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Zagreb: exvotos del desamor

Museo de las Relaciones Rotas Zagreb desamor
Museo de las Relaciones Rotas, Zagreb.

Un acto de amor nunca es ridículo. (Léon Bloy)

El desamor procura citas muy floridas. A diferencia del amor roto, resultan duraderas, incluso eternales y, por tanto, sensibles al buril y la marmolina. Se dijo una vez —olvidamos por parte de quién— que las únicas flores que duran toda la vida son las de plástico: jamás se estropean. Y un escritor francés —¿fue el mediático enfant terrible Frédéric Beigbeder?— dijo que el amor empieza en agua de rosas y acaba en agua de borrajas. Los desamorados, si se consideran tales, estarán básicamente de acuerdo.

«No nos une el amor sino el espanto; será por eso que la quiero tanto». Dada la ocasión, nos vendría que ni pintiparada esta otra cita de Jorge Luis Borges. Pero, lastimosamente para nosotros (y para el Museo de las Relaciones Rotas), el habitante de la noche no se refería a damisela alguna en estos versos. Hablaba de una ciudad, de la remembranza que le traía evocarla con el paso del tiempo. Y no era Zagreb, la mestiza Zagreb, sino Buenos Aires.

Al Museo de las Relaciones Rotas de la capital croata, sito en Gradec, en la parte vieja de Gornji Grad (Barrio Alto), no hay que venir porque uno o una tenga el corazón herido por una saeta de hiel. Cupido es una siniestra criaturita o, como muchos barruntamos, el engendro del mismísimo ángel negro. El museo se visita por la curiosidad que despierta su concepto y, sobre todo, por el divertido y a veces trágico ajuar que, con armónico logro, se expone y se recambia cíclicamente en sus pequeñas salas. En caso de que el visitante sea católico practicante y venga herido por amor, tendrá para sí dos punzantes alicientes. Aquí en Zagreb, capital de la catolicísima Croacia, podrá sentir la citada saeta de hiel del negro Cupido; pero tendrá también la oportunidad de ofrecer su lacerante dolor como si fuera la lanza en el costado que atravesó a Jesús en la cruz.

Zagreb, exterior día. Entramos en el museo una mañana de sábado del mes de julio. Caía una lluvia fina, como de preotoño. Era de agradecer aquel jirón de tristeza. Divisamos poco antes desde lo alto una panorámica de la híbrida Zagreb (mitad eslava y regusto austrohúngaro: el tópico de «la pequeña Viena»). Oteamos la ciudad desde un mirador situado junto al funicular que, de cortísimo recorrido, sube y baja desde la parte alta, donde estábamos, hasta la parte baja, donde el bulevar Ilica. Teníamos al lado también la torre Lotrscak, desde donde es tradición lanzar una bombarda sonora que remite a una leyenda asociada al tiempo de los turcos, cuando su ejército apostó sus huestes en los ribazos del Sava y el cañonazo servía de aviso. Pero curiosamente, lo que nos sorprendió fue la silenciosidad de esta parte monumental del viejo Zagreb. Escuchábamos tibiamente la pajarería en hora del Ángelus, el motor del funicular, el tránsito de los tranvías azules que iban y venían de la plaza del ban Josip Jelacic por Ilica.

El letargo de la ciudad nos acompañó agradablemente hasta la entrada del museo. Estaba situado a pocos pasos, en un edificio acondicionado para recibir a enamorados, desamorados y corazones en blanco. Desde la puerta, a la izquierda, se veía la medieval iglesia de San Marcos, con su tejada polícroma con el escudo de armas de la ciudad y el de Croacia. Se alza, como veríamos después, en un entorno de edificios graves, como el Sabor (parlamento), el palacio presidencial y otras instancias oficiales. La policía rodeaba el entorno silencioso, lo que contribuía a embalsamar aún más la mudez de las calles y callejas de Gradec.

La verdad es que habíamos venido a Zagreb con otro fin ajeno al museo. Queríamos completar aquí el viaje evocativo que habíamos hecho para recordar los treinta años del inicio de la guerra en la antigua Yugoslavia (1991-1999). El Museo de las Relaciones Rotas se convirtió por ello en una especie de menú aparte. Con todo, no pudimos caer en la boba tentación de pensar, siquiera de pasada, en que no hubo más trágica historia de desamor que esta guerra atroz entre croatas, serbobosnios y bosniacos musulmanes. En 1991, en Zagreb sonaron alarmas antiaéreas, los sacos terreros ocuparon algunas calles, se dice que se dinamitaron los puentes sobre el Sava, hubo tiroteos en el entorno de los cuarteles del Ejército Federal Yugoslavo… Pero lo dicho: este desamor entre exhermanos balcánicos es ya otra historia.

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Museo de las Relaciones Rotas, Zagreb.

La creación del Museo de las Relaciones Rotas es obra de la expareja (aquí todo es ex) formada por la productora cinematográfica Olinka Vistika y el artista escultor Drazen Dubrisic. El manto del amor los cubrió durante cuatro años, hasta 2003. Más tarde, pasado el luto, ambos pensaron en crear a modo de broma un pequeño museo del recuerdo a través de los objetos personales y domésticos que habían ocupado sus vidas en pareja. De ahí fueron dando forma matérica e intelectual al museo. Pensaron que los objetos de los amantes rotos debían reflejar lo que llamaron «hologramas de campo», basados en memorias y recuerdos concretos. Cada cosa que fuera donada se convertiría en un objeto de memoria segura y recuerdo protegido. No sabemos si bajo la iluminación que les hizo concebir su museo se inspiraron en Jaroslav Seifert. El poeta checo decía amar tanto a los objetos porque todo el mundo los trataba como si no tuvieran vida.

Durante unos años (2006-2011), el museo tuvo una vida errabunda y fue abriendo temporalmente en varias ciudades del mundo. En 2011 encontró una sede estable en Zagreb, en este barrio de Gradec donde nos hallamos. Ese mismo año recibió el premio Hudson del Kenneth al museo más innovador y original de Europa (también recibiría su premio en Estambul El Museo de la Inocencia, la novela-museo del nobel turco Orhan Pamuk).

Entre trescientos metros cuadrados, las salas nos van mostrando los diferentes objetos y piezas donados por parejas procedentes de distintos países. Reflejan sus vivencias peculiares, cuyas historias, extraídas de los objetos (el holograma de campo), devienen en novelas cortas, crónicas frikis y raptos de lirismo.

De entre la curiosa colectánea que vimos, damos cuenta ahora de los siguientes objetos-historia:

-Unas zapatillas de baloncesto. Procedencia: Seattle, Estados Unidos / Año 2009. Evocan el amor doloroso de un chico homosexual por otro heterosexual. Jugaban ambos al baloncesto. El primero no podía soportar que el segundo le relatara historias de chicas con las que salía. Había que joderse, la vida.

-Una postilla. Procedencia: Mürzzuschlag, Austria / Años 1990-1993. El amigo de una estudiante de biología sufrió un accidente de moto con severos raspones que derivaron en numerosas postillas. La chica, enamorada hasta la última hebra de su pelo, siempre temió que su primer y gran amor la fuera a dejar. Su obsesión provocó lo que no quiso. En recuerdo del chico costroso se guardó un ejemplar de postilla. La reliquia la preservó durante veintisiete años. Quiso clonarla incluso, pero dejó pasar esa chifladura. Su ansiedad y su miedo, a diferencia de la costra, aún no han cicatrizado.

-Vibrador casero. Procedencia: Viena, Austria / Año 2016-2017. La historia es sucinta y, por supuesto, vibrante: «Al principio estaba locamente enamorada de él, pero me acabó irritando. No sé qué hacer con una réplica vibradora de su pene».

-Equipo de paracaidismo. Procedencia: Helsinki, Finlandia / Año sin especificar, alrededor de tres años. Mujer se enamora de guapo instructor de paracaidismo. La donante recuerda que amaban jugar en el cielo y también en la tierra. Luego él se murió, en consecuencia, en accidente de paracaídas.

-Prótesis de rodilla. Procedencia: Zagreb, Croacia / Año 1992. Guerra de los Balcanes, lo que los croatas llaman con rimbombancia como la Guerra Patria. Un lisiado de guerra se enamora de una solícita trabajadora social del Ministerio de Defensa. Ella le ayudó a conseguir materiales muy difíciles de encontrar para su prótesis. Conclusión del mutilado: «La prótesis duró más que nuestro amor. ¡Estaba hecha de un material más resistente». Y la Guerra Patria era esto…

-Vestido de novia. Procedencia: Estambul, Turquía / Años 2014-2016. Una pareja turca se conoce en mayo de 2015, se comprometen en agosto y deciden casarse al año siguiente, el 9 de julio de 2016 (el sueño de él era casarse un radiante día de verano). Una semana antes del enlace la pareja tuvo su sesión de fotos de estudio para la posteridad. La tarde del 28 de junio el novio dejó su trabajo en el Aeropuerto Internacional Atatürk de Estambul. Montó en un autobús con destino a casa, pero quedó preso por un ataque terrorista provocado por el Estado Islámico ese mismo día. Murió. «Mi vestido de novia —escribe la casi viuda oficial— es la mejor representación del día en que me lo quiero imaginar». Curiosamente, la ficha triste de esta historia no apunta a que días después de la oprobiosa muerte del amante (un 16 de julio de 2016), Turquía sufrió su último pero fallido golpe de Estado contra el presidente Erdogan: trescientos muertos y, posteriormente, la purga de la ira por parte del susodicho).

-Tres ramos de damas de honor, cartas desde Afganistán y una medalla. Procedencia: Hornbaek, Dinamarca / Año 2016. La crónica dice así: «Guerra y amor. Un amor que no fue lo suficiente como para soportar una guerra. Muchos años esperando a un esposo y a un padre que regresó a casa… y nos dejó». A veces la peor contienda se libra en el hogar. Los demonios personales ocupan el lugar de las bombas.

-Vestido de novia de Simona Rocha y zapatos MIU MIU. Procedencia: Florencia, Italia, 2015. Chica americana se muda a Italia y conoce en 2014 en Florencia a chico guapo pero moscardón (Italia es Italia antes y después de Berlusconi). Ese mismo año el chico le propone matrimonio. A ella le inquieta que él no le hable demasiado sobre dónde trabaja o en qué emplea exactamente sus horas. Al año, pese a los consejos desfavorables de una amiga, ambos deciden casarse en Roma (4 de julio de 2015). En noviembre, la ya esposa por fin se enteró de que el marido jamás había trabajado en los sitios vaporosos que él medio le había sugerido. En noviembre, mes de los difuntos, el amor murió. Ella pudo saber además que su pareja cumplía con el mejor de sus sueños: traficaba con drogas, se acostaba con mujeres, le robaba dinero (incluso le robó el ordenador). Ni que decir tiene que lo sacó de su vida. Pero el vestido de novia, el gracioso vestido nupcial, aquí está, con los zapatos MIU MIU. Está expuesto para que el visitante sepa que ella se sintió divina de la muerte durante la boda, pese a que iba a ser el primer día del fin de todo.

-Bicicleta estática para ejercicio. Procedencia: Nurmijärvi, Finlandia / Años sin especificar, unos catorce años atrás. La bicicleta estática que se expone no está indicada para que alguien se monte en ella para hacer cardio y animar al mohíno corazón a recuperar el latido y la dignidad. Es el regalo que un esposo cornudo le realizó a su mujer por Navidad. Dice así nuestro reno: «Cuando descubrí que a mi querida esposa le gustaba montar otras cosas además de la bicicleta de ejercicio, me divorcié de ella. No quiso llevarse la bicicleta, aunque asumo que se mantiene en forma». Después de tener el artefacto almacenado fuera de su vista, el autor de la nota decidió donarlo a este museo tras dieciocho años.

-Un suéter de indecisión. Procedencia: Portland, Maine, Estados Unidos / Años 2007-2010. Tan pronto empiezan a salir, ella decide tejerle a su pareja un suéter que, según dice él, le hace muchísima ilusión. Metida a tejedora, compró un hermosísimo estambre. Pero él, sin embargo, nunca se decidía en cuanto a colores, forma del cuello, etcétera. La tricota se fue posponiendo. Al cabo de tres años el marido la dejó en versión clásica por una estudiante veinte años más joven que ella. Con el tiempo, el maldito suéter fue ejecutándose con una copa de vino y con raptos de rabia y aguja firme. La costurera le puso parches en alusión a los tatuajes que al parecer lucía el mísero traidor. Le colocó el corazón en otro lado distinto. La manga derecha resultó mucho más larga que la otra. Era el reflejo de «su mano dominante con su desorden obsesivo-compulsivo y su educada agresión pasiva con la que controlaba nuestra relación». Amén.

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Museo de las Relaciones Rotas, Zagreb.

El cómico y a veces trágico ajuar del Museo de las Relaciones Rotas contiene otros muchos exvotos del desamor. Sólo hemos apuntado unos cuantos sacados de esta curiosa chamarilería de los sentimientos. Aparte, los nuevos donantes que así lo quieran pueden hacer sus personales ofrendas a la dirección para que, por otra parte, puedan ser mostrados vía digital.

El desamor trae a veces suicidios, neurosis malsana y enfermedades que pueden ocasionar la muerte. Guiletta Masina murió de formidable pena al poco tiempo de fallecer su amado Federico Fellini. Esta patología del amor roto recibe al parecer el nombre de síndrome de tako tsubo. Lo sufre más el género femenino que el masculino. La mortalidad puede darse en un 5 % de los casos. Roland Barthes lo explicaba con otro tono menos clínico en El discurso amoroso: «Cada pasión, en el fondo, tiene su espectador… No existe la oblación del amor sin drama final». Pues así es.

Salimos por fin del Museo de las Relaciones Rotas con el corazón no roto, pero sí un poco cambiado de sitio (como el simbólico corazón de aquel suéter destartalado). Algunas historias provocan un sincero carcajeo que la educación del lugar obliga a reprimir como si fuera una incómoda hipada.

Como dijimos antes con la sinceridad debida, habíamos venido a Zagreb con otros menesteres literarios y periodísticos para evocar la guerra acaecida en los Balcanes hace ya treinta años. De hecho, el museo ofrece algunos recuerdos votivos de la carnicería producida antaño (la citada prótesis, una radio que suena pese a los bombardeos que caen sobre Belgrado en 1999, la carta de amor de un niño de trece años que logró escapar del cerco de Sarajevo en mayo de 1992…).

Nuestra siguiente parada nos gustaría que nos llevara ahora al zoológico de Zagreb. De la mano de Ivica Djikic y de su novela Soñé con elefantes, nos agradaría mucho recrear aquella Zagreb y aquella otra Croacia de la posguerra, con su aroma a corrupción, a nacionalismo victorioso, a tejemanejes entre altas instancias y ocultamientos de criminales de guerra. Pero, de momento, nos contentamos con haber contemplado el museo como lo que también es en el fondo. Esto es, una especie de zoológico de las relaciones humanas. El amor es un animal indomable.

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