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Cine de ‘killers’: 40 películas (o más) sobre asesinos a sueldo (1)

Aprovechando el estreno en Netflix del último y muy recomendable título de David Fincher, The Killer, repasamos las mejores y peores películas protagonizadas por asesinos a sueldo: matarifes asalariados los hay varones, mujeres, niños, viejos, de todas las edades, géneros, colores y anhelos. No están todas, porque el estereotipo del oficio de pistolero de alquiler ya ha creado un subgénero en sí mismo que podría dar para un libro entero, pero esta propuesta es un comienzo, un inicio de ruta. Para concitar una mayor emoción, hemos ordenado los largometrajes de PEORES A MEJORES, aunque lo ideal es que cada uno decida su propio canon y jerarquía de calidades.

Allá vamos: y si no estáis de acuerdo, ¡no me enviéis una moto!

40. Elektra (2005), de Rob Bowman

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La asesina profesional favorita del Universo Marvel no tuvo suerte en su traslación a la gran pantalla. Creada en viñetas por Frank Miller para la serie Daredevil en algunos de los tebeos más bonitos y legendarios en toda la carrera del genial historietista (La saga de Elektra, Elektra asesina), la señorita Natchios y su faceta trinchadora quedan desdibujadas es esta versión naíf, sin gracia, sin espectacularidad, sin crueldad, sin tragedia: ¡al agua, pathos!

Seguramente la meliflua Jennifer Garner tampoco fuera la elección más adecuada para dar vida a «la mejor asesina del mundo» (sí lo fue Terence Stamp para encarnar a su mentor Stick), pese a tratarse de la muy apta protagonista de mi teleserie de acción favorita, Alias (2001-2006). La actriz se vio obligada a aceptar el papel por temas contractuales tras debutar con el personaje en la igualmente bobalicona pero graciosamente camp Daredevil (2003). Y parece que volverá a enfundarse de rojo para la inminente Deadpool 3.

Elektra marcó un punto tan bajo en la carrera de su director, Rob Bowman, que nunca más se ha atrevido (o ha podido) volver a trabajar para la gran pantalla, conformándose desde entonces con encargos en la ficción televisiva.

39. Hitman (2007), de Xavier Gens

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Una de las películas de acción más insulsas de este siglo. Lo tenía todo para ser una pequeña joya de la serie B, incluido un reparto encabezado por tres actores guapos y carismáticos: Timothy Olyphant, Olga Kurylenko y Dougray Scott. El reparto es más redondo que la cabeza de Hitman, así que la culpa recae sobre el guion de Skip Woods: ni adrede se podría escribir algo más genérico, soso y previsible. Con ese material (argumentalmente más simple que el videojuego del que parte) poco podía hacer su director, excepto otro fiasco de la factoría de pelis pulp EuropaCorp de Luc Besson. Olyphant parece un niño anémico con su cabeza rapada, su palidez y su expresión de querer huir a toda costa de esa película. Muchos asesinatos a tiros y a sable, pero poca chicha. En 2015 se estrenó un recocinado algo más esforzado del personaje bajo las riendas del polaco Aleksander Bach… pero, claro, sin la presencia de Timothy, Olga ni Dougray.

38. Asesinos (Assassins, 1995) de Richard Donner

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Decepcionante thriller que marcó la decadencia del casi siempre sólido Richard Donner, sobre la rivalidad entre un asesino veterano (Sylvester Stallone) y uno principiante (Antonio Banderas). El guion, de las hermanas Wachowski, fue toqueteado por el casi siempre fiable Brian Helgeland, pero en el proceso perdió toda consistencia y personalidad (para comprobar el talento guionístico de las Wachowski, ver Lazos ardientes, su potente debut en la dirección al año siguiente de Asesinos). La acción es rutinaria en su desmesura, el metraje excesivo y la interpretación algo exaltada. Ni la divina Julianne Moore puede salvar el desaguisado.

37. Dulce venganza (The Assignment, 2016) de Walter Hill

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Hill lleva sin hacer una buena película desde hace más de treinta años, concretamente desde Johnny el Guapo (1989) y, si uno se pone a revisar su filmografía como director, acabará concluyendo que sus mejores películas son las que menos se tomaban en serio a sí mismas, en los desenfadados 80: Límite 48 horas (1982), Calles de fuego (1984), Traición sin límites (1987) y Danko: Calor rojo (1988). Puestos a ver las malas, por qué no escoger esta todavía reciente extravagancia protagonizada por Michele Rodríguez sobre un asesino a sueldo que un día despierta para descubrir que ahora es mujer, tras pasar sin su conocimiento por una operación de cambio de sexo orquestada por unos gánsteres con mala leche. En lugar de explorar su nueva naturaleza para explotar el detonante en toda su dimensión, el personaje de Rodríguez se limita a desear vengarse de la médica (¡Sigourney Weaver!) que lo convirtió en fémina contra su voluntad. Uno nunca termina de entender si la premisa pretende denunciar algo o solo es un pretexto para un (deslucido) espectáculo de acción. Como despropósito, eso sí, merece la pena su visionado. Tampoco entiendo el título que le han puesto en España: ¿lo de «dulce» es porque el personaje principal despertó mujer?

36. Sr. y Sra. Smith (Mr. y Mrs. Smith, 2005) de Doug Liman

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Convertida en realidad por el director que nos trajo la primera entrega de la mejor saga de acción estadounidense de principios de siglo (El caso Bourne, 2002, solo superada por la siguiente entrega de Paul Greengrass, más dotado para el género), Sr. y Sra. Smith no es mi tipo de película. Sus dos protagonistas son bellos, sí, pero lo previsible de la premisa y un enojoso intento de abarcarlo todo (que resulte un gran espectáculo, una sátira inclemente sobre el matrimonio y una comedia cínica pero con final feliz y «entrañable») quedan engullidos por un exceso de sobreproducción y de acción insustancial. Brad Pitt y Angelina Jolie sí sacaron algo positivo del rodaje, que fue enamorarse y formar el dúo Brangelina. Luego terminaron como sus personajes.

35. El liquidador (The liquidator, 1965) de Jack Cardiff

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Uno de los primeros filmes de serie A que canibalizaron el éxito de la franquicia James Bond en el celuloide, soltando al ruedo un héroe similar, más centrado en su faceta de asesino que en la de espía y con claro tono bufonesco: qué pasa cuando por error el servicio secreto británico contrata como máquina de matar a un completo inútil más interesado en perseguir faldas que en asesinar a nadie, hasta el humillante punto de subcontratar a otro asesino para ejecutar sus encargos.

Típico vodevil de héroe equivocado en misión que le queda grande, merece la pena (y no es poco) por la música de Lalo Schifrin y por el simpático trío protagonista: esa mezcla australiana de Bertín Osborne y Arturo Valls que es Rod Taylor haciendo comedia, junto a la refrescante Jill St. John y el eficaz pero casi siempre medio desentendido Trevor Howard. La dependencia del fenómeno 007 se refleja hasta en el tema principal, cantado por una Shirley Bassey recién salida de grabar el himno de Goldfinger. Más coincidencias: el nuevo héroe se basaba en la novela homónima de John Gardner, autor británico que casualmente heredaría en los años 80 y 90 la tarea de pergeñar nuevas (y terribles) novelas de James Bond.

34. Sicarivs: la noche y el silencio (2015) de Javier Muñoz

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Si el mayor clásico europeo sobre asesinos a sueldo se tituló en España El silencio de un hombre, esta versión ibérica podría haberse titulado La verborrea de un hombre. ¡Menuda locuacidad se gasta el gachó! Trama arquetípica del hitman cinematográfico (se podría intercambiar con la de Fincher) trasladada a España sin mucha originalidad, por más que la aderecen con un descreimiento cañí («¡Me los conozco!»), pero no exenta de eficacia en la puesta en escena del cliché por su prematuramente desaparecido director y guionista.

Víctor Clavijo pone toda la carne en el asador y su impecable dicción en la voz en off, que por momentos, muerta de éxito, parece la de una canción envolvente y viril de Manolo Otero recitando con todo el empeño en ponernos cachondos: «Soy una sombra en la oscuridad…», nos reitera Clavijo con timbre grave, entre una ristra de susurros similares que acaban por excitar al tipo más duro.

Por cierto, el único personaje femenino que no se desnuda en pantalla es la esposa del protagonista.

Da que pensar.

33. La protegida (The protegé, 2021) de Martin Campbell

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El neozelandés Martin Campbell, el hombre que nos regaló Casino Royale (2006), la mejor película de James Bond, parece condenado, como Michael Mann, a repetir sus estilemas hasta el infinito. Hasta ahora apenas nos ha proporcionado algún otro thriller sólido (la excelente El extranjero de 2017, un agradecido cambio de registro para su pareja protagonista, Jackie Chan y Pierce Brosnan) y, cómo no, en esa búsqueda interminable de darle una dentellada a su propia cola, no podía dejar de ofrecernos su Nikita personal.

Él la ha titulado The Protegé y de hecho su protagonista es una exNikita (la de la segunda serie que se produjo de 2010 a 2013), Maggie Q. El resultado me parece decente pero no apabullante. A Samuel L. Jackson ya se le nota viejo y cansado para hacer de escudero de Quijotas, aunque todavía más viejo está Michael Keaton para dárselas de villano sexy y ricotón: su romance con el personaje principal es un prodigio de dentera. La trama incurre en el lugar común (Anna es la mejor asesina del mundo, adiestrada por su mentor desde que la rescató de Vietnam siendo una niña, y ella sola se enfrentará a la organización que de pronto lo asesina), aunque de vez en cuando brillen ramalazos de la brutalidad exquisita que Campbell sabe rodar tan bien, más propia de aquellas generaciones que sobrevivieron guerras. Lo mejor: que desde el flashback de la infancia de Anna hayan pasado treinta años y no veinte, haciéndosenos patente que la heroína roza ya la cuarentena.

32. El muerto y ser feliz (2012) de Javier Rebollo

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Típica producción subvencionada cuya apuesta por la «experimentación» (unas enojosas voces en off, las del director y la coguionista para más inri, que van describiendo lo que ya muestran las imágenes en 16 mm) casi termina resultando, paradójicamente, de agradecer dentro de un subgénero tan sobado como el del asesino a sueldo con proyectos de retiro. O será que solo ver a José Sacristán en pantalla ya le pone a uno de buen humor y lo emociona. Su personaje, un viejo español residente en Buenos Aires que se lanza a recorrer la Argentina rural en sus últimos días de vida, se pasa todo el metraje pidiéndoles a las jóvenes que se cruza que le enseñen las tetas. Por el camino, descubrimos lo bien que se le da cantar las coplillas que tanto gustan al propio actor y que lo de ser matón a sueldo seguramente consista en un delirio derivado de su tumor cerebral.

Con todo, repito, se celebra de vez en cuando un enfoque diferente, especialmente en un terreno donde abunda el mismo percal.

31. Licencia para matar (The Eiger Sanction, 1975), de Clint Eastwood

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Uno de los escasos tiros errados de Eastwood: el creador de Sin perdón (1992) no atinó con la adaptación de uno de los universos literarios más absorbentes y apasionantes del pulp de los 70, el que propuso el escritor Trevanian (de quien por entonces se desconocía públicamente su verdadera identidad) en su díptico La sanción del Eiger y La sanción del Loo.

Su antihéroe, el coleccionista de arte y asesino de élite Jonathan Hemlock (un criminal sibarita que se adelanta en varios años al modelo de Hannibal Lecter), merecía más atención al matiz y ajuste de tonos que esta rutinaria aventura entre espías ejerciendo de escaladores. Si no se ha leído a Trevanian, es una película entretenida sin más, de las pocas pueriles que Clint rodó en esa época, casi tan liviana como Firefox.

30. Fríamente, sin motivos personales (The Mechanic, 1972), de Michael Winner

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Extrañísima crónica de la vida de un asesino a sueldo que se ve fascinado/retado por un joven rival/pupilo, premisa tomada de mil wésterns previos. Según el guionista principal, Lewis John Carlino, la trama original versaba sobre una relación abiertamente gay entre ambos personajes, lo cual explicaría mucho de la tensión y atracción que Bishop, el asesino maduro, siente por Steven, el asesino principiante. Tal como quedó, se trata del título más insólito de los seis que Charles Bronson rodara con el marrullero director Michael Winner (dos años más tarde colaborarían en la implacable y terrorífica El justiciero de la ciudad, la primera entrega de la saga Death Wish). ¡Con lo alucinante que hubiera sido ver a Bronson bebiendo los vientos por el yogurín Jan-Michael Vincent!

Toda la década de los 70 es gloriosa si nos atenemos a la filmografía de Bronson (gracias a enormes directores como Tom Gries, René Clément o Sergio Sollima) y en esta ocasión la cinta también retiene su interés por tono, un ritmo gozosamente pausado prototípico de esos años y los estallidos de tremenda violencia. No todos los días se conoce a un «mecánico» capaz de leer los labios de sus presas o de pedirle a una prostituta (su esposa en la vida real, Jill Ireland) que le mienta inventándoles una historia de amor para despertar su deseo.

El filme sería reversionado durante la pasada década en dos largometrajes a mayor gloria del simpático y disciplinado Jason Statham, pero que tampoco aportan gran cosa ni al género ni a la propia carrera del action hero alopécico.

29. El americano (The American, 2010) de Anton Corbijn y Ghost Dog: El camino del samurái (Ghost Dog: The Way of the Samurai) de Jim Jarmusch

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No soy muy fan de El americano ni de George Clooney, pero de eso no tiene la culpa su director. De hecho la película está hermosamente rodada, es elegante, tiene clase y su toque sensible. Pero, uno: si no me creo a Clooney en su postureo de actor comprometido socialmente en la lucha por un mundo mejor, mucho menos me lo voy a creer de asesino a sueldo. Y dos: la historia es demasiado trillada (la nostalgia de una vida normal, con amor y redención, por parte de un guaperas que quiere dejar su trabajo de homicida remunerado), el enfoque humanista también, y al final uno tiene que quedarse con la postal.

Y como postal, eso sí, funciona con nota altísima.

Algo similar sucede con la prematuramente avejentada Ghost Dog de Jim Jarmusch, pero por el lado opuesto: en lugar de apostar por la belleza letal de un matón apolíneo, Jarmusch propone uno de aspecto vulgar y realista por default. ¿Pero quién quiere realismo en una película de asesinos a sueldo? Pudiendo alegrarnos la vista con Denzel Washington (que no solo es tan guapo como Clooney, sino mejor actor), nos endosa a un Forest Whitaker más cercano estéticamente a los críticos de cine que ensalzarán el filme. Además, lo de Jarmusch es realismo con trampa: buenrollismo alambicado para establecer una complicidad facilona con la moral del público y guiños literarios para hacerle sentirse inteligente (un superamigo que solo habla francés, una niña con la que el asesino conecta intelectualmente a través de la lectura), pintoresquismo de salón (el mafioso que recita a jipjoperos, el capo fascinado por los dibujos animados) y, en resumidas cuentas, chistecitos pijos para élites festivaleras. A Jarmusch lo redime que rueda bien sus imposturas (tira de la misma vena coreográfica y tempos balletísticos que su contemporáneo Hal Hartley, sin llegar a su audacia ni ánima genuina), aunque aquí le salió un desenlace pelín chapucero.

28. Wanted (Se busca) (Wanted, 2008), de Timur Bekmambetov

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El director kazajo, responsable del díptico de fantasía ruso Guardianes de la noche/Guardianes del día, llevó a la pantalla esta adaptación del cómic homónimo del guionista Mark Millar y el dibujante J. G. Jones. Protagonizada por un James McAvoy menos insoportable que en Múltiple y por una muy soportable Angelina Jolie (quizá la actriz con mayor ángel del penúltimo Hollywood, a la altura de estrellas añejas como Ava Gardner o Audrey Hepburn), Wanted nos introduce en una trama delirante de fraternidades de asesinos con superpoderes, capaces de potenciar sus percepciones biológicas y de disparar balas de trayectoria curva.

Wanted es el ejemplo perfecto de un tebeo de acción fantasiosa volcado (tomándose unas cuantas libertades) en un típico blockbuster para disfrutar con palomitas. No es la película de nuestra vida, pero tampoco engaña. Hay veces en que las acusaciones de la crítica purista (como este veredicto que le dirigieron: «carece de lógica y es una estupidez») se pueden aplicar como elogios.

(Continúa aquí)

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5 Comentarios

  1. Lemmytico

    Pero si Ghost Dog es una comedia…

  2. Pero si Hitman era asi. Si hubiera sido político, pues bueno, pero era un asesino, sola tiene que matar y matar bien. Las palabras sobran. No viste donde se crió? A mí me gustó mucho.

  3. Pingback: Cine de 'killers': 40 películas (o más) sobre asesinos a sueldo (2) - Jot Down Cultural Magazine

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