Cine y TV

Aquel dulce sabor noir

Recuerdo con total claridad aquella noche. Recuerdo que la oscuridad del momento pesaba y se encaramaba a los hombros. Recuerdo que la bahía estaba coronada por la silueta babilónica de una urbe cuyos edificios guiñaban ojos insomnes. Recuerdo humo escabulléndose bajo el ala del sombrero. Recuerdo la incertidumbre en la espera, no en vano ella era la única persona capaz de ser puntual en el oficio de retrasarse. noir

Y recuerdo aquel repentino disparo por la espalda.

aquel dulce sabor noir
Ilustración: Diego Cuevas.

La munición era americana, la Gran Depresión y un polvorín decadente de pesimismo explotaron a bocajarro sobre una sociedad que acaba de salir de una guerra mundial y se encaminaba diligentemente hacía otra más helada. El gatillo era europeo, el expresionismo alemán acribilló a los realizadores estadounidenses. El arma lo dispararon las plumas de Dashiel Hammett, Raymond Chandler, James M. Cain, Cornell Woolrich o Wiliam Riley Burnett al atreverse a escribir la pulpa de aquellas páginas. La víctima seríamos todos. 

Hollywood moldeó su alma durante los años 40 y 50 alumbrando una corriente que necesitaría de la labia francesa para ser bautizad; Nino Frank acuñó el término noir para describir el tono de aquellas obras, pero la naturaleza de las mismas se rebeló. El noir no era un género acotado, era un sabor latente.  

Se dinamitó el arquetipo de la estrella de celuloide, nació el antihéroe: timadores cobardes, detectives desgraciados o boxeadores acabados reclamaban su protagonismo plantando cara de manera arriesgada al Código Hays, aquella biblia de lo moralmente correcto que algún iluminado enarbolaba frenéticamente entre los pasillos de las productoras. Llegaban los tipos duros sumergidos en la desgracia; Glenn Ford, azuzado por Fritz Lang, difuminaba la frontera entre el héroe y el villano al tiempo que transmitía la sensación de estar en el salvaje epicentro de una tragedia clásica. Y todos los personajes que rodeaban al protagonista durante la función eran plenamente conscientes de la realidad: de allí nadie podría salir ganando, estaban condenados desde el primer fotograma a no caminar dentro de la historia, sino a arrastrarse a través de ella hacia la catástrofe.

Se instituyó como motivación primigenia una sagrada trinidad: amor, muerte y traición. Estos tres elementos se transmutaron en carne (deseable) en la inmortal figura de la femme fatale, el Eros y el Tánatos resumidos en dos piernas de mujer, Salomé en escala de grises, el eje central y el detonador del universo negro. Joshep Von Sternberg se encaprichó de una musa felina y tratando de conseguir sus favores la convirtió en mito: Marlene Dietrich entraba en escena pisoteando varones y su indiferencia mineral se convirtió en la esencia indómita de Hollywood. El peor enemigo se convirtió en el mejor amante. El hombre era mezquino y ellas, exquisitas villanas y brillantes titiriteras, estarían condenadas a cargar con la culpa. Claire Trevor contra Philip Marlowe, Mary Astor contra Sam Spade, Rita Hayworth contra un laberinto de espejos.

Llegó Humphrey Bogart y la audiencia tembló. Una voz aflautada y en guerra constante con la dicción (Bogie apretaba dientes entre murmullos y ceceaba de manera inevitable) se transformaba en las pantallas de plata en un icono inmortal de duro galán, en el molde de detective perfecto o en ambas cosas. El doblaje al castellano eliminó la mejor frase que improvisadamente le regaló a Ingrid Bergman («Here’s looking at you, kid») y nunca llegamos a perdonarlo del mismo modo que los eruditos no le perdonaban a la película aquel tonteo con el noir sin llegar a serlo. En esa misma obra ni él ni ella pronunciarían las palabras «Tócala otra vez, Sam», pero la imaginería colectiva las convertirían en credo.

«Conmigo no tienes que fingir. No tienes que decir nada. Si me necesitas, silba. ¿Sabes silbar, no? Juntas los labios y soplas» le apuntaba Lauren Bacall a Bogart en otra cinta que también limitaba con el film noir y todo varón deseaba su suerte. Su magnética presencia también acentuó la elegancia formal entre hombres: caballeros a punto de descerrajarse la piel a tiros comportándose con deliciosos modales y convirtiendo en más perniciosas las palabras que las balas. La calma que precedía a las tormentas. Aquellas sombras esculpían a los personajes y aquel cinismo los revestía, las heridas por disparo no descorchaban sangre pero resultaban más dañinas. 

El periodo embaldosó con oro la industria. Los guionistas fueron bendecidos por fuerzas sobrenaturales y enmarcaron la etapa afilando las palabras hasta el extremo para propiciarnos la época más gloriosa en cuanto a diálogos memorables jamás vista en la historia del cine. Se creó un mundo con patrones de pesadilla en el que era posible desear vivir. Los estudios invertían poco en presupuestos y el equipo transpiraba talento, inventaba el flashback para dotar a los personajes de pasado y los pincelaba a base de luces y sombras. El elenco de realizadores formarían una alineación increíble: Robert Aldrich, Billy Wilder, Otto Preminger, Joseph L. Mankiewicz , Stanley Kubrick , Alfred Hitchcock u Orson Welles se fueron a la cama con el género y lo hicieron suyo.

Cabarets ahumados, cigarrillos consumiéndose, sombreros reposando en percheros, farolas irguiéndose entre la neblina, callejones como testigos de un rendez-vous funesto, el lamento del jazz y los neones infatigables, la mujer como monumento a la fatalidad y el hombre como su reo desdichado, Bogart y Bacall acuchillándose a réplicas en el interior de un automóvil, el alcohol como combustible vital, Rita Hayworth desnudando su muñeca y provocando embolias con el gesto, la luz de la ciudad a través de las ventanas y las miradas espías a través de las cortinas, exquisitos cadáveres y sombras alargadas.

El ciclo alcanzó su fin. En este lado de la pantalla Spencer Tracy y Katherine Herpburn visitaron en 1957 a un Bogart lastrado por el cáncer de esófago. A la hora de despedirse, Tracy colocando la mano sobre el hombro de la estrella dijo «Buenas noches, Bogie», y Bogart, tras cubrir con su mano la de Tracy, respondió con esa voz de murmullo ceceante al mismo tiempo que sonreía: «Adiós, Spence». Tracy se desmoronó al entenderlo. Bogart falleció horas más tarde y Lauren Bacall, la mujer que le enseñó a silbar, depositó un silbato dorado en su ataúd.

Un año después una bomba abriría de manera increíble una película de Orson Welles y se cerraría para siempre un ciclo extraordinario. No es solo la incómoda evidencia de un Hollywood actual que se vende en cualquier esquina al mejor cliente. No ocurre que ya no se hagan películas así. En realidad lo que realmente sucede es que después de aquella época nunca podrían volver a hacerse.

Recuerdo aquella noche con total claridad, yo era Humphrey Bogart, era Dick Powell, era Robert Mitchum, era Orson Welles, era Fred MacMurray, era Glenn Ford. Recuerdo que la oscuridad pesaba y se encaramaba a los hombros, ella era Lauren Bacall, era Barbara Stanwyck, era Betty Grabler, era Veronica Lake, era Gaby Rodgers, era Lana Turner. Recuerdo edificios y sus corazones iluminados por la vida nocturna. Recuerdo que alguien creyó encontrar el material con el que se forjaban los sueños. Recuerdo humo y un cielo de estrellas. Recuerdo que aquel disparó por la espalda no era algo tan inesperado viniendo de ella. 

Recuerdo aquel dulce sabor negro. 

Y lo echo de menos.


Imprescindibles: El sueño eterno, Atraco perfecto, La dama de Shangai, Historia de un detective, Sed de mal, Retorno al pasado, Encadenados, Casablanca, El crepúsculo de los dioses, El desconocido del tercer piso, El halcón maltés, Perdición, Tener y no tener, La sombra de una duda, La mujer del cuadro, Laura, Contratado para matar, Orden: caza sin cuartel, El tercer hombre, Gilda, Encrucijada de odios.

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2 Comentarios

  1. fernando Rodriguez-Triana Gonzalez

    Excelente critica.Espero con ansiedad que alguien haga una critica necesaria para la novela negra pues,en mi opinion,se esta calificando como «negra» o «noir» novelas de misterio o policiales sin ningún requisito de los códigos que aquéllas portan.

  2. Y dejas de lado L. A. Confidential?
    Los 90’s dejaron esta bella huella con la musa que se transformó en carne (9 semanas y media) y toon (Cool World, como te extraño Bowie!), con el gladiador, el criador de cerdos y Verbal.
    No olvidar a Kim!

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