Sociedad

La plaga

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DP. plaga

Este artículo se encuentra disponible en papel en nuestra trimestral «Aniversario».

Lo malo de ponerse vintage es que, a fuerza de insistir, pueden regresar las hombreras. Ya volvió Perales: What else?

Tienta, sin embargo, esa idea de querer recuperar algo o a alguien que nos ayudaría a atravesar con más garbo estos duros tiempos. Rechazo de plano —ni siquiera se me ocurre— la posibilidad de escribir que añoro la pujanza de mi juventud. Tampoco señalaré, por tratarse de una obviedad, lo mucho que me faltan mis amigos muertos.

Pero hablábamos de ausencias que hoy mejorarían mi calidad de vida, o de resistencia, que viene a ser lo mismo. ¿Recordáis los 80? Fue una década terrible, aunque entonces apenas lo supiéramos, ni pudiéramos adivinar que estaban siendo arrancadas las semillas de las flores que ya no crecen en nuestro bienestar. Tres mandatos de Thatcher y dos de  Reagan dejaron todo a punto para que sus herederos le dieran la vuelta al planeta como a un calcetín.

Hubo algo peor. La plaga.

Quienes habéis visto Mad Men con espíritu de gais militantes os habréis fijado en el personaje de Salvatore Romano, director artístico —no es casual— de Sterling Cooper, la agencia publicitaria. Bryan Batt, que lo encarna, ofreció un exacto retrato del sufrimiento del hombre gay obligado a permanecer en el armario, a emular actitudes de macho y a representar la pantomima de un matrimonio hetero. Eran los 60, en la serie, y el talento gay solo se manifestaba —antes de la eclosión del movimiento, y del bullir de amor homo en las calles de San Francisco— a través de la creatividad, del arte, de la escena —menos recatada que el cine a la hora de mostrar la pluma de sus integrantes—, de la literatura.

Mucho de eso se lo llevó por delante la plaga. No solo a autores, actores —y actrices—, músicos, coreógrafos, escenógrafos, diseñadores de vestuario, cantantes… Añadid cuantas profesiones relacionadas con el mundo del espectáculo y de la cultura y del arte se os ocurran.

Eso echo en falta. La transgresión de Broadway, antes de que Giulianni y Mickey Mouse acabaran con la calle 42. La garra de aquel ambiente artístico repleto de fiero talento y de enorme exigencia, que se expandían por el mundo, la mejor cultura que Estados Unidos ha vertido jamás sobre nosotros. Su representación actual se resume en, pongamos, la serie Glee y los dulzones valores de la —bendita sea, no obstante— libertad, conquistada día a día, de ahora.

Debo aclararlo. No solo murieron los que hacían la cultura. También quienes la reclamaban, quienes la seguían, quienes la alentaban. Espectadores, lectores, visitantes de galerías: fueron segados por la plaga. Disminuyó el nivel de exigencia. La ceremonia de los Óscar se convirtió en un espectáculo para toda la familia.

Eso echo en falta. Aquel That’s Enterteinment!, el que nos removía los cimientos.

Y a Pablo, que amaba como Malone, el protagonista de El bailarín y la danza, y a Fernando, que defendía la justicia y bailaba con las chicas mejor que cualquier machote.

Y, por lo que más queráis, que no vuelvan las hombreras.

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2 Comentarios

  1. Poder leer aquí a Maruja Torres es un lujo, un privilegio.

  2. Opino lo mismo. Talentazo. Gracias.

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