Arte y Letras Cómics Entrevistas

Rutu Modan: «Ahora el problema de la libertad de expresión ya no es con el Gobierno, sino con la gente»

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Es una de las ilustradoras y dibujantes de cómic más sobresalientes de Israel. En persona es tan auténtica y original como su obra. Hablar con Rutu Modan (Ramat Gan, Israel, 1966) es un placer por su humor inteligente y la forma tan directa con la que aborda cualquier cuestión por peliaguda que sea. Coincidimos con ella en el Tres Festival de la Fundación Tres Culturas en Granada, al que acudió para expresar el valor que tienen las viñetas para ella, su proceso creativo y la utilidad que tienen para expresar lo que siente y lo que piensa.

Te criaste en un hospital militar.

Mis padres trabajaban ahí, antes de la independencia fue una base británica. Era una instalación muy grande y el director del hospital pensó que lo mejor que podía hacer para mantener cerca al personal que trabajaba en él era construir un barrio entero alrededor. Toda la gente que vivía en ese barrio eran doctores, enfermeras o sus familiares.

Crecí en ese barrio hasta que nos mudamos cuando yo tenía diez años. Para mí todo ese entorno era normal, cuando se trata de tu infancia no te cuestionas lo que tienes alrededor. Pero años más tarde, echando la vista atrás, me di cuenta de que era una situación un poco extraña. Cuando salía de la guardería e iba a ver a mi madre, que trabajaba hasta tarde, tenía que atravesar toda la unidad de cuidados intensivos y la planta de cirugía, y veía cada cosa que…

Durante la guerra del 73, tenía siete u ocho años. Mi barrio constantemente era sobrevolado por helicópteros que venían del frente con soldados heridos. Aterrizaban muy cerca de donde solíamos jugar los niños. Es muy extraño, porque, desde pequeña, consideraba y veía mi infancia como muy protegida, muy segura, porque vivía en un lugar sin coches, sin calles siquiera. No necesitábamos que nadie nos cuidase, porque, aunque nuestros padres trabajasen hasta tarde, estaba todo cerrado, no teníamos ni niñeras. Todos nos conocíamos y los niños grandes cuidaban de los pequeños. Me sentía muy segura, pero cuando mucho después encontré los dibujos que hacía cuando era pequeña y me puse a verlos, vi que solo dibujaba helicópteros con soldados heridos.

El sitio todavía existe, pero el hospital ya no tiene ese uso. Supongo que antiguamente se tenía otra actitud hacia los niños, todo era completamente distinto. No se pensaba tanto en qué podía afectarlos y qué no, como ahora.

Tus padres querían que fueses doctora.

Mi hermana sí lo fue, pero querían que fuese yo. Mi padre es doctor y considera que solo existe una profesión en este mundo, que es la de doctor. Si no puedes ser doctor por algún motivo, puedes elegir muy pocas alternativas. Abogado e ingeniero, que todavía las considera profesiones, fuera de eso: nada. No son, en realidad, profesiones para él.

Cuando mi marido vino por primera vez a cenar a casa de mis padres, era estudiante por aquel entonces, le advertí a mi padre: «No te permito preguntarle a qué se dedica su padre». Y me contestó que vale. Pero fue mi novio, ahora marido, el que le preguntó a mi padre qué hacía él. Surgió que el padre de mi novio era psicólogo y la cosa se quedó ahí, mi padre no dijo nada. Dos semanas más tarde, me llegó mi padre y me dijo: «Lo he pensado y creo que psicólogo también es una profesión».

¿Cómo reaccionaron cuando dijiste que querías estudiar Arte?

Tuvimos una gran pelea, claro. Mi padre, fundamentalmente. Mi madre no, ella empezó a reírse. Pero no de mal rollo, simplemente le parecía gracioso que alguien fuera a una universidad a estudiar algo como Arte. Me dijo, de todas formas, que hiciera lo que quisiera, que no le importaba. Pero con mi padre fue una pelea bastante grande. Al final me dijo que era joven y me podía permitir errores durante, al menos, un par de años. Estaba seguro de que lo dejaría y me pondría a estudiar una carrera de las que él consideraba de verdad. Años después vendía mis ilustraciones, hacía cómics, me los publicaban, y él seguía con los suyo. «Con esas manos que tienes podrías ser una maravillosa cirujana plástica», me decía. Y yo: «Venga, anda, papá, mira mis dibujos…».

En las familias askenazis es muy importante lo que estudies. En el judaísmo en general es bastante importante lo que llegues a ser. En la historia todos, las chicas no, pero sí todos los chicos, todos aprendían a leer y escribir sin importar de qué entorno procedían. Algún significado tiene que tener, porque hace dos mil años no era muy común en otras culturas. No sé si será cultural o propio de un pueblo que pertenece a una minoría durante tantos años y quiere que se le respete.

En mi caso personal, mi padre es muy competitivo. Nunca estaba satisfecho, incluso si me hubiera hecho doctora, me preguntaría por qué había cogido una rama en lugar de la otra. Porque incluso dentro de la escala de doctores tienes mejores y peores, más importantes y menos importantes, según su especialidad.

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Pasaste tres años por el ejército.

En Israel es obligatorio para hombres y mujeres. Normalmente, las mujeres van dos años y los hombres, tres. En mi caso, no quería ir. Sabía que la vida militar no era para mí. Así que hice una especie de prestación social. En aquella época, algunos jóvenes se habían movilizado para conseguir que hubiera objeción de conciencia. Pude hacer un servicio militar cortito seguido de una prestación que alargaba el total un año más. Por eso yo hice tres años y los chicos objetores, cuatro. Me informé de todo, me invitaron a unirme a ellos y lo hice. En aquella época yo era muy idealista. Pensé que me daban igual los años. Luego fue una experiencia interesante, pero extraña. Era difícil, porque era justo cuando acababas el instituto.

¿No había prórrogas de estudios?

Eso ocurre en los lugares, digamos, más normales. O no, solo lugares que no están en guerra. Nosotros en aquella época todavía necesitábamos el ejército. Hoy en día tienes la objeción, que está más implantada, aunque sigue bajo negociación si eres religioso, pacifista o estás enfermo. Si eres pacifista, no basta con decirlo, te hacen una serie preguntas del tipo: «¿Y si alguien viene a violarte, lo matarías?», para averiguar si de verdad eres pacifista. Creo que al final terminarán abriendo la mano de alguna manera, porque la sociedad va cambiando y la actitud ante el ejército ya no es la misma. Cada vez más gente no quiere hacer la mili y está buscando una salida. Supongo que cambiará o, por lo menos, esta es mi esperanza.

En tu cómic-blog del New York Times, Mixed Emotions, hablas simplemente de tu familia. ¿Son historias reales?

Lo más que hago es cambiar los nombres, por lo general son historias reales. Toda ficción no deja de ser una mezcla de experiencias reales. Yo solo escondo un poco la realidad en una ficción. El origen es que me hicieron el encargo en el New York Times a modo de columna mensual. Trabajo muy despacio, vi que no me iba a dar tiempo y decidí tomar los guiones prestados de la realidad. Así iba a ser más fácil que se me ocurrieran ideas.

Le fui dedicando una historia a cada miembro de mi familia. Como era en inglés, pensaba que nunca lo verían y me solté. Pero lo vieron. Por supuesto, lo encontró uno de mis primos y directamente se lo envió a toda la familia. Tengo un tío que todavía está enfadado conmigo porque le puse de «oveja negra». Cada vez que me ve me pregunta por qué. El resto, en cambio, están muy orgullosos de que cuente historias sobre ellos. Soy muy cercana a mi familia, a mis tíos y tías, y también a mi abuela, que ya está muerta, la protagonista de La propiedad.

Cuando estaba escribiendo esa novela gráfica les preguntaba mucho por cosas, les pedía información, porque mi abuela ya había fallecido. Les hice como entrevistas a cada uno, porque sabían todas las anécdotas e historias que les había contado mi abuela. Cuando luego se vio que era un libro sobre Polonia y sobre la abuela, se quedaron muy decepcionados, porque pensaban que iba a ser sobre ellos.

Se enfadaron, además, porque le cambié el nombre a la abuela. Un primo mío, que sale en la historia, ya se refiere siempre a la abuela por su nombre en La propiedad. Mi tío y su hija me decían que no les gustaba cómo la había representado, que ella no era así, que ni siquiera era su nombre. Pero es que no era la historia de mi abuela, era una historia construida a partir de la personalidad de mi abuela. Y ellos: «Ya, pero es que no es ella».

¿Todas las familias judías son así?

Normalmente es así. Es un entorno muy pequeño. Si quieres huir de tus padres, tienes que dejar el país. No tienes ninguna excusa para no ir a una cena. Como mucho, puedes decir que tienes una hora de coche, pero eso no es una excusa válida. Sí, es algo cultural. No sé si del país o del judaísmo.

Mi otro cómic, Exit Bounds [editado en España como Metralla por Astiberri], tuvo traducciones muy diferentes en cada país. En Israel, que un hijo no tenga contacto con su padre durante dos años, como le pasa al protagonista, es algo completamente extremo. Cuando el personaje lo cuenta, es como wow, algo de verdad no está bien, algo falla. Pero en Estados Unidos, sin embargo, algo así no supone mayor problema. No es nada extraño. Es un problema, pero no es grave. Es distinto. Aquí, en ese contexto, no ver a tu padre en dos años es que algo va muy mal en esa familia.

En el blog del New York Times cuentas una historia sobre tu hijo, que quiere llevar falda.

Esto es muy interesante. Cuando lo escribí, primero, mi marido no quería que lo publicase. Tuve que tomar yo esa decisión. Y su postura era fuerte. Pasó todo hace diez años. Hoy en día creo que publicar algo así sería completamente distinto. Ha cambiado tanto todo que ahora, incluso, sería repetitivo.

Decidí hacerlo y el feedback que me llegó fue diverso. Algunas reacciones que recibí eran de apoyo, pero mucha gente se enfadó. Me decían que ese niño era transgénero y yo: «¡Venga ya! Si tiene tres años». No creo que hoy en día nadie dijese nada, sobre todo por su edad.

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Hablas mucho de las reacciones de los lectores de ese blog.

Sobre todo me han impactado las reacciones a algunas historias. En general, lo que conté es cómo era la experiencia de tener tu primer hijo. Cómo cambia todo. Hubo capítulos por los que me llegaron muchas reacciones, como uno en que mi tía me ayuda con el embarazo, pero en realidad también se está metiendo en mi vida.

Luego, cuando conté cómo fue un viaje con mi padre a Nueva York, me escribieron muchas hijas, pero también padres. Uno me dijo: «Gracias por escribir esta historia, porque mi hija no me entiende. Yo quiero a mi hija, pero también quiero que coma bien». Era por esa preocupación que existe entre padres, hijos y la comida, esos padres que siempre están preocupados por lo que comen sus hijos o lo que no comen y no paran de hablar de eso. En las guarderías es el único tema de conversación, no sé si solo pasa en Israel, pero la comida es un tema obsesivo dentro de cualquier familia.

Como cuando tu abuela, cuando tienes treinta años, te sigue poniendo comida en el plato.

Exacto. Soy profesora de dibujo y un estudiante mío acaba de hacer un proyecto sobre este tema. En un ejercicio, en el que había que dibujar los momentos más valientes de tu vida, ilustró uno en el que fue a casa de su abuela y le dijo que no quería comer más [risas]. «Ya tengo suficiente abuela, no quiero más». Una proeza.

En War Rabbit hiciste periodismo en cómic, un reportaje sobre la guerra de Gaza en 2008.

El periodismo me gusta leerlo, pero no me gusta hacerlo. La ficción es mi herramienta. Internet está lleno de opiniones, hay millones. Por todas partes encuentras opiniones. Siento que yo no puedo añadir nada a eso. El periodismo es un intento de crear un punto de vista sobre algo y yo lo que quiero es contar una historia que hable de la vida, de la gente, de las cosas que veo. Expresar mi idea sobre el mundo, sobre la familia, pero no quiero crear opinión. Aparte, también importa aquí mi actitud personal, a mí me cuesta hasta decidirme cada día por lo que voy a comer. Y, encima, con asuntos de Israel, yo soy de ahí pero mi audiencia es de fuera. Eso lo complica todo.

Ese es otro problema que tengo. Cada vez que salgo fuera siento que la gente está esperando mis opiniones, que les explique la situación entre Israel y Palestina, que diga si estoy en contra o a favor del Gobierno, que exprese qué es lo que yo creo que debería hacerse… Necesitan que les dé la señal de que tengo una opinión correcta. Esperan que me posicione.

Y es verdad que estoy en contra del Gobierno de Israel y quiero una solución al conflicto, que no soy religiosa y no me importa tanto la tierra, pero no me gusta que me pongan en la posición de tener que gritarlo. Normalmente, de hecho, trato de evitarlo. La gente que lee mis libros entiende mi opinión, que no es que no la tenga, simplemente no me gusta expresarla de esa manera.

Con War Rabbit, un editor francés me dijo que estaba haciendo una antología sobre la guerra y me preguntó si quería participar haciendo cómics. Dije que no, que no era mi estilo. Estaba viviendo en Inglaterra por aquel entonces, me fui de vacaciones a Israel y estalló la guerra de Gaza. Me quedé en shock, a lo mejor porque vivía fuera, porque generalmente los israelíes estaban todos muy de acuerdo con que la guerra era buena. A mí me pareció tan estúpida…

La guerra es estúpida, no tiene sentido y no resuelve nada. Leí blogs y periódicos de fuera de Israel, vi cómo lo estaban describiendo todo y pensé que había sido un poco irresponsable por mi parte rechazar la oferta que me habían hecho. Intenté que fuese a mi manera, porque tampoco soy especialmente valiente. Conocía a un periodista de un café, de un bar de Tel Aviv, un profesional de la vieja escuela, sin miedo a nada. En mi opinión, porque algo no va bien en su cabeza [risas]. Queda con terroristas, se entrevista con ellos… sencillamente, no tiene ese chip en la cabeza que te hace sentir miedo.

Le pedí que me llevase al sur, él estaba familiarizado con lo que estaba pasando, pero puso la condición de que el cómic lo hiciéramos juntos. Fuimos al sur, por supuesto no pudimos ir a Gaza, pero estuvimos en la frontera y esas colinas. Había montones de equipos de televisión, periodistas, todos grabando las explosiones de las bombas y tal. Para mí eso fue una locura. Así que nos fuimos a un pequeño pueblo que está cerca de la frontera.

Allí vivía gente muy pobre. Cuando estuve en el ejército nos enviaban a este tipo de lugares, pero en el norte. Al final, en todos estos conflictos los que sufren son los pobres, que viven en estos sitios pequeños y no se pueden marchar porque, sencillamente, no tienen adónde ir. Trabajan en fábricas y los niños, cuando hay bombardeos, no tienen colegio, de modo que estaban todos sueltos y solos por ahí todo el día.

Fui con este periodista y nos pusimos a hablar con la gente. Aprendí mucho de mi compañero por cómo hacía las entrevistas, no tenía barreras a la hora de preguntar a la gente sobre todo. Habló con este niño sobre su conejo…

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El conejo es real…

Todo pasó como lo hice en el cómic. Fuimos a un refugio, el periodista le preguntó al niño dónde estaban sus padres, este nos llevó a conocerlos. Normalmente, a estos niños nadie les presta atención, de modo que estaban encantados de que alguien le hiciera caso. Conocimos a sus padres y el periodista les hizo preguntas. Todas un poco absurdas. Decía: «—¿Dónde os conocisteis? —En la fábrica. —¿Fue amor a primera vista? ¿Y qué hacíais en la fábrica? —Empaquetar tomates. —¿Qué tipo de tomates, pequeños, grandes?».

Pregunta todos los detalles porque nunca sabes dónde vas a encontrar algo interesante. En ese sentido, fue una experiencia muy buena. Luego hice el cómic, pero no me gustó mucho. Fundamentalmente, porque no es 100% mío. Mi estilo es realista, el dibujo que hago también es muy realista. Por eso no me conviene contar historias demasiado realistas. Creo que queda un poco rígido.

Mi amigo es un gran periodista, me alegro de haber hecho esto, pero… es que no es mío. Añadí un poco de mi cosecha, pero quedó eso, la historia de un niño que quiere tener una granja de conejos y en un contexto de guerra en Gaza, de bombardeos, con las casas derruidas, en medio de ese gran desastre, él tiene su pequeño desastre personal porque se le ha escapado un conejo. Sueña con su granja e ir a ver al Manchester United y le cae encima todo eso.

Entonces, ¿has abandonado el género periodístico?

No diría que no voy a volver a hacerlo, porque no lo sé, pero ahora estoy en otra novela gráfica y, por cierto, me está matando. Me está tomando tanto tiempo que ya me da miedo decirlo, porque tengo miedo de no acabarla y de que al final no salga. Estoy escribiéndola y reescribiéndola una y otra vez. El argumento es un poco como el de Indiana Jones. Va sobre unos arqueólogos piratas que están excavando ilegalmente en el este de Israel.

Porque aquí hay un tema del que nadie habla, la antigua Israel, la histórica, no estaba donde se encuentra Tel Aviv y Haifa ahora mismo, sino al este. En esa zona, bajo tierra, se supone que está la ciudad antigua que demostraría que eso es Israel. La tragedia es que estamos en un territorio tan pequeño, peleándonos por un territorio aún más pequeño.

Para mí no sería problema que estos territorios sean para ellos. No tengo nada en contra, pero para estos religiosos que creen en el pasado, rendirse significa que no tenga sentido nada de lo que han hecho hasta ahora. Se preguntarán: ¿Entonces por qué estamos aquí? ¿Por qué hacemos todo esto? Si nos rendimos, pues mejor irnos a cualquier otro lado. Esta postura, aunque la entienda, muy dentro de mí no la entiendo.

La historia que cuento en este contexto es una aventura graciosa. Una mujer va a excavar debajo de la muralla en busca de no te voy a decir qué, porque lo que está buscando está justo detrás de la pared, y del otro lado los palestinos están también excavando. En definitiva, va sobre esta tierra tan pequeña, donde la pertenencia del territorio se superpone, depende de si es en la superficie o en las profundidades.

¿Y no sabes cuándo saldrá?

Tardará no menos de dos años. Y si son solo dos años, diré ¡yeah! Porque necesito todavía un mínimo de un año para acabar de dibujarlo. Es complicado porque hay muchos personajes. Hay una ventaja que tiene la ficción, me permite tener muchos personajes y que algunos digan barbaridades. Pueden representar muchos puntos de vista. Las diferentes opiniones que hay en Israel, pero también las que hay dentro de mí. Y gracias a que son personajes de ficción, pueden decir todo tipo de cosas horribles que yo nunca diría. Por eso me resulta tan divertido.

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En La propiedad hablabas de un viaje a Polonia a recuperar bienes perdidos tras el Holocausto. ¿Qué opinas de la nueva ley polaca que persigue a quien relacione Polonia con el Holocausto?

No soy experta, pero cuando fui a Polonia ya vi que la relación entre los polacos y los judíos es muy complicada. Los judíos vivieron en Polonia ochocientos años, así que tuvo que ser uno de los mejores lugares que encontraron. De parte de mi madre, nuestros antepasados estaban en Portugal, en el siglo XV los expulsaron, con la Inquisición, y se fueron a Polonia. No sé si será cierto, al menos es la historia que cuenta mi familia.

A mi abuelo nunca lo conocí, pero a mi abuela sí. Él se vino a Israel en el año 34 y ella, que vivía al lado de la frontera con Alemania, lo hizo en el año 40, en cuanto empezó la ocupación. Vinieron con veinte y treinta años. Y nunca hablaron de Polonia. Nada. Tampoco hablaban nunca polaco. Mi padre, que llegó con ocho años, es más israelí que todos los israelíes. Ese pasado polaco fue borrado de nuestra familia.

Sin embargo, luego descubrí que no lo habían eliminado completamente. Por cuestiones culturales, ese pasado seguía ahí aunque no se lo mencionara. Mi abuela decía que no quería ni volver a Polonia porque todo ese país era un gran cementerio para ella. Cuando pensé en esta historia para un cómic, me di cuenta de que mi familia me la estaba sirviendo con un lacito. Recuerdo que se me ocurrió un día al irme a la cama, la historia de una abuela y su nieta yéndose a Polonia para recuperar una propiedad familiar. Al despertar, llamé a mi hermana, le pregunté qué le parecía y me dijo que iba a ser una historia excelente.

Me puse manos a la obra, pero no sabía nada de Polonia. Ni siquiera había visto fotos. Como mucho, las películas de Kieślowski. Así que me fui a Polonia, pero no quise mirar imágenes antes en Google. Quedé con gente mayor, también con gente joven, con artistas. Y no judíos, gente que no tuviera que ver con el Holocausto, porque ya sé suficiente sobre eso. Sé todo de los judíos polacos, me interesaba conocer a otra gente y escuchar sus historias.

Y, respondiendo a tu pregunta, lo que descubrí fue una cuestión complicada, los polacos tienen una historia sobre la guerra completamente distinta. Su historia es completamente diferente de lo que yo aprendí en el colegio, de las películas sobre el Holocausto y de las que contaba mi familia, que en resumen decían que los polacos eran peores que los nazis y que siempre hubo antisemitismo en Polonia.

Con los alemanes hemos llegado a la paz, se hicieron las paces muchos años después, pero se hicieron. Ahora tenemos una love story. Con excepciones, pero por lo general existe. Sin embargo, todavía estamos enfadados con los polacos, lo cual es extraño porque, aunque hubiese colaboradores de los nazis entre ellos, el Holocausto no fue cosa suya. Cuando fui a Polonia me encontré con que todos estaban en contra de los nazis, todos decían que nadie pudo hacer nada por los judíos y ellos fueron las mayores víctimas de la guerra. Lo cual sí que es cierto de alguna forma, pero para mis adentros, todo el rato, mientras hablaba con ellos, algo de mí quería saltar y decirles: «No, no, es que no lo sabes, no te han dicho la verdad, yo te la voy a contar».

Era una sensación, un impulso, muy fuerte. Pero al mismo tiempo entendí que lo que yo sé es lo que me habían contado a mí. De repente, tenía delante otra narrativa sobre los acontecimientos, empecé a leer y vi que las cosas sí que eran mucho más complicadas. Pero lo básico es que existen dos historias. Con los alemanes, no directamente después de la guerra, pero veinte o treinta años más tarde sí que llegamos a una misma historia sobre lo que había pasado. A lo mejor los detalles no eran tan parecidos, pero en general era el mismo relato: quién es el malo, quién es el bueno, quién dice lo siento, quién dice que vale, vamos a olvidarlo.

Si no hay una misma historia, es como cuando estás peleada con el novio, o con un amigo, si no puedes estar de acuerdo en qué es lo que ha pasado, a quién se puede culpar, es mucho más difícil resolver algo. Es mucho más fácil decir: «Fue hace mucho tiempo». Y continuar.

Con Palestina e Israel pasa lo mismo, la narrativa es muy distinta. Y los dos somos muy cabezones. Igual que los polacos. Los polacos, judíos y palestinos somos expertos en ser víctimas. Parece que parte de la cultura consiste en ser víctima. Y el victimismo creo que es una de las peores características de las personas. No puedes hacer absolutamente nada con el victimismo y ahora se ha puesto muy de moda ser víctima. Odio ese tipo de carácter, echar culpas no vale para nada, es inútil. La responsabilidad es mucho mejor que la culpa.

Con La propiedad lo que hice fue resolver este problema para mí, resolver el problema de los polacos y los judíos para mí misma. Para entenderlo y poder lidiar con él, hacer las paces. Por otro lado, me encontré con que ellos contaban que habían sufrido más, que durante sesenta años siguieron mal, arruinados, pero llegó a ser un poco irritante este discurso, encima con la ley que impide que se escuche nuestra parte de la historia. Entiendo que ellos tengan su visión y nosotros la nuestra, lo acepto. Es difícil para mí, pero soy liberal. Sin embargo, escuchar su historia sin poder contestar nada porque es ilegal…

En toda tu obra hay una mezcla de géneros, humor negro, tragicomedia…

Lo del humor negro en parte lo he contestado en la primera pregunta sobre el hospital. Cuando te enfrentas a este tipo de situaciones, no te queda otra. El humor negro es muy fuerte en Israel como herramienta para protegerte de la situación que estás viviendo. Aunque me temo que ahora estamos empezando a perderlo. Esta es una época en la que la gente es tan seria, tan prudente…

Gracias al humor puedes afrontar lo complicado y lo kitsch, es decir, a mí me gustan las historias de amor y las del Holocausto, los temas serios, pero son demasiado serios y al abordarlos puedes caer en lo kitsch si no empleas el humor. Te protege. Y gracias al humor puedes decir cosas muy serias. El humor es una cosa muy seria.

No sé cómo será en España, pero en Europa del Este a los escritores les gusta el humor, no creen que ser gracioso signifique que no eres serio. No obstante, existe ese prejuicio de que si eres gracioso significa que no eres serio o no te toman en serio. En realidad, para mí, meterme en ciertos temas sin humor es muy difícil. No puedo concebirlos sin humor. Siempre tiene que haber al menos un poquito.

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¿Quiénes te inspiraron para hacer cómics?

De pequeña casi no leía cómics, a lo mejor un poco de Popeye o Tintín. Algo que viniera en alguna revista de niños. Tenía poco, pero todo lo que veía lo adoraba y me lo comía prácticamente. Mis padres estudiaron un par de años en Estados Unidos y mi madre trajo colecciones de cómics de paperback que se quedaron en nada. Tengo las páginas en bolsas de plástico porque de tanto verlos y copiarlos los desintegré, se gastaron por completo. Creo que amé los cómics desde el principio de forma natural.

Incluso siento una conexión con los dibujos que hacía de pequeña, con tres años, porque para mí dibujar siempre era contar historias. Ya de niña, cogía el papel en blanco y lo que dibujaba era una señora que conocía a una mujer y hacía una cosa, y tal y cual. Eran historias que me contaba a mí misma, con bocadillos y todo. Nunca pensé que eso pudiera convertirse en una profesión.

Fue mi manera natural de contar historias, incluso hoy en día para mí es difícil entender por qué la novela gráfica no está en la misma estantería que los libros. Porque para mí los cómics nunca fueron algo separado, yo al menos nunca los separé. Cuando me di cuenta de que era un género distinto no fue hasta que tuve veinte años.

Creo que tuve mucha suerte, porque cuando me empezó a interesar la novela gráfica fue a finales de los ochenta, cuando apareció Maus y me llegó Daniel Clowes. Yo no fui una pionera, pero empecé justo después de ellos, en un momento en el que iba subiendo. Y fue un momento temprano también para ser mujer en el cómic. Eso era guay en aquella época, ahora ha habido un gran cambio, hay tantas mujeres haciendo cómics que igual la proporción es 50%-50%. Y muchas de ellas son mujeres jóvenes, las veo por todas partes donde voy, en festivales, en convenciones. Hace veinte años no era así.

Siempre se ha vendido la imagen de que el aficionado a los cómics era un chico.

Pero a mí nunca me interesaron los cómics mainstream ni los temas que trataban. Ahora tampoco me atraen, aunque lo intento. Como artista de cómics creo que debería hacerlo, pero me cuesta. Todo ese rollo de superhéroes me parece muy aburrido. Lo mismo que los zombis, la ciencia ficción y los vampiros. Necesito que el tema que se trate me atraiga. Por otra parte, cuando un tema es bueno, el cómic es un medio idóneo para expresarse, es muy visual, tiene ventajas que la literatura no tiene. Ni siquiera las películas.

Sí, solo necesitas saber dibujar.

[Risas] A mí me sale fácil

El año pasado contaste en una presentación en Madrid el caso de una alumna tuya que había tenido problemas con un dibujo que hizo en clase, dijiste que te preocupaba la libertad de expresión.

Esto fue una experiencia muy mala. Creo que, en general, Israel no es un país fascista. Todavía se te permite decir casi todo. No creo que haya riesgos, pero el problema de nuestro tiempo ya no es el Gobierno, sino la gente. La sociedad está haciendo el trabajo del Gobierno. Ahora el problema de la libertad de expresión ya no es con el Gobierno, sino con la gente.

No quiero esconder que en Israel se pueden decir ciertas cosas sin ir a la cárcel y en Palestina no, pero en Israel tu vida puede ser muy miserable según lo que digas. Puedes perder tu trabajo, pero no por culpa del Gobierno. Es un tema muy amplio que no puedo explicar aquí, pero a mí lo que más miedo me da y me preocupa es la autocensura.

Muchas veces me sorprendo cuando escribo algo pensando: «Mmm… ¿Por qué voy a hacer esto?». Y no me gusta estar en una situación en la que me pregunto por qué hago las cosas. Me digo que no va a cambiar nada, pero es muy fácil decir eso de que no va a cambiar nada. En Israel, ese fenómeno es más grave que el trato que le dé el Gobierno a la libertad de expresión.

Lo que pasó en nuestro colegio hace un año más o menos fue en una clase de Photoshop en el departamento de Arte, con unos estudiantes de primer año en su primer semestre. La estudiante era una chica árabe de Jerusalén Este. Hicieron unos montajes horribles y el problema estuvo en que el  profesor decidió hacer un tipo de exposición, aunque no fue exposición de verdad. Porque sí que hay un sitio en el colegio para hacer exposiciones de verdad. Él puso estas fotos en el pasillo.

Esta chica hizo una parodia del póster de Obama, el famoso cartel en azul y rojo, y puso a Netanyahu con una soga. Una estupidez, pero no importa, porque era una estudiante y los estudiantes hacen ese tipo de trabajos. Tú, como profesor, les explicas que eso no se debe hacer y no pasa nada, porque el colegio debe ser un lugar seguro donde puedas equivocarte y no pase nada mientras no hagas daño a nadie, solo que aprendas por las reacciones que veas en el profesor o en la clase.

De hecho, si esto hubiera sucedido dentro de clase, no habría trascendido. Pero lo que pasó fue que, al estar colgado en el pasillo, alguien lo vio, porque pasaba por ahí, y lo metió en Facebook. A mí me lo enseñó el jefe de estudios antes, y le dije: «Los estudiantes son estúpidos». Si llego a saber que alguien lo iba a meter en redes, lo habría quitado yo misma.

En cuanto lo publicó, fue un boom. Algo impresionante, no te lo puedes ni creer. Y una vez que se hizo público era imposible explicarlo. Fue una traición a la niña, porque, si hubiera sabido que su trabajo iba a terminar en Facebook, lógicamente no habría hecho eso.

No obstante, fue muy bueno para el colegio en general. La gente pedía que nos cerrasen y la discusión a la que nos llevó fue muy productiva. De alguna forma, ha unido a todos los estudiantes y protegimos a la alumna. Esto fue positivo para el colegio, que además consiguió que viniera más gente.

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2 Comentarios

  1. Acerca de la importancia de las relaciones paterno – filiales en el pueblo judío, Nietzsche, en el «Así habló Zaratustra», escribió: «Honrar padre y madre, y ser suyos hasta la raíz del alma»: esa tabla de valores es de otro pueblo, que fue con ella poderoso y eterno.»

  2. Pingback: Unreal City: abran paso al hijo de Daniel Clowes y Charles Burns – El Sol Revista de Prensa

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