Entrevistas Música

Rodrigo Cuevas: «El folclore es tan permeable que lo deja pasar todo»

Rodrigo Cuevas para Jot Down

En un momento dado en esta entrevista, Rodrigo Cuevas (Oviedo, 1985) dirá que su música celebra la vida; que la festeja. Y que, con ello, se refiere a la risa, al sexo, a la coña, pero también a «esto», y señalará el paisaje de postal que vemos desde su casa, en una aldea del concejo de Piloña a la que nos cuesta un poco llegar, por una carretera serpenteante que va estrechándose y empinándose, hasta volverse casi una pista ganadera. El sol radiante, pero no inclemente, y la primavera recién iniciada que estalla por todas partes, ayudan, claro. Pero «esto» debe de ser impresionante en cualquier otra estación: las peñas calizas, los verdes pastos de los que quién fuera vaca, la espesa frazada de bosque caducifolio que abriga el valle, las aldeas colgadas de imposibles escarpaduras. Solamente un monte ennegrecido, calcinado por la última oleada de incendios, introduce una nota sombría en el panorama, como queriendo recordar, aquí que resulta tan fácil olvidarlo, que el mal, el horror, existen. Un perrillo negro toma el sol al lado nuestro mientras charlamos sobre la tradición y su flujo. Julio Llamazares escribió un libro titulado Distintas maneras de mirar el agua. También hay formas distintas de mirar el agua del río que la tradición es, debe ser, suscribirá Cuevas.

Conversamos entre ropa tendida y aperos de labranza, tomando café, vemos pasar una golondrina. En el baño que en un momento dado le pedimos permiso para usar, encima del retrete, vemos un folleto EVC (siglas de El Verdadero Catolicismo) titulado La castidad: una virtud para nuestro tiempo, escrito por el reverendo padre Pedro Herrasti, sacerdote marianista. Encima de la mesa de la cocina, un mantel que representa un mapa político de España, con sus autonomías coloreadas. 

Rodrigo: me gustaría empezar hablando de José González, el Presi. Hace años decías en una entrevista que era uno de tus grandes referentes, en una enumeración en la que los incluías tanto antiguos, tradicionales, populares, como modernos: el Presi, FKA Twigs, Die Antwoord… Del Presi decías: «Si tuviera que escoger un solo referente, lo escogería a él». Nació en 1908, murió en 1983, pero en algún sentido prefiguró lo que tú haces: fusionar la música tradicional y popular asturiana con elementos del flamenco, del tango…

Claro, él agarraba todo lo que había en ese momento, todo lo que sonaba en ese momento: la copla, el flamenco, la tonada, los cantos de taberna… Cogía todo lo que le gustaba y lo mezclaba. Sigue siendo un referente para mí, pero pasa una cosa. Fíjate: si fuera, no sé, andaluz, estaría superdocumentada toda su carrera. Habría documentales, biopics. Sin embargo, no hay ni un vídeo en YouTube del Presi cantando. ¡Es increíble!

Y grabaciones tiene que haber, ¿no? No murió hace tanto, y en el contexto asturiano fue un hombre muy famoso. Tiene una plaza con su nombre y una estatua en Gijón.

Debe de haber, pero nadie dijo todavía: vamos a hacer un documental del Presi, bien documentado, donde salga todo, o una recopilación; que alguna discográfica coja todos los discos que están por ahí, descatalogados, que no se sabe dónde los editó, cuántos tiene fuera… Seguro que incluso hay material inédito. Él grabó muchos discos fuera, en Venezuela, México, Cuba… Aquí también grabó, pero no tanto. A no ser que vayas a anticuarios, es difícil escuchar al Presi. En Spotify hay dos discos: uno de grabaciones a capella que hizo por los centros asturianos del mundo y otro editado, que no me acuerdo de cómo se llama. Solo tienes eso, y al final acaba siendo una figura que es un poco limitada la influencia que pueda tener. Llega un punto en el que ya lo escuchaste todo. A mí me encantaría verlo cantar, moverse, verle a él en escena, cómo se comportaba, cómo se movía… Pero no es posible. Entonces, bueno, sigue siendo un referente. Pero ahora mismo no lo estoy escuchando tanto como en aquel momento.

Y ¿por qué era él tu gran referente en cuanto a música tradicional asturiana? ¿Qué te gustaba o te gusta de él por encima de otros nombres?

Me encanta que canta muy bien, y canta con mucho gusto. Eso, muchas veces, es difícil de encontrar en los cantos populares; gente como que tenga una concepción de su arte así, tan creativa, de decir «voy a hacerlo con gusto», y a su gusto. El Presi se notaba mucho que cantaba a su gusto; que tenía un gusto muy concreto y lo practicaba. Eso, para mí, es muy peculiar entre los cantantes de tonada de aquí, de Asturias. Era muy único y me da mucha pena que no hubiera una saga de él; que no creara una escuela. Pasó lo mismo con Nuberu, un grupo superinteresante que tampoco creó una escuela. Influye, pero no creó una escuela, cosa que sí pasó con Felpeyu y con Llan de Cubel, que crearon una megaescuela.

Pienso que con el Presi pudo pasar, salvando las distancias, algo así como lo que con Amália Rodrigues en Portugal. Cuando se deja atrás el salazarismo, un régimen del que se decía que se asentaba, en lo cultural, sobre tres efes, fado, Fátima y fútbol, Amália, en tanto que artista del fado por excelencia, es condenada a un cierto ostracismo. Se la identifica con el régimen a pesar de que prestó apoyo al partido comunista, o de que el hermosísimo «Fado Peniche» es un homenaje a los presos. El Presi era republicano, pero cuando llega la democracia del 78 una cierta obsesión con la modernidad lo arroja al cubo de la basura de la historia. Hasta los cantautores antifranquistas se van a encontrar con una repulsión hacia el folk que está presente, de manera más o menos explícita, tanto en la movida como en el punk. Hay que ser modernos y la modernidad es Londres, no un tablao flamenco.

Sí, fíjate: los juicios de valor baratos y facilones no son fruto de las redes sociales: vienen de bastante antes. Lo que se hace ahora de juzgar a una persona en su complejidad, incluso en sus contradicciones, o un género musical entero, como el reguetón, como tantas músicas, de esa forma tajante, con ese desprecio, ya pasaba antes con la copla o con la tonada. Y, bueno, sigue pasando.

Me parece muy interesante, en este sentido, lo que hace Lidia García, esta investigadora que divulga y reivindica las vetas subversivas de la copla. La copla, en pleno franquismo, hablaba —y no lo hacía en términos de condena— de muchas cosas de las que no se podía hablar: del adulterio, de la disidencia sexual…

Bueno, es que la edad dorada de la copla fueron los años treinta. Lo que tienen estos géneros, y pasa con la copla, es que tienen una edad dorada y, luego, lo que se hizo en ella se hace clásico; se generan clásicos, y a partir de ahí siempre se canta lo mismo. Pasó también con la tonada. La edad dorada de la copla fueron los años treinta; la mayoría de los clásicos de la copla son de esa época. Así que al final son canciones que se compusieron antes de que Franco llegara al poder. Y sí: hablaban de lo que se podía hablar y de lo que no se podía, y tú también puedes leerlo o no leerlo, claro.

Del mundo de la copla, ¿qué cosas te gustan más?

Bueno, yo ahora no escucho tanta copla, pero escuché mucha copla. Escuché muchísimo a Concha Piquer. Mucho, mucho, mucho. Fíjate que a mí me gustaba mucho más Concha Piquer que Miguel de Molina. Decía Lauren Postigo en Cantares, en una entrevista que le hace a Concha Piquer, en la presentación, que en una orilla del río de la guerra cantaba Concha Piquer las mismas canciones que, en la otra orilla, cantaba Miguel de Molina. Miguel de Molina era republicano, y Concha Piquer, franquista, pero cantaban las mismas canciones, y las mismas canciones emocionaban a ambos lados del frente. A mí me gusta mucho más Concha Piquer, pese a ser franquista (risas).

Y ¿por qué?

Porque cantaba mejor. Mejor voz, mejor interpretación…

El componente espectáculo es tan importante como la voz en lo que tú haces, o en lo que Concha Piquer hacía.

La interpretación, sí. Es que Concha Piquer era muy buena.

[Alejandro Nafría:] Fue la más grande con diferencia.

Y Miguel de Molina también era muy grande. La figura es mucho más interesante a nivel político, social… Maricón, exiliado… Pero no cantaba tan bien. ¿Qué más referentes? Prff, no sé. Mira, yo es que no mitifico nada a la gente, ni a los artistas. No soy nada mitómano. Nunca tuve un póster de nadie colgado en mi habitación. Hoy tengo unos referentes, mañana tengo otros. Durante una época escuché mogollón a Lila Downs; luego me dejó de parecer tan interesante. Me flipa lo que hace Rita Indiana, Mercedes Peón también me parece un referente… Y luego, pues muches paisanes. 

Señoras anónimas, ¿no?

Bueno, anónimas no: con su nombre. Pero no conocidas. Esas sí que son referentes de verdad.

Rodrigo Cuevas para Jot Down

Me gustó esa frase que citabas antes de Lauren Postigo. Lo de los dos bandos cantando las mismas cosas. Por hacer, hacían casi hasta los mismos carteles: el Cid vestido con camisa azul o de miliciano, reivindicando para el bando que hacía el cartel la condición de verdadera España, que libraba una nueva Reconquista para expulsar a los nuevos moros, ya fueran los soviéticos o los nazifascistas. En cuanto a las canciones, una cosa que se hacía mucho era ponerle una nueva letra a viejos romances medievales con los que la gente ya estaba familiarizada. La tradición como una plantilla en la que uno inscribe, en cada momento, lo que le apetece. Las Tanxugueiras, hoy, agarran romances gallegos machistas y los convierten en feministas. Se puede respetar la tradición resignificándola.

Con la tradición puedes jugar sin límites. Es lo que hacían los paisanos de antes. No se preguntaban si algo era fiel a la tradición. No había derechos de autor, por lo menos para el arte. Renegar, hoy, del folclore porque el folclore es machista es una tontería. No renegamos de óperas del siglo XVIII porque sean machistas. ¡Es que era una sociedad machista! Se reflejaba lo que era normal en aquel momento. ¿Es normal la lapidación por adulterio? Pues los romances hablarán de lapidación por adulterio. Es difícil llevar hoy al escenario un romance, porque los romances son medievales, y son demasiado machistas. No es que tengan pequeños guiños. Es como si los escribieran unos talibanes ahora mismo; dicen cosas que nos parecen una aberración. Pero no juzgamos así, pues eso, las óperas del siglo XVIII, que son igual de machistas muchas veces.

Ni el rock de los setenta.

¡Ni el de los dos mil! ¡Ni el de los dos mil veinte! Entonces, bueno, yo creo que hay que hacer ese trabajo de explicar que es una descripción de una época y que cantarla no quiere decir que la reivindiques. Lo de cambiar la letra me parece maravilloso para que esas melodías se sigan conservando. Es lo que hacían también los compositores de zarzuela de finales del siglo XIX y principios del XX. Agarraban las jotas, las seguidillas, toda esa música popular que había, y la llevaban al escenario con otras letras que apelaran más al momento en el que estaba viviendo el público. Es algo que se hizo toda la vida.

Tradición —decía Jean Jaurès, y es una frase que me encanta y que cito mucho— no es preservar las cenizas: es mantener encendida la llama. ¿Te has topado, en tu carrera, con muchos preservadores de las cenizas que critiquen lo que tú haces?

Creo que son más un mito. Esos… ¿cómo se llaman? ¡Los puristas! Los puristas son los padres (risas). Muchas veces, es a nuestra parte más purista a la que nos referimos cuando hablamos de «los puristas». Y en la tradición, cuando haces algo tradicional, o cuando utilizas la música tradicional para subirte al escenario, es muy importante matar al padre. A mí siempre me dijeron «los puristas te van a crucificar», «los puristas te van a no sé qué», pero nunca me aparecieron, nunca vinieron, son como gamusinos, no existen. Puede haber un par de críticos en el ABC, no sé, habrá un par de ellos por ahí, gente que no entienda nada, pero no son puristas: son homófobos, son machistas… ¿Puristas? No sé quiénes son. No tengo ningún nombre o apellido para darles.

Una vez te llamaron «supremacista asturiano».

Pero eso no es un purista. El que me llamó eso no sabe nada de folclore; no sabe qué es el folclore. No tocaron nunca una pandereta, esa gente. Yo no los llamaría puristas. Tenemos más miedo a… Bueno, igual ya no tanto, pero hace unos años había un miedo a los puristas que parecía que te fueran a saltar de detrás de una esquina y a dar una puñalada en cualquier momento. Y yo nunca me encontré con ellos.

Viviste unos años en Galicia. Y te he leído comparar Galicia y Asturias en un doble sentido en el que, en un caso, es Galicia la que sale bien parada, y en el otro es Asturias. En Galicia hay más preocupación por, más cuidado de, más orgullo por, la cultura propia que aquí, donde todo es más precario en cuanto a eso. Donde más claro se ve es en la cuestión de la lengua, pero pasa también con la cultura tradicional. Pero, por otro lado, en Asturias se entendió mejor lo que tú haces que en Galicia. No es que lo rechazaran, o lo atacaran, sino que no lo entendían.

En aquel momento era así. Yo saqué un disco en 2012 que nadie tiene, y creo que allí no se entendió muy bien. Asturias es más moderna, me parece. No Asturias: el rural asturiano. Las ciudades sí son iguales, pero pienso que el rural asturiano es más moderno en el sentido de que la industrialización, en algún momento, afectó a prácticamente toda la sociedad, y hay otra forma de ver las cosas que allí, donde lo que hay es una sociedad realmente agraria, que nunca pasó a la industrialización. Ni mejor, ni peor, ¿eh? Simplemente hay otros matices, otras formas de leer las cosas en la sociedad de los pueblos. No es que sean menos cachondos, porque allí la gente es muy cachonda, tiene mucha retranca, todo el mundo está haciendo chistes todo el rato y se hacen chistes de todo: de la muerte, de… Pero hay igual unas lecturas que no entran en el código, que no se leen.

Damián Barreiro utilizaba en una entrevista que te hizo una imagen muy buena sobre ti: la de un tayuelu, un taburete, con tres patas. La primera es el conservatorio; la segunda, la música tradicional; y la tercera, el underground de Barcelona. Te propongo repasar cada una de las tres. ¿Qué hay en ti, qué poso hay en lo que tú haces, de tu paso por el conservatorio?

Ahora mismo, del conservatorio diría que no tengo nada, pero evidentemente no es así. Tengo una formación de músico y eso me hace entender los códigos de la música; lo que está pasando en una música cuando suena. Eso, a la hora de producirla, cambia las cosas. Si no lo tuviera, llegaría al estudio con una canción tarareada y no sabría hacerle diferentes armonías, que es algo con lo que a mí me gusta muchísimo jugar, para darle una emotividad diferente a las canciones. Te quedaría todo muy simplista o dependería de que el productor le pusiese una armonía. No podría expresar la música tan bien como creo que lo puedo hacer. Así que sí que hay esa influencia del conservatorio todo el rato.

¿Qué instrumentos tocabas?

La tuba. Tuba y piano.

¿Y la música tradicional? ¿Cómo accedes a ella? ¿Es algo que te haya rodeado y que te haya gustado desde pequeño, o algo que descubrieras más tarde? Eres de Oviedo; supongo que no tuviste una infancia muy rural.

Bueno, yo estaba de lunes a viernes en Oviedo, pero luego marchaba para Rodiezmo. Mi parte, digamos, de sociedad la hacía en el pueblo. Oviedo era del colegio a casa, de casa al conservatorio y del conservatorio a casa otra vez. No tenía nada más, no hacía nada más, no podía salir a la calle. En Rodiezmo pasaba el día en la calle.

Y allí, ¿vives esa cultura tradicional, descubres la música tradicional?

En Rodiezmo el baile se había perdido en los cuarenta. Aquello fue frente de guerra, el pueblo quedó arrasado, y la mitad de la gente se fue para Francia, y la otra mitad, para Asturias. Quedó todo como muy aculturizado, cosa que no pasó en Casares, que está al lado, pero ya es más montaña, ya está más lejos de la carretera. Allí el baile se conservó hasta los sesenta, o incluso hasta los ochenta. Pero sí que tocaba la gaita, y mi abuelo, que es de Bodes, en Parres, cantaba mucho; cantaba muy bien tonada, contaba muchos cuentos. Pero bueno: cantaba porque se cantaba, no porque fuera músico.

La cosa de acompañar de música todo lo que se hacía. Se cantaba mientras se curtía una piel, mientras se trabajaba la tierra…

O para dormir un guaje, o para ligar. Para todo. Sí. El problema, para mí, es que era aquel momento en el que todo era folk. Todo lo que pasara por la tradición era folk, y a mí el folk, estéticamente…

¿No te gusta?

No, no. Me parece un rollo patatero [esto último, Rodrigo lo dice susurrando y tapando con la mano el móvil que está grabando]. Ja, ja, ja. Es que no puedo con él. No puedo. Me taladra la cabeza. La gaita sí me llamaba la atención, pero no encontraba referentes. Es cuando me voy a Barcelona. Me volví a interesar por todo eso cuando me fui a vivir a Galicia, donde sí que tenía unas vecinas que tocaban la pandereta. Ahí sí que conocí la música tradicional. El folk es a la música tradicional lo que Rodrigo Cuevas es a la música tradicional: no descubres la música tradicional porque escuches a Rodrigo Cuevas; no puedes decir que escuchas música tradicional por escucharme a mí, ni vas a poder decirlo por escuchar folk. No tiene nada que ver.

Como una tortilla de patatas normal y una deconstruida de Ferran Adrià, ¿o qué?

Como comer huevos y patatas y comer tortilla. Tiene los mismos ingredientes, pero no estás haciendo lo mismo. Para hacer música tradicional, tienes que saber bailar. Si no sabes bailar, no conoces la música tradicional. Y si no sabes que la música tradicional es rural, que toda la imaginería que tiene es rural, si no entiendes muchas historias de la vida del campo, tampoco la entiendes. Estás cantando sobre cosas que no entiendes, como si cantas cosas en inglés wachimery. Fue en Galicia donde entendí de verdad lo que es la música tradicional, o, mejor dicho, lo que es la tradición musical en todo su espectro, y me enamoré de ella. Aprendí a tocar la pandereta, aprendí a cantar…

Rodrigo Cuevas para Jot Down

A tocar la gaita, ¿dónde aprendiste? ¿En el conservatorio, o…?

No, no. Empecé autodidacta. Compré un libro, y como sabía música, empecé a tocar. Luego me apunté a clases con Ricardo Soberado.

Tercera pata del tayuelu: el underground de Barcelona. ¿Cómo recuerdas aquella época?

Recuerdo respirar mucho la libertad de todo lo que allí ocurría. Yo llegué a Barcelona en el 2005, hace casi veinte años, ¡madre mía! Y era muy diferente a ahora. En aquel momento todavía no estaba una ordenanza cívica que hicieron en el 2006 y que acabó con todo el arte callejero; con todo el mundo del Gótico y El Borne y El Raval, donde era todo una ilegalidad constante. Lo que molaba de Barcelona era que allí, socialmente, están mucho más organizados. En todos los estratos de la sociedad, porque incluso la burguesía es más asociativa; tienen una organización social muy potente. Te das cuenta de que todo es posible cuando la gente está organizada. Me acuerdo de cuando desalojaron La Macabra, que era una casa okupa que estaba al lado del conservatorio, y a la que íbamos mucho. Se estuvieron haciendo durante un mes cabarés de protesta en la plaza del Ayuntamiento, pero que se instalaban allí unas estructuras de circo, se llevaban gradas… Era algo totalmente sin permiso, totalmente contestatario, que era impensable en Oviedo, donde todo era ilegal. En Oviedo no se podían hacer conciertos, no se podía hacer nada fuera de la norma. O hacías las cosas dentro de la norma o no las podías hacer. En Barcelona vi eso que también ves viajando por Latinoamérica, donde parece que todo es más difícil, porque no hay nada organizado, o aparentemente no lo hay, pero te das cuenta de que llegas al sitio más remoto sin tener coche y nunca te quedas tirado, porque siempre hay una forma de solucionar las cosas; una organización social fruto de igual haber más márgenes, de que los márgenes estén más poblados. Aprendes que no hay que pensar que no se pueden hacer las cosas, que simplemente hay que proponérselo.

Esto que comentas recuerda a lo que fue, en su momento, Cimavilla en Gijón. Una de tus creaciones más conocidas es una canción sobre Rambal, símbolo de aquel barrio y de la vida en aquel barrio, un barrio chino, una especie de puerto franco en el que todo era posible, pero lo era para bien y para mal.

Sí, y en el que las prostitutas se organizaban entre ellas para cuidarse los hijos. Eso lo cuenta muy bien la Tarabica en esos audios que hay en el Muséu del Pueblu d’Asturies, en el Archivo de Fuentes Sonoras. Cuenta cómo fue a abortar a casa de una vecina, cómo Rambal también participaba en los turnos de cuidado de los guajes de las prostitutas… Cuando la Administración no te cuida, tienes que buscar una forma de organizarte.

Hay una idealización de eso que a mí me pone muy de uñas; esa cosa de presentar, por ejemplo, esa Cimavilla como un paraíso de diversiones salvajes que la modernidad, Europa, nos robaron, y nos lo cambiaron por un lugar más aséptico, más tranquilo, pero más gris.

Claro, claro, claro. Hay que tener cuidado con la idealización. Nadie desearía volver a ese momento en el que todo el mundo estaba desamparado. Yo paso total de esa romantización. Esa cosa de «nos robaron la libertad»… prff.

Libertad de quién y para quién, ¿no?

Claro. Yo a Rambal quiero reivindicarlo desde la excepcionalidad, desde el decir «eso pasó, pero no es que pasara». Se dieron circunstancias muy concretas que lo hicieron posible, pero en Cimavilla seguro que había más maricones que Rambal, y en Xixón había más maricones que Rambal, y no tuvieron la vida que tuvo Rambal, y, de hecho, Rambal fue asesinado.

De manera particularmente atroz.

Exacto. No es nada que idealizar. Yo también podría idealizar, yo qué sé, el haber sufrido bullying en el colegio, porque eso me hizo más fuerte y me hizo descubrir otras partes de mí mismo. Claro que me hizo descubrir otras partes de mí mismo, y seguramente me desarrolló la empatía, y seguro que saqué muchas cosas buenas de haber sufrido bullying, pero el bullying no es guay.

Y hay que tener en cuenta el sesgo del superviviente. Hablan de que el bullying les hizo más fuertes quienes vivieron para contarlo, no aquellos a quienes mató.

Claro. Yo, la idealización del pasado, no. No.

¿Cómo descubriste tú a Rambal? No es alguien a quien se haya estado recordando continuadamente desde su asesinato en 1977. En Cimavilla, por la gente del barrio, donde era muy querido, y su funeral fue multitudinario, sí. Pero su condición de mártir del movimiento LGTB, su mito, es reciente, se está creando ahora. Tú, de hecho, has contribuido a crearlo con tu «Rambalín». Está también La tinta del calamar, el libro de Miguel Barrero. Pero son todo cosas recientes.

Yo lo descubrí gracias a una novela de Pilar Sánchez Vicente que se llama Mujeres errantes, y que está ambientada en Cimavilla, en la vida de varies paisanes de Cimavilla, noveladas. Por ahí aparece Rambal. Después, investigando, ya descubrí el libro de Miguel Barrero. También está uno que se llama L’aire de les castañes, que es una novela policiaca sobre el asesinato, en asturiano además. Hay más libros. Gijón: crónica negra, de Pachi Poncela, también habla bastante de Rambal. Hay cosas. Pocas, pero hay. ¡Tampoco hay un vídeo de Rambal!

Mencionabas antes el bullying. Le decías a Jordi Évole que en el colegio lo sufriste, pero en el pueblo jamás.

Sí, bueno, pero hay que decir que esto es una cosa particular y concreta de mí. No quiere decir que en mi pueblo nadie tuviera bullying. Una amiga mía, Nuria, que nació biológicamente hombre, sí que sufrió mogollón de bullying en el pueblo. Yo no, y quizás por eso amé el pueblo más, y me sentí más seguro en él, y eso me hacía estar más a gusto allí. Para mí el pueblo siempre fue el lugar seguro, en el que poder estar con más libertad. Me acuerdo de que, cuando iba para Rodiezmo, soltaba la pluma, me dejaba ir con la pluma, que en Oviedo siempre la estaba controlando. Era muy liberador. Pero es una experiencia concreta. No quiere decir que no existiera bullying en los pueblos.

Es una pregunta muy personal, no me respondas si no quieres, pero, ¿cómo fue tu proceso de salida del armario?

Nah, bueno, bastante tranquila. Fue… Fíjate, salíamos muy tarde del armario, hace veinte años. Yo salí concretamente con mi madre, gracias a la ley del matrimonio igualitario, en una discusión sobre ella. Creo que le pasó a mucha gente. Parece que no, pero esa ley nos hizo avanzar.

Es muy interesante eso que apuntas. El aura de las leyes. Una ley no es solo lo que estrictamente legisla: es el clima que genera a su alrededor. Lo que naturaliza, lo que anima a hacer.

Con esa ley, desde luego, está claro. No fue solo toda la gente que se pudo casar, que tampoco fue tanta, sino la legitimación. También fue un momento en el que yo estaba cambiando de vida: fue justo cuando me fui a Barcelona, seguramente de repente empecé a ver otra sociedad. Pero la sociedad española, en general, estaba cambiando, y esa ley la cambió muchísimo.

¿Tu familia se lo tomó bien?

Sí. Bueno, la única persona a la que le dije concretamente «mamá, soy maricón» fue a mi madre. El resto fue enterándose después.

Rodrigo Cuevas para Jot Down

En Barcelona, haces una actuación callejera que se vuelve viral, y que es tu primer éxito.

No, no en Barcelona. En Nava. 

Con el «Ritmu de Verdiciu».

Eso es.

¿Cómo recuerdas aquella época, esos inicios? Cuéntanos alguna anécdota divertida, alguna bizarrada, no sé.

¡Puf! Pues… No sé… Muchas. Claro, yo lo veo todo como normal, pero igual son bizarradas. Al principio, acababa desnudo del todo en los conciertos. Recuerdo un concierto en Trevías, en un sitio en el que me llamaron para un jueves de Comadres. Yo, de aquella, no tenía mánager, y siempre que alguien me llamaba para actuar era o un amigo, o un amigo de un amigo, o no sé quién que tenía un bar… Más o menos, todo era ámbito conocido. Pero después de ese vídeo de Nava, empezó a llamarme gente que no sé cómo conseguía mi número, que no era un amigo de un amigo, y que no sabía qué hacía más allá de «Verdiciu». Esto de Trevías fue una cosa totalmente descontextualizada. Yo hacía una cosa muy surrealista, porque me tiraba por el suelo, hacía aquellos striptease que llamaba yo striptease acuáticos, hacía como sampleado unas gotas de agua, cantaba tonada revolcándome por el suelo… La gente de aquel bar no entendía nada. Pero a mí me prestaba, porque yo creo que el surrealismo, cuando lo haces en un contexto totalmente moderno y esnob, no es surreal, es como: «Ah, qué cool». Es como que se espera. El surrealismo de verdad es cuando el pueblo no entiende lo que está viendo, y tú no sabes cómo acabará eso; ahí es cuando se convierte en algo surrealista. Eso me estimulaba, me ponía. La pena es que no tenía dinero para documentarlo, así que eso queda ahí, en mi memoria.

Como los conciertos del Presi.

Exacto. Es una pena. Es lo más guapo que me pasó en la vida, pero no está grabado.

De «Verdiciu» te he leído contar que te da, o te daba, rabia ver que hacías cosas más profundas o más curradas que no tenían el éxito de esto que fue una ocurrencia que tuviste un día.

Sí, en aquel momento sí.

¿Cómo fue la gestación de esa que yo creo que sigue siendo tu canción más conocida?

Pues, prff, no sé. Estaba en casa preparándolo en el ordenador, grabando cosas. Era para un concierto que se hizo en Casa Quilo, subiendo para Faro, al lado de La Tenderina. Yo «Soy de Verdiciu» la toqué siempre con el acordeón. Ya la tocaba en los conciertos que hacía los lunes en un bar que había en Oviedo que se llamaba Al Fondo Hay Sitio. Yo vivía en Pontevedra y tenía mogollón de animales: tenía cabres, oveyes, gochos… Y eso te ata mucho. No podía faltar. Pero los lunes, venía a Oviedo a clase de tonada. Lo que hacía era levantarme a las cinco o seis de la mañana, cebar a todos los animales, bajar caminando a casa de una vecina que vivía a tres kilómetros, con el acordeón al llombu —por el monte, además, porque por la carretera eran más kilómetros—, ir hasta Vigo, coger un autobús que salía a las ocho y media y que tardaba no sé, pf, seis horas igual, porque iba por Astorga, llegar a Oviedo a las dos y media, ir a clase a las cinco de la tarde y, luego, tocar en aquel bar a las diez de la noche. Muchas veces aquello se alargaba, y cogía el bus a las seis y media de la mañana y llegaba a Vigo, pues eso: a la una o dos del mediodía. Esta vecina que trabajaba en Vigo me subía hasta casa y ya soltaba a los animales, a los que tenía que dejar cebados un día y medio. ¿Adónde quería yo llegar…?

«Verdiciu».

Ah, sí. Un día, preparando un concierto que había en un festival que se llamaba Localidades Agotadas, que organizaba Lata de Zinc cuando era asociación y no existía todavía el chigre, se me ocurrió esto. Lo preparé un miércoles y tocaba un viernes. A la gente le resultó muy gracioso y tal, pero fue una cosa totalmente anecdótica. Dije: «Voy a preparar una versión electrónica de esto». Pero ya la llevaba tocando mucho tiempo.

Imagino que sigue siendo la que más te piden.

Bueno, hace años que no la toco, muchos. Bueno, muchos… No sé. Pero hace años que no la toco.

Y… ¿por?

¡Fedila! Yo, cuando fiedo algo, no lo toco. No voy a estar tocando «Verdiciu» toda la vida. En un momento dado dije: «Corto aquí». Y ya hace dos o tres espectáculos que no la toco.

Alguna vez leí a Manolo Escobar contar que estaba hasta los cojones de «Mi carro»

Pero ¿seguía cantándola?

Sí, él sí siguió cantándola. Pero la odiaba.

Yo hace mucho que no la toco, «Verdiciu». ¡Mira, una andolina! [Rodrigo señala una golondrina que pasa volando por encima].

¿Cómo es el salto a la fama; el, de repente, ser muy famoso, que la gente te conozca? ¿Agradable, desagradable…?

Bueno, no soy tan conocido todavía…

Hombre, pero te pararán por la calle, te pedirán autógrafos… ¿no?

Sí… Sí, sí. Te sientes observado. Sí. Más bien es desagradable. A ver, tiene cosas buenas. A mí, ahora, me invitan a café en todas las casas más fácilmente que antes, y lo que más me gusta en el mundo a mí es tomar café por las casas. Pero en general es desagradable. No me gusta sentirme observado. No me gusta.

¿Y eso es parte de lo que te lleva a vivir en un sitio como este? ¿Buscar aislamiento?

Nah, no. Eso no. Viviría igual aquí aunque no me conociera nadie. Ya lo hacía cuando no me conocía nadie. Y no estoy aislado para nada.

La conexión con lo rural, eso que me comentabas de tener cabres, pites, gochos…, entiendo que tampoco te vino por familia, ¿no? ¿Tuviste que aprenderlo por ti mismo; eres neorrural en ese sentido?

En mi casa no había animales, pero en casa de todos los vecinos sí. Yo me pasaba todos los días en casa de los vecinos, en mi pueblo. No lo tenía en casa, pero iba a la hierba, iba a catar [ordeñar], iba a ver cómo mataban los cabritos… No me era ajeno.

Una vez, de pequeño, te perdiste en un rebaño de ovejas, ¿verdad?

Eso es una cosa que cuenta mi madre siempre. Por delante de mi casa pasaban rebaños de ovejas muy grandes, de los de aquella época, y yo tenía fascinación por las ovejas, no sé por qué. Me sigue pareciendo, a día de hoy, un animal muy fascinante. Muy insoportable, muy bobo y muy estúpido, pero con ese componente de manada tan grande, tan fuerte, que es superior a todo: ellas, por conservar la manada, se tiran por un precipicio. Se tira una y se tiran todas. Y eso me fascina. Me fascina cómo se mueven. Cuando ves un rebaño muy grande de ovejas, se mueven como una bandada de estorninos; un perro las mueve como si fueran una bandada de estorninos. Me parece precioso. Y de pequeño, yo veía un rebaño de ovejas y salía a meterme en medio, y mi madre tenía que tener mucho cuidado cuando pasaban por delante de casa, porque me metía en medio y marchaba con ellas. Alguna vez lo conseguí (risas). Y sí: una vez, estuvo buscándome todo el pueblo. Al final, yo estaba en una cuadra, metido entre las ovejas.

Rodrigo Cuevas para Jot Down

No sé si era Agapito Marazuela el que decía que el folclore es el único género que gusta a todas las edades. ¿Tú te topas con eso en tus conciertos? ¿En tus conciertos pasa eso que solo pasa con gente como, yo qué sé, Serrat, a quien va a haber gente de todas las edades porque lleva sesenta años en el escenario, y en su música se ha socializado gente de todas las generaciones? ¿Hay gente de todas las edades en tus conciertos?

Sí, totalmente, y mola mogollón. Casi está implícito dentro del folclore. El folclore tiene que hacerlo la gente joven, o lo lleva a su máximo esplendor la gente joven, porque para bailarlo bien tienes que ser joven, para cantarlo bien tienes que… Bueno, para cantarlo bien no. Pero hay ese momento en la vida en el que tienes como un ansia de lucirte, un fuego interno, una cosa como de gallo, de bailar mejor que el otro, de cantar mejor que el otro, que es muy concreto, ¿no? Luego se te va pasando; tampoco le das tanta importancia. Vas viendo otras capas: la parte más de cantar en comunidad, de pasarlo bien… Pero, por otro lado, el folclore depende de la transmisión. Es importante que sigas haciéndolo, que sigas enseñándolo, que sigas cantando para la gente joven. Entonces, participa toda la sociedad.

Te leí por ahí una reflexión interesante sobre cómo, por ejemplo, en el folclore catalán, la sardana eclipsa al resto del folclore catalán; o en el del asturiano, la gaita eclipsa al resto del folclore asturiano. Se crean emblemas que acaban siendo perniciosos. Cuando coges algo como símbolo —decías tú—, dices que lo demás no lo es.

Claro, empiezas como a decir lo que es y lo que no es asturiano. Durante un tiempo, parecía que la música tradicional era la gaita, y sí, la gaita es música tradicional asturiana, pero hay muchas más cosas que son música tradicional asturiana. Es lo malo de los símbolos, de coger emblemas nacionales. ¿Es o no asturiano, es o no español…?

¿Cómo es tu proceso de documentación; de descubrimiento de nuevo folclore; de cosas que integrar en las cosas que tú haces? ¿Buscas deliberadamente cosas nuevas, te las vas topando…?

Bueno, el propio entorno te va llevando a conocer cosas nuevas. Al participar en fiestas en las que el componente tradicional sea muy importante, vas aprendiendo un montón de cantares. Hay muchos cancioneros y muchas recopilaciones clásicas que uno ya las tiene muy escuchadas, y le parece que ya les sacó todo el jugo, pero siempre aparecen cosas nuevas. Y la mayor parte de lo que se recogió no está publicado. Así que siempre están apareciendo cosas nuevas.

¿Haces trabajo de campo tú mismo? ¿Tienes ido por los pueblos con la grabadora y esas cosas?

No mucho. Sí que voy mucho por las casas, pero no con la grabadora, porque no me dedico a ello. Pero voy a aprender cantares. Gelita, por ejemplo, que en paz descanse, me enseñó canciones, y no las tengo grabadas, porque no me gusta ir con la… Bueno, en cierto momento sí que fui con la grabadora, pero prefiero ir varias veces a escucharlas directamente de ella.

En realidad es como se aprendía tradicionalmente la tradición, ¿no? Escuchando la misma cosa muchas veces, asimilándola de esa manera.

Bueno, es una forma de aprender, sí.

La grabación, en algún sentido, traiciona a la tradición, porque la fija, la embalsama.

Es una foto fija. Pero si tú tienes una foto de una persona, no quiere decir que esa persona vaya así vestida todos los días.

Otro asunto interesante en torno a la tradición es la retroalimentación entre lo culto y lo popular, entre la alta y la baja cultura. Dicho sea todo ello entre comillas, justamente porque la división no es tan nítida, como no lo es la que separa lo natural de lo artificial. Joaquín Díaz cuenta que, en su trabajo de campo por los pueblos de Castilla, una vez una señora le cantó un romance que él se dio cuenta rápidamente de que era la versión codificada por Pidal, la del Romancero, y no otra. Lo que aquella señora creía que era una herencia recibida de padres a hijos desde tiempo inmemorial, al margen de la cultura escrita, había pasado por el tamiz de Pidal, si es que no venía de él.

El folclore es tan permeable que lo deja pasar todo. El otro día estábamos en Sejas de Aliste y una señora estaba cantándonos una canción que, cuando tienes un poco de criterio, te das cuenta de que no es tradicional; que viene de otra fuente diferente. Por eso yo no hago recogida de campo. No es ir a una casa y poner una grabadora. Hay que tener criterio, saber qué estás grabando. Yo, por ejemplo, cuando voy con [Xosé] Ambás a casa de una señora, me fascina el conocimiento tan exhaustivo, tan amplio, que él tiene, que hace que sea capaz de deducir lo que puede saber esa persona. No va en plan «dime qué sabes». Es probable que, si dices eso, te digan: «Nah, yo no sé nada». Ambás dice: «¿Y no sabes esto?». «Ah, sí, eso sí lo sé». «¿Y esto no lo sabes?». «Ah, sí, eso sí lo sé». «¿Y esto no lo cantabais por aquí?». Y lo que le cantan a Ambás, Ambás sabe rápidamente si viene de la radio, que se escuchaba mucho; si es popular, si pasó al acervo popular pero no es del acervo tradicional… Hay que tener mucho criterio, porque muchas veces se cuela como cosas tradicionales cosas que no lo son.

En tu página web hay una frase que me encanta: «El folclore es un ser vivo que se extiende por toda la faz de la tierra, como un micelio, no entiende de barreras físicas».

Alguien que conozca mínimamente la cultura, la cultura en general, sabe que no puedes establecerle ningún tipo de fronteras. Yo no creo en los Estados nación. No es que no crea: es que no me parece que haya que reivindicar los Estados como naciones, porque no tienen nada que ver. Si conoces la cultura popular, te das cuenta de que los Estados y las naciones no concuerdan. Ni siquiera las naciones son algo coherente en sí mismo. Es algo que nos ponemos para diferenciarnos del que está al lado, pero en sí…

No es que los Estados estén mal porque no se corresponden con las naciones, sino que las propias naciones no se corresponden consigo mismas, ¿no? 

Claro, ni siquiera las naciones las puedes definir. Es como un color. Tú no puedes definir el color rojo. Puedes decir «no es azul, no es verde, no es amarillo…». Definirlo en contraposición a otros colores. Pero no puedes decir cómo es el rojo. Las naciones, no hay una línea que las diferencie. Las culturas penetran muchísimo unas en otras.

Hay una gradación. Indudablemente, el folclore portugués no se parece mucho al vietnamita. Pero puedes trazar un camino coherente del folclore portugués al vietnamita, saltando de baldosa en baldosa.

Exacto, si vas caminando… La lengua y la cultura portuguesas penetran en Galicia, la presencia de Galicia en Asturias es muy fuerte, la de Asturias o la propia Galicia en León también… Es todo una mezcla, y es que eso es lo interesante. Es mucho más interesante así.

Tu música, en este sentido, tiene un discurso político. No haces canción protesta, no tienes un discurso político explícito, pero sí hay política en tu música, una reivindicación. Hay una idea del mundo y también una idea de España. En tu música hay folclore asturiano, pero también andaluz, manchego… Y la idea de una España construida desde abajo, desde la cooperación horizontal y el intercambio de las culturas que la forman.

Es que yo creo que es mucho más fácil estar en armonía con las organizaciones administrativas que te vienen dadas si las tomas así, como organizaciones administrativas sin más, que culturalmente son mucho más plurales de lo que muchas veces se nos representó. Que esa Administración reconozca todas sus variaciones culturales y toda su pluralidad es lo que te puede hacer estar en armonía con un lugar. Si no, vas a estar en contra todo el rato.

Rodrigo Cuevas para Jot Down

¿Qué cosas te gustan, qué cosas vas descubriendo que te interesen, de otros lugares de España?

Ahora no estoy descubriendo mucho, la verdad. Pero me gusta cuando te fijas en la realidad de lo que siempre te pusieron como estereotipo, y que muchas veces aborrecías. Cuanto más descubro, yo qué sé, el folclore andaluz al margen del estereotipo que siempre se nos impuso, más me gusta. El folclore andaluz es riquísimo, maravilloso: los Verdiales de Málaga, los fandangos populares tradicionales, el flamenco… O toda la música tradicional de lo que era el antiguo reino de León, que es preciosa, maravillosa, potentísima, arcaica…

Hay una cosa que dice Xune Elipe sobre Dixebra que pienso que se aplica también a ti. El asturianismo musical tuvo el éxito que no tuvieron el lingüístico —no se ha conseguido cooficialidad del asturiano—, ni el político: solo se consiguió un diputado en todo el período democrático, el de Sánchez Vicente por el PAS en las dos legislaturas de los noventa. Pero a los conciertos de Dixebra, o de Los Berrones, iba y va, sabiéndose las canciones y cantándolas y pasándoselo muy bien, gente que podía no ser nada proclive al asturiano por lo demás, y que quizás se hiciera un poquito más proclive gracias a eso. ¿Contigo también pasa?

Hmm, no sé, la verdad. Podría ser. Lo que desde luego creo que puede ser es que gente con muchas ganas, o muy ávida, de tener cultura que le guste hecha en asturiano, y que no la encontraba, ahora sienta que sí la tiene. No tenemos cine en asturiano, no tenemos mucha música en asturiano, la que hay, o la que había hasta ahora, son géneros muy concretos, como el rock o el folk. Y a mí, por ejemplo, no me gusta el rock y no me gusta el folk.

¿Tampoco el rock?

No. No puedo con el rock (risas). No me gusta el rock y no me gusta el folk. Así que no tengo música en asturiano que escuchar. Escucho muy poca, y creo que eso le pasa a mucha gente. Hay mucha gente que no escucha rock, ¿sabes? Estamos en el 2023. El rock ya se pasó de moda hace treinta años. No es que las cosas pasen de moda y sean peores, pero necesitamos otras cosas en asturiano. La gente joven hace treinta años que no escucha folk. Perdón, rock. ¡Ni folk!

No recuerdo qué rockero famoso cargaba con mucha gracia contra los museos del rock, clamando que eran un contrasentido, una traición al espíritu del rock. Pero existen. Con sus reliquias expuestas: una rasta de Bob Marley, la ropa que llevaba puesta John Lennon el día que lo mataron… El rock ya es un nicho de mercado para anticuarios.

Claro, exacto. La gente joven hace treinta años que no escucha folk y hace treinta años que no escucha rock. Así que necesitamos que se haga música en asturiano en otros géneros; no puede ser que solo se haga de esos.

Trap en asturiano y así.

Trap, rap, hip-hop, música urbana, seguir haciendo música tradicional… Pero hay ese rollo como supremacista que tiene el rock, como que los rockeros se creen que su música es la mejor, que nunca va a existir otra música igual, que el que no conoce o aprecia el rock no sabe de música. Ese es un discurso muy rockero, son supersupremacistas. Y dentro del asturianismo también hay eso; ese desprecio hacia el rap, hacia el reguetón, hacia el trap… Lo hay en toda la sociedad, pero también dentro del asturianismo. Entonces, pues nada, pues tú mismo. Sigue haciendo rock, a ver quién te escucha de menos de cincuenta años.

¿El reguetón te mola?

¡Me encanta!

Víctor Lenore, nada santo de mi devoción, tiene sobre el reguetón un discurso que comparto, y que reconozco que me hizo cambiar mi visión del asunto cuando se lo leí en Indies, hipsters y gafapastas: nuestro desprecio a ese género, por más que no queramos darnos cuenta de ello, es clasista y es racista. Clamamos contra el machismo del reguetón como no lo hacemos contra el machismo del rock o de otros géneros. Por otro lado, hay reguetón feminista, reguetón reivindicativo… El género es mucho más rico de lo que nos parece si solo nos fijamos en sus expresiones más comerciales.

Claro, sí, comparto perfectamente. Para mí, que me gusta mucho bailar, la llegada del reguetón supuso que, de repente, podía empezar a bailar otra vez en las fiestas. Fue muy dura esa larga travesía. Para mí, que mis fiestas eran cumbia, pasodoble, porque a mí lo que me gustaba era ir de fiesta de prau en el pueblo, pasar de ahí a lo que había cuando empecé a salir por los chigres de Oviedo —La Luna, el Postigo, todo aquello—, que era o pachanga horrible o rock, no había nada más que elegir, eso fue una travesía durísima. Luego llegó el indie, que todavía era más aburrido, más duro. De repente, llegó el reguetón y fue como: «¡Dios, gracias, por fin algo divertido!».

La reivindicación del cuerpo.

¡La reivindicación de lo lúdico, de la diversión! «No, es que reflejar diversión es una banalidad, entonces eres un superficial». Dios mío, para mí fue muy duro. Esos años era como, pf, no encuentro un sitio a donde ir. Son todo caras largas a mi alrededor, es un puto rollo. Los festivales eran un rollo patatero. El reguetón fue el fin de la era de los amargaos: por fin baile, por fin movimiento, gente pasándoselo bien.

Hubo una campaña protagonizada por ti con la que sí recibiste mucho hate: aquella de la sidra, creo que en 2017, ¿verdad?

Bueno, pero hablamos de lo mismo, del sector más homófobo. Sí, fue muy divertido aquello.

Salías en bolas, tapándote los huevos con una madreña, ¿no?

No, eso fue otra sesión diferente, no la de la sidra. Lo de la sidra era con el vestuario aquel icónico: el dengue, la falda roja de la Sección Femenina, pero solo por detrás, el liguero, las medias…

Una pregunta rara: ¿qué opinas de la Sección Femenina, de su papel en lo que respecta al folclore? En el asturianismo, he escuchado mucho denunciar que traicionó la verdad del folclore asturiano cambiando colores, modificando cosas, traiciones que luego hubo que enmendar; pero también algún elogio en el sentido de que, aunque se tratara, como organización, de algo horrible y fascista, al menos contribuyó a rescatar folclore, a mantenerlo vivo.

Bueno, más que rescatar, es que en cierto momento era el único lugar donde existía el folclore. A mí no me interesa lo que se hizo durante la Sección Femenina. Me parece que a nivel artístico, etnográfico, no tiene mucho valor. Me parece horrible, la verdad. Estéticamente es horrible. Sí: se impuso un color como si fuera tradicional, cuando no había ningún color tradicional. Estas cosas. Lo que se hizo después de la Sección Femenina fue casi un trabajo desde el principio. Hubo que recurrir otra vez a las fuentes originales, hacer mucho trabajo de campo, trabajo de campo que se hizo desde grupos que quizás en aquel momento sí que estaban dentro de esa corriente estética de la Sección Femenina, y que fueron los que se dieron cuenta de que había otras cosas. Para mí, de la Sección Femenina no hay nada que salvar. Que luego, a ver: es una propuesta estética más. Para mí no tiene ningún valor. Una propuesta estética, para mí, pierde el interés cuando se hace, no desde una experiencia estética, sino desde un dogma.

Hablando de la Sección Femenina, hay por ahí una frase de Pilar Primo de Rivera, que decía algo así como «cuando los gallegos bailen sardanas y los catalanes muñeiras, habremos construido España». Ellos mismos se daban perfecta cuenta de que España era algo por hacer, por construir.

Pues mira, qué guapo sería, la verdad. Yo que bailo malagueñas, y se bailar muy bien baile gallego, y sé bailar bailes de muchos sitios, y hablo perfectamente gallego, y bastante bien catalán, y euskera no, pero sí asturiano y castellano… Qué guapo sería que todos conociéramos un poco las distintas lenguas que hay en España.

Quería hablar también de la España vaciada. Tú tienes mucho que decir en ese debate, con todo lo que estás haciendo en L’Infiestu, en Piloña: recuperar el teatro de La Benéfica, por ejemplo. ¿Qué hace falta para que se vuelvan a repoblar estas tierras despobladas?

No sé si tengo tanto que decir sobre esto, la verdad. Es un concepto, ese de la España vaciada, que me chirría un poco. Tampoco sé muy bien qué hace falta. Yo simplemente vengo y hago cosas y me divierto. Creo que eso es lo que hace falta. Diversión. Diversión. Más que infraestructuras. A veces es como: ¡infraestructuras, infraestructuras, infraestructuras! Pero da igual que pongas una autopista a La Marea, que no vas a…

La carretera, el AVE, etcétera, muchas veces no son una forma de atraer, sino de que la gente se fugue más rápido.

No sé si fugarse, pero no impide que la gente marche. Infraestructuras, las tenemos infinitamente mejores que hace cincuenta años, y sin embargo hay menos población. La carretera, en este pueblo, se hizo en el año 78. No sé cuánta gente había en este pueblo en el año 78, pero en Piloña, hace cien años, había veinte mil habitantes, y ahora no se llega a siete mil, a pesar de que haya mejores infraestructuras.

Frente al neorrural metido en su casa, llevando en realidad la misma vida que llevaría en la ciudad, solo que en un entorno rústico, tú reivindicas el integrarse en la comunidad; el entrar en contacto verdadero, intenso, con los vecinos.

Sí, bueno, es que si venimos a los pueblos haciendo una vida como de urbanización, de chalé, de ciudad dormitorio… Eso es muy malo, porque es menos sostenible. Es mucho menos sostenible que la población esté dispersa a que esté concentrada. Si no cumples una función social, si no intervienes en la sociedad o en el medio ambiente en el que vives, no sirve de nada que te vayas al campo, no está bien. Es peor para la naturaleza y para la sociedad.

También hay el neorrural que sí se integra en el campo, que incluso desempeña una actividad rural, agrícola, ganadera, etcétera, pero viene de la ciudad y tiene unos estudios, unos recursos, una costumbre de hablar, unas habilidades para hacerlo, que hace que se acabe convirtiendo en la voz del campo cuando, realmente, lleva dos días en él. Pienso, por ejemplo, en estos neoganaderos que se hacen youtubers y así, y en cómo tienen ese discurso muy toscamente agresivo de lo rural contra lo urbano, contra los ecolojetas, contra los urbanitas, que personalmente me parece muy impostado, y del que siempre veo que tiene que ver más con sus propias pulsiones de matar al padre, o de epatar al mundo del que vienen, que con comunicar problemas reales. ¿Percibes que eso pasa?

Emmm… Prff… Sí, a ver… También hay mucha gente que utiliza redes sociales y que realmente viene del campo. Creo que también hay que acostumbrarse a que la gente del campo es plural, y que en el campo puede haber distintas opiniones y formas de expresarse. Hay una manera de juzgar a la gente que vive en los pueblos que no pasa con la gente que vive en la ciudad; esta cosa de preguntarse si el que vive en el pueblo nació ahí, cuántos años lleva, si es legítima, verdaderamente de raza de pueblo… Si alguien tiene voz en la ciudad, no dices: «Bueno, este lleva cuatro años en la ciudad. Que no opine mucho, porque no es legítimamente urbano». ¿Por qué hacemos eso con la gente en los pueblos? Pasa incluso con el que sí nació aquí, pero su madre no era de aquí. ¿Cuántas generaciones tienen que pasar hasta que alguien pueda ser considerado de pueblo? Sin embargo, en las ciudades, puedes llevar tres meses, hablar de cómo es la ciudad y que nadie te diga: «Oye, que tú eres de pueblo». En el ámbito rural, creo que sí que es verdad que hay oportunismo, y gente que habla sin tener realmente conocimientos de lo que está diciendo, pero creo que eso pasa en todos los ámbitos, no solamente en lo rural.

La diversidad de los habitantes del campo, sí. Es una vivencia que yo mismo he tenido. Frente al arquetipo de los conservadores, los reaccionarios, los rojipardos, del pueblo creyente, conservador, enemigo de moderneces, descubrir que, incluso en una aldea de cuarenta habitantes, cada cual es de su padre y de su madre, y hay progresistas y conservadores, gente de extrema derecha y de extrema izquierda, creyentes y ateos… Todo el abanico, la misma diversidad de tipos humanos que hay en una ciudad.

Y fíjate, la experiencia que yo tengo es que la gente mayor juzga menos muchas veces, o no tiene tantos prejuicios, o no asigna… Yo qué sé, esto de: «Este es progresista, entonces va a pensar no sé qué y no se cuánto, y no me voy a hablar con él». Somos más así la gente joven. Tenemos que clasificar, teneos que poner a la gente en sitios para hacernos como un mapa. «Este bar es de fachas», o «este bar es de no sé qué». La gente mayor es mucho más respetuosa, mucho más abierta, no clasifican tanto, no te prejuzgan tanto por tu aspecto, por tu tribu. Los que venimos del mundo urbano tenemos esa cosa de las tribus, y entonces, el cómo vas vestido ya define cómo eres, cómo piensas, si eres de derechas o de izquierdas, si te drogas con esta droga o con esta otra. Ves cómo viste una persona y ya le haces, bu, bu, bu, todo el escáner. De hecho, ya te vistes así para que la gente sepa de qué palo vas. Eso es horrible. A mí eso me aburre muchísimo. En los pueblos no hay eso. No hay tribus urbanas.

Rodrigo Cuevas para Jot Down

Sacas nuevo disco. Has adelantado ya el primer single, titulado «Más animal». ¿Qué nos vamos a encontrar en ese Manual de romería? ¿Qué cosas nuevas con respecto a los anteriores, hacia dónde está evolucionando tu trabajo?

Es un disco más divertido, más lúdico. Quería hacer un disco así. Como me siento yo, como yo vivo la música tradicional, a la que a veces queremos darle una profundidad y una trascendencia que a veces está bien, porque las tiene; la tradición tiene muchas capas. Pero tiene una capa que es lúdica y es de diversión, y me gustaba reivindicarla. La diversión es lo que puede fijar población. Detrás de la diversión vienen muchas cosas muy importantes. A veces la censuramos porque nos parece que divertido significa banal y que banal significa superficial. Y es todo lo contrario. La diversión nos da autoestima, personal y colectiva. Y es muy creativa y muy inspiradora.

Algo que siempre entendió muy bien el movimiento LGTB. La importancia de la fiesta. Para gente que viene de historias horribles, dramáticas, de maltrato, de sufrimiento, la fiesta, la diversión, socializar en un entorno divertido, ayuda mucho al proceso de desdramatizar tu propia historia, de…

Sí. Espera, que voy a coger unas monedas que tengo aquí, porque va a cantar el cuquiellu. ¿Tenéis perres en bolsu?

Eh… Sí, ¿por?

¿Ya escuchasteis al cuquiellu este año?

No… Bueno, no sé. Ja, ja. Si lo escuché, no me di cuenta.

Pues tenéis que tener perres en bolsu. Ayer ya lo escucharon, yo no lo escuché todavía, y tengo ahí unas monedas preparadas.

¿Qué es, una superstición…?

Sí, sí. Total. Mete les perres en bolsu. ¿Tú tienes perres en bolsu?

[Alejandro Nafría:] No.

Toma. 

[Nafría:] Pero ¿qué te pasa si no lleves perres en bolsu?

Pues que… mal año.

[Nafría:] Bueno, otro más.

Ja, ja, ja. ¡Pero si las tienes es buen año! Perdona, me habías dicho algo muy importante.

La fiesta, la diversión…

Ahhh. Eso es. Claro. Fíjate, hay gente a la que le ofende muchísimo la celebración. A mucha gente del activismo le ofende la celebración: «¡Estamos hablando de derechos, estamos hablando de gente privada de…!». Y a mí me parece una ofensa no celebrar. La gente que no celebra no es consciente del punto en el que está. No es consciente de que estamos en un sitio mucho mejor, geográficamente, históricamente, que otros para las libertades y para los derechos humanos. Si ahora levantar la cabeza, imagínate, yo qué sé, Pedro Zerolo, y viera a alguien protestando porque los demás estén celebrando… ¡Es una ofensa a toda la gente que se dejó la piel en otros tiempos! ¿Cómo no vamos a celebrar todo lo que esta gente consiguió? Si no, ¿para qué hacemos este camino? ¿Solamente van a celebrar los que lleguen a un punto idílico, a esa utopía que probablemente no exista nunca en la vida? ¿Esos van a poder celebrar: los que lleguen allí, al Valhalla de los derechos sociales? ¿Ahí sí se va a poder montar una batukada, pero hasta entonces prohibido celebrar, porque vivimos en una represión constante y no se puede celebrar nada hasta que no sean reconocidos todos los derechos de todas las personas de todos los colectivos?

Seguimos siendo muy cristianos, en el fondo. Hasta que no se proclame el Reino de Dios…

Exacto, total. Oh, ¡qué amargura! No, no. Todo lo contrario.

Y lo que te decía: para gente que viene con historias terribles detrás, y que en una organización LGTB no solo busca activismo, sino una comunidad de consuelo y de conquista de la autoestima, la fiesta es muy importante. Socializas mejor, trabas esos lazos mejor, en un pub, en un entorno informal y divertido, que en la sede correspondiente.

Bueno, y es que durante muchos años el movimiento LGBT era el único lugar donde podía expresarse: la fiesta. Era el único reducto que tenías. Sin embargo, ahora hay lugares en los que no; en los que te dicen que solo se puede reivindicar el drama, la opresión, la victimización. Yo no paso por ahí. A mí me interesa mucho más todo lo otro. Me parece que es más real, mucho más interesante y mucho más transformador. El disco nuevo va a hablar mucho de eso, de la diversión. De lo celebrativo. De la celebración, que no es solamente lo festivo, ni lo lúdico. La celebración, para mí, también es, pues yo que sé: estar ahí [Rodrigo señala a un banco que mira al paisaje que se ve desde su casa] y, de repente, durante unos segundos, ser consciente de en qué proceso están los árboles en la primavera, o en el otoño.

Celebrar la vida.

Exacto, sí. Celebrar el privilegio de vivir, lo maravilloso que es. Celebrar. La vida. En general.

Te leí elogiar mucho, con respecto al disco anterior, el papel de Raül Refree, en cuanto a darte coherencia, a conferir coherencia a tu obra.

Sí, porque venía de aquella época de «Verdiciu», «Toro Barroso» y todo aquello, y yo soy muy volantazos. Necesitaba un poco esa figura del productor que te ayuda a, bueno, a dar un sentido estético a un disco, que es algo tan difícil. Aprendí mucho con él, con Raül.

¿Qué colaboraciones incluye o han hecho posible o han mejorado este disco; a quién destacarías ahora?

Pues bueno, hay una colaboración con iLe en la canción que ya saqué, la de «Más animal». Y en el disco es también muy importante el productor, que en este caso es Eduardo Cabra, Visitante Calle 13. Lo busqué por eso: porque quería que me lo produjera él. Llevaba mucho tiempo pensando que tenía que ser él el productor del próximo disco. Y su parte de producción es muy determinante.

Pues nada, Rodrigo, terminamos. Un placer.

¡Muy bien! Muy guapo.

[Nafría:] Temazo, por cierto, el último. Es que yo soy muy fan, no te lo quise decir antes. 

Rodrigo Cuevas para Jot Down

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8 Comentarios

  1. Buen ejemplo de alguien que vive empaquetando humo.

  2. Feldestein

    Muy bien todo, la entrevista y el entrevistado, pero un comentario. Tildar a Concha Piquer de franquista es muy injusto.

  3. anacompostelana

    No me gusta la música (en general, no me refiero a la de él), pero siempre que veo una entrevista con Rodrigo Cuevas me detengo a leerla porque, en general, comparto su mirada sobre los temas que trata y él lo expone muy claramente. Hoy, al hilo de lo que dice sobre los peligros de recoger folklore de campo sin tener criterio, y pudiendo por tanto tomar por tradicional lo que no lo es y transmitirlo así, me he acordado de otro razonamiento que me abrió los ojos sobre este tema hace muchos años. Para quien no lo sepa, aclaro que muchas pandereteiras jóvenes en Galicia cantan con voz de vieja, eso es algo que desde Leilía (DEP) et al. el público ve con naturalidad porque se ha venido haciendo así, y punto. Hoy, al leer a Cuevas, he recordado una conferencia de Anxo Pintos, en los años en que Berrogüetto era Dios para los folkies gallegos, en la que dijo algo muy básico y muy obvio pero que yo no había pensado nunca: cuando las jóvenes recuperan folklore lo recuperan de las viejas, y las viejas cantan con su voz de viejas, pero cuando eran jóvenes cantaban con su voz de jóvenes, por lo que es como mínimo ridículo que una pandereteira joven cante con ese sonsonete impostado. Argumento incontestable que, sin embargo, muchas agrupaciones tradicionales siguen sin entender, lo que hace bastante insoportable tomarse el vermú en el campo de la fiesta cuando las perpetrantes atacan en las patronales.

  4. Te puede interesar más o menos lo que hace, pero no es un tipo pretencioso y tiene un punto de vista sobre la vida en general bastante, muy, razonable.

  5. Cuando habla de Rodiezmo, supongo que se trata del pueblo de León, no?
    En algún momento también está siendo muy purista en el concepto de tradición. Hay algún límite temporal para establecer la tradición? La música se ha ido nutriendo a lo largo de la historia de todo tipo de fuentes inmediatas y contemporáneas que han ido conformando esa tradición y que hace difícil separar los elementos más antiguos que, en su momento, fueron nuevas incorporaciones. Es mejor decir que prefieres unas opciones a otras pero no estigmatizar que es de lo que parece que huyes.

  6. Soy Asturiano y lo tengo cerca todo este, digamos, fenómeno que se está montando alrededor de Rodrigo Cuevas. Si desarrollara su espectáculo, simplemente eso, sin hacer gala cada 2X3 de su condición sexual y política solo se comia la mitad del rosco que se come. Es uno de abonados diarios a la RTPA, televisión publica asturiana, y te lo tienes que comer día si y día también te guste o no junto con otros 4 (solo 4) del mismo monocultivo. Nadie le quita sus méritos, que los tiene, y su nicho de seguidores, pero ya resulta cansino todo esto.

  7. Ataúlfo Llàdor

    Freddy Mercury reencarnado en un asturiano para imitar a Almodóvar.

  8. Pingback: La izquierda state of mind - Jot Down Cultural Magazine

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