Cine y TV

‘Looney Tunes’ y ‘Merrie Melodies’: la tinta salvaje contra las leyes de la física

Looney Tunes. Imagen Warner Bros.
Looney Tunes. Imagen: Warner Bros.

«Todo cuerpo suspendido en el aire permanecerá en el aire hasta que sea consciente de su situación». (Cartoon Law I)

En 1929, algún creativo de Disney con predisposición hacia la cursilería decidió bautizar con el nombre de Silly Symphonies a unas tonadillas animadas que la empresa tenía en el horno. Un año después, Warner Bros. le haría un calvo a la compañía del ratón presentando a unos Looney Tunes que miraban directamente a los ojos de aquellas sinfonías y les hacían gestos para continuar discutiendo en la calle. No sería la única vez en la que Warner fusilaría a los hijos de Walt Disney, porque meses después presentaría la serie Merrie Melodies, una producción gemela de aquellas tunes capitaneada por un personaje que para más mofa fotocopiaba a Mickey Mouse desvergonzadamente: unas orejas despeinadas, una cola de zorro y un nombre de heroína de blaxplotation, Foxy, eran las escasas señas que diferenciaban a aquella figura del roedor enguantado. Foxy aguantó tres cortometrajes hasta que alguien le pegó un tiro, pero la saga paralela demostraría tener más puntería al parir un par de exitosas estrellas: un estereotipo de negro llamado Bosko y un tal Buddy, al que los animadores principales definirían como «Bosko con cara de blanco». Ambos protagonizaron una notable cantidad de peliculillas, pero hoy nadie se acuerda de llevarles flores a la lápida.

«Ciertos seres vivos son capaces de atravesar paredes sólidas si en ellas hay un túnel pintando. Otros no». (Cartoon Law VII) 

Isaac Newton describió la ley de la gravedad universal y la mayor parte del planeta opinó que probablemente tenía razón. Más de doscientos años después una santísima trinidad del dibujo animado, formada por los directores Tex Avery y Chuck Jones, junto al doblador Mel Blanc, decidió que todo aquello de las leyes de la física era algo que le ocurriría a otros. Atrincherados en la mítica Termite Terrace, un local donde se habían empadronado millones de termitas, los artistas idearon la empresa definitiva (ACME) y con sus suministros esculpieron a golpes las cartoon physics. Unas físicas que funcionaban en el universo animado como una reescritura canónica de la ciencia donde la gravedad ejercía de meretriz en las esquinas, las consecuencias de la dinamita eran rostros chamuscados de peinados humeantes, la gente corría girando las piernas como las aspas de un helicóptero y la manera más eficaz de evitar un disparo a bocajarro era meter un dedo en el cañón de la escopeta y esperar a que el ejecutor se comiese la detonación. Las cobayas de aquellos experimentos se convertirían en figuras icónicas: Bugs Bunny, el pato Lucas, Porky, Piolín, Silvestre, Elmer, Wile E. Coyote, el Correcaminos, el demonio de Tasmania o Yosemite Sam entre muchos otros.

«Todo cuerpo que atraviese materia sólida dejará tras de sí una perforación con la forma de su perímetro». (Cartoon Law III)

Aquellas criaturas eran hijas del cine mudo de Buster Keaton y de la mueca rota amplificada, pero también del sopapo a palma abierta y de la humillación sádica. El tierno Piolín en su primera aparición, «A tale of two kitties», de 1942, propinaba una paliza bestial con un garrote a un felino. La abuelita dueña del canario castigaba a Silvestre con una brutalidad desmedida. Los problemas de dicción de aquel gato y el tartamudeo de Porky eran objeto de guasa. La mofeta Pepe Le Pew acosaría a una gatita hasta el punto de simular un suicidio para llamar su atención. El Coyote se despeñaba por precipicios, se volatilizaba con nitroglicerina y se sepultaba con toneladas de roca en una mañana tranquila. La violencia en esa ficción de dibujos animados era desmedida y gratuita, y aquello era extraordinariamente sano porque el verdadero problema hubiese sido lo contrario: que dicha violencia fuese sutil y justificada, porque no hay nada más peligroso que el daño premeditado y nada más erróneo que justificar la violencia. Los Looney Tunes eran la ventisca de hostias despreocupadas que resulta difícil de encontrar hoy dentro de la animación infantil. Y estaban orgullosos de ello, de ser la tinta salvaje.

«Todo cae más rápido que un yunque». (Cartoon Law IX)

Los restos mortales de Mel Blanc des cansan bajo una losa en la que se lee un rotundo «THAT’S ALL FOLKS». En otro mundo donde no existen las cicatrices un conejo tapona con el dedo el cañón de una escopeta, que tarde o temprano explotará en la cara de alguien, con la rotunda certeza de saberse inmortal.

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3 Comentarios

  1. Abel "el bedel"

    Exquisito, pero escasito.

  2. Para lo que es habitual en Diego Cuevas, artículo excepcionalmente corto.

    Pero muy ameno :D

    Ojalá se «anime» a nuevos artículos centrados en estos mitiquísimos dibujos de sano y puro humor

  3. Siempre los lunáticos looney tunes ante los cursis disneys, mi hijo me lo ha agradecido siempre. Grandes

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