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Mediterráneo inagotable: ‘Caballos hacia la noche’, de Baltasar Porcel

Caballos hacia la nocheCuando un libro es tan bueno como Caballos hacia la noche, y además en tantos aspectos, escribir su prólogo es tarea sencilla. Puede empezarse diciendo, como primer cumplido, que ya no es la novela que se publicó en 1975. Es mucho más.

Hay un artículo de 1977 a cargo de José Luis López Aranguren para El País en el que señala las diferencias en la recepción del texto por parte del lector en catalán y en español. No olvidemos que Baltasar Porcel acostumbraba a publicar sus textos primero en catalán y después en español, encargándose él mismo de la traducción o alguien muy cercano. Afirma López Aranguren a propósito de la historia de la recepción de Caballos hacia la noche que «lo que en el primer caso se ofreció al lector es una gran novela catalana. Lo que se le promete en el segundo es una novela de lujuria, violencia, torturas y venganza, es decir, un best seller». Lleva razón este escritor y filósofo, pero yo me permito llevar la cuestión más lejos: esa desviación en el mundo de las letras catalanas hacia el localismo nacionalista era miope, interesada y además traicionaba el deseo artístico de Baltasar Porcel, que creía en una novela panmediterránea, unida por el sol y la historia común, la reflexión acerca de la herencia debida a una tierra en la que tantas culturas distintas han dejado huella. La orilla castellana, la que en promoción le pintó según los casos como un escritor erótico-pornográfico, salvaje o irreverente, directamente movería a risa al lector contemporáneo si no tuviéramos que reconocer que en su momento le ayudó a vender muchos libros. «Asómbrese con un autor insólitamente audaz», lucía en la cubierta de la edición de Plaza & Janés de antaño, con una portada en la que se recogían figuras humanas transgrediendo todo lo que se quería romper en aquellos días: los cuerpos, la historia, las ideas. Era 1975.

La mejor noticia para el lector contemporáneo de Baltasar Porcel y Caballos hacia la noche es que no es ni una cosa ni otra, sino algo mejor. Ni del terruño ni escandalosa: la novela es un intento bien logrado de crear esa narración total, totémica, que recoja en un solo texto muchas de las razones por las que la literatura es maravillosa. En Los gigantes, novela que dejó inacabada cuando murió, Baltasar Porcel nos dice que «quiero que mi libro sea así, la torrentera, para que lo incluya todo». Caballos hacia la noche es esa torrentera.

El autor amaba su tierra sobre todas las cosas, por eso el Andratx mallorquín que le vio nacer es territorio privilegiado en sus libros. Ese es el gran campamento base de la novela, pero entendido desde una perspectiva abierta, mediterránea en su acepción acogedora. En un artículo titulado «El libro, los cielos y la tierra» él mismo se encarga de definirlo: «¿Qué somos los escritores de los países mediterráneos, ya seamos turcos o catalanes? Muchas cosas y constantes, pues cuanto hacemos no adormece los sueños, sino que los estimula. Es la llamada de la vida intensa, de la frondosa diversidad, la que tira con fuerza de nosotros». Alguna vez llamó a su tierra «región planetaria», lo que resume en dos palabras esa aspiración a contar una historia local que mantenga un enfoque universal. El Mediterráneo es por tanto concebido como un territorio forjador de mitos, en el que todo parece situado por encima del azar pero no de la Historia como juez supremo de lo que somos.

La premisa de arranque de Caballos hacia la noche es sencilla, delgada como una lámina de pan de oro; el narrador, que vive en París, encuentra en una librería de viejo un volumen que llevaba tiempo deseando y con el que intenta conectar la genealogía de su estirpe: los Vadell. Desde ese momento, se lanza a contarnos su historia. Y para ello une relatos familiares, legajos, libros, archivos, todo vestigio documental que pueda iluminar la historia del apellido. Los sucesos agitados de los protagonistas sucesivos chocarán con la realidad de su tiempo y los vaivenes de la historia. En Caballos hacia la noche encontramos por tanto un Decamerón de sucesos familiares, que recorren países y siglos. Las hay de todo tipo: desde las luchas fratricidas a las intrigas vaticanas, desde las conquistas del Mediterráneo a las venganzas personales, del incesto al canibalismo. Al final de la narración, obtenemos el mosaico de comportamiento de una familia que te lleva, sin que el autor lo haga explícito en ningún momento, al pesimismo sobre qué tipo de animal somos. En un pasaje de la novela, Baltasar Porcel hace decir al narrador: «En Son Vadell, en lugar de vivir de abrazos, lo hacíamos de rechazos». Creo que la frase resume muy bien el espíritu de esta lectura. El sugerente título de la novela, por cierto, alude al escudo de la familia del narrador, tres caballos dorados sobre un fondo negro.

El escritor también muestra interés en tumbar leyendas y desviaciones históricas, incluyendo una revisión de la peripecia papa Luna que regala buenas páginas. En estos escrutinios del pasado me quedo con la historia de la gesta del Torricó, hazaña contra los moros que según avanzan las páginas se convierte en una venganza entre payeses, demostrando que de la verdad al mito hay mucho trecho. La lepra aparece en una de las historias como epítome del aislamiento al que sometemos al otro, y la narración del leproso aquí contenida está contada de la mejor manera.

A pesar de lo dicho hasta este momento, creer que Caballos hacia la noche es una saga familiar es caer en un engaño. Aunque la primera lectura te conduzca por ese camino, conviene darse cuenta pronto de que la verdadera protagonista es la tierra en su modelado antropológico. Son Vadell, la propiedad de la familia, como símbolo del empeño del ser humano por sujetar y poseer lo inasequible. El dominio  de la tierra como testigo fulgurante de la vida, de la historia.

Todo cabe en Caballos hacia la noche porque todo lo que en ella se incluye es profunda, fundamentalmente humano. No hay piedad con nuestros deseos, de modo que la estirpe de los Vadell será presentada como esencia alambicada por los siglos de lo peor de nuestra especie. La historia más sobrecogedora al respecto, y que compone quizá el momento grande de la novela, es esa descripción de un hombre tajando la cabeza de los caballos de su hermano, protagonizando un Caín y Abel mallorquín en el que la sangre derramada llega a ocupar una finca. También es memorable la relación de un naufragio y de las tretas de sus supervivientes para aguantar con vida, o la historia de la prostituta Encarnació Bonmati, o la del maestro Rafael Bardají. Hay para todos los gustos.

Novela de intrahistoria, de cómo el paso del tiempo nos afecta. Baltasar Porcel sabe que la historia pequeña es el auténtico motor del mundo, y así nos lo muestra. La ejemplaridad ética no es para sus personajes, pero eso es lo que hace grande al texto, que recurre a la novela histórica no para crear esas revisiones complacientes y placenteras a las que estamos tan acostumbrados, sino una observación antropológica de lo que nos mueve, sobre todo lo malo. El sexo explícito, impulso que motoriza los mejores pasajes de la novela, se trata como una forma más de ambición y dominio. Deseas a la otra persona porque quieres tenerla, como se anhela una tierra o una casa y se pretenden poseer. El escritor José María Alfaro, en la reseña de salida de la novela en ABC afirmó que «sus criaturas no saben alcanzar el reposo», y lleva razón. La acción es incesante en Caballos hacia la noche. Las peripecias no se acaban nunca, porque el entorno mediterráneo, con la familia Vadell como ejemplo, es inagotable.

La novela gustará mucho a los amantes de lo que la tradición anglosajona llama nature writing. La calidad y fuerza de las descripciones de la naturaleza pasaron demasiado desapercibidas en su momento, y eso que hay algunas visiones del mar y del campo que son de antología. La literatura de Baltasar Porcel se ha comparado en ocasiones con el realismo mágico del boom latinoamericano. Es justo hacerlo. Andratx y Son Vadell componen un Macondo mallorquín envidiable por lo original de su tratamiento y porque viaja preñado de historias. Como en los personajes de García Márquez, en Baltasar Porcel la magia reside en la pretensión de buscarse a sí mismo en la reconstrucción de la historia familiar. Sabiendo que fueron muchos los contactos entre Porcel y los grandes genios latinoamericanos —a algunos de ellos incluso les editó—, la cuestión es clara. Las posibles referencias no acaban ahí: Leonardo Sciascia y su Sicilia cruel y sabia también pueden hacer un buen puente a su literatura.

Aunque ya he adelantado muchos de los grandes ingredientes de Caballos hacia la noche, tendría que llenar más páginas para sugerirles todos los motivos importantes que circulan por la novela. Adviertan que utilizo el verbo circular, y no aparecer, porque a Baltasar Porcel le interesaba que los ingredientes máximos de sus textos acudieran en loca recurrencia al lector.

No les he hablado hasta ahora de la técnica, porque la he dado por supuesta. Resulta evidente que si una obra contiene todo lo que les he anunciado, el autor posee un buen banco de recursos. El mallorquín es especialmente lúcido a la hora de crear metáforas y conseguir el malabarismo de acumular adjetivos en cada frase como quien guarda leña para el invierno. Su densidad puede abrumar al principio, pero la recompensa es segura. Creía en el orden artístico de la obra, por encima del cronológico o del evidente exposición/nudo/desenlace. Pensaba que podía dar al lector mucho más, literariamente hablando, y en novelas como esta lo consigue.

Este texto es el prólogo del libro Caballos hacia la noche de Baltasar Porcel, segunda obra publicada en Jot Down de este autor en su colección de libros rescatados

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