Música

El fugaz evangelio de Jimi Hendrix (1)

Jimi Hendrix
Jimi Hendrix. Foto: Cordon Press.

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Creo que muy pronto la gente tendrá que confiar en la música para obtener algún tipo de paz de espíritu, o de satisfacción, o de dirección. Mas que en la política, que en la escena de los grandes egos. Ya sabes, la política es un arte hecho de palabras… que no significan nada. Por lo tanto, tendrás que recurrir a una sustancia más terrenal, como la música, o como el arte. (Jimi Hendrix)

«Nadie me había dicho que era tan jodidamente bueno». Aquella fue la célebre frase que un tembloroso Eric Clapton pronunció entre bastidores, justo tras ver tocar por primera vez a aquel insólito guitarrista estadounidense. Un completo desconocido que acababa de aterrizar en Londres de la mano de su mentor Chas Chandler —antiguo bajista en The Animals— que lo había descubierto actuando en un club neoyorquino y que, abrumado por su potencial, había decidido llevárselo a Inglaterra. Invitado aquella noche a participar en una jam session en la que estaban presentes Cream —la banda con la que Clapton estaba reinando en el país de la guitarra eléctrica—, el advenedizo americano estaba reduciéndolo todo a cenizas con un blues, «Killing Floor», en el que Clapton ya había estado trabajando sin conseguir hacer una versión decente. El zurdo de Seattle —sin pretenderlo realmente— le estaba dando al guitarrista inglés una lección. El mundo de las seis cuerdas parecía ser su hábitat natural y la guitarra funcionaba como una prolongación de su propio organismo. Era 1966 y nadie había visto nunca nada igual. Una sola actuación bastaba para demostrar a toda la escena inglesa que no tenía rivales.

Mientras tanto, encerrado en su camerino y encendiendo cigarrillo tras cigarrillo, Clapton se sintió exactamente igual que harían el resto de guitarristas británicos, quienes habían creído dar —y de hecho habían dado— un considerable impulso a nuevos usos y técnicas en la guitarra eléctrica, pero que ahora se imaginaban un funesto futuro en que aquel tipo los iba a dejar a todos sin trabajo. Jimi Hendrix, el fenómeno surgido de la nada, quien —por motivos que sus colegas ingleses lógicamente no podían entender— había pasado completamente desapercibido en su propio país, estaba sembrando el más absoluto asombro en las islas. Desde aquel momento en que comenzó a cimentar su fama en Londres hasta el día de su prematura muerte en 1970 transcurrieron solamente cuatro años. En aquellos cuatro años, Jimi Hendrix lo cambió todo.

Describir el papel que Hendrix desempeñó en el mundo de la música es una tarea más compleja de lo que parece. Uno podría resumir más fácilmente la significación que tuvo Elvis Presley como popularizador de un nuevo estilo de música e inspirador de toda una generación: eso es algo que cualquier persona, incluso ajena a la música, puede entender. O el papel que tuvieron los Beatles como arquitectos de toda una nueva música popular y creadores de melodías universales que rivalizan en importancia con aquellas de la música clásica. Lo de Hendrix fue distinto. Cierto es que sirvió de inspiración para miles de guitarristas y músicos en todo el mundo, ejerciendo de icono a imitar, como Elvis. También contribuyó a darle nuevas formas a la música popular y a experimentar con nuevos formatos de canción, como los Beatles. Pero en su caso hay todo un trasfondo de cuestiones puramente técnicas cuya enumeración probablemente requeriría un auténtico manual… así que dejémoslo en que Jimi Hendrix cambió la historia de su instrumento, la guitarra eléctrica, otorgándole una entidad y desarrollando una riqueza de lenguajes y herramientas expresivas que nunca había tenido, y sin las cuales no seríamos capaces de concebir el instrumento más emblemático nacido en el siglo XX.

A Hendrix, casi con toda seguridad, le molestaría un poco verse recordado sobre todo por su papel como guitarrista. Porque evidentemente es algo injusto, pues fue bastante más que un mero guitarrista, pero también es algo relativamente inevitable. Poco antes de morir, el propio Hendrix había expresado su deseo de componer obras en la que él ya no tocase la guitarra, para que sus habilidades a las seis cuerdas dejasen de centrar toda la atención y fuese la música la verdadera protagonista. También comentó su frustración por no haber aprendido solfeo o teoría musical convencional. Quería ser visto como un músico «serio», aunque nadie ponía en duda su extraordinario talento y de hecho era una de las estrellas mejor pagadas de la industria. Pero no siempre se sentía cómodo encarnando al dios de las guitarras.

Su breve y fugaz carrera atravesó diversas etapas, en las que su disposición mental daba rápidos giros. Tan pronto parecía feliz ejerciendo de virtuoso espectacular, como se sentía hastiado de que la gente fuese a sus actuaciones esperando ver un perenne festival circense de pirotecnia guitarrera. Otros músicos lo entendieron bien. Frank Zappa, por ejemplo, intentó sentarse con Hendrix para ayudarle a trasladar a una partitura aquella música que el zurdo de Seattle «tenía en su cabeza y no sabía cómo expresar», según sus propias palabras, y contribuir así a resaltar su enorme potencial como compositor. Aunque Zappa no consiguió su objetivo: quizá es que a Hendrix, una vez subido en el carro de la fama, le resultaba difícil centrarse en tareas tan académicas. Muchas drogas, muchas mujeres, muchas distracciones… de las que solo se alejaba para grabar. Hendrix ciertamente aspiraba a convertirse en otra clase de músico, pero era demasiado joven, demasiado popular y además murió demasiado pronto para que le diese tiempo a realizar esa transición. 

Así que por momentos se resignaba —de mala gana— a aceptar aquel rol de «superguitarrista» que él mismo había creado cuando tocaba con los dientes o por detrás de la cabeza, o cuando le prendía fuego a su instrumento y arremetía contra los amplificadores ante el eufórico asombro de la audiencia. Pero en otras ocasiones no se resignaba a ejercer de «guitarrista de feria» y aparecía en el escenario inmóvil, concentrado únicamente en tocar… y si por una de aquellas el público parecía desencantado por la «falta de espectáculo», Hendrix llegaba a sentirse verdaderamente decepcionado con los propios espectadores. Cierto es que no todo su público supo apreciar a Hendrix más allá de su fama como fogoso instrumentista. Aunque era —sobre todo y ante todo— un guitarrista, también tenía una forma increíblemente peculiar de cantar: nadie puede interpretar las líneas vocales de sus canciones como él y algunos pensamos que su voz era maravillosa, pese a que el propio Jimi se sintiese avergonzado por ella. También mostraba una desbordante imaginación para componer y construir canciones, y desde luego una inmensa presencia escénica. 

Sí, Jimi Hendrix fue el dios de la guitarra eléctrica. Pero también uno de los iconos culturales definitivos del siglo XX. Era, como dicen por su patria, un true original, un hombre conectado a algo mucho más grande que la mera suma de sus trabajos artísticos. La clase de cerebro privilegiado que recoge influencias variadas y en ocasiones aparentemente incompatibles, para reunirlas en un nuevo paradigma. Alguien que genera cosas nuevas. Lo que, hablando con propiedad, viene a decirse un genio. Fue también la clase de artista puro y cándido de cuya aparición difícilmente volveremos a ser testigos en el futuro. Hendrix fue alguien que, antes de viajar a Inglaterra con su nuevo mánager, no fue capaz de interesarse por el dinero que iba a cobrar: su única preocupación era la de poder conocer a algunos de sus ídolos, como Jeff Beck o el propio Eric Clapton. Aquellos mismos ídolos que en cuestión de meses se iban a convertir —a la fuerza— en sus discípulos. En cuanto supo que podría encontrarse con ellos Jimi aceptó el viaje sin reservas y no preguntó por las condiciones laborales. Así era él. Inocente. Fue un artista modesto, exigente consigo mismo y frecuentemente inseguro sobre si estaba haciendo las cosas bien, aunque entendía la necesidad de ocultar esa inseguridad cuando subía a un escenario, camuflándola como arrogancia y confianza. Algo que había aprendido en sus primeros años, cuando ejercía como músico de acompañamiento para diversas figuras del rock and roll, el rhythm and blues, el soul, etc.

En aquellos años como anónimo músico a sueldo desarrolló su estilo; Hendrix, pese a su juventud, no era un novato cuando alcanzó la fama ante la pasmada realeza del rock inglés. Llevaba varios años pisando los escenarios y los estudios de grabación a las órdenes de diversos artistas notables, desde Sam Cooke a Jackie Wilson, pasando por Slim Harpo, King Curtis o los Isley Brothers. Incluso se le puede ver como parte de la banda que cubría a los inefables Buddy and Stacy en una vieja aparición televisiva: un Hendrix de veintitrés años, peinado con tupé y vestido de traje, con una guitarra para diestros vuelta del revés, haciendo algunos de aquellos movimientos de manos sobre el mástil que lo harían tan célebre un par de años después. Su formación profesional había sido, pues, breve pero muy intensa, obligándole a adaptarse a la idiosincrasia de artistas diversos. Había aprendido, por ejemplo, que la música es en buena parte espectáculo, sobre todo cuando tocó para el gran Little Richard, de quien no solo heredó toda una filosofía musical —«aspiro a hacer con la guitarra lo mismo que hace Little Richard con su voz», dijo— sino también la extravagancia en la indumentaria y los manierismos escénicos, destinados a entretener al público más allá de la parte exclusivamente musical.

Por su parte, Little Richard, al igual que Curtis Knight, otro de sus antiguos patrones, recordaba a Hendrix como un guitarrista extraordinariamente talentoso al que sin embargo había que despedir cuando empezaba a hacer reventar los amplificadores. Su estilo estaba eclosionando: empezaba a querer a dominar el volumen alto y los efectos que para otros músicos eran ruidos indeseables —y que él convirtió en parte de su forma de expresarse— y, si en pos de ello había que fundir algunas válvulas y circuitos, se fundían. Para Hendrix, las necesidades creativas estaban por encima de las conveniencias laborales. Aunque esa trayectoria profesional le enseñó mucha música, pero poca astucia monetaria. Siempre fue muy naíf, algo que él mismo reconocía abiertamente: cuando en el pináculo de su carrera y ya convertido en una figura de referencia, le preguntaron «¿qué consejo le darías a un joven aspirante a guitarrista?», Jimi respondió sin titubear «Que no firme nada sin haberlo leído antes».

Pero excepto por su temprana muerte, Hendrix no fue una figura trágica. Es cierto que provenía de un hogar pobre de la fría Seattle. Su madre era alcohólica y murió de cirrosis siendo él apenas un chaval, algo que al parecer le dejó una honda cicatriz, ya que le dedicó a su madre difunta algunas de sus mejores canciones. Pero no era un individuo tristón o atormentado como su paisano Kurt Cobain, aunque también fue un niño tímido y sensible durante su infancia. La mayor parte de la gente que conoció bien a Hendrix lo rememora como un individuo reservado pero afable, bien educado y de trato fácil, alguien de aspecto tranquilo pero que tenía sentido del humor y ganas de divertirse. Un tipo sociable y poco problemático, aunque según cuentan podía volverse más difícil de tratar en mitad de una grabación o en algunos momentos de intimidad. Pero vamos, como sucede con cualquiera de nosotros. Excepto su anómalo talento y un aura física imponente que al parecer impresionaba a quienes estaban en una misma habitación con él (aunque medía 1.80, no era tan alto como algunas personas creen a veces) nadie describe a Hendrix como otra cosa que un buen chaval de origen humilde. Aquel chaval que en la escuela dibujaba platillos volantes y escribía textos sobre el espacio exterior, o que asimiló felizmente la idiosincrasia de la era hippie como resulta fácil comprobar en sus letras sobre paz, amor, libertad y mariposas que hablan. Era un idealista; quizá demasiado para poder haber salido adelante de no haber sido por aquella capacidad sobrehumana suya en el manejo de las seis cuerdas. Creía ciegamente en aquel mensaje hippie, quizá porque nunca tuvo tiempo de desengañarse del todo. «Cuando el poder del amor supere al amor al poder, el mundo conocerá la paz»… una de esas verdades del filósofo ingenuo y poco pretencioso que era, que de tan cándidamente sencillas resultan incontestables.

El mismo Hendrix que se había alistado en el ejército para huir de un incierto destino en Seattle y había recalado en los paracaidistas —luego comentó algo así como «ya que me metía en el ejército, decidí hacerlo a fondo»—, pero que llegó a odiar cada minuto de la milicia. Algunos cuentan incluso que intentó hacerse pasar por homosexual para ser expulsado del ejército, confesando estar enamorado de un compañero, pero fracasó al no poder demostrarlo con hechos fehacientes, como era de esperar en un heterosexual. Finalmente, eso sí, se libró del ejército al dañarse la rodilla en uno de los saltos de su entrenamiento. De todos modos, sus compañeros y oficiales le consideraban un inútil para el servicio; alguien que a todas luces no estaba hecho para la vida militar, que no atendía a las normas, que se dormía durante sus turnos y que era un pésimo tirador. Eso sí, tuvo tiempo de formar una banda con otros soldados y demostró que en la música no tenía rivales en el cuartel. Hendrix no dejaba de ser un chaval que amaba los discos de B.B. King y Muddy Waters de su padre, que se había convertido en fan de Elvis Presley tras verlo actuar en Seattle —entre sus papeles escolares de Jimi, hay un dibujo de Elvis rodeado de los títulos de sus canciones— y que imitaba el «duck walk» de Chuck Berry. Lo suyo era una guitarra, no una ametralladora.

Me siento culpable cuando la gente dice que soy el mejor de la escena. Lo que es bueno o malo no me importa; lo que importa es sentir o no sentir. Si la gente tan solo adoptara una visión más verdadera y pensara en términos de sentimientos… tu nombre no importa un comino, son tu talento y tus sentimientos lo que cuenta. Tienes que conocer mucho más que simplemente los aspectos técnicos de las notas; tienes que conocer lo que sucede entre esas mismas notas. (Jimi Hendrix)

Algo que suele sorprender a ciertas personas es el fuerte vínculo de naturaleza emocional que muchos fans de Hendrix desarrollamos hacia su figura, casi como si se tratase de un pariente, de alguien a quien hubiésemos conocido bien en vida. Es algo difícil de explicar y es a la vez un fenómeno que forma parte de la magia de su personaje. Creo que el origen está, al menos en parte, en que la música de Jimi Hendrix tiene una rara cualidad: te habla. Cuando toca y cuando canta. Han pasado muchos años desde su muerte, pero siempre parece que esté tocando y cantando para ti; al menos si eres una de esas personas destinadas a rendirte a su influjo durante el resto de tu vida. Se comunica directamente contigo y de hecho el sonido de su voz llega a resultar tan familiar que a algunos ni siquiera nos extrañaría recibir una llamada telefónica suya: «Eh, hola, soy Jimi, ¿te vienes a tocar un rato?». Es ese aura mística cuya procedencia es un misterio y que probablemente no tiene parangón en ningún otro músico, lo que para sus fans separa a Hendrix del resto. Stevie Ray Vaughan —el guitarrista texano que fue uno de sus más aventajados discípulos y que sentía una auténtica fijación por su ídolo— contó en varias ocasiones que tenía sueños recurrentes en los que aparecía Hendrix. En aquellos sueños Jimi le enseñaba a tocar nuevas canciones y fraseos imposibles… que un frustrado Stevie olvidaba siempre al despertar.

Esa fijación personal de algunos célebres guitarristas por Hendrix forma parte del imaginario musical hasta el punto en que incluso llegaron a circular historias como la de Frank Marino —guitarrista de Mahogany Rush—, de quien se decía que había despertado de una sobredosis creyéndose repentinamente imbuido por el espíritu de Jimi, fallecido poco antes y reencarnado ahora en su cuerpo. Una historia que ahora Marino desmiente, pero que muchos aficionados a la música han tenido como cierta y que ha formado parte del folklore rockero durante muchísimos años. Sin llegar a esos extremos, incluso quien escribe estas líneas ha llegado a soñar con Hendrix: recuerdo como si hubiera sido ayer un llamativo sueño adolescente, en el que iba con mi familia en el coche y, de repente, incrédulo, veía al mismísimo Jimi de pie en la cuneta, tocando con un pequeño amplificador. Después de obligar a mi familia a detener el automóvil, me bajaba y —con la histeria típica del fan que se encuentra a su ídolo absoluto— le decía que lo significaba todo para mí y le preguntaba por qué estaba tocando allí, a solas, junto a los coches que pasaban a toda velocidad ignorándolo, cuando él era el más grande y debería estar actuando en un gran escenario. Y Hendrix, con toda naturalidad, me respondía: «Es que quiero que mi música sea para el mundo, y que todo el que quiera la pueda disfrutar». Y seguía tocando allí, junto a la carretera, sin importarle que nadie pareciera prestarle atención. Porque, tocando y tocando, pretendía que en el mundo hubiese paz. Esa es la imagen que yo tenía de Jimi Hendrix, una buena muestra de en qué consiste la obsesión que despierta en nosotros sus acólitos, algo demasiado complejo como para poder explicarlo con facilidad.

Pero aquel sueño respondía en cierto modo a una imagen verdadera. El icono de Hendrix transmite precisamente eso porque el Hendrix auténtico era así. Algunos años después, leí una cita suya, esta vez no producto de un desvarío onírico sino una frase que fue pronunciada por el Hendrix de la vida real, y me chocó por lo mucho que parecía coincidir con el Hendrix que yo había solado cuando aún no entendía el inglés ni sabía exactamente de qué hablaban sus letras: «Cuando muera, quiero que la gente ponga mi música, que se vuelvan locos, que hagan cualquier cosa que quieran hacer». Así que uno ni siquiera necesitaba entender sus letras en inglés para captar su mensaje; el mensaje estaba implícito en él. Y nosotros lo captábamos. Esa es la influencia filosófica y psicológica que Hendrix llega a tener sobre muchas personas, mayor que la de muchos líderes religiosos y políticos, incluso mayor que la de muchas personas que nos rodean en la vida real. Su mensaje era tan puro que impregnaba todo lo que hacía, y por tanto acaba transmitiéndose a quienes apreciamos eso que él hacía. No, Jimi Hendrix no era un santo, pero definitivamente sí era una clase particular de profeta.

Quien piense que Hendrix está sometido a una excesiva divinización, es que sencillamente no conoce ni comprende lo suficiente su legado. De haber nacido hace dos mil, tres mil o cuatro mil años, el planeta estaría repleto de estatuas con su efigie y templos dedicados a su nombre. Esa clase de figura fue. Hoy en día podemos mirar al star system y tratar de encontrar una joven estrella de características similares… y no la hay. Ni da la impresión de que pueda llegar a haberla. Quizá sea el cambio que se ha producido en la sociedad o simplemente la metamorfosis de la propia industria musical. O quizá es que se rompió el molde. Lo único cierto es que Jimi Hendrix pertenece a otro tiempo. No un tiempo muy lejano, pero al parecer sí muy distinto. Uno no se imagina al mundo del espectáculo dando a conocer una figura equivalente hoy en día.

Jimi Hendrix es muy importante. Es mi ídolo. De alguna manera es el epítome, en sus apariciones sobre el escenario, de todo lo que debe hacer una estrella de rock. No hay nadie que se pueda comparar, de ningún modo. O tienes la magia, o no la tienes. No hay forma de que trabajando puedas conseguirla. No hay nadie que pueda ocupar su lugar. (Freddie Mercury)

Su relación con el estrellato fue compleja, como la de casi todas las grandes figuras de la música. Disfrutó de las cosas buenas de la fama y se exasperó con sus inconvenientes; nada nuevo. Soportó la presión a base de drogas y una actitud frecuentemente escapista. Una vez más: nada nuevo. Pero nunca dejó de ser un individuo auténtico, que respondía al mundo según se sentía en cada momento, sin el menor asomo de fingimiento o afectación. Basta con ver sus entrevistas en televisión: desprendía naturalidad por los cuatro costados; podrían haberle teletransportado al estudio de TV directamente desde una velada hippie sobre el césped de algún parque, y se hubiese comportado exactamente así. No hablaba, ni miraba, ni sonreía como una estrella del rock. Parecía más bien que estuvieses viendo al típico amigo colgado que prefiere charlar tranquilamente sobre naves espaciales mientras fuma el enésimo canuto de marihuana, que a alguien que sencillamente intentar impresionar a la audiencia con una actitud calculada de «tengo que parecer una estrella»… la falta de naturalidad, ese mal endémico en la mayor parte de los músicos de rock y de pop; algo que por fortuna él nunca padeció.

Con su muerte, aquella infortunada combinación accidental de alcohol y barbitúricos, se marchó uno de los últimos artistas románticos, al menos de entre los que han alcanzado categoría de superestrella. También uno de esos raros intérpretes en torno a los cuales se construye la personalidad de todo un instrumento; un proceso que ahora difícilmente se repetirá, cuando parece que hemos inventado ya todos los instrumentos posibles. Y como también decíamos, uno de esos individuos que cambia la música cuando pone sus mágicas manos sobre ella. Hendrix está en todas partes, incluso en lugares donde la gente no creería estar escuchándolo. Sus cuatro años de éxito son algo más que un pedazo de historia, son un periodo revelador sobre el arte, sobre la naturaleza y los límites del artista, sobre las posibilidades de la música. Nunca sabremos qué hubiese hecho, qué música hubiese escrito o por qué derroteros se hubiese decantado de seguir vivo. Solo sabemos que tenía veintisiete años cuando murió, que fue una de las varias estrellas fugaces de su generación, y que fue también la que causó un impacto más profundo y duradero en un periodo más breve. 

Lo que hemos hecho para nosotros mismos, muere con nosotros. Lo que hemos hecho por los demás y por el resto del mundo, es inmortal. (Albert Pikes)

En el siguiente artículo analizaremos su discografía.

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12 Comentarios

  1. Pingback: El Fugaz Evangelio De Jimi Hendrix (1) - Mind Life TV

  2. Densha Otoko

    Cualquiera que se acerque al jazz gypsy sabe que todos los guitarristas tocan como Django Reinhardt. Sin embargo, no te llama la atención Django (ni te apetece escucharlo) porque Patrick Saussois, Steeve Laffont o Joscho Stephan (entre muchos otros) suenan como él, pero mejor que él. En 2019 Steeve Laffont editó “Night in Corsica”, que probablemente sea el mejor Lp de gypsy jazz de la historia.
    El mismo fenómeno ocurre con los guitarristas del bebop. Crecieron oyendo a Charlie Christian y terminaron sonando mejor que él, como acontece con West Montgomery, Grant Green o Joe Pass. Sus sonidos son más pulidos y la discografía es mucho más amplia.
    Lo mismo acontece con Jimi Hendrix. Basta escuchar a Brian May o a cien más. ¿Quién en la música pop no suena a Hendrix? Hasta el anónimo guitarrista de Teena Marie “Lovergirl” suena a Hendrix.
    Una vez la distancia histórica aumenta ya no te sorprende la innovación de quien fue original.
    Si me pongo a pensar en la guitarra creo que el único intérprete que ha logrado dejar sin fuelle a sus imitadores ha sido Paco de Lucía. No parece haber nacido ninguno capaz de emularle con suficiencia… pero quizás la IA pueda.

    • Juan Trasobares

      Bueno lo de Django tiene explicación porque sólo tenía tres dedos en la zurda, pero ¿Quién a sonado nunca mejor que Hendrix?

      Paco de Lucía es harina de otro costal, no parece comparable por el estilo musical. ¡Si hasta tocando con jazzeros no salía de su flamenco! Ni falta que hacía.

      En cualquier caso buen panteón has formado 😃👍

    • El kit de la cuestión es que definas que es «sonar mejor que él….» Hendrix tocaba hasta desafinado, y aún así te volaba y vuela la cabeza, no ha habido nadie como Hendrix, es una cuestión que va más allá de la técnica supongo, y que incluye, entre otras cosas, su mera presencia en el escenario. Y si además cuando ves a un guitarrista dices eso de «suena a Hendrix», pues poco más que añadir.

  3. Jordi_BCN

    Brian May? 100 más? Quiénes? Me esfuerzo y, en la línea de Hendrix solo veo muy poquitos… Steve Ray Vaughan, Frank Marino, Frank Zappa (todos mencionados en el artículo), Eddie Hazel, Steve Vai, The Edge, Lenny Kravitz (estos dos últimos a bastante más distancia), y ya casi hemos terminado…

    Los grandísimos (Clapton, Page, Beck, Allman, Van Halen, el propio May, y muchos que me dejo) están en otra onda, ni mejor ni peor, digamos más académica. Hendrix apenas tiene continuadores de su manera de tocar la guitarra, ahí estriba su unicidad.

    • the Edge y Kravitz deben d ser coña. Para mí John Mayer, pero claro, se bebe a Hendrix, lo emula, tiene presencia, aporta cosas q Hendrix no hacía pero no, no ha abierto una nueva puerta como hizo Jimi

      • Wladimir Rojo Carrillo

        Si, yo tambien creo que comparar a Edge y Kravitz con JH es cuanto menos pintoresco. Yo personalmente pienso que me estoy perdiendo algo, porque al unico que le encontraba cierto parecido era a S.R.Vaughan.

    • The Edge..Kravitz..WTF

  4. Articulazo, enhorabuena ! También era un gran compositor, y hasta un pedazo cantante ! A pesar de toda la fama que tiene… infravalorado

  5. Claro que sí, mucho más que un virtuoso de la guitarra. Una de mis canciones favoritas de Hendrix es “The wind cries Mary”, que es de una sutileza y sensibilidad conmovedora, y que te habla a ti, directamente con esa voz tan cercana, de amigo que te está haciendo una confidencia. Y esa guitarra que amenaza con desatarse, pero no. La verdad que no me interesa para nada escuchar guitarristas que intenten emularlo. Me gustan mucho Mark Knopfler y David Gilmour. Pero de la influencia de Hendrix hay que salirse del rock e ir a Paco de Lucía, como sugería un colega antes. Emilio, algún día tienes que dar a conocer a la peña a Mississippi John Hurt. Tela marinera.

  6. Pingback: El fugaz evangelio de Jimi Hendrix (y 2) - Jot Down Cultural Magazine

  7. La clave en la música de Hendrix está -como el mismo comentaba en esa cita insertada en el articulo- en el sentimiento que ponía al tocar.En una entrevista Hendrix comentó que cada vez que salía al escenario a tocar sacrificaba parte de su alma.¡¡EXACTO!!

    Por eso tocaba según se sentía,a veces desafinando como un burro y a veces tocando de manera increible como en los famosos conciertos que grabó para la BBC.

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