
«Nosotros giramos el Cubo y el Cubo nos retuerce a nosotros». (Erno Rubik)
Abres los ojos, parpadeas y miras a tu alrededor con desconcierto. Te encuentras en una enorme habitación metálica con forma de cubo. Sus seis caras, cubiertas de extraños diseños geométricos, emiten una suave luz azul. En el centro de cada cara hay una puerta, o más bien una escotilla cuadrada. Recuerdas quién eres, pero no cómo has llegado aquí. La ropa que llevas es vagamente carcelaria, una camisa gris de tejido basto con tu apellido escrito sobre el corazón. Susurros eléctricos llenan el aire, y un pequeño terremoto lo sacude todo du rante unos segundos.
De repente una de las escotillas se abre con un claqueteo mecánico. Entrevés durante unos instantes otra habitación cúbica, esta iluminada de rojo, y por la abertura entra un hombre de unos cuarenta años con pelo corto y oscuro. Va vestido como tú, y en la pechera lleva escrita la palabra: «Natali». Al verte, el recién llegado cierra la puerta por la que ha entrado y se acerca a tu rincón.
—Venga, no te quedes ahí —dice atropelladamente.— No tenemos mucho tiempo antes de que la reseña termine y perdamos la oportunidad de escapar. Oh, espera. Esa cara… Acabas de llegar al Cubo, ¿verdad? Entonces tendría que explicarte primero algunas cosas.
Toma aire y se rasca la cabeza antes de continuar.
—Me llamo Vincenzo. En 1997 tuve una idea genial para una película; se me ocurrió tras darle vueltas a mi episodio favorito de La dimensión desconocida, uno llamado «Cinco personajes en busca de una salida». En él un soldado, una bailarina, un payaso, un gaitero y un mendigo se despiertan encerrados en un cilindro metálico. Se preguntan cómo han llegado ahí, hasta descubrir que en realidad… Bueno, da igual. El caso es que escribí un guion magnífico junto a André y Graeme, y encontré financiación tras rodar una maqueta en un puñetero ascensor. La película fue un éxito o un fracaso, según a quién le preguntes. Quizá los actores sobreactuaron un pelín, pero no demasiado, no demasiado… David Hewlett en particular borda su papel. Y es un gran tipo, somos amigos desde niños… Me río mucho cada vez que alguien lo confunde con Tarantino. Se parecen, pero ¿tanto?
Abres la boca para decir algo, pero Natali continúa hablando, imparable.
—¡Estoy contento con lo que conseguí! Una pesadilla kafkiana con toques de socioficción, posibles interpretaciones metafísicas y, de propina, un par de momentos gore inesperados para mantener la tensión. No me extraña que se convirtiera en peli de culto. Y claro, era cuestión de tiempo hasta que alguien llevara el diseño del Cubo a la práctica. Es tan sencillo, tan elegante. Lo concebí yo, pero los detalles los ideó un matemático, un profesor llamado Daniel… No, David. David Pravica. Qué mente tan retorcida la suya. Tal vez esté por aquí también. Vincenzo se aparta de ti y se dirige a la pared opuesta de la habitación. Poco a poco, hace girar la manivela que abre la escotilla mientras continúa hablando, claramente nervioso.
—Lo que no entiendo es por qué he acabado aquí, dentro del Cubo. ¿Por qué? ¿Es un castigo kármico por no haber impedido la filmación de Hypercube? El final de Cube es perfecto, no hacía falta continuación, pero a alguien se le ocurrió rodar una maldita secuela, Hypercube, y una precuela, Cube Zero. No las veas. Son horrendas. Una demostración práctica de cómo arruinar una premisa magnífica. Pero no pude evitarlo… Preferí dirigir Cypher, un trabajo bien pagado, y ya había tenido la idea para Nothing. ¿La has visto? Es en cierta manera el reverso cómico de Cube. Humor negro, claro. Pero se acaba el tiempo… Ven, sígueme.
El director termina de abrir la escotilla y observa la siguiente habitación cúbica, bañada en luz verde. Con gestos decididos, atraviesa la abertura y salta al nuevo cubo. Dos segundos más tarde, una cuchilla apenas visible parte en dos a Vincenzo Natali en una explosión de sangre y vísceras. La escotilla se cierra automáticamente. Te quedas con la boca abierta, dándote cuenta de que estás en un gravísimo peligro. De todo el chorro de palabras de Natali, una frase resuena en tu cabeza, algo sobre huir antes de que acabara el texto… Y de algún modo te das cuenta de que solo quedan dieciocho palabras antes del final de la reseña. Miras nerviosamente a tu alrededor. Eliges una puerta. Corres hacia ella.










