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Las travesuras epistémicas de Guillermo Brown

Guillermo Brown
Las aventuras de Guillermo Brown. Imagen: RBA.

Cuando tenía siete años, una niña algo mayor que yo me regaló Travesuras de Guillermo, de Richmal Crompton. Fue mi primer libro en castellano, que leí con cierta dificultad, pues aún no dominaba la que se convertiría en mi lengua madrastra, pero con gran provecho intelectual y moral. Para un niño que albergaba serias dudas sobre la coherencia y la legitimidad de los supuestos adultos, pero que no se atrevía a rebelarse contra su arbitraria —por no decir tiránica— autoridad, Guillermo Brown se convertiría en el primer héroe de una tríada capitolina completada por Alicia y la pequeña Lulú (a la que también descubrí gracias a Adela, mi encantadora —en ambos sentidos del término— amiga de diez años). Porque Guillermo no se limitaba a protagonizar audaces «travesuras» que yo no me habría atrevido ni a imaginar, sino que, además, problematizaba sistemáticamente el discurso de sus mayores, poniendo en evidencia sus lagunas y contradicciones.

Recuerdo con especial regocijo un capítulo titulado «Cuestión de gramática», en el que Guillermo le pregunta a su padre:

—Papá, cuando estéis todos fuera el sábado, ¿puedo dar una fiesta?

—No, claro que no —contesta el señor Brown.

Pero, por una providencial coincidencia (Crompton suele utilizar una versión sui generis de las coincidencias típicas de la comedia de enredo con notable eficacia narrativa), al día siguiente, en clase de gramática, Guillermo se entera de que dos negaciones equivalen a una afirmación (del mismo modo que, en matemáticas, menos por menos es más), con lo que el doble «no» de su padre, por mor de las sagradas reglas gramaticales, se convierte automáticamente en un «sí». El desarrollo de la historia no es difícil de imaginar, y termina con una amarga reflexión de Guillermo sobre los padres que desprecian la gramática.

En el mismo libro, algunas páginas más adelante, la señora Brown exclama:

—¡Guillermo! ¡Ya has jugado a ese horrible juego otra vez!

El niño, con el traje cubierto de polvo, la corbata debajo de una oreja, el rostro sucio y las rodillas llenas de arañazos, la mira con indignación y responde:

—No es cierto. No he hecho nada que tú me hayas dicho que no haga. A lo que tú me dijiste que no jugara fue a leones y domadores. Bueno, pues no he jugado a leones y domadores. Por nada del mundo volvería a jugar a leones y domadores.

-Bueno,  pues, ¿a qué has estado jugando? —pregunta su madre con voz cansada.

—A tigres y domadores. Es un juego completamente distinto…

El aparente sofisma de Guillermo nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del juego simbólico. Para un observador externo, como la señora Brown, no hay ninguna diferencia entre jugar a leones y domadores o a tigres y domadores: el mismo traje cubierto de polvo, la misma corbata debajo de una oreja, el mismo rostro sucio y las mismas rodillas llenas de arañazos. Pero la parte más significativa del juego simbólico se desarrolla en la mente de los jugadores, por lo que no podemos dejar de comprender la indignación de Guillermo. El error epistémico de su madre —al considerar que los grandes felinos son intercambiables— es comparable al de Edgar Rice Burroughs cuando, en la primera versión de Tarzán, puso a un tigre como anatópica mascota del hombre mono. Un error con el que Guillermo no está dispuesto a transigir: el desternillante episodio, titulado «Guillermo ingresa en la Asociación de la Esperanza», termina con nuestro héroe —que le ha prometido a su madre que no volverá a practicar ninguno de los dos juegos mencionados— jugando a cocodrilos y domadores.

Entre 1935 y 1942, Editorial Molino publicó siete títulos de la serie de Guillermo Brown: Travesuras de Guillermo (1935), Los apuros de Guillermo (1935), Guillermo el proscrito (1939), Guillermo el incomprendido (1939), Guillermo el genial (1939), Guillermo hace de la suyas (1940) y Guillermo el conquistador (1942), que leí uno tras otro casi de un tirón. Hasta 1959 Molino no publicó nuevos títulos de la serie, por lo que los siete primeros constituyeron mi canon infantil. Luego leí todos los demás —unos cuarenta, incluyendo algunos inéditos en castellano—, ya con ojos de adolescente o de adulto, aunque no por ello sin provecho (dos negaciones equivalen a una afirmación).

Los apuros de Guillermo, el segundo libro de la serie publicado por Molino, empieza con un episodio titulado Guillermo y los antiguos romanos, en el que nuestro héroe y sus amigos, los autodenominados Proscritos (en honor a Robin Hood y sus outlaws), al presenciar unas excavaciones arqueológicas, expresan su escepticismo ante una actividad tan absurda como la de desenterrar trozos de cerámica.

—No veo yo de qué sirve encontrar cacharros rotos —dice Guillermo con sarcasmo—. Yo podría darles un montón de cacharros rotos, que sacaría de la basura, si eso es lo que quieren. Nuestra asistenta siempre está rompiendo cacharros. Ella sí que habría sido una antigua romana estupenda.

El lector adulto podría sonreír con condescendencia ante esta supuesta ingenuidad infantil; pero sería una sonrisa estúpida. Porque, bien mirado, ¿tiene sentido desenterrar cacharros rotos, por muy antiguos y muy romanos que sean? Una cosa es buscar objetos arqueológicos que aporten información o que sen valiosos en sí mismos; pero valorar un «cacharro» igual a otros mil e indistinguible de sus imitaciones por el mero hecho de ser «auténtico» es mero fetichismo. El espurio mercado del arte y de las antigüedades —por no hablar de perversiones como la filatelia— se basa en esa forma sacralizada de fetichismo, y no deja de ser una solemne estupidez (por no decir una aberración), tal como proclama Guillermo con justificado desdén.

Al igual que monsieur Jourdain, el burgués gentilhombre de Molière, habla en prosa sin saberlo, Guillermo es un pequeño epistemólogo que, sin proponérselo ni apenas darse cuenta, explora los límites del lenguaje y problematiza las bases del conocimiento. A alguien que le pregunta si sabe latín, le da una respuesta digna de un Oscar Wilde o de un maestro zen: «He aprendido bastante latín, pero sé muy poco».

Guillermo el ordenador

Decía C. S. Lewis que no vale la pena leer un libro a los diez años si no vale la pena releerlo a los cincuenta. Serán lecturas distintas, o incluso divergentes; pero si la primera fue provechosa, la segunda también lo será, y hasta puede que más. Mi lectura infantil de los siete primeros libros de Guillermo Brown me proporcionó un aliado imaginario en la lucha (casi exclusivamente mental, pero aun así básica para la supervivencia) contra las falacias y arbitrariedades del mundo adulto. Y mi relectura, setenta años después, me ha ayudado a reconstruir —y a comprender mejor— mi evolución ética e intelectual. Y, de paso, me ha inspirado un relato-homenaje —titulado con deliberada ambigüedad «Guillermo el ordenador» que bien podría ser el primero de una serie.

Las semillas que algunos libros sobre todo los leídos durante la infancia plantan en nuestras mentes pueden tardar años en germinar, o décadas; pero suelen dar frutos jugosos.

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57 Comentarios

  1. Victoria Ley

    Los libros de Guillermo Brown fueron mis favoritos en mi niñez. Aún siento placer al recordar lo bien que lo pasaba leyéndolos.

    • Bienvenida al club. Influyó el hecho de que en aquella época no había mucho donde elegir; pero sin duda se convirtieron en una ventana por la que atisbar un mundo menos gris y menos opresivo.

  2. Agudo análisis de las vivencias de un niño que descubrió algo distinto a su entorno del momento. Y le llevó a continuar leyendo descubriendo la realidad de la vida tras los ojos de un niño travieso. Y SI lo mejor de leer un libro es volver a leerlo cuando ya han pasado años de tu vida y, sinembargo, volver a encontrar «algo» nuevo siempre más interesante .

    • Gracias, Adela. Mi querido amigo Italo Calvino definía los clásicos como esos libros que cada vez que los relees te aportan algo nuevo. En ese sentido, Guillermo es un clásico.

  3. MacNaughton

    Las historias que mas me impactaron de pequeño escoces, eran las de mi abuela irlandesa, que era una mujer muy pobre y muy leída, que me contaban sin cesar como nuestra gran familia había acabado en Glasgow sin un puto duro… con los 11 niños, todos muertos ya y la hambruna superada..

    Mi abuela era una narradora nata, y me dio la literatura… porque tenia una biblioteca genial con Dickens y Thackeray y George Elliot… y Carlos Marx.. era una mujer tremenda a su manera… muy leída… y de allí bebía yo…

    Como la gran mayoría de los escoceses, nunca he conectado con los iconos de la cultura inglesa, Shakespeare aparte… es un rechazo instantaneo… me he conectado con Tintin de pequeño, pero nunca con un inglés…

    • Sergio Acevedo Uribe

      Pues el único gran escocés conocido y reconocido en territorio ibérico es el gran Fabio McNamara. La Gran Ganga de usted con Escocia y lo referente a ella cansa y aburre hasta la saciedad. Los don nadies utilizan una supuesta nacionalidad para ocultar su insignificante ser. Saludos.

      • Claro, porque a Stevenson, Doyle o Scott por poner tres clásicos escoceses no los conocen en España, ¿No?.

    • Frabetti

      Yo también sentí un fuerte rechazo por esa parte de la cultura inglesa -incluido el gran Kipling- contaminada por el espíritu imperialista del Britannia rules the waves (la Vieja Raposa de León Felipe); pero, afortunadamente, lo mejor de la cultura inglesa ha reaccionado, en las últimas décadas, contra ese nefasto modelo. Aun así, entre Tintín (me gustan mucho los dibujos pero poco los guiones) y Guillermo, me quedo con el segundo. Espero que Escocia consiga pronto la independencia.

      • MacNaughton

        Gracias, Carlo.

        El papel de la así llamada literatura inglesa en la colonización, explotación y dominio de los territorios del imperio esta muy bien documentado y elaborado por Edward Said en «Orientalism», libro seminal que lo cambio todo.

        La literatura no es inocente, tampoco el cine ni lo audiovisual y su papel en un sistema de opresión de los pueblos colonizados ha sido mayúsculo según Said, tipo brillante, que lo vivía ( y que la amaba a la vez, la literatura inglesa, digo)

        Said era Palestino por supuesto, y día de hoy los suegros del primer ministro de Escocia, Humza Yousaf, están atrapados en la franja de Gaza, donde estaban de visita familiar, mientras el gobierno de Londres esta mandando buques de guerra a la zona y un territorio ocupado que lleva una semana sin luz ni agua….

        El Imperio no acaba nunca….

        McNamara, por cierto, es apellido irlandés de toda la vida, no escoces…

      • Fachas no

        Supongo que de forma parecida a Cataluña, a pesar de que la mayoría no quiera.
        Eso sí, lo veo más probable en nuestro caso que en el suyo.
        En cualquier caso, incomprensible ese apoyo a la reacción.

  4. lapetenera

    siempre es un placer leerlo, Carlo.
    gracias!

  5. «El horror el horror» El corazón de las tinieblas Joseph Conrad

  6. Jairo RP

    Hola Carlo: gracias por presentarme a Guillermo, no lo conocía…interesante personaje, avalado por usted, Savater y Lennon…¿se puede pedir más? En epublibre hay una treintena de libros del personaje, demasiado para leer si ya tiene uno otros programados…¿puede usted recomendarme uno o dos títulos? como para poder decir que ya me enteré más del asunto…Gracias!

    • Por favor, Jairo, nada de «usted», en este foro solemos tutearnos. Te recomiendo empezar por los primeros, los que cito en el artículo. Aunque te advierto que tienen cien años y se nota el paso del tiempo: una cosa es releerlos con mirada histórica y otra leerlos por primera vez.

      • Gracias Carlo! en cuanto al paso del tiempo no creo que sea problema, me encanta el olor de la naftalina por la mañana…

    • joaquinillo

      No consigo entrar en epublibre desde hace por lo menos tres años. ¿Usted sí?

      • No utilizo esa página. Llámame antiguo, pero siempre que puedo -y casi siempre puedo- los libros los leo en papel.

      • ¿Será que está bloqueada por su operadora de internet? Epulibre org es un sitio que visito a diario, soy miembro, colaboro a veces con Ocr de textos, etc…

  7. ¿Qué leerán los niños de ahora? Como para preguntarse lo que leerán los de la próxima generación. Siguen leyendo, lo que no se ya es qué.
    Cuando la reclusión por covid los vecinos hicimos una especie de biblioteca en el portal. Los niños se llevaban sobre todo los tebeos, la ciencia ficción y los relatos de E. A. Poe. Tampoco teníamos todo a mano, pero por ahí iban los tiros.

    • Frabetti

      Las/os niñas/os son, en gran medida, «lectores cautivos» de la prescripción escolar: salvo algunos grandes fenómenos editoriales, como Harry Potter, leen lo que en el colegio les dicen que lean. Y entre los adolescentes y «jóvenes adultos» (?) está arrasando la literatura fantástica con toques eróticos (o la amorosa con toques fantásticos). La ciencia ficción y los relatos de Poe siguen en la brecha, en gran medida gracias al cine y las series, pero sin comparación con las grandes tendencias.

  8. joaquinillo

    En los ochenta, recuerdo haber visto una serie de tv. basada en este personaje. Era delirantemente divertida. Pese a que teóricamente «todo» está en internet no he conseguido verla de nuevo. Hace años que quiero leer los libros sin conseguirlo. Aarrghh!

    • Es relativamente fácil comprarlos por internet, y a precios asequibles (4-5 euros); salvo las primeras ediciones, de los años treinta, que también se encuentran, pero son caras. Creo que el último en reeditarlos fue RBA, que incluso sacó un grueso tomo antológico que reunía varios de los primeros títulos.

    • Recuerdo ver esa serie de niño, me gustaba mucho. Tengo las canciones (de Regaliz, los rivales de Parchís) en la cabeza forever:
      Guillermooo
      Lalalala lalalala
      Es un traviesooo
      Lalalala lalalala

      La canción de cierre decía:
      Somos los proscritos, somos una banda
      Guillermo el travieso es el capitán

      Años más tarde me enteré de que era un personaje literario, pero ya me pilló un poco grandito para que me enganchara.

      Ahí va el temazo:
      https://m.youtube.com/watch?v=VIdFtuNlRAY&pp=ygUdZ3VpbGxlcm1vIGVsIHRyYXZpZXNvIGNhbmNpb24%3D

  9. E.Roberto

    También yo cai en un “error epistémico” al considerar –con bastante perplejidad, pues me parecía imposible- que hablarías del nuestro Guillermo Brown, un marinero también irlandés que adhirió a la lucha de Argentina contra ingleses, franceses y brasileros como comandante de navios en el siglo XIX. De este personaje infantil no tenía ni idea, y parece que valdría la pena leerlo de acuerdo a tus recuerdos, y porque la ambigüedad del lenguaje me fascina. Gracias por la lectura.

    • Gracias a ti ER, por recordarnos al «verdadero» Guillermo Brown, que merecería otro artículo (y otro articulista mejor conocedor de tan fascinante personaje).

  10. Telépilo de Lamos

    Nunca lo leí. Por lo que cuentas, desempeña la misma función que los cuentos sufíes. No simpatizo con esa clase de literatura para nada.
    Siendo un crío, una banda de mozalbetes de mi edad me dieron una paliza simplemente porque les apeteció. Fui con el cuento a mi madre y, aparte de decirme que empleara sólo la violencia para defenderme, me dijo que aquellos chicos me habían pegado porque tenían miedo. Aquel día me di cuenta de que amaba a mi madre, pero que era una imbécil. Más allá de diferencias semánticas, la violencia es violencia. Unos meses en un buen gimnasio, un profesor de karate eficaz y ajusté cuentas con aquellos pequeños cabrones. Y, créeme, en mi corazón no hubo miedo al romper alguna que otra nariz o alguna que otra pierna, sino júbilo. Agradezco no haberme dejado confundir gracias a la literatura.

    • No confundas las travesuras «contra» los adultos y sus arbitrariedades con la violencia de los abusones, con los que Guillermo y sus amigos no tienen nada que ver (todo lo contrario, siempre defienden a los débiles). Y es probable que tu madre tuviera razón en el diagnóstico. Lo que no quiere decir que, por entender los motivos o los traumas de quienes te agreden, haya que tolerarlos. Yo también aprendí kárate para defenderme de los Guerrilleros de Cristo Rey y de la policía. Y, dicho sea de paso, me sorprende que en un alegato contra los abusones escojas como alias la patria de los lestrigones, máximos abusones de la Odisea.

      • Telépilo de Lamos

        La Argentina es una maravilla de país. Sin embargo, para compensar, en ella viven los argentinos.
        La belleza de un país no dice nada de la maldad de sus gentes.
        Acerca de Telépilo de Lamos la Odisea narra que no existía agricultura. Su selva aún era virgen. Era el mundo que una vez hubo, antes de que el racionalismo lo convirtiera en un taller.

        • Por razones que no vienen al caso, he tratado a muchas/os argentinas/os, con un balance claramente positivo: suelen ser personas cultas, educadas e inteligentes. Lo que pasa es que, al igual que ocurre con los italianos, de los que descienden, el que sale pesado o chanta suele serlo en grado sumo y de forma estridente, y de ahí su inmerecida mala fama.

  11. Telépilo de Lamos

    @Frabetti
    Me temo que en ninguna parte.
    Aunque en todos lados encuentro talento y buena gente, son fenómenos individuales. Estadísticamente abunda más bien lo otro. Vuelvo a uno de mis autores recurrentes: Carlo Cipolla.
    Hay personas inteligentes, ingenuas, bandidos e idiotas, pero esta estratificación beneficia políticamente a los bandidos.
    Los más inteligentes lo saben y se apartan instintivamente de la sociedad. Tienden a la abstención.
    Los ingenuos no creen que haya gente tan mala como los bandidos y les votan creyendo que no pueden ser tan malos.
    Los bandidos votan a los suyos.
    Los idiotas votan en contra de sus intereses. A los bandidos también.
    Sé que la teoría de Carlo Cipolla nació en parte como una broma y en parte como una simplificación. Sin embargo, la sociedad es en buena parte una broma y en buena medida algo demasiado simple.

  12. Telépilo de Lamos

    Titular del ABC: «Un guardia civil pierde en la ruleta 9.000 euros intervenidos en una operación antidroga».
    «La banca siempre gana», qué gran verdad. Es claro que perdió, si no probablemente no habría titular.
    Le han caído cinco meses de cárcel. Si hubiera gastado el dinero en las apuestas del Estado lo mismo lo habrían dejado en una falta menor.
    ¡Qué país!

  13. Telépilo de Lamos

    En mi vida no tuvieron papel alguno los libros de Enid Blyton ni de Richmand Cropton. Tampoco llamaron mi atención siendo joven. Tendría unos 9 años cuando mi madre enfermó. Se pasaba la vida en el hospital. Apenas podía verla, pues dejaban pasar de visita sólo a dos familiares y mi padre decidió que no era lugar para un niño. Él viajaba de continuo y en realidad pasaba del tema. Mis tías se ocupaban de ella. Yo, después de que me trajeran la comida, me quedaba en casa solo y cuando se hacía de noche pasaba tanto miedo que me orinaba encima. Sexto, un tío mío, se acercaba a última hora de la noche (trabajaba en un turno de renfe) para hacerme compañía. Pero al poco, mi buen tío Sexto enfermó y cuando se dio cuenta que su cáncer no tenía solución me dejó una caja de libros para que me entretuviera y no pasara tanto miedo. Los libros que me dejó no eran infantiles a excepción, quizás, de unas “Fábulas” ilustradas de Esopo de la editorial Susaeta. Recuerdo perfectamente la lista, porque la devoré:
    – “Narraciones Extraordinarias” de E. A. Poe en una selección de “libros rtve”. Recuerdo en particular la magia de “El Escarabajo de Oro”, “Los Asesinatos de la Rue Morgue” y “La Carta Robada”.
    – Tres volúmenes de “Las Mil y Una Noches” en la versión de R. C. Assens.
    – “Los Hechos del Rey Arturo y sus Nobles Caballeros” de John Steinbeck. “La triple Aventura” y “La Historia de Lanzarote del Lago” me asombraron.
    – “La Odisea” publicada por Editora Nacional.
    – “El Corsario negro” de E. Salgari.
    – Un libro singular de S. Freud, que me fascinaba sobre todo por lo mal que lo comprendía: “Psicopatología de la Vida cotidiana”.
    Esta literatura fue capaz de apaciguar mi muchos miedos de la época. Los libros de Enid Blyton, que eran comunes para mis compañero de colegio, jamás llamaron mi atención. Yo no dejaba de ser un niño en aquel momento, pero aquella literatura me parecía dirigida a imbéciles.

    • Ni Blyton ni Crompton están a la altura de tus lecturas infantiles (que, dicho sea de paso, también estuvieron entre las mías, con la única excepción del maravilloso libro de Steinbeck, que descubrí más tarde), pero su literatura, aunque menor, no es para imbéciles, en absoluto. Nada que ver con las noveluchas de una Corín Tellado, por citar a otra autora de gran éxito comercial.

  14. Telépilo de Lamos

    La literatura juvenil me repele a pesar de que la edad me haya vuelto más condescendiente. He descargado un libro de la Crompton y me he arrepentido rápidamente. Sin embargo, por los cómics franco-belgas siento inclinación, aun cuando en su origen estaban orientados a la adolescencia. Ya adulto pude leer al “Teniente Blueberry” de Charlier y Giraud y fue una grata experiencia. Lo mismo me ocurrió con el “El Hombre de Java” de Pierre-Yves Gabrion, “El Árabe del Futuro” de R. Sattouf, “La Prórroga” de J. P. Gibrat o “El Gato del Rabino” de J. Sfar. Si me detectaran un cáncer, viera cerca mi final y quisiera regalar una selección de libros a un chaval, tengo la impresión de que repetiría la lista de tío Sexto. Aunque supongo que los críos de hoy en día preferirán jugar con la play que pasar páginas. Los libros fueron un entretenimiento de otra época. Hoy en día la oferta es inmensa, pero la atención está en otros medios. Somos dinosaurios y el meteorito cayó hace algún tiempo.

    • La literatura menor y coyuntural de Crompton ha envejecido mal; pero para un niño de hace 70 años (o 100) era sorprendente, estimulante e incluso un poco subversiva. No es lo mismo releerla para evocar las sorpresas y sensaciones de antaño que leerla hoy por primera vez, lo cual puede que solo tenga un sentido histórico.

  15. Telépilo de Lamos

    Tenía un amigo, Julián, que era un fan de Tintín. Él reconocía el universo homoerótico de Tintín (pues éste vive con el capitan Haddock y el profesor Tornasol; añádase que sus aventuras transcurren en una realidad masculina en donde las mujeres suelen ser floreros de estereotipada conducta). Ahora bien, decía que una persona que se fije en la homoeroticidad de ése cómic nunca apreciará la magia del mismo, porque lo relevante en Tintín es la aventura, así como el carácter de cada uno de sus personajes. Sin embargo, a mí me repelía bastante Tintín no sólo por su androcentrismo descarado, sino debido a su catolicismo, pero reconozco que cualquier producto cultural depende de su hermenéutica.
    El capitalismo cultural canta loas a determinadas realizaciones, como los premios planeta que son de una calidad literaria mucho peor que las novelas de Corín Tellado. Léase la crítica al último de tales premios:
    https://tinyurl.com/49hre2m3
    Qué casualidad que la citada ganadora del premio planeta sea amiguísima de una tal Letizia. Ya. Qué casualidad.
    El capitalismo cultural convierte en valor cultural a lo que quiere y en artista a verdaderos mostrencos, lo que Picasso expresó pegando mierda en sus cuadros. Pasando un tiempo, la mierda iba a peor y los museos y coleccionistas de todo el mundo reclutaron batallones de restauradores tratando de fosilizar la mierda de tales lienzos.
    La mayoría de los restos arqueológicos no poseen valor histórico ni artístico, ni económico, pero en el sistema capitalista el valor de cambio canibaliza al valor de uso y se produce el fetiche cultural. Ahora bien, la óptica simple participa de otra fetichización: la del valor de uso. Reifica la conciencia, aunque de otro modo. Tampoco es digna de ponderación.

    • Casualmente, en varios de los libros de Crompton se satiriza el fetichismo cultural, cosa muy insólita e irreverente en su época. En cuanto a Tintín, detesto al personaje y sus aventuras, pero me fascinan los meticulosos dibujos y las secuencias narrativas, así que puedo entender a Julián. Decía Stendhal que el amor es como esas posadas españolas en las que uno come lo que él mismo lleva, y con algunos productos culturales (sobre todo los icónico-narrativos) ocurre algo parecido.

  16. Telépilo de Lamos

    No es ése el punto.
    Hay reificación cuando nos detenemos sin más en cualquiera de los dos polos.
    Estor de acuerdo en que el capitalismo cultural sobredimensiona el valor de cambio cuando ensalza a porquerías del pasado que no poseen el menor valor artístico ni documental. El “Guernica” posee más valor documental que artístico, pues expresa una barbaridad que, desgraciadamente se ha repetido en multitud de lugares como Ucrania o Gaza, mientras que la “Muchacha con una Perla” no posee apenas valor documental (porque quizás ella ni siquiera existió), pero su valor artístico es formidable. “Las Meninas” poseen ambos tipos de valor. Ahora bien, la cacharrería de multitud de excavaciones romanas, las memeces de Yoko Ono o los artículos patrocinados de cualquier revista son basura. Es conversión del valor de cambio en fetiche. Capitalismo cultural en estado puro.
    Sin embargo, también hay reificación en los apologistas del valor de uso. Puedo imaginar la opinión del citado Guillermo a propósito de copias romanas de estatuas griegas a las que les faltan los brazos, las narices o parte del rostro, como la “Cabeza partida” (https://tinyurl.com/b8aha452) o de “Los Esclavos de Florencia” de Miguel Ángel, tallas fantásticas que, sin embargo, dejó a medias de terminar. Toda la arquitectura brutalista, por ejemplo, parte también de ese enfoque simplista, esa arquitectura que ha convertido a todas las megápolis en indistinguibles y ha desrozado los modos y formar artísticas autóctona de la mayoría de las capitales europeas. Basta comparar la arquitectura brutalista con los cascos antiguos de Sevilla, Granada, Cáceres, Córdoba o Salamanca para comprender en qué consiste la fetichización del valor de uso. Y me parece que el citado Guillermo reifica en este sentido y por lo que sospecho, según tú cuentas, recurrentemente.

    • Frabetti

      Pues no, de hecho no es así: los fetiches cuestionados por Guillermo suelen poner de manifiesto la arbitrariedad y el esnobismo de sus mayores. Y aunque así fuera, el mero hecho de introducir un punto de vista infantil «rebelde», no sujeto a las convenciones al uso, en una época en la que los niños tenían que obedecer y callar, era casi subversivo. Tampoco se le podía pedir que llevara a cabo un cuestionamiento radical del que ni siquiera los críticos culturales actuales son capaces (o no se atreven).

  17. Telépilo de Lamos

    Una cosa es la vivencia que tú tengas y otra, distinta, cuál sea la mentalidad a la que responda el personaje. Cualquiera que se acerque a los cómics de “Roberto Alcázar y Pedrín” podrá constatar en el citado Pedrín una conducta muy cercana a la que tú estás caracterizando a propósito del tal Guillermo. Se trata de un golfillo mundano que introduce la clave de humor, el típico comportamiento anárquico y tolerable de un chaval que desconoce las convenciones de los adultos. Que los libros de Crompton alcanzaran el éxito en la España de los años 50 quizás sea un detalle muy significativo. Un antecedente de este tipo de literatura son las aventuras costumbristas de “Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno”, los cuentos sufíes o las fábulas de Esopo. Contienen muchas humoradas, pero no son nada contestatarias, sino más bien lo contrario. En clave hegeliana, los valores esta clase de literatura se halla dentro del sistema, no de la dialéctica. Hay un fenicio bastante raro de encontrar, Adel Habib, que tiene algunos cuentos dialécticos. Hay un segundo, Christian Voltz, más fácil de encontrar, que también trata de que su narrativa escape a los valores del sistema.

    • Casi nada que llegue a publicarse escapa plenamente a los valores del sistema. Pero Guillermo no tiene nada que ver con el repulsivo erómeno de Roberto Alcázar y su «jarabe de palo». Pedrín es tan «anárquico» como José Antonio cuando salía, pistola en mano, a cazar rojos.

  18. Telépilo de Lamos

    Mi impresión es que somos fieles al dicho “no puedes enseñar a un perro viejo trucos nuevos”. Nos agrada lo conocido y, cuanto más conocido sea, menos capaces de enjuiciarlo seremos. En nuestras valoraciones metemos ficha. El lema “no vale la pena leer un libro a los diez años si no vale la pena releerlo a los cincuenta” es un uróboro. Pienso en “Psicopatología de la Vida cotidiana”, libro al que sigo teniendo afecto, aunque creo que entró el la selección de mi tío Sexto por accidente. Un día topé con un ejemplar de “Sinuhé, el Egipcio” cuya cubierta era muy similar. He conjeturado que, al verse perdido, mi tío fue metiendo en una caja los libros que tenía a mano y quizás tomara uno por otro. Fruto de ese probable error tengo afinidad por Freud en lugar de por Waltari. En cualquier caso, si bien releí aquella selección de libros a menudo siendo joven, para escapar del miedo, no he vuelto a leerlos. Aparte de que terminé dándome cuenta de que los monstruos están fuera, no tu propia casa, conviene no volver a los lugares en los que un día fuiste feliz.

    • Frabetti

      Claro que metemos ficha en nuestras valoraciones (es otra forma de decir lo que dice Stendhal), pero esa ficha no tiene por qué cegarnos. Algunas cosas que de niño me gustaron, hoy me repelen (casi todo Disney, por ejemplo), otras me dejan indiferente y otras me siguen gustando. Y hay libros que, sin ser muy buenos, nos muestran algo por primera vez, y eso deja huella. Hablando de Waltari, yo de niño leí «Turmo el etrusco» (un vano intento de repetir el éxito de Sinuhé) y me descubrió todo un mundo. Es un libro menor y bastante tópico, pero para mí fue importante. En cuanto a tu última frase, depende de cómo y desde dónde vuelvas. «Nessun maggior dolore che ricordarsi del tempo felice nella miseria», dice Dante; pero lo dice desde la más negra miseria amorosa.

  19. Telépilo de Lamos

    Estás hablando del spin poético, el cual va siempre a peor si le das suficiente tiempo. Le ocurrió hasta a Platón. En la mayor parte de sus diálogos la figura omnipresente fue Sócrates, pero en el “Sofista” estaba harto del modo de ser que recordaba. Lo caracteriza como a un sofista más y no vuelve a entrar más en escena. El tótem por los suelos. Spin negativo. Por lo que sabemos a la estima que Aristóteles tuvo por Platón le ocurrió lo mismo (los dos últimos libros de la Metafísica son más una caricatura que una caracterización del pensamiento de su maestro). La misma involución se produjo entre ese par de gigantes, Spinoza y Leibniz. Aquel encuentro determinante transformó la metafísica de Leibniz y, sin embargo, éste narró mucho tiempo después que había sido una relación intrascendente. El mismo caso, el habido entre Russell y Wittgenstein, spin negativo por ambas partes. O entre Husserl y Heidegger. O la edad nos vuelve más juiciosos o sólo más mezquinos. A menudo ambas cosas.
    Yo evito en la medida de mis posibilidades leer lo que una vez leí por cobardía, porque siendo mi hermenéutica otra, no sólo mi valoración sobre el texto cambiará, sino también la que tengo sobre el que una vez fui. Salvo que seas un mentiroso compulsivo, el examen de conciencia lo carga el diablo. En un momento de clarividencia Freud comenta que las personas que acuden al psicoanálisis deben hacerlo cuando su patología impida el curso de su vida, porque el método analítico no mejora, sino que perjudica la conciencia y la imagen que de sí mismo tenga cada cual. La conciencia es la caja de Pandora. Más vale no abrir ese embalaje.

  20. Telépilo de Lamos

    Pienso mal. Mi pensamiento se vuelve retrógrado en cuanto me descuido. Se hace devoto de Modernidad e Ilustración y sigue en clave racionalista. Me pienso como si fuera un sujeto kantiano absolutamente autónomo en lo que respecta al pensamiento (y en particular a lo moral) cuando éste es una concreción de lo social. Lo mismo que en mis sueños la mitad de mi cerebro ensambla retazos de lo que he vivido y la otra mitad los vive, mi pensamiento y ética está radicada en mi experiencia inmediata. Si mis experiencias fueran levemente diferentes yo sería otro. Mi yo no es soberano, sino más bien un cruce de caminos de vectores sociales. Mi idea de libertad interna es una pantomima. Basta cuando enjuicio a los demás. ¿Qué ética puede ser “interna”? ¿Cómo entonces creo que mi pensamiento se sobrepone a cualquier condición externa? El imperativo categórico es un sinsentido. Mi gusto es municipal. La valoración que realizo sobre mis lecturas, una inconsistencia.

  21. «Mi pensamiento se vuelve retrógrado en cuanto me descuido». Totalmente de acuerdo; por eso no hay que descuidarse.
    «Si mis experiencias fueran levemente diferentes yo sería otro». No creo que seamos tan «caóticos» (en el sentido físico-matemático del término). Somos frágiles y volubles, pero no tanto.
    ¿Es una pantomima la idea de libertad? Tal vez, o tal vez no del todo. Algunos preferimos pensar que hay un margen de libertad, pequeño pero no insignificante. Pero no podemos estar seguros. Por eso tanta gente se aferra al dogma como a un clavo ardiendo.

    • Telépilo de Lamos

      Ése es un dogma burgués que nos devuelve al paradigma pre-hegeliano y nos aleja de algo obvio, que «nunca es la conciencia lo que determina la vida real, sino que es la vida real lo que determina a la conciencia». Seguimos encallados (y encanallados) como bárbaros en el sujeto plenamente autónomo y libre kantiano (que no deja de ser una expresión del alma cristiana). Es la realidad común y vinculante la que constituye nuestro ego. Cuando pienso en las lecturas de mi niñez y, más aún, en la valoración que hago de tales textos debo suponer que padezco un efecto túnel: valoro aquello que, por pragmatismo, me fue útil en su día. El valor que yo confiero radica en su familiaridad y en que tales lecturas me fueron accesibles, libros detrás de los cuales se dispuso una industria cultural ideológicamente dirigida. Absorbí más de lo que yo hubiera querido si hubiera sido consciente de lo que absorbía. Cuando apuesto por la libertad de mi pensamiento (¿y cómo no hacerlo?) sucumbo a la ilusión de que podría realizar un «reset» de mis ideas si quisiera. En realidad mi mente quedó tan moldeada como la vasija en manos de un alfarero.

  22. Telépilo de Lamos

    Los tres primeros versos del poema de Álvaro de Campos (Pessoa), “Tabacaria”, expresan de modo preciso la manera dialéctica en que “nuestro” pensamiento se constituye: “Não sou nada. / Nunca serei nada. / Não posso querer ser nada. / À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.” Ni somos, ni seremos, ni podemos querer ser nada, aunque dentro de nosotros estén en potencia todos los sueños mundanos. Realizamos un trazado de ilusiones que creemos nuestros, aunque siendo millones, otros muchos más tendrán un pensamiento equivalente. Me digo “no; yo soy diferente”, pero en ese deseo de sentirme diferente del resto, también soy como cualquiera. Somos unos pretenciosos. Hasta cuando nos desvestimos para bañarnos nos dejamos puesta nuestra vanidad. He visto un vídeo de la tal Corín Tellado. Vaya arrogante. Le comentan que si es cierto que escribe más de 30 páginas al día y responde con desdén que suelen ser más de cuarenta. En el listín telefónico de Madrid había bastantes más. Me recordó a un catedrático de griego, un capullo (sospecho que he incurrido en un pleonasmo), que nos recordaba a menudo la cantidad de libros que había escrito (más un centenar). Las leonas sólo paren un cachorro cada vez. Las ratas paren camadas. Homero y Corín Tellado.

  23. Telépilo de Lamos

    Cuando Lévy Bruhl se interesó por la mitología de los aborígenes australianos se le reveló algo inaudito: la racionalidad de las religiones pagana y cristiana. A diferencia de los mitos griegos y semitas, los personajes mitológicos de la religión aborigen australiana vulneraban por completo el principio de no contradicción. Es decir, a un mismo dios o héroe se le atribuían cualidades completamente distintas. Un dios podía ser lo mismo bueno que malo y un héroe podía ser santo o criminal. En un principio Bruhl pensó que los aborígenes le estaban engañando, que le tomaban el pelo. Pero llegó un momento en que comprobó que su yo rechazaba aquellas narraciones debido a que su manera de comprender expresaba la forma lógica que Occidente “supone” que debe tener una narración y los roles que asimilamos inmediatamente a bueno y malo. Para un aborigen australiano el mito simplemente debe exponer algo, sin asumir siquiera el principio de no contradicción, lo que aleja nuestra compresibilidad de sus narraciones… y viceversa. A los aborígenes australianos les resbaló desde un principio las narraciones cristianas. Las consideraron mala literatura. Los clérigos anglosajones los tuvieron un pueblo “Untermenschen”, incapaz de asimilar las enseñanzas del cristianismo. Análogamente les ocurría con Homero, Shakespeare o Cervantes. La coherencia que suponemos que “deben” tener los personajes de un mito, una narración o una novela es un producto social que, sin embargo, atribuimos a nuestro gusto. Lo mismo cabe decir de la moralidad. No sólo la filosofía, sino nuestra conciencia es “su tiempo expresado en conceptos”.

    • ¿Y qué me dices de un Dios que se supone que es todo amor y te puede mandar al fuego eterno por no ir a misa los domingos? En disonancia cognitiva a los occidentales no nos gana nadie.

  24. Telépilo de Lamos

    Evitemos simplificar. El cristianismo reasumió las características del panteón pagano. “Deus” es “Zeus”. El único modo de que una religión se impusiera eficazmente sobre una multitud dependió de que se asemeje mucho a lo que hubiera antes. No hubo año cero. En el paganismo una persona enamorada caía en los furores de Venus. El homicida quedaba sometido a Marte. Así sucesivamente. En el cristianismo todas las cualidades en grado superlativo se atribuyen a Dios. Puedes decir que entonces se trata de un Dios malo, pero hay que recordar al Platón de la “República” que rechaza a su manera a Homero y Hesíodo, pues dice que debe atribuirse sin excepción que los dioses son siempre causa de lo bueno y jamás de lo malo. Eso es cosa de los humanos y animales. Los frailes salen con la misma letanía a propósito de nuestra incapacidad para juzgar frente a Su omniesto y Su omnilotro.
    En cualquier caso, a efectos dialécticos eso es completamente indiferente. Lo significativo es que tu pregunta apele al principio de contradicción EN LO POÉTICO, incluso en tu sinóptica ironía. Aristóteles se expresa también así repetidamente: “los acontecimientos del mito deben desarrollarse en una sucesión verosímil o necesaria”, “lo posible según la verosimilitud es el objeto de lo poético”, o, mi favorita: en lo poético “se debe preferir lo imposible verosímil a lo posible inverosímil”. ¿Qué marca la verosimilitud? El principio de no contradicción.
    Lovatchewski triunfó cuando hizo comprender que su enfoque se sometía aún más al principio de no contradicción que la geometría euclídea y que su lógica era mayor que la del sentido común. Lo mismo podríamos decir de la teoría de la relatividad y de la mecánica cuántica (la cual, sin embargo, sigue encontrando resistentes). Pero, en lo poético, ¿qué determina que deba regir el principio de no contradicción? La tradición. Esa tradición que hemos chupado y que ha constituido nuestro pensamiento y que tiene como su mayor logro solaparse detrás de la fe que tenemos en que cuando elegimos, lo hacemos libremente. Este es un error racionalista, que nos hace retrógrados y nos vuelve prehegelianos. Nos creemos tan autores de nuestros pensamientos como de nuestra lengua, cuando a todas luces nuestra mentalidad poética es un 99% de transpiración y sólo un 1% de inspiración (en el mejor de los casos). Bruhl pasó de disgustarse a asombrarse por las posibilidades formidables de la mitología aborigen australiana.
    Imagina un cuento en el que el personaje se transforma según actúa siendo lo único estable en él su nombre. Tú entiendes como contradictorio que Dios sea todo amor y, a la vez, implacable en contra de quien incurre en su ira. Ésa es una contradicción mínima, que les contentará mucho a los curas y frailes, porque pueden fácilmente revertirla. Más contradictorio sería que fuera una vieja prostituta nigeriana o un mosquito chupasangres y que tales existencias y sus fechorías pudieran ser atribuidas a un mismo personaje. A esto nos resistimos. No hace falta que haya un delito en contra de la ofensa de los sentimientos religiosos. Nuestra conciencia, nuestro gusto y nuestra imaginación viven reprimidas, pues no nos pertenecen. Nuestro pensamiento es un reflejo social… una figura moldeada por la presión ideológica.

  25. Telépilo de Lamos

    No viene al caso aparentemente, aunque en el fondo sí:
    https://tinyurl.com/2zsbnkj8
    Un saludo a la hinchada del AC Milan en plena era Meloni.

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