Arte y Letras Historia

Los Bandas Negras, el ejército de los muertos de hambre

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La estatua de Giovanni delle Bande Nere (Giovanni de Médici) de Temistocle Guerrazzi en la Galería Uffizi, Florencia. Fotografía: Joanbanjo (CC).

El Renacimiento supuso un radical salto adelante en el desarrollo de las guerras, porque, además de alcanzar una mayor dimensión, dieron el protagonismo al soldado de a pie. Y si en el campo de la cultura fue el desembolso de los mecenas el que hizo posible el desarrollo artístico y literario, en el militar fueron el hambre y la miseria los factores que fomentaron una verdadera revolución en el modo de combatir, tanto en el aspecto táctico como en el económico. Desde su mismo origen, pues el aumento demográfico de principios del siglo XVI en Europa dejó a grandes masas de hombres jóvenes sin empleo. La guerra mercenaria se convirtió así en un recurso con el que comer y vestirse.

La demanda de mercenarios se debió también al escenario geopolítico. El Imperio germánico, la Corona de España y la de Francia se disputaban los territorios italianos. Supuestos derechos hereditarios de los monarcas justificaban las campañas de ocupación, aunque el objetivo final fuera dominar el comercio marítimo en el Mediterráneo, y por tanto recibir los lucrativos ingresos del comercio con Oriente. Ninguno de los poderes en disputa llegó a conseguir una victoria definitiva, y ello provocó que el conflicto se extendiera durante más de medio siglo. Esta prolongación de la contienda obligó como nunca a limitar los recursos económicos destinados a la guerra. Un modo efectivo de ahorrar era contratar o despedir a ejércitos profesionales según las necesidades de campaña, reduciendo el coste de desplazamiento y manutención de un ejército propio de mayores dimensiones. Los monarcas, además, estaban encantados con la idea de que las batallas pudieran resolverse entre cuerpos de infantería. Alimentar y reponer las muertes de un ejército de hombres comunes era mucho más económico que negociar con los miembros de la alta nobleza los beneficios que obtendrían por aportar sus ejércitos privados a las guerras. Por todo ello las propias casas reales fomentaron la llamada al reclutamiento de mercenarios en sus reinos.

La idea de la guerra como oficio permanente era relativamente novedosa, al menos entre los estamentos que no pertenecían a la nobleza. Para el hombre común era también la peor solución para salir de la miseria. La vida del soldado implicaba sufrir la misma pobreza de la que se escapaba, incluidos hambre y frío, además del peligro de muerte o mutilación. En realidad, la gran ventaja era dejar de estar solo y abandonado a tu propia suerte, obteniendo el apoyo de un grupo de compañeros que hacía más fácil comer y vestirse.

Incluso en la procedencia de los ejércitos de infantería del Renacimiento encontramos estas condiciones de extrema necesidad. La mayor parte de los efectivos de los piqueros suizos, primer ejército de mercenarios relevante, procedía de los cantones más montañosos y empobrecidos. Los lansquenetes, la infantería alemana, eran en origen hijos de siervos, entregados a sus señores con tal de que los alimentaran, para servirles como criados en la guerra y saquear con una pica el campamento enemigo, acabada la batalla. Los españoles por su parte se habían quedado sin el recurso de emigrar a tierras musulmanas una vez terminó la guerra de Granada. Con más hermanos en cada familia, y menos oportunidades laborales en los oficios de artesanos, el ejército era la única salida.

Pero cuando comenzaron las guerras de Italia los cuerpos de infantería no eran todavía decisivos en la batalla. Tuvieron que librarse cinco guerras sucesivas, entre el año 1494 y 1526, para que se consolidaran. Y ello porque aún predominaban las tácticas de combate medievales, basadas en la caballería pesada. Los nobles seguían vanagloriándose de decidir las batallas combatiendo en primera línea con caballeros iguales o superiores a ellos mismos. Es la concepción que encontramos en los cantares de gesta, cuando personajes como el Cid, Roldán o el Sigfrido de los Nibelungos deciden una guerra venciendo a un único enemigo. Con idéntica mentalidad, el noble de principios del XVI despreciaba a esos desharrapados infantes que combatían a pie, siervos de la gleba con los que no se rebajaría a medirse. Tan solo se avenían a hacer una carga contra los piqueros suizos, los lansquenetes o los españoles cuando podían con ello decidir el final de una batalla. Pero la presencia cada vez mayor de infantes mercenarios, y la de la artillería con arcabuces y cañones, hacía que esta táctica se revelara cada vez más inútil. El general italiano Giovanni de Médici fue de los primeros en advertirlo y aprovecharlo en su favor. Lo hizo identificando cuál era la principal ventaja de los piqueros suizos, los lansquenetes y los españoles. Ni su fiereza, ni su número, ni su modo de combatir. Era su indigencia personal lo que les hacía viables como la mejor opción de combate.

Giovanni de Médici estaba lejos de poseer las riquezas propias de su familia. Carecía al menos del capital necesario para organizar un cuerpo de caballería pesada, la opción favorita de los nobles de su tiempo, y alquilarlo como ejército mercenario, haciéndose rico con ello. Así que optó por una opción más económica, pensada además para neutralizar a la infantería, que comenzaba a resultar efectiva para decidir las batallas. Organizó un cuerpo de caballería ligera con una raza de caballos turcos pequeños, y baratos por su poca demanda, y entrenó a sus hombres para disparar los arcabuces mientras montaban. De este modo podía realizar rápidos avances y retirarse antes de sufrir bajas, haciendo mucho daño en los cuerpos de piqueros y matándolos a distancia sin ponerse al alcance de sus lanzas.

Alcanzó un gran éxito inicial y enseguida fue muy demandado por diferentes líderes italianos como cuerpo mercenario. En cuanto obtuvo ciertas ganancias con esta actividad, las invirtió para crear un ejército de soldados de a pie. Recorriendo los pueblos y ciudades a la búsqueda de jóvenes italianos pobres que quisieran unírsele. El coste de hacerse soldado de infantería en el ejército de Giovanni de Médici era mínimo para el voluntario. En el mejor de los escenarios debería llegar provisto de una pica. Su coste era equivalente al de una hoz y una reja de arado para el campesino, o a un juego básico de herramientas para el aprendiz en el taller de un maestro artesano. Eso lo convertía en una salida laboral viable para los pobres. Pero incluso si eran tan miserables como para no poder comprarse la pica, los capitanes del condotiero les proveerían de ella descontándola de su futura paga. De pronto, centenares de muchachos abandonados a su suerte y a la mendicidad eran adoptados y tratados como hijos por un noble Médici. O al menos así se sentían cuando se les ofrecía un techo —las tiendas del campamento—, comida a diario y un oficio. El general se ocupaba de conocerlos personalmente, llamándolos siempre por su nombre de pila. Les pedía a cambio, eso sí, completa fidelidad y entrega en el campo de batalla, atender el entrenamiento continuo y responder con su vida a la disciplina del cuerpo. Tampoco estaban mal pagados. Un jornalero campesino ganaba 8,5 sueldos al día, un aprendiz o trabajador sin cualificar, 9,2, y un piquero sin armadura, 12,43. Aunque no cobraban a menudo, y los capitanes de Médici preferían mantenerles en un estado continuo de necesidad, en parte para que no desertaran y en parte para que se sintieran más motivados a la hora de ganar al enemigo y saquear su campamento.

Con este nuevo ejército, que llegaría a ser conocido como los Bandas Negras, el Médici infligió una derrota aplastante a los hasta entonces imbatibles piqueros suizos. Combatiéndoles además a pie y con sus mismas armas, combinación de arcabuces y picas, y demostrando que la disciplina de sus hombres acababa imponiéndose a cualquier cuerpo mercenario, porque, si los suizos luchaban por dinero y podían retirarse si no veían la ganancia clara, los del Médici no tenían tal oportunidad. Si abandonaban o se mostraban flojos serían colgados por su general al terminar la batalla. Aunque tampoco debemos minimizar la importancia de la fidelidad a sus compañeros y a su general como una cuestión de honor y orgullo personal. La adoración de los Bandas Negras por su líder presenta muchos paralelismos con conceptos como «defensa de la patria» o «fidelidad a la bandera», que acabarían formando parte indisoluble de la actividad militar hasta el día de hoy. Y que incluso animan al sacrificio personal en pro de un bien mayor.

Cuando un nuevo papa, Clemente VII, decidió cambiar las alianzas internacionales de la Santa Sede, Giovanni de Médici se convirtió en un hombre esencial en la política italiana. El pontífice iba a enfrentarse ahora a Carlos V, y el ejército del condotiero sería la aportación de la Iglesia al bando de Francisco I, rey de Francia, y enemigo del emperador. Giovanni de Médici dio a este monarca una gran ventaja táctica, salvaguardando todas las retiradas de los franceses y combatiendo con éxito a lansquenetes, españoles y suizos, todos en el bando del emperador. Pero el soberano galo, todavía con la mentalidad militar medieval, no valoraba demasiado su trabajo. Estaba convencido de que su cuerpo de caballería pesada y sus gigantes cañones, los mayores de la época, decidirían la guerra. Si bien es cierto que ni sus caballeros lograban detener a los infantes, ni los cañones llegaban nunca a tiempo por la dificultad de mover su enorme peso por los caminos, a menudo embarrados o demasiado estrechos. Giovanni de Médici se desesperaba intentando convencerle de que cambiara su estrategia para vencer. Pero Francisco I se reía, recordándole que él y sus nobles estaban por encima en nobleza y, por tanto, en capacidad.

Antes de que la batalla de Pavía de 1526 decidiera la guerra entre el bando imperial y el francés, Giovanni de Médici murió por un disparo de cañón. Los capitanes de su ejército, lo mismo que sus hombres de a pie, vistieron luto, llevando a partir de entonces fajas negras y ropas y estandartes de ese color. Fue el momento en que empezaron a ser conocidos como los Bandas Negras, y su propio general fallecido es hoy nombrado muchas veces como «Giovanni dalle Bande Nere», Juan de las Bandas Negras. Todos los soldados de la época llevaban a gala vestir con vivos colores, por lo que hacían un vivo contraste con el resto de ejércitos. Aunque lo que pareció verdaderamente extraño a todos los hombres de su época fue que no se disolvieran una vez su líder había desaparecido. La disciplina y organización del Médici había sido heredada por sus capitanes, que decidieron seguir alquilándose como mercenarios. Pero Francisco I rechazó su ofrecimiento de continuar combatiendo al lado del bando francés, en parte porque ninguno de sus nuevos líderes era de alta cuna y en parte porque dudaba de su fidelidad. En ningún momento sopesó la importancia estratégica de este cuerpo de infantería, un error que iba a costarle muy caro.

Los ejércitos a que iban a enfrentarse los franceses en la batalla de Pavía ya no eran los mismos del inicio de la guerra. A fuerza de combatir contra los Bandas Negras habían observado que estos debían su éxito a la capacidad de mantenerse en formación cerrada, apoyados por los arcabuceros, y moviéndose como un solo hombre, capaz de cambiar la dirección de su ataque muy rápidamente a los toques de tambor y corneta. Era fruto del obsesivo entrenamiento a que los sometía el Médici, y la razón de que fueran tan mortíferos. Alemanes, suizos y españoles habían observado, aprendido, y copiado.

Cuando se produjo la batalla, la infantería española llevaba mucho tiempo cercada en Pavía. Salieron como refuerzos en el momento en que el resto de la infantería imperial atacaba en masa a los franceses, animados además por la idea de que en el campamento enemigo encontrarían la comida que les faltaba. En ningún momento perdieron la formación ni se dispersaron y los Bandas Negras no estaban allí para frenarlos. En ese punto Francisco I tuvo la luminosa idea de decidir la batalla con la carga de su caballería pesada. La masacre fue absoluta. Los soldados de a pie se movían como un solo hombre, en carga cerrada, al toque de cornetas y tambores, y la caballería francesa caía ante sus picas y arcabuces. En pocos minutos el monarca se vio en el suelo, con la espada de un soldado vasco en la garganta. Un muerto de hambre acababa de atrapar a un rey y sus compañeros habían acabado con la poderosa caballería pesada heredada de la Edad Media. El modo de hacer la guerra había cambiado, y las repercusiones alcanzarían incluso a los hombres reclutados en la Segunda Guerra Mundial.

Los Bandas Negras desaparecieron dos años después de la batalla de Pavía, debido al desgaste y a sucesivos desastres militares. Pero su herencia permaneció viva muchos siglos, y no solo en lo referente a tácticas militares. Una de las cosas que les copiaron el resto de ejércitos fue mantener a los soldados en la necesidad. Y esa fue una de las características más destacadas del ejército que triunfaría en todos los frentes de batalla hasta el año 1643, los Tercios Españoles. Cervantes, por medio del Quijote, reflejaría esa realidad basándose en su biografía, pues el autor fue soldado de los Tercios en Nápoles. Refiriéndose al soldado, afirma que «veremos que no hay ninguno más pobre en la misma pobreza, porque está atenido a la miseria de su paga, que viene o tarde o nunca». Añade que tiene por todo abrigo una chaqueta corta, sin camisa debajo. Si en mitad del campo siente frío, puede calentarse con el aliento de su boca, aunque salga helado porque tiene el estómago vacío. Y menos mal, añade, que cuando le toque dormir no encontrará estrecha la cama, porque allí estará la tierra entera para tenderse en ella, y sin preocuparse de que se muevan las sábanas y quede destapado. Todos los soldados rasos e hijos de nadie, enrolados de grado o por fuerza, han seguido sufriendo hasta nuestros días de forma parecida en todas las guerras. Empresas económicas, al fin, que reducen sus costos ahorrando en salarios y recordando así el éxito de aquel primer ejército de muertos de hambre capaz de demostrar que podían ganarse batallas con muy poco.

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5 Comentarios

  1. Joé, Martín! No veas como alabas a un joven italiano (1498-1526) que no inventó nada, y te olvidas del ilustre español que de verdad, y veinte años antes, revolucionó la infantería: Don Gonzalo de Córdoba, «El gran Capitán». Por favor, es.wikipedia.org Menos bandas negras y más Coronelías, el precedente del Tercio.

  2. O sea que lo de que la legendaria disciplina y forma de combatir de los tercios, que dominó Europa siglo y medio, viene de la organización de Gran Capitán, que estuvo campando por Italia durante años, nada de nada. Todo copiado de una banda de mercenarios italianos. Es eso, no?

  3. A modo de nota aclaratoria, para futuros lectores, y para responder a los dos comentarios, este artículo es precisamente una reflexión sobre el estudio de nuestra propia historia. Todo lo nuestro parte de un origen nacional, sin considerar influencias extranjeras, o minimizándolas, por aquello del orgullo patrio. Algo especialmente reseñable en lo que toca a los Tercios. Naturalmente que las coronelías de Gonzalo Fernández de Córdoba fueron el antecedente. Igual que los lansquenettes, los piqueros suizos, y los bande nere, que adoptaron a la vez la misma forma de lucha. Pero la aportación original de este Médici y de su ejército de mercenarios fue la pobreza. No pagaban a los soldados, que tenían que mantenerse por sus propios medios. Aunque el soldado de tercios sí tenía paga, raramente la recibía, o le llegaba tan tarde que para entonces se había tenido que sufragar hasta las armas. Esa reflexión, y el modo en que Bande Nere consiguió, al implantarla, que su milicia permaneciera después de su muerte, aporta muchos datos sobre el ejército que sostuvo a los Austrias… de la forma más barata posible. Fueron los precarios del Siglo de Oro. Pecando de citarme a mi mismo, recomiendo a quien quiera conocer ese aspecto en profundidad, mi libro «Diferentes parecidos», donde explico de forma exhaustiva cómo estas penurias afectaron a Miguel de Cervantes.

    • Lo primero, quiero aqradecer sinceramente al autor la interacción con sus lectores.
      Pero a mí, a pesar de sus explicaciones, me sigue rechinando la influencia de un condottiero que falleció con veintipico años, en una maquinaria militar que todavía extendería su dominio en Europa durante una siglo largo después de su muerte. Y que en las fechas señaladas ya había despedazado a los mencionados mercenarios suizos que hasta entonces eran la infantería dominante en Europa, y a la caballería pesada francesa, en la también reseñada Pavía.
      Y sí, quizá la pobreza, se convirtió en una herramienta de acicate para los Tercios. Pero es que en Pavía ya eran pobres como ratas. Y si los Tercios y los lansquenetes saquearon Roma, fue precisamente porque los tenían sin cobrar.
      Y no es una cuestión de orgullo patrio. Si te pones a descuartizarte en un campo con el prójimo, miras y aprendes de quien sea, por la cuenta que te trae. Es no minusvalorarse.

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