Cine y TV

Simplificar (El problema de los 3 cuerpos)

El problema de los 3 cuerpos. Imagen Netflix
El problema de los 3 cuerpos. Imagen Netflix

No es barato contratar a los responsables del mayor éxito televisivo de los últimos tiempos, pero eso no arredró a Netflix, que puso sobre la mesa doscientos millones de dólares para que David Bennioff y D. B. Weiss, la pareja detrás del éxito de Juego de tronos, acometieran la tarea de adaptar la obra de ciencia ficción inadaptable por antonomasia. Han estado a la altura de las expectativas: en los ocho episodios de la versión occidental de El problema de los 3 cuerpos —también hay una versión china— dejan claro que es posible convertir una de las cumbres friki en un espectáculo para todos los públicos.

La irrupción de Cixin Liu en el panorama de la ciencia ficción anglosajona se produjo en 2014, de mano de la traducción del chino-americano Ken Liu —sin relación de parentesco—, uno de los máximos exponentes del género en los Estados Unidos y adalid de los contenidos de su país de origen. La novela recibió el Hugo de 2015, lo que propició la rápida aparición de sus dos secuelas: El bosque oscuro y El fin de la muerte. La trilogía recibe el título genérico de Remembranza del pasado de la Tierra, aunque se la suele conocer como Tres cuerpos —O San Ti, ahora que la serie de Netflix ha popularizado el término—. Muestra de la pujanza del fenómeno es que en nuestro país se publicara prácticamente a renglón seguido: ya en septiembre de 2016 contábamos con traducción directa a cargo de Javier Altayó

La obra es bastante anterior: se publicó por entregas en Science Fiction World, principal revista del género en China, a lo largo de 2006 y vio la luz como libro en 2008. Liu —Pekín, 1963— era ingeniero en una central térmica, pero dedicaba todo su tiempo libre a escribir. Ya tenía dos novelas inéditas —La era de la supernova y La esfera luminosa, que se desarrolla en el mismo mundo que Tres Cuerpos—, cuando comenzó a publicar en 1999. En breve, recibiría el premio Galaxy, considerado el Hugo chino, por el cuento «Con sus ojos» —incluido en la antología La Tierra errante—.

Leer a Cixin Liu te devuelve sensaciones de la ciencia ficción de los años 50, cuando la maravilla por la ciencia constituía la tabla de salvación de la humanidad. No en vano, ha confesado que uno de sus grandes referentes es Arthur C. Clarke, sinónimo de ciencia ficción hard —sin entrar en mayores disquisiciones, científicamente plausible—. Su otra influencia es George Orwell, lo que nos abre a la otra vertiente de su trabajo, la elucubración social, la pregunta acerca de cómo nos afectaría como sociedad hipótesis tales como la desaparición de todos los adultos, la inminente destrucción de la Tierra o una invasión alienígena anunciada para dentro de cuatro siglos…

El peor de los universos posibles

«En Tres cuerpos —señala Liu— escribí sobre el peor de los universos posibles con la esperanza de esforzarnos por lograr la mejor de las Tierras posibles». La historia comienza durante la Revolución Cultural de Mao: Ye Wenjie, astrofísica, presencia una «sesión de lucha» en la que se humilla —y termina ejecutándose— a su padre, también científico. Algún tiempo después, Ye tiene acceso al mensaje de una civilización extraterrestre y, desilusionada con la humanidad, decide contestarlo a pesar de que contiene una ominosa amenaza.

En el momento de su publicación en China, la ciencia ficción constituía un gueto, restringido a estudiantes universitarios. Los autores del género se esforzaban por atraer público mainstream, cargando sus obras con historias contemporáneas o en un futuro cercano. Esta vocación realista se aprecia especialmente en las dos primeras novelas de la trilogía, que tuvieron una recepción discreta. «Como era imposible que el tercer volumen triunfara en el mercado —recuerda Liu—, [era] mejor rendirse y dejar de intentar atraer a lectores que no fueran ya aficionados al género». 

Fue El fin de la muerte, de casi el doble de extensión que sus predecesoras y donde Liu da rienda suelta a sus conceptos más innovadores, el título que levantó el interés, atrayendo primero a grandes figuras técnicas y científicas de China y después a toda la comunidad literaria local. Llamar la atención de nombres de primera línea se convirtió en uno de sus rasgos característicos de la obra, también con su irrupción en occidente, donde el expresidente de Estados Unidos Barack Obama o el fundador de Facebook Mark Zuckerberg se declararon fans rendidos. 

Para elaborar sus historias, a Liu le gusta partir de un principio científico interesante. A continuación, lo convierte en un recurso literario más o menos plausible en el centro de una trama, a la que posteriormente le añade personajes. Liu huye del héroe como hilo conductor —en Tres cuerpos, cada volumen es encabezado por un personaje principal diferente—. Algo que considera más realista y cercano a la sensación de «logro social» que quiere imprimir a su narración y una dificultad añadida para la adaptación fílmica.

El irresoluble —con matices, en los que no vamos a profundizar— problema de los tres cuerpos se utiliza como metáfora de una duda legítima ante el pensamiento científico: si no puede explicar algo que a los legos, intuitivamente, nos parece tan simple como la interacción mutua de un trío de objetos, ¿cómo confiar en la ciencia para ayudarnos a comprender la estructura última del universo, la mente humana o la interacción social? ¿O para defendernos de una invasión alienígena?

Como respuesta, sus protagonistas se enfrentan a nanofibras irrompibles, interfaces directos cerebro-máquina, inteligencias artificiales impresas en protones desdoblados desde las once dimensiones, naves creadas a partir de la fuerza de interacción fuerte —la que sostiene los núcleos atómicos—, una propulsión más rápida que la luz que altera el tejido mismo del espacio-tiempo o la sociología cósmica, en la que se contesta la paradoja de Fermi desde la más oscura de las perspectivas. 

Ojo, que Liu es escritor de ciencia ficción y aunque trata la ciencia con elegancia y máximo respeto, algunos conceptos tienen más fundamento que otros —como el poco factible uso del sol como amplificador de mensajes extraterrestres—. Recordemos, además, que su objetivo es utilizar estas ideas para jalonar el imaginario periplo de una humanidad compleja, las más de las veces poco merecedora de sobrevivir, que nos llevará hasta la misma muerte térmica del universo. O al menos, de este universo.

Adaptar lo inadaptable

Como no podía ser de otro modo, un éxito del calibre de Tres cuerpos llamó de inmediato la atención a los ávidos directivos de los servicios de streaming, tan ansiosos de contenidos en el gigante asiático como entre nosotros. La principal dificultad para su adaptación radicaba, precisamente, en la ciencia que contenía: Liu no solo aporta ideas maravillosas, sino que se empeña en describir cómo funcionan en su universo, lo que lleva a explicaciones que forman parte del encanto de la obra, pero que resultan farragosas en su traslado a imagen en El problema de los 3 cuerpos.

Pese a todo, los derechos de adaptación se vendieron con facilidad. Y por partida doble: a Tencent, el servicio de streaming líder en China —donde, recordemos, Netflix no está disponible—, que se encargaría de crear una serie en acción real hablada en mandarín; y a YooZoo Games, una empresa dedicada a los videojuegos fundada por el excéntrico multimillonario Lin Qi, para otro tipo de explotaciones de la IP.

En 2015, YooZoo comenzó la producción de una película de bajo presupuesto, cuyos resultados fueron tan mediocres que finalmente decidió no emitir. El siguiente intento fue en forma de serie de animación 3D realista: quince episodios que se publicaron en el servicio de vídeo compartido Bilibili en diciembre de 2022. Adapta el segundo volumen de la saga —el relato parte del evento de Panamá— y pese a levantar muchas expectativas, ha recibido críticas devastadoras centradas en su pobre narrativa y diálogos y actuación muy deficientes. Es posible ver algún episodio en YouTube.

En 2018 se dispararon los rumores de que Amazon estaba en negociaciones para crear una adaptación occidentalizada, con Rian Johnson al frente. Cuando el trato estaba a punto de cerrarse, el mismo Lin Qi se presentó en una de las reuniones finales «vestido como un gánster», según relata un testigo, y saboteó el acuerdo exigiendo condiciones inaceptables.

—Al parecer, la reunión la dirigía el encargado del área televisiva en YooZoo, apellidado Xu. Este ejecutivo no se tomó bien la injerencia de su jefe. Sin pretender una relación causa-efecto directa, no podemos dejar de reseñar que Xu fue acusado en 2020 de la muerte por envenenamiento de Lin Qi. Se rumorea que Xu era un fan decidido de Breaking Bad y tomó ideas de la serie para su crimen. Benioff confesó después haber enviado la noticia en un correo a Vince Gilligan, su creador, preguntándole «¿Qué has hecho?»—.

Poco tiempo después de la malhadada reunión, YooZoo anunciaba que finalmente Netflix realizaría la adaptación. Este acuerdo ya involucraba a Bennioff y Weiss, con quienes la empresa china ya había estado en contacto a raíz de un videojuego basado en Juego de Tronos (Winter is Coming). 

Espoleada sin duda por el trato, la versión de Tencent comenzó a tomar forma en 2020. En esta ocasión la financiación resultó más adecuada al proyecto e incluyó equipos técnicos de calidad y actores locales muy conocidos. El rodaje tuvo acceso incluso a un acelerador de partículas auténtico en Pekín, cuyos responsables eran fans devotos de los libros.

La serie se estrenó en enero de 2023 y consta de la friolera de treinta episodios de unos cincuenta minutos, en los que se realiza una adaptación prácticamente al pie de la letra del contenido del primer libro. Además, la productora exigía el máximo metraje posible, de cara a rentabilizar la inversión, con lo que la historia se alargó artificialmente con la inclusión de personajes adicionales —una subtrama de la mano de una periodista—, alivios cómicos —la ayudante del detective Da Shi, que actúa con la eficiencia de diez personas— o profundizando en las relaciones familiares del protagonista.

La acogida local resultó muy buena, alcanzando un 8,7 en las valoraciones de Douban —el IMDB chino—, hasta el punto de despertar el interés en Occidente, cosa bastante rara. Así, en algunos países se puede ver en Prime, en Estados Unidos lo emite Peacock y entre nosotros, está accesible de forma totalmente legal en Rakuten Viki (audio chino, subtítulos en castellano). 

Lo cierto es que la serie resulta interesante, aunque es de ritmo muy lento y las partes «alargadas» se hacen muy cuesta arriba. Las actuaciones son correctas —las peores son las de los personajes occidentales—, y entre ellas destaca la de Hewei Yu, quien encarna al cínico detective Shi, que se echa a la espalda buena parte del desarrollo de la trama.

Evidentemente, su defecto más notorio está en la parte de efectos especiales. Las escenas que transcurren en el videojuego utilizan animación 3D, con los rostros de los personajes imitando a sus contrapartidas reales. Eso sí, nos ha permitido ver en pantalla algunos conceptos interesantes asociados a los sofones, la cultura San Ti o la flota invasora de camino a la Tierra. Como contrapartida, se suavizan notablemente las escenas que se desarrollan en la Revolución Cultural, eliminando algunas de las imágenes más críticas que sí están en el relato. 

En general, es perfectamente factible visualizar esta versión y es una experiencia recomendable para aquellos a los que se les ha quedado corta la versión de Netflix y no quieran leer el libro. Al parecer, existe un remontaje no oficial que elimina los segmentos añadidos y agiliza el visionado.

Y, por fin, Netflix

«Obtuvimos la bendición de Liu para adaptar la serie de la manera que mejor nos pareciera». Quien afirma esto con contundencia es Alexander Woo, cocreador de la serie. De origen chino americano, conocido por su participación en True Blood y, en especial, la segunda temporada de The Terror —ambientada en los campos de concentración para japoneses en los Estados Unidos durante la II Guerra Mundial—, Woo constituye una de las garantías para mantener enraizada la obra a sus orígenes.

Porque la serie de Netflix supone un alejamiento bastante radical de su base literaria. Algo que no se nota en su escena inicial —dirigida por el hongkonés Derek Tsang—, con Ye Wenjie (Zine Tseng en su encarnación más joven) presenciando la muerte de su padre, pero sí en las siguientes, en las que el protagonista original, Wang Miao, se ve sustituido no por otro personaje, sino por «los cinco de Oxford».

Nos situamos en Reino Unido y la hija de Ye, Vera, está a cargo de un acelerador de partículas. Los desconcertantes resultados de un experimento la llevan a reflexionar sobre la existencia de la ciencia y, finalmente, a suicidarse, uno más en una epidemia que parece cebarse con la comunidad científica mundial.

Algunos de sus alumnos se reúnen en su entierro: su ayudante Saul Durand (Jovan Adepo), mujeriego y desencantado de la vida, Jin Cheng (Jess Hong), brillante y decidida, Will Downing (Alex Sharp), que se dedica a la docencia y está secretamente enamorado de Jin, Jack Rooney (el muy reconocible John Bradley, Samwell Tarly en Juego de Tronos), que se ha enriquecido usando la ciencia para crear snacks irresistibles y finalmente, Auggie Salazar (la mexicana Eiza González), quien dirige una empresa que desarrolla una nanofibra de múltiples aplicaciones.

La trama se despliega con situaciones cada vez más inquietantes. Salazar comienza a ver ante sus ojos una misteriosa cuenta atrás: desaparecerá solo si detiene su investigación, como le informa la amenazadora Tatiana (Marlo Kelly), quien en una demostración de poder inconcebible, hace que el universo entero parpadee. Entretanto, Jin y Jack comienzan a jugar un sofisticado juego de realidad virtual en el que deben descubrir el enigma de un planeta que sucumbe al caos de forma periódica. Todo apunta a un grupo empeñado en facilitar la llegada de la raza extraterrestre con la que contactó Ye Wenje (una magnífica Rosalind Chao en su edad más madura).

Recordemos que los protagonistas de Liu no interactúan entre ellos y en su mayoría desaparecen de un libro a otro. «A partir de nuestra experiencia adaptando libros —subraya Woo—, sentimos que lo que está en el corazón de toda gran serie, lo que llega bajo tu piel, son los personajes». Esta filosofía —que el espectador necesita personajes en los que invertir emocionalmente para asegurar la continuidad de una serie— está detrás de la supuesta inadaptabilidad de muchas series —por ejemplo, Fundación—. Al parecer, una trama interesante o un mundo bien construido resultan, por sí solos, incapaces de fijar la atención de la potencial audiencia. Equivocada o no, esto constituye la preocupación principal de muchos showrunners anglosajones.

Para construir este elenco de personajes que se puedan arrastrar de una temporada a otra, los guionistas han recurrido a todo tipo de triquiñuelas. Han repartido las acciones del protagonista, Wang Miao, entre Salazar y Cheng. Así esta tiene algo que hacer en los compases iniciales, ya que es un personaje del tercer volumen, como lo son Will Downing o Jack, basado en un oscuro secundario de esa novela. Saul, por su parte, sustituye al protagonista de la segunda novela —Luo Ji— y lo más seguro es que Salazar constituya su interés romántico allí. Raj Varma (Saamer Usmani, actor de origen hindú), aquí presentado como pareja de Cheng, también encarna a un personaje central del segundo libro…

Porque la adaptación de la primera novela ocupa tan solo los primeros seis episodios. El séptimo se corresponde con la primera parte de El fin de la muerte —el tercer volumen— y el octavo, con el principio de El bosque oscuro —el segundo—. No es de extrañar que la primera crítica que se le suele hacer a la serie es que es apresurada, que no deja respirar las situaciones o sus personajes. También es cierto que ayuda a poner un poco de orden en la compleja cronología de la obra de Liu y soluciona alguna retrocontinuidad: seguramente, el autor habría incluido referencias a la incapacidad de engaño que revelan los San Ti en el primer volumen si hubiera podido.

Quizá donde más se note este apresuramiento es en los fragmentos que transcurren en el videojuego, que suelen ser los favoritos de los amantes de las novelas. Especialmente, la mítica «calculadora humana» —donde hacen un memorable cameo Mark Gatiss y Reece Shearsmith— queda muy desvaída. A cambio, la representación visual es impecable. 

Con respecto a las actuaciones, más allá de una deslucida Eiza González, la principal queja queda para el personaje de Da Shi, el cínico detective que se encarga de investigar el misterio de los científicos, interpretado por Benedict Wong y que no recibe el tiempo que se merece. En cambio, resultan irreprochables las actuaciones de Jonathan Pryce, como Mike Evans, cabecilla de la organización humana que, para sorpresa de muchos, está a favor de que los San Ti nos conquisten —nos exterminen, en realidad— o de un Liam Cunningham inmenso como Thomas Wade, inexorable cabeza visible de la defensa de nuestro planeta. 

Hay que subrayar que la serie realiza claras mejoras en la trama: por ejemplo, cuando los invasores se manifiestan a toda la humanidad, y no a un selecto grupo mediante el despliegue del «ojo en el cielo» —algo que en el libro les pasa a los trisolarianos— y el impactante mensaje «Sois insectos» en todas las pantallas de la Tierra. Encarnar los sofones en la persona de Shea Shimooka es un magnífico recurso para concretar la amenaza de los San Ti. Y la expresión del temor a la humanidad que hacen los extraterrestres a Evans hace mucho más creíble el evento de Panamá.

Es un interesante ejercicio el comparar como se trata este suceso, el punto álgido de la primera temporada, en las series china (episodio 29) y occidental (episodio 5). Sin tener en cuenta las evidentes carencias técnicas de aquella, se aprecia un interés en justificar el destino de El día del juicio mediante la inclusión de personajes patibularios, que merecen lo que va a pasar. En cambio, la versión de Netflix opta por hurgar en el aspecto más emocional, incluyendo en la tripulación del petrolero a familias enteras, incluyendo niños y bebés.

Como era de esperar, todo se ha simplificado de manera extrema en la serie de Weiss, Benioff & Woo, hasta el punto de que la mayoría de los elementos científicos rozarían el deus ex machina si no contaran con el soporte de su predecesor literario. Esto ha restado cierto atractivo a muchos de los fans de las novelas, pero, sin duda, ha hecho que el relato sea mucho más accesible para la mayoría de la audiencia. Y han conseguido una serie extremadamente entretenida, con grandes golpes de efecto, sólida y fácil de ver.

Un último apunte, por poner de manifiesto las diferencias con el material original: el famoso chiste de Einstein —en el que, según el idioma en el que se escuche, el científico juega con Dios al ajedrez o trata de hacer un dúo de violín con él— es estrictamente invención de la serie. La anécdota sustituye al enunciado de los teoremas básicos de la sociología cósmica, disciplina a la altura de la psicohistoria asimoviana, pero claramente menos sexi. En ambos casos, no obstante, constituye la causa de la animadversión de los San Ti hacia Saul, su estatus como «vallado» y el núcleo, esperemos, de la segunda temporada.

Oteando el incierto futuro

Al parecer, la recepción de la serie no ha sido todo lo brillante que se esperaba, con ratios de visualización discretos, a pesar de la decidida inversión promocional del servicio de streaming —que, por ejemplo, inundó con la frase «You are bugs» la publicidad exterior de medio mundo, incluyendo Times Square—. Además, los medios estatales chinos la acusan, un tanto injustamente, de potenciar la «hegemonía cultural americana». 

Cuando se escriben estas líneas, la renovación para una segunda temporada aún no está clara. Los showrunners no han dudado en prometer para dicha temporada escenas que superen a la mítica «Boda roja» de Juego de tronos—hay un par de buenos candidatos en los acontecimientos de El bosque oscuro— mientras proyectan un futuro ideal de cuatro temporadas. Incluso se proponen traer a Rian Johnson para dirigir un episodio…

Como el trío no se cansa de repetir ante todo micrófono que se le pone delante, la primera novela es la más floja de la trilogía: «El segundo libro es mucho mejor —señala Benioff— y el tercero me voló la cabeza». Esta es una opinión ampliamente compartida. Muchos resaltan, también, que Juego de tronos no alcanzó su plena potencialidad hasta la segunda temporada. Esta es, sin duda, una serie cara, pero también permite a Netflix competir en pie de igualdad con otros servicios de streaming que hacen una ciencia ficción más sofisticada. Esperemos que estos argumentos pesen a favor de la renovación y podamos volver a encontrar a nuestros protagonistas, aunque sea entre las sombras de un bosque oscuro.

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3 Comentarios

  1. Maestro Ciruela

    «Con respecto a las actuaciones, más allá de una deslucida Eiza González…» No comparto en absoluto esta percepción sobre la mejicana. De acuerdo en todo lo demás sobre el resto del elenco. Acabo de ver hace media hora el octavo y último episodio de esta primera temporada y me ha gustado tanto como para dedicarle una segunda revisión en breve para acabar de asimilar lo máximo de sus enrevesados giros y las numerosas cuestiones técnicas que plantea. Muy recomendable, al menos por mi parte.

  2. Karlsterio Kovas

    [OJO: este comentario PUEDE TENER SPOILERS]

    Después de haber visto la serie, no me extraña que su recepción no haya sido tan efusiva como se esperaba. Es una buena serie, entretenida, en la que se nota (y mucho) la mano de Bennioff y Weiss. Ambos saben contar historias y lo hacen con una gran maestría. Pero le falta algo a la serie para ser una «triple A», una serie-franquicia como lo fue «Juego de Tronos» para la HBO o «Perdidos» para la ABC.

    La división del protagonista de la novela en varios personajes y el miedo que tienen los showrunners a crear una serie sin personajes fijos con los que la audiencia pueda identificarse (muy bien apuntado en el artículo) ha hecho que algunos de estos terminen, o bien de relleno en varios capítulos, o bien en un claro «seveíavenir» a la legua (un enfermo terminal es, antes de que la audiencia lo sepa, un candidato ideal para alguna misión suicida), que le resta emoción y agilidad en la narración.

    El guión efantiza las diferencias entre los protagonistas: tenemos al nihilista libertino sexual, la defensora de causas perdidas, el buen corazón nunca correspondido, la conservadora en lo social, y el friki. Este énfasis termina por ralentizar la narrativa: se gastan muchos recursos y tiempo en hacer ver al espectador que cada personaje es único, cuando en realidad muchas de sus personalidad terminan solapándose entre ellas. Por si fuera poco, los tenemos como protagonistas en todos los aspectos: si se necesita a un soldado de la marina eficiente se contrata al novio de una de ellas, si hay que buscar la ayuda de los cerebros más brillantes para que nos saquen de esto se contrata a tres de los protagonistas, si hay que idear un plan solo lo puede hacer una persona de este grupo, aun cuando se encuentre con la oposición del resto de mentes brillantes, varios ganadores de premios Nobel incluidos, que lo único que pueden hacer es balbucear que lo que están proponiendo no se puede hacer. Al final, da la sensación de estar frente de una revisión de The Big Bang Theory, pero sin humor y sin Penny.

    Por otro lado se intentan explicar algunos términos para el público llano que de otro modo no se podrían entender, lo cual es necesario, pero la forma de hacerlo es demasiado burda y sencilla. Un científico de la categoría de los presentados en la serie nunca explicaría a sus compañeros en qué consiste tal o cual teoría, más que nada porque se supone que esos otros científicos ya deberían conocerla. Bueno, esto es Netflix, no Science ni Nature.

    Por cierto, vendría bien que en el artículo pusieran un «Este artículo puede contener spoilers» al principio del mismo. Aunque no habla del final de la serie sí que revienta momentos cumbres de la misma, los cuales ocurren además en los últimos capítulos de la temporada.

  3. A mí lo que me ha matado es que estos extraterrestres,conociendo la historia humana,les parezca más reprobable e inadmisible que seamos capaces de mentir a tener la «curiosa» manía de auto aniquilarnos en incontables guerras.

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