El último baile Opinión

Guillermo Ortiz: Cuando Joan Garriga desafió a Sito Pons

En 1988 el deporte español era un solar del que brotaban espontáneamente figuras sueltas, carismáticas, revolucionarias. Severiano Ballesteros seguía dominando el golf europeo, Perico Delgado batallaba con los grandes en el Tour, José Luis González luchaba por medallas en el 1500 y por supuesto siempre quedaba la marcha, la escuela catalana que lograba en cada campeonato su medallita sorpresa, con Marín al frente.

Para que se hagan una idea del panorama, aquel septiembre la expedición española se volvió de los Juegos Olímpicos de Seúl con cuatro medallas en total.

Lo único que seguía funcionando, inasequible al desaliento, era el mundo de las motos. La tradición de los Tormo, Nieto y compañía siguió durante los 80 con una serie de pilotos terriblemente combativos: “Champi” Herreros, Carlos Cardús, Jorge Martínez Aspar, Herri Torrontegui, un jovencísimo Álex Crivillé… y por supuesto, el siempre sereno Sito Pons, el único que se atrevía con las motos de gran cilindrada, llegando a disputar el Mundial de 500cc en 1985 cuando parecía coto vedado para españoles enjutos.

Pons era un hombre tranquilo, serio y de ojos claros. Después de volver a los 250cc y ser segundo en 1986 y tercero en 1987, afrontó aquel Mundial de 1988 con la intención clara de la victoria. No valía otra opción. Subido a una Honda, en los tiempos en los que esa marca era sinónimo de triunfo, estaba dispuesto a no dejare amilanar por sus rivales de siempre: los alemanes Roth y Mang, el italiano Cadalora, el venezolano Lavado, el dúo francés Sarron-Ruggia

Sito empezó marcando terreno: se colocó líder tras ganar en el Jarama y fue cogiendo una distancia escasa —por entonces, el sistema de puntuación era distinto: daba solo 20 puntos al ganador, 17 al segundo y 15 al tercero— pero que daba la sensación de saber manejar. Un corredor sobrio, seguro, que transmitía tranquilidad, el yerno perfecto… Conforme avanzaba el campeonato, los rivales se fueron cayendo. Todos menos uno. Joan Garriga, el impredecible Joan Garriga, el impulsivo Joan Garriga, el hombre empeñado en aguar todas las fiestas.

Eran otros tiempos, no intenten compararlos: Pons cumpliría los 28 aquel año, Garriga era el jovencito con 25. Ahora serían dos abuelos entre los Marc Márquez, Maverick Viñales, Jorge Lorenzo, Dani Pedrosa y compañía, todos acostumbrados a los grandes triunfos desde la adolescencia. A mediados de campeonato, ya estaba claro que el título se disputaría entre ellos dos, empeñados en jugarse el tipo carrera a carrera. La España motera se dividió por la mitad: la seriedad frente al coraje, la constancia de Honda frente a la improvisación de una Yamaha que nadie esperaba a ese nivel.

Ganar títulos en 50, 80, 125 c.c. era algo relativamente normal para los españoles, pero nadie había ganado nunca un Mundial de 250. No eran tiempos de tripletes y factorías de quinceañeros campeones. Participar en un Gran Premio ya era un éxito, competir con una buena moto de marca, algo solo para elegidos, hacerlo en 250 o 500 c.c. patrimonio de estadounidenses, australianos y algún italiano loco.

La disputa de Garriga y Pons llegó hasta la última carrera. Justo es decir que Pons casi siempre estuvo por delante, muy poco por delante pero lo justo para llevar la iniciativa. Más le valía. Garriga era casi un novato en la cilindrada, apenas su segundo año, y se esperaba de él un futuro glorioso. Cercano a los 30, el futuro de Pons no podía ir mucho más allá de la siguiente temporada, el siguiente circuito. Era una situación de “ahora o nunca” difícil de sobrellevar, la crispación nunca oculta, la tensa relación en la pista llevada fuera, en cada entrevista, en cada reportaje de Solomoto. Cuando Sito cayó en Holanda, Garriga le arrebató el liderato, pero le duró poco tiempo: Pons ganó dos carreras consecutivas y volvió de inmediato al primer puesto.

El líder pareció sentenciar el campeonato ganando la antepenúltima carrera en Suecia, pero el aspirante respondió ganando en Brno con una exhibición de pilotaje.

Y así llegaron a Brasil, Pons con seis puntos de ventaja sobre su compatriota y máximo rival. Con la puntuación de entonces, un tercer puesto le bastaba y Honda lo dejó claro: todos sus pilotos le ayudarían a conseguirlo. La tarea de Garriga era, por tanto, casi milagrosa, más aún después de los entrenamientos oficiales: Sito saldría segundo, Joan solo pudo ser quinto, casi un segundo más lento.

La cosa empeoró: tras la salida, Garriga cayó hasta la decimotercera posición. Vista la circunstancia, Pons tiró de calculadora: dejó escapar a Sarron y se quedó en el grupo, entre la cuarta y la quinta posición, cómodo, con varios segundos de ventaja sobre su rival, que se empeñaba en no rendirse: vuelta a vuelta, consiguió colocarse entre los diez primeros, luego ponerse a solo cinco segundos del grupo de los favoritos y al final ocupar una quinta plaza que no le sirvió de nada salvo para dar otra muestra de coraje.

Pons necesitaba quedar tercero y quedó tercero, sin importarle lo que hiciera el rival. Un hombre de planes claros.

Aquella carrera de Brasil marcó el futuro de los dos pilotos tras el que fue uno de los Mundiales más recordados de la historia reciente: Pons conseguiría aún un título más en 250cc esta vez sin tantos apuros y daría de nuevo el salto a los 500cc en 1990, con una buena moto que le daba opciones, si no de ganar el título, al menos de luchar por carreras sueltas y alcanzar algún podio, cosa que, para ser sinceros, nunca consiguió.

Ese mismo año, ganó el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes. Imaginen que ahora se lo dieran a Marc Márquez, hasta ese punto lo de Sito se consideraba entonces una hazaña.

Garriga tuvo un pésimo 1989, acabando octavo un Mundial en el que partía como favorito. Al año siguiente, igual que su némesis, saltó a 500cc con una moto más modesta. Sin embargo, sus resultados fueron mucho mejores. Se habla poco de la trayectoria de Garriga en la máxima categoría pero fue algo muy parecido a un éxito: dos séptimos puestos y un sexto en sus tres primeros años, incluyendo el pódium en Gran Bretaña 1992, con Pons ya retirado del mundo del motociclismo.

Aquel tercer puesto fue su canto del cisne. La siguiente temporada, en Cagiva, fue un desastre. Solo acabó una carrera y decidió dejar las motos al cumplir los 30. A partir de ahí, una tenebrosa historia de relaciones extrañas, desapariciones y paseos por las páginas de sucesos. Un hombre excesivo incluso en su vida privada.

No se le ocurrió volver al paddock, estaba a otras cosas. Pons sí. Pons tuvo una breve etapa de comentarista en TVE y luego se puso a dirigir equipos con mano de hierro. Consiguió enfrentarse a todo el mundo hasta que se dio por vencido y dejó su puesto, al menos una temporada, hasta que se canse de ver las carreras por Telecinco y decida que vuelve, aunque solo sea para montar la última bronca con Aspar o Nieto y sacar casi de la nada a un nuevo campeón.

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