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Esos barquitos fenicios: sobre jábegas y regatas

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Barcas de jábega en el puerto deportivo El Candado, Málaga, 2017. Fotografía: Quino Al / Unsplash.

Este artículo está disponible en la revista Jot Down Places.

Dicen que si estaban ahí cuando los fenicios. 

Eso dicen.

Dicen que si el nombre es por las redes, que si se hace parecido en Portugal, que si hay paladeos del árabe.

Eso dicen.

Dicen que si, ahora, es tradición, y cultura, y deporte, y fiesta y retinglar y palo agudo en el valiente. Dicen que si es una forma de ver los mares, de entender corrientes y bajíos.

Eso dicen.

Eso dicen, sí, de las jábegas. 

Tres mil años de historia os contemplan

La embarcación es muy sencilla, porque en estos asuntos menos es más. Tiene eslora en torno a los seis metros, manga de uno ochenta y un diseño filiforme que permite manejabilidad y rapidez. Vamos, que está pensada para pescar en bajura, bien cerquita de la costa, y allí las cartas son traicioneras, así que necesitamos un pelín de nervio. De tripulación lleva ocho remeros, un animaor, y el espaílla o mandaor, que es quien maneja el timón sobre la arbitana. También quienes menean los riñones tienen denominaciones tradicionales, y así tenemos un pachapanda, popeles de corulla y proba, espalderes y proeles. En las jábegas tradicionales, esas que salían con aviesas intenciones para los peces, había también otros tripulantes, como el calador, el plomero, el contador o el patrón. Se usaban tradicionalmente las jábegas para echar… en fin, para echar la jábega, una red en forma de media luna y más de cien brazas que después se recogía desde tierra a mano tirando de tralla (cinturón que cuelga en bandolera sobre el pecho y permite hacer faena con menos dolor). Y luego allí pues ya vas tú escogiendo los ricos peces que hayas pillao, porque seguro que algo para la parrilla llega…

Cuentan que el origen de estas embarcaciones es fenicio, nada menos. Tres mil años, que ya son años. Hay grabados, pinturas, descripción. El nombre parece ser más moderno, porque desciende del árabe, de sábaka, «red», y sebbek, que eran las embarcaciones ligeras que existían en la zona de Málaga allá por el siglo XIII. Tenían, hasta hace poco más del siglo, vela latina que colgaba de un mástil abatible. También una percha con punta metálica que ayudaba a estabilizar la embarcación cuando se encontraba por rebalaje de corrientes. Siempre se usaba en proa, y existían cuatro maniquetas para apoyar el asunto en momentos más tranquilos. 

Vale… Hasta ahora hablamos de una embarcación más o menos específica, pero tampoco muy diferente de aquellas que pueblan costas y bajuras de toda la península, ¿no? Entonces… qué distinguía a las jábegas malagueñas… ¿qué hacían los jabegotes para que esos preciosos barcos no pasasen desapercibidos? Pues pintar, pintar el asunto, pintar con los colores más vivos, pintar fantasías y leyendas, pintar por encima de todas las cosas. No lo busquen en traineras, amigos, no…

Así, encontramos barcas rojas, azules, verdes e incluso otras decoradas con flores, con formas geométricas, con la virgen de tal o cual sitio. Y luego están los ojos. Que no veas qué ornato los ojos. Uno a cada lado de proa. Evocaciones de tiempos casi en olvido, tiempos de los que solo tenemos recuerdos (neblinas) y símbolos. Como ese mirar. Cuentan que si son ojos de Horus, un distintivo que los fenicios pintaban en su frontal para proteger a los navegantes. O, si quieren, una forma de vivificar el barco, porque las embarcaciones laten, gimen y sienten. 

Las embarcaciones son.

(Ah, el jabegote también es uno de los palos del flamenco, de «verso valiente», que se canta en tonos agudos. Le dicen a veces cante de los marengos, porque los marengos son los profesionales de la mar en Málaga, y solo por la sonoridad maravillosa de ese marengo merece la pena haber contado la polisemia).

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Oye, ¿y por qué no hacemos carreras?

Vale, todo lo anterior nos recuerda a las traineras del norte, ¿no? El tipo de embarcación, los objetivos, incluso esos palos abatibles. De acuerdo, el uso de redes traínas es mucho más moderno en septentrión, pero aproximadamente… 

Así que, por pura lógica, era cuestión de tiempo que aparecieran desafíos, piques y competiciones, que son los marengos gentes de buen fondo, vale, pero también con su orgullo subidete, y ser más rápido que el de al lado es, siempre, motivo de esfuerzo. 

Parece que el origen de estas regatas data del siglo XIX. Carreras con barcos usados para pescar. Banco fijo (obviamente), remos que pesan un montón, callos bien gordos en las manos, callos de madera y mar, rostro que se cuartea alrededor de los párpados, que parece pergamino de los de contar historias. Eran competiciones de verano, de julio y agosto. En plan pirata, a veces, meros desafíos para derrotar al compadre bravucón. Como antes las jábegas representaban a pueblos o barrios, pues, eso, piques vecinales que anticipan bebidas al anochecer y mucha chanza durante meses…

Pero todo eso se marchó como lágrimas en la lluvia…

La resurrección se produjo en el momento adecuado, porque las jábegas tenían un olorcillo a historia que termina brutal. Vamos, que quedaban pocas, y aun esas estaban medio enterradas entre limos, dejando que se pudriesen corullas y probas. La razón es que desde los años setenta ya no eran funcionales como barcos para pescar, porque prohibieron tales artes (digamos que las redes en cuestión cribaban poco sobre qué arrastraban y qué dejaban en la mar). Así que algo con tres mil años de historia, algo que usaron los fenicios, que adaptaron los griegos, que bautizaron los musulmanes, que se sacaba con motivo de cualquier fiesta católica… estaba por desaparecer. Y allí que llegó el deporte.

Fue por los ochenta cuando renacieron las jábegas, pero ya convertidas en bólidos del mar. Patrocinios importantes, tirón mediático y la certeza de que aquello no era solamente sudor y salitre, sino un cachito de cultura malacitana que no podía perderse. Vecinos de los pueblos o del barrio, marengos de generaciones, todos ellos moviendo aquella embarcación milenaria con remos de madera y un banco que es tortura de riñones, nalgas y dorsal. Tan estético como exigente. Que no se vaya esto, que no… 

Digamos que aquel primer impulso duró poco, y no fue hasta mediados de los noventa cuando las jábegas se establecieron ya de forma definitiva, con esa Regata del Puerto que ya nunca dejará de celebrarse. Los diferentes clubes empiezan a introducir entrenamientos y disciplina, y las competiciones tienen un tono cada vez más serio. De ahí a la Liga de Jábegas había solo un paso, y el siguiente fue la Asociación de Remo Tradicional. 

Ya no eran regatas circunscritas únicamente a la ciudad, sino que se disputaban en toda la costa. Para 2022, por ejemplo, se celebraron hasta catorce pruebas en sitios como Torremolinos, Benalmádena, el Rincón de la Victoria o Vélez-Málaga, además de las tradicionales capitalinas. El ganador absoluto fue la jábega de La Araña…

Ah, la regata más importante tiene lugar en el puerto de Málaga. Durante la Feria, claro, en agosto. Es regata curiosa, porque se hace íntegramente frente al puerto malagueño, sin salir a ver la mar, y deja estampas bien cucas, con los paseos, los edificios, los barquitos amarraos… y todos esos tíos fortachones rema que te rema sobre su banco.

Una imagen inolvidable…

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Una barca de jábega frente a la playa del Palo, Málaga, 2018. Fotografía: Quino Al / Unsplash.

Un deporte antiguo con vigor moderno

Y ahí estamos, con nuevas energías en esto de las jábegas. Eso sí, sin renunciar a los valores tradicionales. El elemento constructivo, por ejemplo. Todas las hace un carpintero de ribera (un artista) llamado José Pedro González. Como siempre, como son. Veintiséis cuadernas, espolón, escálamos. Es el último calafateo de ribera, e invierte medio año en la construcción de cada una. Fondo de ayún, que es madera noble con olor tropical, forro de cedro. Si no fuese así no sería una jábega…

Hablo con un remero para que me cuente cosas. «Nah, no me cites el nombre si no es necesario. Con saber que llevo en esto desde los quince añitos, hace más de treinta, nos basta. Sí, sí, todo ese tiempo». Entonces, habrás visto el cambio que ha pegado esto de las jábegas, ¿no? «Sí, hombre, en los años ochenta, esto era como las carreras en bici, que cada ayuntamiento organizaba la suya con motivo de la feria. Pues las pruebas con jábegas igual. De aquella, los jabegotes eran, siempre, vecinos del pueblo o del barrio al que representaba su embarcación. Eso ahora se perdió, claro, ya no es condición. Hoy lo que tenemos son clubes, clubes de remo. Había nueve en la Liga (Torre del Mar, Rincón de la Victoria, Cala del Moral, La Araña, La Espaílla de El Palo, Pedregalejo, Unión Malagueña, Torremolinos y La Carihuela), y para este año se incorpora uno nuevo, el de Benalmádena. Unas mil personas, cien arriba o abajo, contando todos esos sitios. Que no es poca cosa, vaya».

Me surgen mil preguntas. Cómo son las regatas. «Pues, mira, de ida y vuelta, bogando ciaboga, que es mecánica para abordar con precisión y delicadeza. De playa a mar, y volver. Aunque ahora se añade un largo más en la categoría máxima, así que… En torno a dos mil quinientos metros cada tirada, siete mil quinientos en total». Oye, ¿y olas se cogen? «Sí, sí, eso es lo mejor». Y marineros… marengos… ¿siguen compitiendo? Aquí reflexiona. «Bueno. Sí, compiten, pero ya no son marengos jabegotes, porque el arte de la pesca tradicional se ha prohibido… esa red de arrastre que se recoge desde la playa ya no está permitida, sigue existiendo, aunque solo con barco. Pero, vamos, que aún hay marengos remando en las ferias, claro». Por poco dinero, digo. «Por nada de dinero —ríe él—. Esto es amateurismo absoluto. Cada club dispondrá sus condiciones, pero ya te digo yo que los jabegotes pierden monedas en vez de ganarlas…».

Y la evolución… cómo es. «Pues enorme, claro. Enorme. Piensa que antes las barcas pesaban unos mil doscientos o mil trescientos kilos, porque servían para la faena también, y aquello debía ser sobre todo práctico. Y había diferencias enormes entre unos pueblos y otros, de tal forma que muchos corrían en desventaja. Ahora se intenta que todas las embarcaciones anden sobre los seiscientos kilos para que haya igualdad de oportunidades… se puede mover diez o veinte arriba y abajo, pero ahí pendula el asunto. Hay muchos niños, también jábegas femeninas. Ah, y los medios… ahora se graban las regatas con un dron, que es una cosa espectacular, y hasta podemos verlas en streaming. Aún no es un salto a los grandes medios, eh, pero…».

Vamos, que todo esto tiene el futuro garantizado, pregunto. Y él no duda: «Sí, sin duda. No lo vamos a perder». 

Ahí van a seguir las jábegas.

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Una barca de jábega frente a la playa de Rincón de la Victoria, Málaga, 2019. Fotografía: Quino Al / Unsplash.

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Un comentario

  1. E.Roberto

    Don Marcos se deleita narrar andando en bicicleta, un deporte del cual sólo sé que hay que ganar; cómo, cuándo y dónde no importa, y si no eres del gremio, allá vos, que siempre hay tiempo, escarcha, viento, lluvia y sol para aprender, todo lo contrario cuando salgo con la mía; y ahora se las agarra con los remos, casco, carena, proa y popa, y siempre ese bendito sol que nos obliga a navegar o bicicletear, el oficio más viejo del mundo diría yo, navegar o pedalear sobre aguas o sobre nuestros pensamientos, que al igual que al líquido también pueden ser turbolentos, o mansos, calmos, quietos, en la mar o en la montaña. Mas le digo que, leyendo, y salvando la casi redundancia me sentí como pez en el agua, pero no por el líquido, si no por el intersecar curvas armoniosas, con paciencia y tiempo para lograr un objeto bello por más que sea pueblerino; es una aventura el barruntar a partir de proa con una curva casi recta, pasar por la manga máxima y llegar a otra curva también casi recta de la popa, pequeñas ambas, las benjaminas de la barca, bien erguidas, las valientes que cortan o escapan de las olas, y luego comprobar de frente y de perfil que no hay saltos, que es todo liso, amable, grato al tacto, como acariciar a una mujer. Muy bueno, estimado. Gracias.

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