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Doctor Strange en el multiverso de la locura: The walking dead

Doctor Strange
Doctor Strange en el multiverso de la locura. Imagen: Disney.

Hay películas que están condenadas a ser juzgadas por lo que no son. Recuerden el caso de El protegido, la muy esperada cinta que estrenó M. Night Shyamalan tras deslumbrar al mundo con El sexto sentido, y que decepcionó a buena parte del público porque, vaya, no era otra historia de muertos vivientes sino un magnífico cómic de superhéroes. Ay, las expectativas.

Pues bien, Doctor Strange en el multiverso de la locura llega con su propio cargamento de expectativas a las espaldas: se espera de ella que funcione como secuela de la reciente Spider-Man: No Way Home, que comience quizá a pavimentar el terreno para el próximo crossover multitudinario de Marvel al estilo Vengadores, y sobre todo que venga acompañada de una larguísima nómina de guest starrings multiversales. Los tabloides, blogs y redes han rumoreado de todo: desde un Tony Stark interpretado por Tom Cruise hasta las apariciones de Ben Affleck como Daredevil y Nicolas Cage como el Motorista Fantasma. Las decepciones, como las tiritas, mejor quitarlas de golpe: no, no van ustedes a ver a Dolph Lundgren vestido de Punisher ni (por favor y gracias) a David Hasslehoff haciendo de Nick Furia. Eso ya sucedió en nuestro propio rincón del universo, concretamente en ese recoveco infame conocido como «los años noventa», y bien está donde está. En el recuerdo. Muy, muy al fondo. La secuela de Doctor Strange no es un desfile de cameos, ni tampoco una derivación de la última aventura del Hombre Araña. Este multiverso de la locura debe su tono y su estilo a una buena ristra de nombres propios, pero no precisamente de los que aparecen un segundo en pantalla para guiñarle el ojo de forma cómplice al espectador. Bien merece la pena detenerse en alguno de ellos.

Doctor StrangeDoctor Strange en el multiverso de la locura. Imagen: Disney.

En primer lugar, claro, seguimos pisando firmemente el terreno de Steve Ditko. El cocreador del Doctor Extraño sentó las bases de la estética mística que rodearía al personaje desde entonces: un enorme viaje de LSD del que tomó buena nota Scott Derrickson al dirigir la primera entrega cinematográfica, y que aquí Sam Raimi abraza también en varios momentos. Buen ejemplo de ello son la escena inicial del film o un veloz montaje en el que el protagonista atraviesa un puñado de mundos paralelos, a cuál más desquiciado. La película es, por encima de todo, una continuación de Doctor Strange, y como tal se presenta en lo tonal, en lo visual y en lo argumental. Y funciona en los tres frentes, al tiempo que, como toda segunda parte que aspire a perdurar, sube las apuestas de su predecesora. Y ahí es donde entran en juego otros cuatro nombres que definen los contornos de Doctor Strange en el multiverso de la locura. Cuatro autores que, de forma directa o indirecta, insuflan su alma a la película: Steve Englehart, Frank Brunner, Gene Colan y, cómo no, Sam Raimi.

Los dos primeros llegaron a los cómics del Maestro de las Artes Místicas de Marvel en 1973, y en tan solo un puñado de números revolucionaron su trayectoria. Al fin y al cabo, tras la marcha de Ditko, el buen doctor se había quedado un tanto en tierra de nadie, y sus sucesivos guionistas no parecían tener claro si se trataba de un mago que combatía a otros magos o de otro superhéroe al uso. Englehart (al guion) y Brunner (a los lápices) pondrían toda la carne en el asador –drogas psicotrópicas mediante– para hacer que el Hechicero Supremo se enfrentase, en lugar de a brujos y monstruos, al tejido mismo de la realidad e incluso a la propia Muerte. Un cambio de escala y de tono que, aunque breve, quedaría para la posteridad como una de las mejores etapas del personaje. Pero, antes y después de Frank Brunner, estuvo Gene Colan. Un maestro del dibujo con una particular afinidad por el género de terror, lo que también serviría para cimentar al Doctor Extraño como un superhéroe distinto a la mayoría de la nómina marveliana, con aventuras mucho más siniestras e inquietantes de lo acostumbrado en otras cabeceras.

Doctor StrangeDoctor Strange en el multiverso de la locura. Imagen: Disney.

De todo esto se nutre, en fin, Sam Raimi, un director cuyo currículum tras la cámara podría servir también como molde genético de este nuevo film: Raimi tiene en su haber tres obras ineludibles del moderno cine de superhéroes, otras tantas del género de terror de bajo presupuesto, y un sentido del gamberrismo a prueba de hechizos. Y con estos mimbres, el cineasta opta por dejar de lado el tono ‘ditkesco’ que tan hábilmente supo adaptar Derrickson en el film de 2016, para lanzarse a un ejercicio de juego libre en el que (como ya hiciera en la muy reivindicable Darkman) mezcla sin complejos el género superheroico con una estética creepy, cercana al terror pero sin adentrarse del todo en él. Ninguna idea es suficientemente descabellada para el autor de El ejército de las tinieblas, capaz de meter en su coctelera monstruosidades tentaculares lovecraftianas, cadáveres andantes y –sus fans lo saben bien– manos con voluntad propia que agreden a sus dueños. Todo ello, además, al servicio de una historia unitaria, sólida y sencilla, por más que la promesa de viajes multiversales pareciera augurar un viaje mucho más errático y disperso. Al final, lo que queda es un film muy alejado del desfile de fanservice que muchos esperaban pero, en realidad, nadie había prometido; y más cerca de ser, ni más ni menos, una obra arrolladoramente personal de Sam Raimi. Y precisamente por eso corre el riesgo de ser juzgada injustamente: porque, al revés de lo que le sucedió a El protegido, Doctor Strange en el multiverso de la locura resultó no ser una película de superhéroes, sino una de muertos vivientes. Afortunadamente.

Doctor StrangeDoctor Strange en el multiverso de la locura. Imagen: Disney.

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