El último baile Opinión

Guillermo Ortiz: El último concurso de mates de Dominique Wilkins

Es el tercer mate de la noche, después de los tímidos intentos de Kenny Battle y un jovencísimo Rex Chapman, aún en los Charlotte Hornets. Scottie Pippen se acerca a la línea de tiros libres, mira como para despistar y con una sonrisa en la boca empieza a caminar hacia atrás, hacia atrás, hacia atrás… hasta acabar debajo del aro que está al otro lado de la cancha. Desde ahí empieza su carrera que, como mandan los cánones, acaba de nuevo en la línea de tiros libres, un salto de cuatro metros y setenta centímetros que acaba en mate por los pelos, tan por los pelos como el de Michael Jordan en 1988, el que le sirvió para convertirse en logo de Nike.

No se sabe si el mate es una broma o una provocación o un homenaje. En cualquier caso, honestamente, es mejor que el de Michael porque salta desde más lejos y machaca con más contundencia. La diferencia, obviamente, es la plasticidad. Y la altura. Jordan aquel día no midió bien el aterrizaje pero el despegue fue algo mágico. Los distintos jugadores y aficionados sacan sus cartulinas con un 9 o un 10 pintado y el jurado le otorga 47,2 puntos, la mejor nota de la noche, muy por debajo de lo que Jordan consiguió en Chicago dos años antes.

El siguiente en saltar es Dominique Wilkins y no sabemos cómo le ha sentado el chiste o lo que fuera. Él sigue convencido de que en 1988 mereció ganar, que fue mejor que Jordan y que solo la mercadotecnia de la NBA, unida a la necesidad de que alguien de los Bulls ganara en casa, le robaron el título. Según Nique, el propio Jordan le confesó en su momento: «Tú sabes que has ganado hoy y yo sé que has ganado hoy, ¿qué puedo decirte? Estás en Chicago, eso es todo». A Wilkins le deben una y así es como afronta la competición dos años más tarde. Probablemente así es como le han convencido de que entre en competición junto a la habitual colección de rising stars.

La respuesta, en cualquier caso, es contundente pero rutinaria: Wilkins es tan favorito que parece no necesitar esforzarse. Su carrera ha sido la de un anotador compulsivo cuyo equipo acaba cayendo en primera o segunda ronda de play-offs contra los Boston Celtics, es decir, su carrera ha sido poco más o menos la de Michael Jordan, un duelo que ha hecho de los concursos de mates la cita ineludible en cualquier liga europea que se precie. David Russell saltando por encima de un niño en Don Benito, Wayne Robinson destrozando tableros.

Lo que pasa es que Jordan ya no está para concursos de popularidad y se limita a ver a pie de pista cómo Wilkins hace su típico molinillo a una mano, explosivo pero mil veces visto, y se lleva más puntos que Pippen o que cualquiera de sus otros dos antecesores. Como su asiento está justo delante del de Michael, los dos se parten de risa y acaban chocando manos, como si la cosa tampoco fuera con él.

Por lo demás, la primera ronda nos deja dos mates espectaculares, llenos de potencia, de Shawn Kemp, el jugador más joven de la liga a sus veinte años, un mate con dos balones de la estrella local Billy Thompson y el típico mate de Kenny «Sky» Walker cogiendo el balón a una mano desde la línea de fondo y hundiéndolo en el aro tras volar justo por debajo, girando el codo de manera inverosímil para machacar casi con desprecio. Los tres favoritos —Wilkins, Kemp y Walker— están en la siguiente ronda, queda por descubrir el cuarto. Cuando todo apunta a que el desganado segundo mate de Pippen le servirá para clasificarse, Kenny Smith, el base de los Sacramento Kings, sorprende colocándose de espaldas a la canasta, botando el balón entre sus piernas para que golpee en lo alto del tablero, recogerlo en el aire y machacar a dos manos. Es un mate impresionante y el jurado, por una vez, acierta. El chico se mete entre los grandes.

El nuevo Spud Webb

No es la primera vez que un «bajito» se cuela en estas fiestas. Si Dominique Wilkins no ha repetido hasta ahora el triunfo de 1985 en Dallas, precisamente ante Jordan, no es solo porque los jueces de Chicago fueran especialmente agradecidos con la estrella local sino porque en 1986 se le cruzó el diminuto Spud Webb, su compañero en los Atlanta Hawks, un base que haría carrera en la NBA contra todos los pronósticos y cuyo carisma era difícil de batir en concursos de este tipo. Nadie puede ir en contra de un tipo de 1,69 que se pelea con los Goliaths del planeta…

¿Será Kenny Smith el Webb de la ocasión? No parece probable. Solo faltaría que a Wilkins le hayan hecho participar en esta bufonada para acabar dándole el título a un suplente del peor equipo de la liga… Mucho más rival parece Kenny «Sky» Walker, desde luego. Su primer mate, casi calcado al que le dio el triunfo el año anterior, así lo muestra: un giro de trescientos sesenta grados con el balón pegado al cuerpo finalizando a una mano. Kenny Walker dándolo todo pese a sus lesiones en las rodillas, las lesiones que acabarían con su carrera en los Knicks, en la NBA y que lo dejarían de anotador estrella del IFA Granollers a los pocos años. El jurado le da 49,5 puntos.

El siguiente es Dominique Wilkins. Su primer intento es un desastre y tiene que repetirlo. Cada concursante tiene la opción de repetir un mate por ronda y ahí va Wilkins hacia el aro, el salto de siempre, la vuelta en el aire y la conclusión esperable. Correcto y ya está… pero le dan 48 puntos. Pippen, por saltar desde la línea de tiros libres se llevó 47,2 en la primera ronda, así que se ve que los jueces se van calentando. Terminan la serie Kemp y Smith: el de Seattle casi calca el de Pippen pero peor, más torpe, más desgarbado, saltando desde más cerca. Aun así, se lleva un 47,6. Smith no parece hacer nada del otro mundo: típico balón que bota con fuerza para que coja altura, el chico que salta en carrera, con el impulso detrás, lo agarra en el aire y lo machaca. Sorprendentemente, se lleva un 49,1 y se pone en segunda posición.

Dominique está jodido. Él lo sabe y todo el mundo lo sabe y no está claro que a David Stern la situación le guste. Es el mejor matador de la liga, el mejor del concurso de largo pero no parece estar esforzándose al 100%. Está más de un punto detrás de Kenny Smith y Kenny Walker y un punto a estas alturas es bastante. O los demás fallan o él lo borda… y esperemos que Kemp no nos salga con una maravilla marca de la casa.

La segunda serie la empieza Walker, que deja la puerta peligrosamente abierta: un mate a una mano, desde la línea de fondo tendiendo a la posición horizontal en el vuelo, que recuerda a Jordan y también recuerda a Patrick Ewing, su compañero en los Knicks, el que le aconseja desde los asientos de primera fila. A los jueces no les enloquece, pero le dan un 47,9. Wilkins se lo juega todo en el siguiente salto, así que hace el paripé de discutirlo con Isiah Thomas y Magic Johnson y acaba remontando él también la línea de fondo para acabar con un molinillo a dos manos.

Es su mejor mate de la noche, no hay duda. Puede que no sea lo más creativo del mundo, pero la explosividad con la que salta, la dificultad máxima de mantener en alto el balón con las dos manos y estamparlo contra el aro girando trescientos sesenta grados los brazos convence a los jueces: 49,7… justo tres décimas más de lo que necesita para superar a Kenny Walker. ¿Es de verdad un mate casi perfecto? No lo sé, pero desde luego es un pedazo de mate y, tras el intento de Kemp, que queda en nada, está en manos de Smith que la final soñada entre el campeón y el gran aspirante tenga lugar o no.

Smith necesita un 48,4 sobre 50 puntos posibles para avanzar de ronda. Estira bien los hombros antes de coger el balón, corre hacia la canasta, bota el balón delante de él, lo recoge bastante abajo y lo impulsa hacia arriba. No parece gran cosa. Tiene el mérito de la estatura, de medir solo 1,90, pero de verdad que no parece gran cosa. Hoy día, algo así no tendría sitio en un concurso de mates, todo lo que no sea saltar un coche vestido de Superman ya saben que no vale. Los comentaristas estadounidenses, entre ellos el mítico Doug Collins, están convencidos de que se va a quedar corto, pero el jurado vuelve a sorprender: 49,0. La final está servida.

El día que Trecet se convirtió en un fan más

Antes de Andrés Montes y Antoni Daimiel hubo otra gente: Ramón Trecet, Moncho Monsalve, Esteban Gómez, Vicente Salaner… gente que nos trajo a los niños de los ochenta el baloncesto NBA rodeado de gritos y madrugones y triples de Bill Laimbeer. Este concurso de mates de 1990 es un poco la consagración de esos tiempos, los tiempos en los que Larry Nance rompía las canastas y Roy Tarpley se empeñaba en sabotear su prometedora carrera. Los otros nombres, los que no han pasado a la historia.

Por ejemplo, Dominique Wilkins, que se cansó de perder con los Hawks y acabó fichando por los Celtics en plena reconversión del equipo, pasó por el Panathinaikos de Maljkovic, le ganó una Final Four al Barcelona a medias con Stojan Vrankovic, volvió como estrella, incluso a los treinta y seis años, a los San Antonio Spurs pre-Duncan y todavía tuvo tiempo para ganarse unos cuantos dólares extra en Bolonia antes de retirarse en los Orlando Magic junto a su hermano Gerald.

En 1990, Wilkins es un ídolo en España y Trecet lo sabe, enviado especial a Miami, francotirador en plena madrugada de Madrid donde un niño de doce años ve el concurso en casa de su padre. Sin embargo, a Trecet le gusta llamar la atención y sobre todo le repele seguir la corriente. Es consciente de que Dominique es el favorito, probablemente tenga claro que va a ganar, pero no le gusta su apatía, esa apatía de treintañero que parece estar de vuelta de todo, la estrella que ha decidido apuntarse en el último momento para que alguien vea el concurso.

En la final, cada participante tiene tres intentos y los dos parecen ponerse de acuerdo en desperdiciar el primero: dos mates insulsos, propios de un partido de liga regular y no de un concurso de este tipo. El de Smith consigue dos décimas más que el de Wilkins pero los dos pueden hacerlo mejor, o eso queremos creer, salvo que las piernas empiecen a pesar después de cinco mates y un montón de adrenalina.

Kenny abre el segundo turno y es una repetición del de la primera ronda pero mejorado: a la primera, consigue botar de espaldas el balón entre las piernas y contra el tablero y lo machaca a dos manos también hacia atrás. Si no me equivoco, este es el momento en el que Ramón Trecet se vuelve loco y empieza a gritar: «Quiero que gane él, lo siento por mi hijo Unai pero quiero que gane él. Si Dominique quiere ganar este concurso, que parezca que lo quiere ganar».

Y la verdad es que la pinta que tiene es que no lo va a ganar. Su cuarta derrota en cinco participaciones. A Smith le dan un 49,8 y desde luego no es hora para siestas y rutinas. Wilkins tiene que demostrar su estatus, tiene que justificar los muchos dólares que bajo cuerda le han dado para estar ahí. Lo que intenta es colosal. No muy creativo pero impresionante, como siempre: lanza el balón contra el tablero desde lejísimos y lo coge en el aire a una altura impensable, desde la que lo quiere estrellar contra el aro… pero sin éxito. La sensación de violencia en el pabellón es tremenda. Uno de los comentaristas de la televisión americana dice: «Yo le habría dado el 49,8 solo por el fallo».

Tiene que repetir. Es un momento complicado de verdad porque si falla de nuevo se va todo a la basura pero tampoco puede asegurar con un mate ramplón porque parte con demasiada desventaja… Sin embargo, y contra toda lógica, lo que hace es precisamente un mate ramplón: poca carrera, línea de fondo y molinillo a una mano. El mate que le hemos visto hacer durante diez años. Por supuesto, no es un mate fácil y la extensión del brazo hacia atrás es colosal, pero aquello no puede ir a ningún lado salvo que los jueces decidan que sí, que se merece un 49,7 ni más ni menos, que es lo que deciden para mantener la competición lo más viva posible.

El último mate de Dominique Wilkins

El tongo se huele de lejos y el público de Miami abuchea la decisión. El propio Wilkins se ríe sentado sobre la mesa de anotadores como si no se lo pudiera creer, como si quisiera decir: «No oí tantos silbidos en Chicago en el 88». Smith se queda sorprendido, Collins se queda sorprendido, Trecet directamente grita de indignación. Es el último intento y, pese a todo, Kenny sigue teniendo tres décimas de ventaja pero la sensación es que no va a bastar.

Su tercer mate es ambicioso pero sale mal: la rutina no tiene nada de especial, botar el balón en el suelo y cogerlo de nuevo, pero la carrera que coge anuncia algo espectacular que no llega. La pelota se acerca demasiado al aro hasta el punto de que Smith tiene que agarrarlo con la mano izquierda mientras coge la bola con la derecha y la machaca a aro pasado. No es un mate horrible. Con todo, es mejor que el anterior de Dominique y casi le dieron un 50, pero sabe que con eso no va a ganar y pide repetirlo. Tiene un mate de repuesto disponible y pide que se lo otorguen aunque no haya fallado. Obviamente, la NBA le dice que no y las propias protestas del jugador restan mérito a su mate. El jurado le da un 47,2. Dominique solo necesita un 47,6 para ganar y lo más bajo que ha conseguido en toda la noche es un 47,9.

En fin, Dominique se prepara para su último mate. No tiene mucho que perder, así que igual, con el torneo ganado, se lanza con algo especial. Eso es lo que desean todos los espectadores en Miami y en el mundo, pero no es lo que desea Wilkins, que lo que quiere es irse de ahí cuanto antes y descansar un poco las muñecas antes del partido del domingo. Corre tranquilamente hacia el aro y solo acelera un poco al final para elevarse y hacer de nuevo el molinillo, esta vez a dos manos. La decepción es enorme pero se lleva mejor con los 49,2 puntos que le da el jurado y los veinte mil dólares de premio que le entrega Gatorade, una minucia comparada con su caché por participar.

El público abuchea pero da igual. En el fondo es el inicio del fin de Dominique, arrasado por los años de títulos y dominio total de Michael Jordan. Seguirá cuatro años más en Atlanta, incapaz de llegar a una sola final de conferencia y discutiendo con Mike Fratello. No bajará de los 25 puntos por partido porque eso parece imposible, o al menos no bajará hasta que cumpla treinta y cautro años que no está nada mal. Sin embargo, la pasión no está, se la ha dejado en algún lado. Probablemente en cada anillo que puebla la mano derecha de Michael Jordan, en cada niño que ha decidido que los mates de Harold Miner son más divertidos.

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4 Comentarios

  1. Bigote Prusiano

    Pues el mencionado al final, Harold Miner, daría por sus peculiaridades (ganador dos veces del concurso y retirado a los 25) para otro artículo de «dunkers».

  2. Qué es lo peor que te puede pasar: que se te apague la batería del móvil cuando vas a leer el final de un artículo de Guillermo Ortiz. incluso si es de alto que ni te va ni te viene como las finales de mate de la NBA

    Quillo!!! Se ve que conoces bien a Aristóteles, con el aire de tragedia, el arjé y to la pesca.

    Me lo paso pipa leyéndote.

  3. De hecho me voy a comprar en el Kindle tu libro «Compendio atlético y liviano…»

    Lo digo pa dejar constancia y que otros se animen, que a lo mejor no sabían que tenías libro.

    (Y pa los abobinadores de la era digital: quizás antes no lo comprara porque a lo mejor no tenía una librería tan cerca y accesible como lo que te brinda cualquier plataforma de ebooks)

  4. Buena forma de desprestigiar al mejor matador de todos los tiempos. Yo creo que debido a tu corta edad no te enteraste bien del concurso. Yo acompañaba a Ramón Trecet como técnico de sonido y te aseguro que lo que aquí narras distorsiona muchísimo de la realidad. Y tú último párrafo es deplorable. Yo llegaba 7 meses en RTVE y viví aquello como algo único. Pude ver saltar a Dominique a 20 metros escasos y puedo asegurarte que cualquier matador a su lado parecía ridículo. Wilkins era un prodigio de la naturaleza. Era comparar a un león con un gato.

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