero. De la abultada y generosa filmografía del primero me permito destacar la psicotrónica TNT Jackson (1974); del segundo, dos joyas: la vibrante y deliciosa Savage sisters (1974) y Black mama, white mama (1973), coescrita por Jonathan Demme, una especie de versión femenina de Fugitivos, nuevamente con la fulgurante presencia de Pam Grier. 

Hubo más heroínas y antiheroínas, desde luego, dando caña desde callejones, prisiones y junglas llenas de peligros: Gloria Hendry, Jeanne Bell, Juanita Brown, Sylvia Anderson, Rosanne Katon, Marki Bey, Teresa Graves (protagonista de un telefilm icónico que con los años cosecharía un nada desdeñable estatus de película de culto, Get Christie Love! de William A. Graham), la extraordinaria Paula Kelly o Tanya Boyd son solo algunos de sus nombres. Resulta por lo menos curioso, a la vez que ejemplar, que en un subgénero tan viril y masculinizado como este las actrices y los personajes femeninos alcanzaran tamaña independencia, desempeñando roles que iban mucho más allá del mero acompañamiento del héroe.

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Pam Grier en Coiffy. Imagen American International Productions.

El futuro: culto, fetichismo y revalorización

A finales de la década, la blaxploitation fue desapareciendo paulatinamente. Algunos, como Fred Williamson, como si los tiempos no hubieran cambiado, siguieron dirigiendo y protagonizando sus películas, condenadas a engrosar los catálogos de los videoclubes para un público cada vez más minoritario. Otros, como Bill Cosby o Richard Pryor, se convirtieron en estrellas. Los directores hablan de varias razones que explican el declive del subgénero, como el agotamiento de temas, el cambio de los gustos del público o el relevo generacional. Pero la causa fundamental tenía un fundamento mucho más positivo: la progresiva integración de los actores negros en las películas convencionales y mainstream. Así, la blaxploitation sirvió de necesaria antesala para que intérpretes como Denzel Washington, Laurence Fishburne, Whoopi Goldberg, Samuel L. Jackson, Halle Berry o Eddie Murphy pudieran ir asentándose, poco a poco y no sin dificultad, con la categoría de estrellas independientes, en una industria siempre conservadora pero también necesitada de urgente y periódica renovación. 

En los años noventa surge con fuerza el culto a estas películas sepultadas por el tiempo. Principalmente gracias a la cinefagia de Quentin Tarantino, que convirtió una novela de Elmore Leonard en una carta de amor a este cine, y particularmente a Pam Grier, en la posmoderna y excesiva Jackie Brown (1997). Antes se habían dado ejemplos nada despreciables, como la ópera prima de Eddie Murphy Noches de Harlem (1989) y la parodia de los hermanos Wayans Voy a por ti (1988).

Todo esto nos hace pensar que este cine de barrio, tiroteo y mascarada no desapareció por completo de la memoria colectiva. Cabe mencionar, de paso, comedias menores pero simpáticas y eficaces que sobrevolaron la resurrección del fenómeno como The ladies man (Reginald Hudlin, 2000), El hermano secreto (Malcolm D. Lee, 2002) o Black Dynamite (Scott Sanders, 2009). En 2019 los guionistas Scott Alexander y Larry Karaszewski, como ya hicieran anteriormente con Ed Wood o Andy Kaufman, deciden resucitar al inigualable Rudy Ray Moore para contar su increíble historia, en la notable Yo soy Dolemite, dirigida por Craig Brewer y protagonizada por un adecuadísimo Eddie Murphy. Y así hasta la actualidad, cuando aquellas películas agresivas y festivas, malhabladas, carnales, incorrectas y revolucionarias, vuelven a ser objeto de discusión y controversia por parte de las nuevas generaciones. Valga este artículo para trazar un recorrido válido pero forzosamente insuficiente sobre unos tiempos de imparable cambio y de apremiante esperanza.

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7 Comentarios

  1. Cao Wen Toh

    Nunca lo suficientemente bien ponderado Yaphet Kotto como Parker, el astronauta sindicalista.

  2. Carlos Monsivais

    Hattie McDaniel fue la primera persona negra en llevarse un Oscar, y lo hizo por su rol de empleada doméstica en ‘Lo que el viento se llevó’.

  3. josep augustin

    Articulo ameno con muchas referencias a titulos ya pretèritos en mi memoria.
    En la divertida «los trotamundos» el parteneire de Louis Gosset Jr no era Dean Martin sino James Garner.

  4. Hola Pablo
    Get Christie Love! tuvo tanto éxito como telefilme que generó una serie con el mismo nombre ¡Incluso la pudimos ver por aquí muy poco después!
    Como muestra de lo que caló el genero también se puede apuntar que Antonio Fargas, habitual en muchos filmes que nombras, repetía su actuación en otra serie de mucho éxito por aquellos días. Era el «entrañable» Huggy en «Starsky & Hutch».
    Un saludo, Manuel.

  5. Ahora que se ha puesto de moda el guantazo Smith/Rock la bofetada que sí fue gloriosa y digna de este arte fue la que Poitier suelta al señorito blanco delante del policía (Steiger) en En el calor de la noche.
    Al viejo se le saltan las lágrimas y reprocha al poli que éste en otro tiempo hubiera matado directamente al negro aunque fuera inspector.
    Dicen que en las salas de cine se cortaba el ambiente con un cuchillo. Yo la vi en TV, en casa y recuerdo que di un bote, golpee la mesa y derribe lo que hubiera.
    Emocionante y truculento como cuando Azarías cuelga a Juan Diego.

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