Música

John Lennon: días sin huella

John Lennon y Harry Nilsson. Foto cortesía de The Estate of Harry Nilsson.
John Lennon y Harry Nilsson. Foto cortesía de The Estate of Harry Nilsson.

Debe de resultar extraño despertarte un día y comprobar que han pasado diecisiete meses desde que eres otra persona. Que no eres tú desde el 14 de septiembre de 1973 y ya es 14 de febrero de 1975. Escéptico, cuentas otra vez los meses con los dedos. Suman casi año y medio. Habrá quien piense que es demasiado tiempo.

En Días sin huella (The Lost Weekend) Billy Wilder coloca a Ray Milland en la piel de un escritor estropeado. Un hombre tan anulado por su alcoholismo que deja de ser quien es. El arrepentimiento de Lennon cuando se refirió a esos diecisiete meses como «el fin de semana perdido» y regresó al edificio Dakota para siempre es incuestionable. Como si más de quinientos días malgastados entre un viernes y un domingo pudiesen ser devueltos sin más. «Decíamos ayer», mentía cuatro siglos antes Fray Luis de León.

John se reincorporaba así a la vida que hacía año y medio había encerrado bajo llave en el Upper West Side de Manhattan junto a algunos muebles, media docena de guitarras, su esposa, su pasado y su identidad para volar a Los Ángeles con lo puesto y encomendarse al porvenir. En el fondo creía, como Charles Kettering, que el futuro era el lugar en el que iba a pasar el resto de su vida. Uno de los dos estaba en lo cierto.

Nadie podría culparlo. Estaba harto de ser John Lennon. Se había casado con Cynthia Powell cuando tenía veintidós años, la conocía desde los diecisiete, empezó a salir con Yoko Ono a los veintiséis, dejó a su mujer con veintisiete, se casó de nuevo cuando tenía veintiocho y estaba a punto de cumplir treinta y tres. Brian Epstein decidió por él desde los veintiuno hasta los veintisiete. Tuvo a Julian con veintidós. Yoko abortó cuando él tenía veintiocho. A esa edad ya había confiado su espiritualidad al Maharishi Mahesh Yogi mientras EMI y Capitol desgarraban a bocados todo cuanto producía Apple Records. Grabó por última vez con The Beatles en las sesiones del Abbey Road a punto de cumplir veintinueve y publicaron su último disco un año después. Necesitaba dejar de ser marido, padre, empresario y más grande que Jesucristo.

Supongo que en el fondo toda huida encierra una contradicción, ya que su éxito es la culminación de un fracaso. Huir de uno mismo no deja de ser el más simbólico de los suicidios. Durante su fin de semana perdido, John fue Mick Jagger, Todd Rundgren, David Bowie, Keith Moon, Elton John y todos aquellos con los que alternó. Se alió y se enfrentó a Phil Spector, acogió en una casa alquilada en Santa Monica a Ringo Starr y Keith Moon, se enamoró de nuevo de Paul, improvisó con Stevie Wonder, escribió el primer número uno de David Bowie en Estados Unidos, tocó ante decenas de miles de personas en el Madison Square Garden junto a Elton John por una apuesta y repitió la experiencia con George Harrison poco después. Hizo todo cuanto jamás haría porque no era él sino otro quien lo hacía. Aunque hubo una vida ajena, acaso la más dañina de todas, que vivió con más intensidad que las demás: la de Harry Nilsson.

Cómo serían sus burlas para que los buenos de Paul Simon y Art Garfunkel abandonasen humillados los estudios Record Plant de Nueva York en mayo de 1974 en mitad de la grabación de Pussycat, el álbum de Nilsson en el que habían sido invitados a colaborar. Lennon y él eran dos cretinos irrespetuosos a los que les importaba todo un carajo menos la cocaína y el vodka. Fueron expulsados de locales es célebre el escándalo en la sala Trobadour el 12 de marzo de 1974 ante la mirada atónita de Paul Newman, Peter Lawford, Pam Grier o Joanne Woodward en el que ridiculizaron a The Smothers Brothers a voz en grito mientras estos actuaban, destrozaron los hoteles en los que se hospedaron, las casas que alquilaron y los estudios donde trabajaron, dilapidaron los adelantos de las discográficas y terminaron a golpes entre ellos en más ocasiones de las que la prudencia recomendaría.

Lennon terminó odiando a Nilsson. Probablemente lo temía, como todos los adictos temen a su adicción en algún momento de lucidez. Hay un momento en mitad de la partida, después de varias buenas manos seguidas, en el que comprendes que no puedes perder. Que el azar se ha puesto de tu parte y eres invencible. Es el momento de levantarse de la mesa y marcharse. John abandonó a Harry en junio de 1974. Recogió sus bártulos y se mudó al piso que May Pang había alquilado para ambos en Nueva York. «Emborracha a un beatle y mira lo que pasa», le reprochó el estadounidense tiempo después. John ya no podía defenderse.

La señorita Pang acompañó a Lennon durante los diecisiete meses que duró aquel breve fin de semana. No es extraño que este tuviese una asistente personal. Tampoco que se acostase con ella. Pero sí llama la atención que fuese Yoko quien la eligiese. Quien designase a la persona que iba a atender a John durante su exilio. En varias ocasiones declaró ante la prensa que había sido ella la que había decidido a quién iba a encomendar su marido sus asuntos mientras estuviese fuera. A quién se iba a tirar.

La idea de que el fin de semana perdido de Lennon no fue un acto de rebeldía sino el recreo de un ídolo infantil y caprichoso cobra fuerza al comprobar lo fácil que fue hacerle regresar. Bastó una llamada de teléfono de Yoko. Como un chaval que juega cerca de casa y sube corriendo cuando su madre asoma por la ventana y lo llama para cenar. Ha pasado un rato siendo Messi, Benzema o Ronaldo, marcando golazos ante estadios llenos en el descampado del barrio, pero mamá lo reclama y, aunque no quiera, toca volver a la realidad.

En aquel San Valentín de 1975, Yoko Ono levantó el teléfono y contestó: «John está cansado y prefiere dormir». Al otro lado de la línea estaba May Pang, preocupada porque su pareja no volvía a casa. Unos días después se incorporaba a su nuevo trabajo en Apple Records, en Londres. Sean Ono Lennon ya estaba en camino. No era el hijo de cualquiera. Era el hijo de John Lennon. El auténtico John Lennon. Marido, padre, empresario y tan grande, al menos, como Herman’s Hermits.

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2 Comentarios

  1. Cachondo artículo. Nunca había leído sobre el momento más «oscuro» de Lennon en clave de choteo. El «niño» Lennon haciendo trastadas «Ltd» bajo la vigilancia distante de su (interesada) mamá. La comparación con los Herman’s Hermits es para enmarcarla. Jojojo ! Gracias.

  2. Soy fan de Lennon y me ha encantado el artículo, he conocido muchas cosas nuevas. Enhorabuena por un artículo tan bien redactado.

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